Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Volver


Durante más de cuatro años estuve muerto ―o algo así―. Todo comenzó con un intenso y brusco dolor de cabeza. Sentado en el sillón de mi sala de música escuchaba al polaco Goyeneche, mientras, jugaba con el hielo en mi vaso de whisky ―me gusta saborear un buen añejo mientras escucho algún tanguito de fondo―. Intenté ponerme de pie, pero me mareaba, como aturdido. La vista se me nubló de repente. Quise dar unos pasos, pero mis piernas no respondieron, imposible coordinar los movimientos. Finalmente perdí el equilibrio y caí en la alfombra.
Tendido en el piso, sentí un hormigueo en el brazo izquierdo y un adormecimiento en las piernas. Perdí la visión: un telón cayó de golpe y me dejó a oscuras. Un tirón en la mejilla, y mi boca se torció con una leve rigidez. ¡Estaba siendo victima de un ataque cerebrovascular! ¡Por Dios, un ACV!
Como pude, repté por la alfombra en busca de la mesita del teléfono.
Choqué con una de sus patas y tiré del cable. El teléfono cayó contra mi pecho.
A duras penas, alcancé a pasar un dedo por el teclado y marqué el 911. Patético, no conseguía expresarme. La operadora de emergencia me preguntaba desde el otro lado de la línea, y yo no lograba articular ni una palabra. La voz enronquecida del Polaco ahogaba mi frustrado intento de pedir ayuda. De mi torcida boca salía un incomprensible y baboso balbuceo, igual a un bebé intentando hablar con su madre.
Finalmente me debo de haber desmayado, entrando en un coma profundo. Cuando desperté oí a mi hija, Grisel, decirles a los médicos que me encontró al día siguiente, tirado sobre la alfombra, retorcido, hecho un ovillo. Quise abrir los ojos y no pude, tampoco hablar ni moverme, entré en pánico ¿Qué me estaba pasando?

Síndrome de Enclaustramiento Total —jamás había escuchado algo así—. Ese fue el diagnostico final de los médicos.
Oí cuando le explicaban a Grisel, que ese síndrome viene a ser algo así como una lesión en el tallo cerebral, en la que el paciente está alerta y despierto, pero con los ojos cerrados.
Por eso yo no podía —ni puedo— moverme ni comunicarme: era por la parálisis de todos mis músculos voluntarios. Encerrado en mi propio cuerpo, trataba de explicarme qué me sucedía.
Yo tengo todos los sentidos cognitivos intactos, percibo todo lo que ocurre a mi alrededor pero no puedo comunicarme, es desesperante, te pica, te agarra la comezón hasta el ataque de caspa, querés rascarte el alma y no podés. Es como vivir en un ataúd, consiente, por el resto de tu vida.

Pero un día, volví. El telón se levantó, y un mundo nuevo se encendió como una pantalla en mi cabeza. Volví a la vida, o algo así.
Grisel había creado la fundación Dossier, dedicada a la investigación y desarrollo de instrumentos y dispositivos que permitieran establecer comunicaciones entre gente normal y gente en mi estado.
Ella, todos los días venía a darme el parte: que se había logrado conectar electrodos al cerebro de algunos pacientes, estableciendo una comunicación pobre con impulsos eléctricos. Que los científicos intentaban ir más allá, desarrollando un biochip para implantar en la corteza cerebral, y no sé cuántas otras cosas.
Hasta que… llegó el éxito: implantaron uno de esos biochips electro-químicos a mi cerebro.
—Es una pequeña plaqueta integrada —dijo Grisel—. Nanotecnología, lo llaman los científicos. Me explicaron que opera como una interfaz inalámbrica.
¿Me estaban convirtiendo en una especie de robot?
—Actúa como vínculo entre tu cerebro y la red mundial de comunicaciones —seguía diciendo Grisel—. En definitiva, te han conecto vía wifi o satélite a todas las redes sociales. Es una nueva forma de vida para gente como vos.
Ajá, pensé: para los que como yo, están muertos en vida.
Ahora somos “Los del otro lado”, “Los muertos vivos”, "Los Frankenstein de internet", como les gusta llamarnos a los que están en contra del biochip, los que no aceptan que vivamos de esta nueva forma. O, mejor dicho, no aceptan que vivamos.
No bien pude comunicarme, le envié un twit a Débora.
¿Cómo saber que ella me estaba engañando con uno de mis empleados?
Jamás olvidaré ese chat:
@GDossier Hola mi amor.
Débora se tomó su tiempo para contestar. Por la respuesta, me di cuenta de que ella lo tomó como una broma de mal gusto.
@Debora_Piglia ¿Quien es? ¿Grisel sos vos? No me hagas esto Nena
@GDossier Grisel esta al lado mio.
La mosquita muerta —yo ni lo imaginaba en ese momento, pero ella ya se estaba regodeando con mi enfermedad— llamó al instante. Y Grisel la puso al tanto de las nuevas tecnologías:
—Papá ya puede comunicarse, ma. ¿No es fantástico?
Desde ese día puedo conversar —en mi interfaz, pero, puedo—. Mi conexión con el mundo real es a través de las redes sociales: de Facebook, Twetter, Instagram, Youtube, etc.
Es extraño. Un mundo conocido, pero distinto. Yo estoy realmente adentro de las redes sociales, navego entre ellas. No tengo una pantalla frente a mis ojos, no; yo estoy adentro de la red, del circuito, o algo así, formando parte del mundo virtual. Puedo desplazarme de una red a otra en millonésimas de segundos.
Así descubrí la infidelidad de Débora. Lo descubrí mirando las fotos de sus muros. Ella sonreía feliz junto a uno de mis empleados: Gerardo, un subgerente traidor del que, por supuesto, más adelante me hice cargo. Pero esa es otra historia.
Enseguida descubrí que podía espiar el mundo real a través de Skype. Entonces, me concentré en dirigir mis ondas bioeléctricas y conectarme con la cámara de la computadora de Grisel —que había dejado en la mesita de la habitación—. Me costó bastante, pero logré apuntar hacia a mi cama y me vi.
El que dormía era un hombre demacrado que se parecía a mí. Era yo, obvio: había perdido mucho peso, casi un cadáver.
Un impulso virtual, acaso un estremecimiento, me serpenteó desde la cabeza hasta los pies. Apagué la cámara.

