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La verdadera Cenicienta

"A veces la realidad es tan cruel que necesitamos inventar un nueva"

Seguramente tenía un hermoso nombre al igual que su pálido rostro de finos rasgos y tierna sonrisa, era parte de una familia perfecta, tanto que cualquiera sentiría envidia de la dicha que moraba en su hogar, su padre era un hombre honesto y amoroso, más la belleza y dulzura de su madre le fue heredada a la pequeña quien además de esos dotes proveídos por la naturaleza era también amable y cariñosa a pesar de los lujos con los que vivía.

Pero ninguna felicidad es eterna y un día la desgracia llegó trayendo consigo una grave enfermedad que se posó en el cuerpo de la joven madre de quien se llevó en poco tiempo la alegría de su rostro, padre e hija no la dejaron sola ni un minuto, pero sus súplicas sollozantes fueron en vano y la muerte la alejo de sus vidas.

Aquel trágico suceso se llevó también consigo un poco de la niña y del padre, él no dejó que la pequeña dejará de creer en los cuentos de hadas e intento llenar el vació que su madre había dejado en ambos y con su recuerdo presente la crio hasta que llegó a ser una hermosa doncella aún más bella que su madre y aunque en sus ojos podía verse la tristeza de no haber tenido a su madre presente, ella sabía que siempre la acompañaba y estaba feliz de poder tener a su padre a su lado.

La ahora joven doncella era muy codiciada por los jóvenes debido a su toque delicado y el rostro gentil que mostraba a todos, alguna que otra vez le habían hablado de matrimonio pero ella rechazaba la idea de dejar a su padre en la soledad, prefería quedarse junto a él y esperar al hombre indicado para ella.

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Ese día su padre había regresado temprano de su viaje, ella pudo verlo descendiendo de su carruaje por la ventana trayendo consigo un enorme ramo de rosas y salió presurosa a su encuentro, de tan solo verlo le arrebató las flores de la mano para deleitarse con su encantador aroma y lo abrazó como bienvenida.

—Padre bienvenido seas, están preciosas—dijo refiriéndose a las rosas.

—Sabía que te gustarían, eres igual a tu madre—la miró con ternura.

—Han preparado un gran banquete por tu regreso—le sonrió guiándolo al interior.

Desde el umbral de la puerta ya podía sentir los exquisitos olores provenientes de la cocina y durante la cena no tardaron mucho en ponerse al día, pero de pronto él se puso serio y con un gesto de su mano ordenó a las dos muchachas que les servían que se retirasen.

—Creo que es momento de revelarte algo que es muy importante para mí.

—Padre ¿qué sucede?—dejó de comer para prestarle su plena atención ante su seriedad.

—Sabes que amo muchísimo a tu madre aunque ya no este con nosotros—tomó su mano dándole una mirada de consuelo ante el tema que todavía era una herida oculta—, pero he conocido a una buena mujer que creo que sería una buena esposa y me gustaría que la conocieras.

Ella estaba sorprendida ante sus palabras, nunca antes había mencionado a ninguna mujer en sus viajes y a decir verdad se sintió un poco traicionada ya que pensaba que solo se tenían el uno al otro pero por otro lado ella pensó que su padre merecía tener a su lado la compañía de una buena mujer.

—Entiendo que te sientas solo—mencionó la joven dejando su sonrisa de lado—y si crees que ella te hará feliz, entonces yo también seré feliz.

El padre no esperaba menos de su hija comprensiva, sabía que le daría la oportunidad a la mujer que el había conocido durante sus viajes y la cual también era viuda como él con la diferencia que aquella dama tenía dos hijas a las que adoraba, ambas razones habían hecho que congeniasen tan bien ya que entendían mutuamente el dolor por el que habían pasado al perder a sus amores y la fuerza que necesitaron para poder criar a sus hijas.

—Sabía que comprenderías y por ello la he invitado a venir—una tímida sonrisa le hizo entender a ella que le hacía feliz que lo comprendiese—ella y yo nos parecemos mucho, ya que también perdió trágicamente a su marido, espero que te agrade tanto como a mí, llegará dentro de unos pocos días.

Y así fue, los días pasaron y por más preguntas que ella le hizo a su padre sobre aquella mujer, ninguna de las respuestas le era suficiente para conocerla bien, solo se limitó a esperar a su llegada.

La mañana de aquel esperado día llegó y un carruaje diferente se detuvo frente a la puerta de su hogar, de el bajo una mujer, envuelta en un fino vestido esmeralda con un sombrero a tono con su clase y el cual le impedía a la impetuosa joven poder ver su rostro, abrió la puerta de prisa esperando ir a su encuentro y ser una anfitriona cortés como era su costumbre, más no esperaba que el carruaje trajera consigo a más personas y se sorprendió al ver a tres mujeres paradas frente a ella.

