Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Carretera nocturna

El oficial Trevor dio un rápido sorbo a su café, torciendo los labios en una mueca de disgusto. Demasiado amargo.

Sopló un poco sobre el pequeño vaso de plástico, echando un vistazo desinteresado a la escena. Los paramédicos arrastraban la camilla hacia el automóvil, un viejo Chevy de color rojo.

Estaba estampado contra uno de los pocos árboles que crecían a un lado de la carretera.

Trevor frunció el ceño, dando un nuevo sorbo a su café. Era temprano en la mañana, el sol apenas había salido, pero la calzada estaba seca y el clima era bastante bueno. Tampoco había rastro de algún otro auto en las cercanías. El conductor, probablemente, se había quedado dormido al volante, o iba bien puesto de alcohol. Así había sido la última vez. No era el primer accidente que Trevor veía en esa ruta.

—Este ha estado bebiendo —le confirmó la oficial Ramírez, casi como si le leyera la mente—. Ni siquiera hace falta que esperemos los resultados de toxicología. Mira.

Le mostró una bolsa plástica con la evidencia, una ornamentada petaca metálica.

—¿Vodka? —preguntó Trevor.

—Mejor. Whisky. Estaba justo debajo del asiento del acompañante.

—¿Cómo está él?

—Vivo. De milagro. —Ramírez señaló hacia el parabrisas del Chevy. Una de las ramas más bajas del árbol había atravesado el cristal, incrustándose como una navaja gigante en el cabezal del asiento. Solo unos centímetros la separaban del rostro ceniciento del conductor—. Aun así, se ha dado una buena. Los paramédicos dicen que no reacciona. No creo que vaya a despertarse en un buen tiempo.

—Algo así pasó la otra vez. ¿Te acuerdas?

—¿El muchacho que volcó su Ford y se rompió el cuello? Sí, me acuerdo. Hasta creo que fue cerca de aquí.

—Estos malditos niños... —rezongó Trevor, dando un último sorbo a su café—. Se creen que pueden ir por ahí bebiendo al volante y que nada malo les pasará. Después somos nosotros los que debemos juntar sus pedazos de la calle.

—Los paramédicos, querrás decir —apuntó la oficial, encendiéndose un cigarrillo.

—Será mejor que vaya a hablar con ellos. —Trevor le quitó el cigarro de la boca—. Y deja esta porquería. Es una forma tan estúpida de matarse como la de estos mocosos.

—¡Hey!

Trevor echó a caminar hacia el automóvil, ignorando los reproches de su compañera. El personal médico había acomodado al muchacho sobre la camilla, colocándole la mascarilla de oxígeno. El oficial volvió a torcer los labios. El chico tenía el largo cabello oscuro salpicado de pequeños fragmentos de cristal. La chaqueta de cuero negra estaba repleta de cortes y manchones de sangre, al igual que su cara. Lo más preocupante, sin embargo, era el inmenso cardenal purpúreo que le cubría la ceja derecha y buena parte de la frente.

—¿Situación? —preguntó.

—Traumatismo craneal grave —contestó uno de los paramédicos—. Es un milagro que siga con vida.

—Sí, eso me han dicho.

—No reacciona a ningún estímulo —siguió el paramédico, alumbrándole un ojo con una pequeña linterna—. Hay que llevarlo ya mismo al hospital. Está en coma.

—No me sorprende. Ese golpe en la cabeza no tiene buen aspecto. —Trevor notó algo extraño—. ¿Qué es eso en su cuello?

El joven tenía unas marcas alargadas en la nuca, y en torno a la nuez, una especie de quemadura entre negra y azulada.

—No lo sabemos aún. No parece una contusión como las demás. Debemos hacerle unas cuantas pruebas.

—Adelante, entonces. Nosotros continuaremos aquí —señaló el automóvil con un gesto de la mano—. No olviden remitir el informe a la estación en cuanto tengan los resultados.

—Como ordene, oficial.

El paramédico empujó la camilla hacia la ambulancia, donde el resto del personal médico aguardaba... y entonces, como si hubiera estado aguardando una señal, el joven abrió los ojos. Trevor se echó hacia atrás, sorprendido. La mano del muchacho salió disparada hacia él, sujetándolo por la muñeca.

—Atrás... —barboteó a través de la mascarilla, mirándolo con desesperación—. A... atrás...

—¿Qué? —Trevor intentó soltarse, pero lo tenía sujeto con una fuerza increíble—. ¿Qué dices? ¡Paramédicos! ¡Aquí!

—Atrás... —repitió el chico, mirando hacia el automóvil. Había verdadero pavor en sus ojos—. Atrás... ¡Atrás!

Tony bebió.

El Whisky le bajó ardiente por la garganta, instalándose en su pecho con una desagradable calidez. Iba a necesitar bastante de aquello esa noche.

Al frente, la carretera discurría tan negra y sombría como sus propios pensamientos, alumbrada apenas por la luz amarillenta de las farolas.

—Una última oportunidad... —murmuró para sí, aferrando con fuerza el volante de su viejo Chevy rojo—. Maldita sea, Pam, me la merecía... ¡Una última oportunidad para arreglarlo todo!

Pam no había opinado así, por supuesto.

Tony se había preparado durante toda la tarde. Se había mirado al espejo una y otra vez, acomodándose los cabellos negros que tanto le gustaban a ella, ensayando lo que le diría, cómo sonreiría, cómo le haría recordar todos los momentos que habían vivido juntos. E incluso luego de tanto prepararse, había ido a verla con la vaga pero persistente sensación de que aquello sucedería, de que Pam al fin le diría lo que siempre había temido escuchar.

