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XXIII. Hechizo.

Por estas tierras se dice que hay un macabro conjuro tallado en las piedras de una tumba olvidada por todos, un hechizo maléfico que decía palabras impronunciables; poseía largas oraciones profanas que solo buscaban la atracción del caos, la apertura al umbral de lo prohibido, lo muerto, lo impío: un método para abrir la cripta, aquel mausoleo donde se encuentra la peor abominación del todopoderoso.

Nadie debería tener deseo alguno por buscar a ese ente repulsivo, nadie debería ser consciente de su existencia en primera instancia. En milenios, no hubo hombre ni mujer capaz de dar con el secreto mejor guardado por el cielo y el infierno; ningún ser encontró el sendero hacia las tierras muertas, mucho menos tuvo la suficiente voz para pronunciar el hechizo impuro que abriría las puertas hacia las cavernas ennegrecidas, horridas, completamente deleznables.

Empero, hubo quien encontrase una forma de hacerse camino hacia la cripta, descendiendo entre los cadáveres añejos que los milenios azotaron hasta convertirlos en cenizas; las partículas que bailan en la pequeña bóveda están lejos de ser polvo, en realidad son los restos de los habitantes de esta tierra maldita. La Emisaria baja hacia las catacumbas mientras es bañada por los restos de un millar de cadáveres, su ropa manchándose con los últimos momentos de un montón de mortales que nunca conoció ni conocería jamás.

Cuando llega al final de la empinada escalera de caracol ella se encuentra frente a grandes puertas de hierro oxidado, y entonces, canta.

Es una melodía indescriptible, carente de palabras, solo una entonación vocal como esta sería capaz de atraer a lo que yace del otro lado del gran portal. El canto sinfónico se combina con el golpeteo abrumador que proviene desde el más allá, si este ser abominable quiere o no acabar con el cantico hechizante, ella no lo sabe, y es claro que tampoco le inquieta pues jamás de interpretar su sonata maléfica.

Toda balada se termina cuando el crujir del caos resuena.

El umbral se abre, la criatura emerge de allí con parsimonia, sin prisas; esta es la prueba irrefutable de su inmortalidad. Después de todo, a quien le sobra el tiempo, nunca vivirá de afanes ni apuros, incluso si ha vivido milenios atrapado en una cripta; para él solo fue un segundo dentro de una larga vida colmada de breves instantes.

Quizá, es por ello que también elige seguir a la mortal que lo guía hacia arriba, hacia donde sale el sol, hipnotizado por el hechizo de libertad que ella le promete. 

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