—Tu debes ser la hija—levantó la mirada dejando ver un rostro ya maduro pero sin duda era hermosa tal como le había descrito su padre.

—Si señora—inclinó la cabeza en forma de un saludo educado e intento sonreír disimulando su sorpresa ante las tres figuras.

—Mi Lady—escuchó la voz de su padre desde adentro aproximándose a la entrada—todavía no te esperábamos.

Se aproximó a la puerta y ella se hizo a un lado para permitirles entrar mientras las jóvenes desconocidas sin decir palabra solo se limitaban a inclinar sus cabezas en forma de saludo, ella sonrió incómodamente al no entender la situación, ¿acaso eran sus mucamas?, pero ¿por qué traería dos a un viaje tan corto?, probablemente había cosas que su padre no le mencionó con anterioridad.

—Creí que vendrías sola—susurró al tenerla cerca.

—Mi amado, me pareció apropiado presentarlas, ¿ella aún no lo sabe?—miró de reojo a la joven que aún se encontraba parada a lado de la puerta abierta.

—Todavía no se lo he dicho, esperaba que lo hiciéramos juntos—le sonrió a su hija mientras la servidumbre pasaba con dirección al comedor y uno se detuvo a cerrar la puerta tal vez comprendiendo mucho menos que ella—pasen al comedor—indicó a las huéspedes como todo un caballero y mientras todas entraban se dirigió a la servidumbre—por favor recojan sus cosas y llévenlas a las alcobas, también preparen dos alcobas más para las señoritas.

A la señorita del hogar le tocó sentarse justamente frente a la mujer a quién observó delicadamente, tenía ya algunas arrugas menores que le daban una idea de su edad, también observó a las otras dos señoritas acompañantes y notó que eran mucho más jóvenes en relación con la dama y que no parecían ser de la servidumbre por sus finos modales al moverse además de por la ropa que traían.

—Creo que aún no nos han presentado apropiadamente—entregó su enorme sombrero a una de las sirvientas mientras se dirigía a ella—. Me llamó Lady Tremaine y e oído maravillosas cosas acerca de ti—le sonrió con dulzura al decir lo último.

—Es un placer conocerla al fin, yo también e oído mucho acerca de usted—le devolvió la sonrisa con delicadeza mientras aún tenía la incógnita de saber quienes eran sus acompañantes.

—Veo que tu padre te ha hablado mucho de mí, pero me sorprende saber que no te ha dicho lo más importante—le dirigió una mirada acusatoria a su padre haciendo que se avergonzará.

—Pensé que vendrías sola y podríamos decírselo juntas mi Lady, antes de presentarlas oficialmente.

Era obvio por como la llamaba que su padre sentía algo profundo por Lady Tremaine por como mencionaba su nombre, podía percibirlo y también cayó en cuenta de que su padre no le había revelado toda la verdad acerca de ella.

—Tonterías, creo que es más que oportuno que se conozcan, prácticamente serán hermanas—elevó un poco el tono de su voz.

¿Hermanas?, su confusión era aún más grande, tenía una idea de lo que sucedería, pero por alguna razón se negaba a aceptar que podría suceder. Su padre sonrió y la miró con ternura ante su rostro confuso.

—Se que no te lo había mencionado, querida, pero Lady Tremaine tiene dos hermosas hijas.

Ambas se pusieron de pie para presentarse apropiadamente.

—Me llamo Drizella—comenzó la primera con un vestido anaranjado y unas mejillas rosadas que le daban un color bonito a su pálida piel, luego de decirlo se sentó.

—Me llamo Anastasia—continuó la segunda con su presentación, tenía una bella sonrisa pero unos ojos tristes, luego también volvió a sentarse.

Ella no dijo nada y solo sonrió, así paso la hora de la cena, solo se limitaba a contestar lo que le preguntaba pero no hacía ninguna pregunta, su padre parecía estar feliz de tener su hogar lleno, para ella solo eran personas extrañas que no había conocido nunca y se sentía fuera de lugar al no poder reír con ellos.

Tarde o temprano pasaría y así fue, una boda unió a su familia con la de aquella mujer, ambos parecían felices al igual que Drizella y Anastasia con quienes convivió un poco y toleraba en cierta manera.

Poco después su hogar ya no era el mismo, ambas familias habían decidido que sería mejor si Lady Tremaine y sus hijas se mudaban a su casa, ya que esta era más grande en tamaño y podían permitirse más servidumbre, en palabras de la hora señora de la casa.

