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Furiosa metamorfosis

Cuando Gregorio Samsa despertó de un sueño intranquilo, corrió con espanto hasta el espejo del baño, para ver si se había convertido en una horrenda cucaracha.

Desde el día en que descubrió en la clase de literatura, que su nombre y apellido son iguales al del protagonista del cuento de Kafka, no hubo una sola noche que no soñara con tremenda pesadilla. Más aún, si tenemos en cuenta que sus compañeros de escuela se burlan todo el tiempo de Gregorio.

-Poné en alerta tus antenas -le dicen cuando la maestra le llama la atención.

-¡Dale cuca! Salí de la cueva -le gritan cuando se queda en el aula a la hora del recreo.

Cada tanto se encuentra con envases vacíos de insecticida sobre el pupitre. O carteles, como "Te espero a la salida. Firma Raid". Y otras notas por el estilo.

Ahora, frente al espejo, Gregorio Samsa toma la firme e indeclinable decisión de no ir más a la escuela. Se mira con recelo en el reflejo, busca minuciosamente en su cara, un pelo, algún defecto, algo que indique un minúsculo cambio hormonal. Gira para mirarse la espalda, los brazos, las piernas. Gregorio está sumamente obsesionado con la transformación del Gregorio Samsa del cuento.

La madre llama a la puerta.

-Gregorio, hijo, vas a llegar tarde a la escuela.

-No voy, madre. No quiero ir.

-¿Te sentis mal, Gregorio? ¿Te duele algo?

-No madre, no pienso ir hoy ni nunca más al colegio. Estoy harto de que me carguen todo el tiempo.

-Pero hijo -dice ahora el padre -. No podes abandonar las clases así porque sí. Pronto se olvidarán de ese cuento y todo volverá a la normalidad.

-Todo lo contrario padre -dijo el compungido Gregorio -. Ahora también me cargan en el barrio, en la canchita de acá a la vuelta, ya no podré ir más a jugar al fútbol.

-Vamos, Gregorio -dice la hermana, sumándose al ruego -. No me gusta ir sola por la calle hasta la escuela, el camino es largo y peligroso.

-Que te lleve papá, no pienso salir de mi cuarto.

Los padres y la hermana de Gregorio, se juntan para hablar en vos baja, luego, la madre es quien habla detrás de la puerta.

-Está bien, Gregorio, hoy y mañana podes faltar, la semana que viene comienzan las vacaciones de invierno. Vas a ver que cuando reanuden las clases, todos se habrán olvidado de ese ridículo cuento.

Gregorio Samsa, sonrió escondido debajo de la cama.

Claro que los padres no se quedaron de brazos cruzados, todo lo contrario, fueron hasta el colegio para hablar del asunto con la maestra y la directora del establecimiento, quienes prometieron hacer algo al respecto.

Mientras, en su casa, Gregorio adoptó comportamientos extraños; como evitar la luz deslizándose entre las sombras, o abandonar la cama para dormir en un rincón de la habitación.

Vivía encerrado en su cuarto, con las ventanas bajas y la puerta cerrada con llave, no dejaba que nadie lo viese, ni su hermana, con quien siempre tuvo la mejor de las relaciones. Comía a escondidas, por las noches asaltaba la heladera mientras su familia dormía. Incluso, más le gustaban las sobras guardadas en el horno, o paquetes de galletitas abiertos que la hermana iba dejando por toda la casa.

Los padres, atentos a esto lo marcaban de cerca, y concertaron una cita con el médico de la familia. Mientras tanto, optaron por apoyar y comprender a Gregorio, siguiéndole el juego.

Durante el día, dejaban las ventanas medio bajas, y las luces apagadas, para que Gregorio se sintiera a gusto y baje a comer, mire la tele, y esas cosas, aunque sea a escondidas. Si lo cruzaban en algún lugar miraban hacia otro lado, ignorando su presencia. Pero a él, le gustaba mucho más la vida nocturna.

Ante el menor ruido, Gregorio salía disparado a esconderse detrás de algún mueble, o debajo de la escalera. Una noche casi lo atrapan, si no se hubiese escondido en el bajo mesada. Lo invadió el pánico al escuchar los pasos de alguien acercándose a la cocina. Transpiró de pavor, mientras su corazón aceleraba el ritmo, con intensos latidos que parecían retumbar en el bajo mesada. Fue entonces que se acordó de otro cuento que leyó en la escuela "Corazón delator". Se le estremeció la sangre, de pensar que lo podrían descubrir por culpa de su atormentado corazón. Pero sucedió algo asombroso, inesperado. De la rejilla del piso empezaron a salir cientos y cientos de cucarachas que llenaron el bajo mesada, y Gregorio se sintió aliviado, como al calor del hogar, en familia. Gregorio espió con su vidrioso ojo, a través de una rendija, pero no con el ojo muerto como el siniestro viejo del cuento de Poe, si no, como el de un cristal a punto de romper en llanto. Cuando ya no hubo nadie en la cocina, las cucarachas volvieron a la rejilla y Gregorio por fin pudo salir de su escondite. La puerta de servicio en la cocina estaba entreabierta, y Gregorio ganó la calle. Levantó la cabeza y se encontró con la noche arriba.

Cuando se está por relatar algo acaecido durante la noche, es muy difícil evitar el lugar común y la fácil adjetivación: "era una noche estrellada", "la noche era cálida o fría, o lluviosa", "la noche estaba despejada", y una casi interminable lista de posibilidades que el artificio humano ha inventado para no llamar, ocasionalmente, las cosas por su nombre. Evitando esos frecuentes escollos diré, castizamente que, para Gregorio Samsa, era una noche de mierda, y está todo dicho.

Y como la noche estaba a tono con su vida, Gregorio decidió hacer de noche lo que no podía durante el día, darse una vuelta por el barrio.

Se desplazó tranquilo pero con prisa, esquivando el escaso alumbrado público y las ventanas vecinas. Dobló en la esquina y enfiló para la canchita, llevaba mucho tiempo sin verla. Entró por donde entraba siempre, por un agujero en el alambrado. Apenas cruzó el alambre oyó unas voces a lo lejos, eran ellos, los que hasta hace pocos días atrás eran sus amigos. Los que lo confinaron al encierro. Riéndose alrededor de un pobre fuego, donde se cocían unas papas a las brasas detrás de uno de los arcos. El solía hacer eso.

Gregorio Samsa, juntó toda la bronca del colegio con toda la bronca de la cancha. Y corrió hacia ellos... Corrió y corrió como nunca había corrido en su vida, y mientras lo hacía se sintió más fuerte y poderoso que antes, sintió una coraza protectora, como una especie de armadura negra recubriendo su cuerpo. Cuando se dio cuenta, estaba corriendo con sus seis alargadas y espinosas patas. Desplegó las enormes negruzcas alas, y chasqueando las mandíbulas se lanzó en furiosa picada sobre los traidores.

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