Tony volvió a beber de la petaca. El whisky lo quemaba por dentro, pero de algún modo sentía frío. Ya nunca más volvería a ver a Pam. La había perdido. No importaban sus promesas de conseguir un trabajo, de retomar los estudios en la escuela técnica y sentar cabeza de una vez. Había estado dispuesto incluso a dejar los cigarros y las pastillas, la maldita botella de la que volvía a beber en ese preciso instante. No había servido de nada. Pam se había ido. Y esta vez era para siempre.

Tony tomó a toda velocidad la amplia curva que conectaba la primera con la sexta. Estaba sumamente oscuro. Los faroles repartidos a los lados de la calzada estaban apagados, del primero al último. Creyó ver un cartel de máxima velocidad junto a un poste, pero no le dio mayor importancia. El pie le pesaba sobre el acelerador. El motor de su viejo Chevy rojo rugía con estruendo. Sentía una especie de nudo en la garganta, un puño cruel que le impedía respirar y le llenaba los ojos de lágrimas.

Sacudió la cabeza. No lloraría, se negaba a hacerlo. Volvió a beber en cambio, vaciando la petaca hasta la mitad de un solo trago. En ese momento, un bache en el camino lo hizo rebotar en el asiento como una pelota. La botella resbaló entre sus dedos, cayendo justo bajo los pedales. Mascullando insultos, Tony se inclinó y palpó el suelo, recogiéndola de un manotazo. Cuando alzó la cabeza, llevándose de nuevo el licor a la boca, vio a una mujer parada en el medio de la ruta.

Tony escupió el whisky contra el parabrisas. Pegó un brusco y desesperado volantazo que, sabía, no le serviría de nada. El Chevy derrapó sobre el arcén, arrancando humo del asfalto, y pasó por encima de la mujer con todo el peso de su carrocería. Luego... silencio. Segundos, minutos, u horas quizás, de un silencio devastador.

Tony se quedó absolutamente inmóvil. Sus manos se aferraban con tanta fuerza al volante que los dedos le crujían. Varias veces intentó girar la cabeza y mirar por encima del hombro, pero fue inútil. Estaba paralizado.

—La... la atropellé... —musitó, sin terminar de creérselo aún—. La... la maté... ¡La maté!

De repente, sin poder evitarlo, abrió la puerta de un empujón y se inclinó sobre la banquina, vomitando de la impresión, la ebriedad, el estupor y todos los lúgubres sentimientos que cargaba dentro suyo. Se quedó unos cuantos segundos acuclillado en el suelo, tosiendo, llorando.

—La... la... mat... maté...

Apoyando una mano sobre el capó, Tony se incorporó tambaleante. Echó un vistazo temeroso al parachoque, y al parabrisas, pero no vio nada.

Sintiendo cada paso como una puñalada en el pecho, rodeó el Chevy y miró en todas direcciones. La noche era oscura, fría; bancos de niebla se pegaban al asfalto como una densa capa de algodón. Aun así, Tony veía con claridad la calzada, y lo que veía no tenía ningún sentido. Cada vez más asustado, rodeó por completo el automóvil, peinando los últimos metros que había recorrido antes de detenerse.

Nada. No había nada allí. Ni un cuerpo, ni sangre, nada. Estaba completamente a solas en medio de la carretera.

Incrédulo, volvió a revisar los alrededores, ayudándose con la pequeña linterna de su celular. No había rastro alguno de la mujer, ni delante del auto, ni detrás ni a los lados del camino.

Nada.

—¿Pero... pero qué?

Confuso, Tony apoyó ambos puños sobre el capó del Chevy, contemplando el vaho agitado de su propia respiración. La oscuridad lo envolvía como una nube casi tangible de penumbras. Hacía mucho, mucho frío.

Sin detenerse a buscar más explicaciones, subió nuevamente al auto y cerró la puerta. Encendió el motor, echando a andar hacia la noche y la niebla a toda velocidad. Condujo sin sobresaltos durante un largo trecho, negando con la cabeza, murmurando para sí.

—Los chicos se van a mear de la risa cuando les cuente esto... —susurró, sintiéndose un poco mejor—. O no me van a creer ni una palabra...

Poco a poco, el terror y la confusión cedieron paso a una lenta y forzada parsimonia. Tony sonrió nerviosamente, bebiendo un trago rápido de su petaca, pero al instante se arrepintió, arrojándola sobre el asiento del acompañante.

—Basta. No más de esta mierda por esta noche...

Intentando relajar el ritmo de su respiración, se centró absolutamente en el camino, acomodando la nuca contra el cabezal. En ese momento, mientras oteaba con ojos entrecerrados a través de la bruma, la vio.

Alguien lo observaba desde el asiento trasero.

Tony abrió la boca, como si quisiera hablar, pero ninguna palabra escapó de sus labios. Se quedó mirando el espejo retrovisor, atónito, contemplando el reflejo de la pálida joven sentada en el asiento trasero de su coche. La mujer, ataviada con un vestido desconcertantemente blanco, lo observaba desde el fondo de unos ojos vacíos e insondables. Sonreía. Le sonreía con unos labios oscuros y amoratados como la muerte.

Tony soltó un grito. Intentó pisar el freno y abrir la puerta, pero, en ese instante, una mano gélida como la nieve se cerró sobre su cuello. El viejo Chevy rojo salió despedido hacia un lado de la carretera, girando sin control. El robusto árbol de ramas bajas fue lo último que vio antes de estrellarse.


.

Carretera nocturna

.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro