Capitulo II: Reencuentro
Me encontraba frente al espejo de mi tocador, observando cada detalle de mi reflejo. El vestido morado chicle se ajustaba perfectamente a mi figura, con sus bordados intricados y la pedrería blanca que brillaba como estrellas en la noche. Cada movimiento me hacía sentir como si estuviera vistiendo un trozo de cielo.
Justo cuando me estaba aplicando un poco de perfume, los trompetines resonaron a través del palacio, cortando el murmullo de la preparación. El sonido era un aviso de que la inauguración del torneo iba a comenzar. Mi corazón dio un ligero brinco; una mezcla de emoción y nerviosismo me invadió. La reina Ámbar, mi hermana, apareció en el umbral de la puerta con una expresión de cautela, como si tuviera el peso de la ceremonia sobre sus hombros. Pobre de ella, siempre tan seria.
—Sofía, es hora —dijo con una voz firme pero amable, mientras sus ojos brillaban con el orgullo de la ocasión.
Asentí, dándole una última mirada a mi reflejo. En ese momento, decidí que, sin importar los nervios, iba a disfrutar cada instante de la celebración. Salimos juntas del cuarto, sintiendo cómo los murmullos y risas del salón se intensificaban al acercarnos.
Al cruzar la puerta del salón, el bullicio se transformó en una cálida ovación. Los miembros de la familia real, junto con cientos de invitados, nos recibieron con aplausos y sonrisas, como si fuéramos las estrellas de un espectáculo que, por lo que sabía, no era más que un torneo de polo. Caminando entre la multitud, sentí la energía vibrante a mi alrededor; cada aplauso era un recordatorio del papel que estaba a punto de desempeñar.
La reina Ámbar comenzó a hablar sobre la festividad y la importancia del torneo, donde los mejores jinetes de los reinos se enfrentarían por el trofeo de oro. Sus palabras flotaban en el aire, llenas de emoción y orgullo, como si habláramos del descubrimiento de un nuevo continente. Sabía que todo el reino esperaba ansioso ese evento; los murmullos sobre quién sería el campeón, las apuestas entre amigos y la tradición que celebraba la destreza y el espíritu de unidad entre los reinos.
Mientras escuchaba a mi hermana, no podía evitar que mis pensamientos se desviaran a Hugo. Había pasado tres semanas desde que lo había invitado a este mismo evento, un recuerdo que me hacía sonreír en secreto, aunque no tan secreto en realidad. Miré hacia la puerta principal, esperando su llegada con la paciencia de un niño en víspera de Navidad.
—Y recordemos que este torneo no solo es una competencia, sino una celebración de la amistad entre nuestros reinos —añadió la reina Ámbar al final de su discurso. Mis pensamientos seguían persistiendo en la imagen de Hugo y su encantadora sonrisa. ¿Estaría tan emocionado como yo por ver a los jinetes enfrentarse en la cancha o sus expectativas eran mucho más mundanas?
Mientras disfrutaba del calor de la ovación y me sabía parte de una gran tradición, no podía evitar sentir que parte de mi corazón estaba anhelando ese encuentro. La música comenzó a sonar, y el salón se llenó de vida. Pero en el fondo, mi mirada seguía dirigiéndose hacia la puerta, esperando que Hugo apareciera y compartiera este momento tan especial conmigo.
—Disimula un poco —dijo Ámbar, mientras saludaba a los invitados con un pequeño movimiento de la mano—. Llamas mucho la atención mirando fijamente hacia la puerta. ¿Esperas a alguien importante?
—Lo siento —dije, nerviosa—. No vemos a Hugo desde hace años. Me gustaría que vinieran.
—Llegarán pronto; además, en la invitación mencioné que quería hacer unos negocios con ellos. Sabes cómo aman los tratados, y más aún el rey Garrick. Siempre tan ocupado con sus tretas y acuerdos, un verdadero maestro en su campo... de política.
Poco a poco anunciaban a los reinos que participarían en el torneo; mi ánimo bajó cuando nombraron al reino de Zimodorok. Busqué entre cada uno de sus jugadores cuando la luz se centró en el equipo, liderado claramente por el príncipe Axel, un chico con el que jamás soñaría compartir una conversación.
Hubo una pausa antes de que anunciara al reino de Eldoria y fue entonces cuando lo vi: para mi sorpresa, Hugo lideraba el equipo de Eldoria, que sería el contrincante de su propio reino. Ámbar me miró con sorpresa antes de dar su otro planificado discurso.