Lady Tremaine se había encargado de redecorar toda la casa para hacerla más acogedora para ella y sus hijas, a pesar que le había consultado a la joven para no incomodarla invadiendo su hogar y ella había aceptado por su amable naturaleza, le parecía que ese ya no era el hogar que ella recordaba, pero al ver a su padre feliz de tener una familia completa otra vez se prometió que haría un esfuerzo por adaptarse a las nuevas miembros de su familia.

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Mientras su padre estaba en uno de sus viajes, les había prometido a las mujeres de su hogar traerles regalos ostentosos para que pudieran lucir mientras se acomodaban a su nuevo lugar así como a su hija, quien no pedía nada más que volviera con bien.

De hecho tener la casa llena no era del todo malo, los primeros días se sintió como una intrusa sin la presencia de su padre que uniera ambas parte, pero después todas encontraron intereses comunes que podían compartir mientras esperaban la llegada de su proveedor, con Lady Tremaine compartía el gusto por la costura, con Drizella el gusto por la música ya que ambas tocaban magníficamente el piano y con Anastasia le costó un poco más hallar algo que las uniera, pero gracias a su perseverancia logró saber que ella era amante de las flores las cuales comenzaron a cuidar juntas en el jardín.

Las cosas comenzaban a mejorar para todas y lograron una armonía, ella estaba feliz por ello y le emocionaba saber que su padre se pondría aún más contento al verlas compartir intereses comunes como una verdadera familia.

Pero el destino es caprichoso y la muerte nuevamente tocó a su puerta, está vez no había un cuerpo al cual llorarle, solo la noticia del accidente que no pudieron evitar llegó a sus oídos y nuevamente la tristeza invadió su corazón, esta vez fue diferente, sintió que su corazón se quebró en mil pedazos, ellas intentaron consolarla a su modo, pero todo fue en vano, ese día, algo dentro de ella cambio.

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Después de días encerrada en su habitación y sin que su nueva familia lograra hacerla salir antes, al fin logró salir con los ojos rojos y su vestido sucio con el mismo que había permanecido durante varios días.

Se dirigió a la cocina y tomó un cuchillo, se sentó juntó al fuego y comenzó a pelar lo que ella veía que eran vegetales, más sin embargo no había nada más que el cuchillo en sus manos, pronto las sirvientas la hallaron cuando se disponían a preparar el desayuno y su alegría de verla levantada se desvaneció cuando se acercaron a ella y vieron que las manos le sangraban, rápidamente buscaron a Lady Tremaine quien al saber lo ocurrido, se dirigió a la cocina y se acercó lentamente a ella.

—Deja eso ya, podrías lastimarte—se encontró con sus ojos perdidos mirando hacía el fogón, no parecía percatarse de las heridas en sus manos ni de las voces a su alrededor.

Lady Tremaine tomó el cuchillo entonces y se lo quitó, pero la joven seguía haciendo los mismos movimientos sin percatarse que le habían quitado el cuchillo y con las manos ensangrentadas, de inmediato ordenó la dama que trajeran al doctor para curar las heridas de la chica y por más que intentó hablar con ella y consolarla por lo sucedido, parecía que hablaba con una pared que no se movía ni la reconocía, no sabía como consolarla o que decirle ya que no se habían conocido lo suficiente como para eso.

En cuanto llegó el médico, tuvo que curarla en la cocina ya que ella no se movía y si intentaban alejarla del fogón gritaba tan fuerte que el eco resonaba en toda la casa, Drizella y Anastasia que no la habían visto en varios días tampoco sabían que decirle y aunque lo intentaras ella estaba como ida, simplemente mirando el fogón y nada más, en cuanto el doctor terminó, le pidió a Lady Tremaine hablar a solas, quien lo condujo a la oficina de su ahora difunto esposo.

—Creo que la señorita a sufrido una impresión muy fuerte, sería mejor que la alejaran de los objetos filosos por su propia seguridad y la de ustedes—dijo refiriéndose e ella y sus hijas—también creo que debería ver a un doctor diferente.

—¿Diferente?—preguntó Lady Tremaine.

—Por lo regular y en mi experiencia, este tipo de casos no tiene una cura, tal vez podría considerar llevarla al manicomio—sugirió escogiendo cautelosamente sus palabras, pero no había forma fácil de sugerir aquello y supo por la cara de disgusto de Lady Tremaine que sus palabras no fueron de su agrado.

—Gracias por su opinión doctor, pero creo que ya es hora de retirarse—disimulo su enojo, pero aún así fue descortés al invitarlo a retirarse.