Fui el primero ¿El nuevo Adán de un nuevo mundo? Yo lo hice a mi imagen y semejanza. Contraté a los mejores programadores de software, a los mejores diseñadores gráficos, cree nuevas redes sociales, ciudades virtuales exclusivas para los habitantes de este nuevo mundo que se fue poblando poco a poco de gente en las mismas condiciones a las mías o similares. Gente que nunca tuvo contacto con el mundo real, o que por algún accidente dejó de tenerlo. Gente: en estado de coma, con hemiplejía, con parálisis facial, con autismo, ciegos, etc. Mi fundación los devolvió a la vida con el biochip, los insertó en la sociedad.
Hasta hubo gente que recurrió a cirugías clandestinas para emular alguna de las discapacidades —obligatorias—, para la inserción del biochip en el cerebro, cansados de vivir en un mundo de cambalache, seducidos por la hiperrealidad.
Todo Adán tiene a su Eva, yo la encontré, pero eso fue mucho después de aquel primer contacto con Débora.

Al otro día regresó del caribe, en donde estuvo revolcándose con su amante. Llegó hasta mí, y se arrodilló junto a mi cama, ahogada en un mar de lágrimas abrazó mi cuerpo inerte.
¡Una imagen patética, vía Skype!
No sabía si es que lloraba por mí, o por que se le terminaba la farra.
¡Lágrimas de cocodrilo!
El divorcio fue todo un reality show que siguió el mundo entero, el real y el virtual. Con nuestro divorcio empezó el litigio político y judicial más grande, más costoso, y más largo de la historia, que por supuesto gané.
Puse a los mejores abogados, a una flota de estudios jurídicos trabajando en conjunto. No era solo nuestro divorcio, estaba en juego la legalidad jurídica para que nos acepten como personas con los mismos derechos cívicos al resto del mundo. Pero la cosa fue mucho más allá.
Hubo una puja de poderes, políticos, económicos y religiosos. Se hizo un debate a congreso abierto en casi todos los países del mundo.
¡Ja! Tendrían que ver lo que fue nuestro ingreso al honorable congreso de la nación. Decenas de sillas especiales, semi-camas, dotadas con navegación GPS y videocámaras controladas vía Skype ―pueden ver el video en Youtube pinchando aquí―. Del respaldo sobresalía una pantalla para comunicarnos, el presidente de la cámara alta ―opositor al biochip―, nos atendió enseguida.
―He aquí una veintena de muertos, guiados a control remoto vaya uno a saber por quien, que pretenden ser reconocidos con los mismos derechos que los mortales.
Mi respuesta tardó nada, en aparecer a mis espaldas en la pantalla.
@GDossier Parece que el señor presidente no contó bien, si mira a su alrededor verá que somos muchos más que una veintena, pero eso es debido a la escueta capacidad del recinto, afuera en las calles, hay cientos de nosotros esperando que fallen la ley a nuestro favor. Por cierto, me parece señor presidente, que el olor a descomposición viene de su lado.
Hubo risas que bajaron de varias bancas, y emoticones en nuestras pantallas.
―Ustedes, señor Dossier ―se puso de pie para hablar, como si fuera el líder de una raza superior―, ustedes son los que andan como zombies por la vida, en esas ridículas sillas ortopédicas de ciencia ficción.
@GDossier ¿Solo nosotros? ¿Y ustedes? Andan por las calles caminando como muertos vivientes, metidos en esas pantallitas de los celulares, ya parecen de los nuestros. Y no solo en la calle: en los trenes, en los colectivos, en la cola del supermercado... En sus casas. No creo que haya mucha diferencia entre ustedes y nosotros, señor presidente.
―Ustedes quieren cambiar al mundo.
@GDissier Nosotros no queremos cambiar nada, queremos construir el nuestro. Yo viví el real, muchos de los aquí a mi lado y de los que están afuera no tuvieron esa suerte, no le quiten la única oportunidad de vivir algo parecido, para ellos es como abrir los ojos por primera vez.
―¿En un mundo de cartón?
@GDissier ¿Ah, sí? El cine, la televisión, son de cartón. Todo es ficticio, un decorado sin vida. Lo nuestro es otra cosa, estamos vivos, interactuamos, somos personas reales que habitan en las redes. Somos una comunidad distinta, que pelea por sus derechos.

