Sortilegio
Al principio pensé que estaba loco o que había tomado algo raro, pero después me convencí de que lo había imaginado. Seguí negándolo aquella vez que lo vi sentado escribiendo en la computadora, porque en cuanto notó mi presencia volvió a su postura normal y maulló. Empecé a admitirlo cuando lo encontré en el pasillo del edificio, con la puerta del departamento abierta.
—Mis fuentes dicen que la Esfera Pretérita podría estar en sus manos —dijo, con una voz que ya había escuchado antes.
—Debemos preparar un equipo de recuperación —le contestó Gurt, el perro negro del vecino. Ambos se callaron al verme.
Mi gato se frotó en mis piernas y acaricié su pelaje naranja antes de entrar al departamento. En seguida, se puso a jugar con sus ratitas de peluche. Un día después, lo hallé sentado frente a la ventana hablando con una gata atigrada de otro departamento. Ella asintió y se bajó del alféizar.
—Mascha, tenemos que hablar —le propuse, harto. Él me miró y sentí una extraña energía, mientras algo cambiaba en la atmósfera. Mi gato se incorporó y empezó a crecer, su cuerpo se transformó. Seguía teniendo sus bigotes, pero su pelaje era más corto, casi imperceptible. Su boca se parecía a la nuestra y sus orejas eran más pequeñas y estaban a los costados de la cabeza. Sus manos también se parecían a las nuestras, eso sí, con uñas muy filosas que extendía y retraía sin cesar. Tragué saliva.
—Disculpa —dijo, al notar mi inquietud—. Es algo que hago cuando estoy nervioso.
—¿Qué es todo esto? —pregunté—. ¿Desde cuándo te transformás? ¿Qué estás planeando con las mascotas del edificio?
—Se avecina una catástrofe que afectará a nuestro universo y a muchos más —explicó sin inmutarse—. Con el Cánido y mi compañera Félida nos estamos organizando para recobrar un instrumento de nuestros ancestros que creíamos perdido, y que está por caer en manos de unos seres desconocidos. Para ello debemos abandonar la forma modesta que ves normalmente.
—Estoy loco —exclamé, con la voz quebrada—. Acabo de perder la razón.
—No. Siempre estuviste preparado para conocer esta parte de la realidad que casi todos los humanos visitan en sueños —aseguró Mascha, luego parpadeó y miró alrededor.
Las paredes se volvieron transparentes y pude ver los muebles en los otros cuartos, así como a mis vecinos que seguían con sus cosas en sus departamentos, ignorando este fenómeno.
—Tengo que irme —afirmó Mascha.
—¡No me dejes! —le dije, y caminé hacia él. Deseé que fuera de nuevo un pequeño gato para poder acariciarlo—. Es demasiado saber que ustedes se transforman y que se avecina una catástrofe cósmica. No voy a soportarlo si estoy solo. Y te voy a extrañar.
Dos seres bípedos y algo más altos que yo atravesaron las paredes. Eran Gurt y Jazmín, la gata de la vecina. Venían a buscarlo. Mascha me abrazó y sentí su ronroneo en mi pecho.
—Tranquilo. Volveré pronto. Aunque no me veas, siempre estaré contigo —prometió. Lo último que recuerdo es verlos atravesando un portal, antes de que una luz me cegara. Después, todo volvió a la normalidad. Aunque sin Mascha. Cuando estoy muy triste, llevo una mano a mi pecho, cierro los ojos y siento su ronroneo.
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