—Creo que con el tiempo entenderá que es lo mejor y descuide ya conozco la salida—se retiró diciendo lo último.

Lady Tremaine no reparó en mandar a llamar a un especialista de la mente, como lo conocían y mandó a la servidumbre a preparar el ático para la señorita, no era lo apropiado pero ella también debía mantener a salvo a sus hijas y aunque ella no lo notara, también debía protegerla a ella y encerrarla en un lugar alejado fue lo que considero mejor, pidiendo también que se deshicieran de cualquier objeto en el ático con el que la joven pudiera dañarse. 

Habían pasado unas cuantas horas y cuando el ático estuvo listo, tuvieron que ingeniársela para llevarla allá. Anastasia sin saberlo les dio la solución diciendo a su madre:

—Cuando yo estaba muy triste ver la foto de mi padre siempre me consolaba.

Entonces tomó entre sus manos la foto de su esposo y no sin antes besarla, se la mostró a la joven, las lágrimas entonces comenzaron a caer de su rostro y cuando estaba a punto de tomarla, no pudo hacerlo ya que sus manos tenían vendas muy gruesas.

—Ven conmigo, estarás más cómoda lejos de este lugar.

Lady Tremaine la condujo con la foto en sus manos hasta el ático de la casa, la encerró allí donde solo había una cama, algunos muebles y pequeños enseres personales para que pudiera limpiarse además de su ropa acomodada delicadamente por las muchachas en un mueble antiguo que había estado allí desde hace mucho.

La joven no se dio cuenta de cuando se quedó completamente sola, no lo una pequeña ventana dejaba entrar la tenue luz de la luna y entonces tomó un pequeño espejo, se observó en el y vio que su rostro estaba cubierto del tizne del fogón delante del que había estado sentada durante todo el día, entonces susurró para sí misma: "Cenicienta"

Durante varios días esperaron al especialista y Lady Tremaine quien había prohibido a sus hijas ver a la joven, juraban que cuando se acercaban al ático podían escucharle hablar, ninguna de las dos hermanas tenía ninguna idea de a quien le hablaba pero mencionaba algunos nombres.

Después de insistir, por fin llegó el esperado doctor, pero lejos de lo que Lady Tremaine esperaba una mujer se presento en su residencia, decía ser la doctora enviada por el manicomio, ella no creyó que pudiese ser posible que una mujer ostentara el título de doctor, pero total nada perdía con intentar que hablara con la joven.

—No la hemos visto desde aquel incidente—dijo refiriéndose a la situación en la cocina—, pero le aseguro que ella está bien cuidada, no la hemos dejado sin comida y los sirvientes siempre están pendientes de lo que necesite—continuó explicando mientras subían la escalera.

Lady Tremaine abrió la puerta y cuando se disponía a entrar, la doctora la detuvo.

—Lady Tremaine, estoy consiente de que ha tratado de hacer lo mejor para ella, pero si no le molesta me gustaría verla a solas.

—De acuerdo, por favor avísenos si necesita alguna cosa—se retiró dejando abierta la puerta para la doctora.

El cuarto era oscuro, por temor a que se hiciera daño, habían evitado las velas en aquella habitación pero la luz del día era suficiente para observar el interior, ella estaba sentada en la cama y al acercarse la doctora chocó con un bandeja en el piso, la comida estaba hecha trizas y las migas regadas por todas partes.

—Es la comida para mis amigos, los ratones—mencionó la joven levantándose de su cama y acercando una silla para que la doctora pudiera sentarse.

La observó detenidamente y lo que vio la asombró, estaba envuelto en un vestido completamente rasgado por todas partes, no llevaba zapatos y sus ojos denotaban que había estado llorando, la doctora trato de mantener la compostura ante la escena y escuchó mientras se sentaba:

—Me llamo Cenicienta.

Ella sabía que ese no era realmente su nombre, pero prefirió no contradecirla para preguntarle por su aspecto.

—¿Qué te ha sucedido?

—Ellas lo han hecho

—¿Ellas?

—Han sido mis hermanastras y Lady Tremaine.

—¿Tus hermanastras hicieron esto?

—Si, estaban celosas de mi y han rasgado mi vestido para que no pueda asistir al bailes con ellas—procedió a sentarse en el piso.

—¿De que baile estas hablando?—preguntó ya que no había sido informada de ningún baile en el lugar y además su versión no condecía con la información proveída antes por Lady Tremaine.

—El rey ha enviado una invitación a todas las jóvenes casamenteras para que el príncipe pueda elegir a su futura esposa.

