Todos los días, la ciudad se convertía en el ajetreo usual de los que habitaban en ella. A pesar de que miles de seres humanos vivían en la ciudad, un hombre de unos sesenta años pasaba desapercibido por muchos aun cuando se mantenía en el mismo lugar todas las mañanas. Muchos lo ignoraban y los pocos que le miraban, tenían comentarios desagradables hacia él. Ese hombre en algún momento de su vida tuvo una familia a la que amó y tuvo aspiraciones por cumplir. Ahora se encontraba vagabundeando por las calles y hablando solo para muchos.

Una mañana, el joven Andrés iba de prisa hacia su trabajo. De repente tropezó con el hombre. El joven rápidamente se enderezó y se fijó que el señor era mayor y vestía horrendo. Su vestimenta era multicolor y portaba un sombrero puntiagudo sucio que parecía tenía arañas y, cuidado si ratones viviendo en él.

—Señor... ¿está bien? —preguntó Andrés mientras lo ayudada a levantarse—. Perdone por tropezar con usted.

—Estoy bien. Has sido muy amable en ayudarme —replicó el hombre.

Andrés pudo haber seguido su camino, pero la mirada del hombre hizo que se detuviera. Decidió comprar un revoltillo con tostadas y ofrecérselo. El hombre comió como si hiciera semanas que no probaba algo comestible. El joven esperó por él aun sabiendo que iba a llegar tarde al trabajo, sin embargo, ese algo en la mirada del misterioso hombre le había detenido.

—Dicen que tengo esquizofrenia, ¿sabes? —le dijo el hombre—. Creen que, porque escucho y veo cosas que otros no, estoy enfermo. Pero no saben la verdad. Yo veo dentro de cada uno de ellos, de todos los que pasan a mi alrededor. Incluso, dentro de ti.

—¿Y qué ve en mí, señor? —preguntó con curiosidad el joven.

—Sabiduría, entendimiento, comprensión —replicó—. Eres lo que busco; justo lo que necesito.

Andrés se sorprendió por lo que le dijo el hombre. Miró su reloj y pensó que era demasiado tarde ya. Decidió despedirse amablemente y continuar su camino al trabajo. Sin embargo, el hombre misterioso no lo dejó.

—No tan rápido, amigo. Eres el elegido, y de tu misión no huirás; desde hoy declaro tu camino y de él no te alejarás —dijo en forma de conjuro.

¿Elegido? ¿Misión? Las palabras habían sido aturdidoras para el joven y llegó a pensar que en definitiva el hombre estaba loco. Continuó hacia su trabajo y abandonó al señor en su usual esquina. Pero desde ese día, la vida de Andrés cambió. Ahora él se había convertido en el hombre de las vestimentas horrendas y del sombrero asqueroso. Podía observar entes que los demás no veían y hablar con seres tan maravillosos como peligrosos que otros no escuchaban. Su misión era encontrar aquella persona que viera más allá de lo superficial y que resaltara de la multitud. Aquella persona que tomara su tiempo para realmente ver y comprender, tal y como él fue encontrado. Era momento de comenzar a esperar. Tick, tock, tick...