Dos orugas se arrastraban por la raíz de una moribunda planta de tomate. En el cielo y revoloteando la única rama verde de la planta, una de ellas divisa a una mariposa.

La belleza de sus colores llamó su atención y la similitud de su cuerpo con el suyo la hizo lanzar una pregunta a su compañera.

— ¿Por qué no podemos tener alas?

—Porque somos gusanos y nuestro destino es arrastrarnos.— Le responde su distraída amiga cuyo único objetivo parecía devorar la hoja más baja de la planta que merodeaban.

La respuesta no dejó convencida a la oruga y decida a hallar una que llenara sus dudas, comenzó el ascenso para hacerle la pregunta a la mariposa. No le importó el inclemente sol o el dolor que significaba cada arrastre.

Contagiada de la curiosidad de su compañera y cuando el último trozo de la hoja fue devorado, su compañera, decidió seguirle. Cada arrastre y ascenso, era más doloroso que animaba a la primera a avanzar. “—Si duele tanto es porque vale la pena”.

Lo contrario sucedía en la segunda, el dolor empezaba a asustarle, sobre todo cuando a su compañera parecía quemarse por los rayos del sol. Asustada decidió devolverse y esperar por su compañera en la sombra devorando una segunda hoja “—traerá el secreto y volaremos juntas”

Contrario a lo que creía, su compañera nunca bajó, contempló lo que ella creyó era su muerte. La lloró y lamentó su curiosidad por ser quien no era. Decida a no correr la misma suerte, descendió al césped, una vez allí, presenció el milagro.

El capullo se rompió y su compañera salió de allí, con unas pequeñas alas. Concentrada la magnificencia de su amiga y lamentando su desdicha por no seguir ignoró el peligro que le asechaba.

Mientras la primera descubría lo que significó su esfuerzo y dolor, la segunda cayó en el pico de una gallina hambrienta, siendo devorada en segundos.

Las grandes transformaciones no son dulces, ni brillantes, suelen ser un camino oscuro, doloroso. Una vez logrado descubrimos que los cambios eran necesarios y valían la pena.