El tratamiento de la ley fue largo, con varios cuartos intermedios, pero mis millones juntaron los votos necesarios para que la ley saliera a nuestro favor.
Fue una verdadera revolución mundial, muchos grupos aparecieron en las calles, manifestándose en contra y a favor. Hasta el vaticano puso el grito en el cielo, cuando se eligió al primer Papa virtual. Pero a la larga, cuando el cuerpo no da más, todos quieren venir.
Entre los abogados se encontraba Ivonne, una hermosa y joven francesa con hemiplejía. Madame Ivonne, como la del tango. Fue amor a primera vista de facebook, creamos un muro secreto, nuestro, privado, solo ella y yo. Pasamos horas de charla virtual, en este mundo no hay barreras físicas ni diferencias de edad, somos mentes que navegan libres, aquí somos todos iguales.
Tras mi divorcio, Ivonne y yo nos casamos. Algunos quisieron anular el matrimonio, lo querían declarar ilegal, pero la justicia falló a nuestro favor, y llovieron los casamientos de la era virtual. Creamos iglesias virtuales, a las que invitamos a nuestros amigos y parientes a presenciar la boda. Creamos salones de fiesta virtuales, en donde festejamos y bailamos hasta el virtual amanecer.
Un famoso diseñador gráfico recreó una paradisíaca isla con extensas playas, y una calida cabaña solo para nosotros, para nuestra luna de miel. Nuestros cuerpos virtuales eran perfectos... Hicimos el amor sobre la blanca arena, bajo las estrellas ¡Fue tan real!
Cada día que pasa somos más y más, el biochip es todo un éxito, los científicos de la fundación lo llevaron a la perfección, trabajaron en un ambicioso proyecto, algo que cambió al mundo para siempre.
La separación física del cerebro, de un cuerpo.
Ivonne y yo fuimos los primeros, ahora nuestros cerebros están en compartimentos electro-químicos. Hemos dado un paso hacia el futuro de la humanidad, nos desprendimos de un cuerpo mortal para ser inteligencia en estado puro. Ahora vivimos en un paraíso virtual y eterno.

Pero... Siempre hay un pero. Me había olvidado de Débora, pero no del traidor de mi ex empleado.
Averigüe aquí y allá, navegando entre páginas oscuras. Hasta que di con un sicario que emplea métodos modernos. Hace su trabajo sin hacer demasiadas preguntas, un tipo experto en lo suyo. Arreglamos un precio ―cobra por adelantado―, y dijo que tenía guardada una sorpresa para mí.
¡Vaya sorpresa!
Encontró al traidor escondido en la zona oeste del conurbano. Lo llevó hasta el camino de la rivera en Merlo, y lo arrastró entre la neblina invernal hasta el borde del río reconquista. Lo ató de pies y manos y lo puso de rodillas, entonces me dio la sorpresa, me contactó vía Skype.
Había montado un extraño aparato, un dispositivo con una ametralladora a control remoto, la cual yo podía manejar a mi antojo por la red.
¡Ah, que placer! ¡La cara que puso el tipo, cuando en la pantalla vio la mía, que no expresa nada!
Le vacié el cargador de la ametralladora al desgraciado, la potencia de la balacera lo arrojó al río, ahí quedó, entre el agua sucia y la basura amontonada del reconquista.
Claro que en ese entonces yo permanecía conectado a la carne, y eso, es lo que aún me hacía humano. La carne no razona, te juega en contra y suele nublar a la mente. La seduce, y uno toma inconscientes decisiones.
A los pocos días descubrieron el cuerpo, el primer sospechoso —obvio—, fui yo. El rastro que dejó la red llevó la investigación hasta Skype... El video fue mi condena.
El juicio fue corto y contundente ¡Veinte años de prisión! Esta es mi última actualización de estado, mañana me desconectan el biochip.
Pero ¿Que son veinte años cuando el tiempo no existe, cuando la vida es eterna? Ya bien lo dice el tango, "de que veinte años no es nada".

Me gusta 28. 476.349 Comentarios 27.639.263

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro

Tags: