Estabas estudiando en tu cuarto cuando te habló. Parecía una buena propuesta: él iría a la escuela, haría las tareas y otras cosas aburridas, dejándote más tiempo libre. Frunciste el ceño, preguntaste cuál era el precio. No tenía rostro ni cuerpo, pero lo que estaba a tu lado, esa ondulación en el aire parecida a un gas vivo, sonrió. Era un guardián, un amigo que venía a facilitarte las cosas. Aceptaste, y siguiendo sus indicaciones, apoyaste tus palmas en él. Al instante, tu doble se materializó junto a ti.

Leíste todos los libros y las historietas que querías. Alcanzaste todos los niveles en los video-juegos. La cabeza empezó a dolerte, comenzaste a sentir mareos y un leve sopor.

—Tiene un doble —denunció tu hermanita—. Yo lo vi, es como un fantasma.

Te estremeciste. Tus padres se rieron.

—Tu hermana es igual a tu tío —aseguró tu madre—. Siempre inventando historias.

Suspiraste, aliviado. Sabías que no le creerían.

—Estás pálido —dijo tu hermana, unos días después—. No puedes estar en dos lados a la vez.

—Cállate, no entiendes nada.

Prendiste la consola. No tenías que ir a la escuela, ni siquiera acompañar a tus padres a esos paseos aburridos. No ibas a hacerle caso a una mocosa. Dejaste el control a un lado. Sentiste náuseas y dolor de cabeza, el mareo ya no se detenía. Con los ojos cerrados, te recostaste en el sofá, mientras todo daba vueltas y empezabas a flotar.

Sin manos ni pies, ni siquiera un cuerpo. Sin embargo, existías flotando como un vapor en el aire. Debajo viste a tus padres y a tu hermana: cenaban junto al impostor. Sé que estás ahí, te dijo con una mirada. Tenías razón, había un precio.

Gritaste sin cesar, pero ya no tenías voz.