¿El rey?, los reyes estaban lejos de la región, sería imposible que recibieran una invitación personal de su majestad, sin duda concluyó que la joven había perdido toda proporción de la realidad.

—Pero ahora tu estas aquí—le sonrió con una luz de esperanza en sus ojos—, se que tu eres mi hada madrina y vas a ayudarme—pronunció alegre.

—¿Hada madrina?—dijo confusa la doctora—déjame un momento, debo traer algo—se excusó y antes de salir de la habitación pudo oír.

—¿Irás por mi carruaje?.

No hubo respuesta y la doctora se dirigió hacía el vestíbulo en busca de Lady Tremaine.

—¿Sucede algo?—mencionó saliendo del comedor a su encuentro.

—Lady Tremaine, desafortunadamente debo informarle que ella ha distorsionado completamente la realidad, creo que sería mejor si pudiera llevármela, estará mucho más segura con nosotros.

Sabía bien que no podría hacer nada más por ella y a pesar de sus esfuerzos por acercarse, ella no había hablado con ellas en mucho tiempo y prácticamente ni siquiera se conocían del todo, aunque quisiera ayudarla, ni ella ni ninguna de sus hijas podría ayudarla así que no tuvo más opción que aceptar que se la llevarán.

Antes de traer al cochero que llevó consigo para que le ayudase a llevar a la paciente al carruaje, advirtió a Lady Tremaine:

—Creo que es mejor si usted y sus hijas no estén presentes cuando nos la llevemos.

—Esta bien, se los informaré a mis hijas, nos quedaremos en la habitación.

La doctora quien llevaba una prenda en sus manos, trajo consigo al cochero y fueron al encuentro de la joven quien no se sorprendió al verlos.

—¿Qué es eso?—preguntó refiriendose a la prenda que traía la doctora y antes de que pudiera contestarle dijo—es un precioso vestido, yo sabía que eras mi hada madrina.

Se acercó a ella y sin ningún recelo dejó que la vistieran con la camisa de fuerza la que para ella era un hermoso vestido de un tono azul claro, la condujeron al carruaje y la joven no pudo evitar mostrar alegría.

—¿Está es la carroza que me llevará al baile?—preguntó ansiosa.

—Así es—no tuvo otra opción que seguirle el juego para que se subiese.

Ante los ojos de la joven, el carruaje era dorado y adornado con ventanas de cristal, en su interior podía ver asientos acolchonados de piel dignos de la realeza y oyó decir a su hada madrina:

—Llegaremos hasta la media noche.

Y supuso que el hechizo mágico duraría hasta entonces, pero no se imaginaba que el manicomio estaba tan lejos del lugar como los pobladores lo exigieron para evitar tener que ver a quienes allí se encontraban.

El carruaje comenzó a alejarse mientras Lady Tremaine y sus hijas observaban desde el ventanal del segundo piso, deseando en silencio que algún día la joven pudiese regresar a su hogar.

La doctora se quedó al lado del cochero, evitando contacto con la paciente para no alterarla, quien en el interior observo sus pies descalzos y sucios, pero no los vio de esa manera, para ella sus pies eran adornados con unas bellas zapatillas de cristal que hacían juego con su vestido imaginario. En unas cuantas horas por fin llegaron al manicomio, se trataba de un castillo donado por la región ya que se encontraba tan alejado de todos los poblados por lo que les pareció apropiado darle un uso, lo cual concordaba perfectamente con la fantasía de la muchacha.

El cochero le abrió la puerta y la ayudo a salir, de inmediato varias enfermeras salieron para conducirla al interior, quienes para ella eran cortesanas que llegaban al baile real, asaron por varios pasillos hasta llegar a un amplio salón donde los pacientes de bajo riesgo eran dejados para que pudieran estudiar sus comportamientos.

En cuanto "Cenicienta" entró no vio pacientes con comportamientos erráticos ni escuchó los sonidos que estos hacían, para ella se trataba de un enorme salón adornado para un magnífico baile y cada uno de los presentes bailaba al ritmo de un vals imaginario, justo en el fondo del salón pudo observar a un joven de pelo castaño y bien parecido, vestido de gala y no podría ser otro que el príncipe que ella esperaba conocer, se acerco hacía el y este le extendió su mano invitándole a bailar, con la música dentro de su cabeza, comenzó a mecerse en el aire simulando un baile sin acompañante mientras se deslizaba a la locura... 

FIN

Este es un retelling del cuento de la Cenicienta, si llegaste hasta aquí espero tu apoyo y algún comentario para saber que te pareció la historia, besos 🧡

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