—Es de mi agrado darles la bienvenida a todos los equipos y a cada uno de sus participantes...
Miraba a Hugo de reojo; era más alto que la última vez, llevaba un traje negro con cola, un chaleco, una camiseta blanca y un pañuelo adornando su cuello en forma de lazo. Y sus botas, que siempre lo caracterizaban. Nuestros ojos se encontraron y me regaló esa típica sonrisa maliciosa y algo arrogante, como si supiera que había estado pensando en él todo el tiempo.
Cuando mi hermana terminó de hablar y dio inicio al baile, noté cómo Hugo hablaba con el rechoncho rey Felipe y se retiró del grupo. Me solté de mi hermana y me introduje entre los bailarines, buscando a Hugo hasta que sentí que me tomaban del brazo.
—¿Me permitirías este baile? —los ojos color avellana de Hugo se encontraron con los míos, y no pude evitar notar la chispa de diversión en ellos.
Asentí con la cabeza, colocando una mano en su hombro y la otra tomando la suya, sintiendo cómo colocaba su mano en mi cintura, como si estuviera marcando terreno. Con un giro, nos unimos al baile.
—Me da gusto que hayas venido —dije.
—No podría negarme. Además, quería ver cómo te las arreglaste para organizar todo esto sin desmayarte. Debo decir, ¡qué fortaleza! —bromeó, con ese tono ligero que siempre utilizaba para ocultar sus verdaderos sentimientos.
—No ha sido fácil —respondí, tratando de ocultar el rubor que empezaba a invadir mis mejillas—. Ámbar ha estado ocupada con los detalles del evento, pero yo... yo solo quería que todo saliera perfecto
Hugo sonrió, una sonrisa que iluminaba su rostro y que me hizo recordar los años perdidos, las risas y los secretos compartidos.
—Lo has logrado —dijo, rodeando mi cintura con un agarre firme pero suave. Empezamos a danzar al ritmo de la música, y en medio de la multitud, sentí que el mundo se desvanecía a nuestro alrededor.
—¿Qué ha sido de ti en Zimodorok? —pregunté, rompiendo el silencio que se había formado entre nosotros.
—Mucho trabajo, mucha nieve —respondió, su tono de voz se volvió más serio—. La competencia aquí es feroz. Pero Zimodorok ha cambiado, los desafíos son cada vez más grandes... como la presión para mantener a Axel en el trono, no podría ser un príncipe sin una montaña de responsabilidades.
Mi corazón se encogió. A pesar de nuestros años de separación, mi instinto aún me decía que hubo algo más tras esa sombra en su mirada.
—¿Y tú? ¿Sigue el plan de la familia con respecto a tu futuro?
—Por el momento, sí. Pero entre tantos compromisos y presiones, hay momentos en que me pregunto si realmente quiero todo esto —dije, refiriéndome a las expectativas que pesaban sobre mí y mi hermana. La vida de corte no siempre era lo que esperaba, a pesar de lo que la gente dice.
Hugo me miró, la intensidad de su mirada hacía que me sintiera expuesta.
—Entonces quizás deberías pensar en lo que realmente deseas —sugirió—. No puedes dejar que otros dicten tu destino.
Lo miré a los ojos, comprendiendo que él también lo había luchado de dicha manera. La música se volvió más emotiva y, por un momento, sentí que el tiempo se detenía en el vaivén del baile.
—Hugo, ¿crees que...? —comencé a preguntar, pero la burbujita de mi valentía estalló cuando escuché la voz de Ámbar llamándome desde la distancia. —Perdona, debo ir con mi hermana —dije con un susurro mientras me apartaba de su abrazo—. Pero no te vayas aún. Necesito hablar contigo después.
—Te esperaré —respondió con una leve inclinación de cabeza, y cuando me retiré, su mirada se mantuvo fija en mí, como si fuera el único rayo de luz en esta fiesta.
Los momentos transcurrían, y la ceremonia avanzaba entre risas y brindis efusivos. La imagen de Hugo no se desvanecía de mi mente, y la preocupación por lo que le había preguntado se arremolinaba en mi pecho. ¿Qué realmente deseo?, me pregunté una y otra vez, como si buscar la respuesta pudiera darme claridad en medio de la confusión.
—Ya voy...—respondí a Ámbar, que seguía llamándome, sabiendo que tenía que centrarme en la celebración, al menos por un momento más. Me forcé a sonreír y mezclarme con las multitudes, sumándome a la alegría del evento.
Finalmente, durante un instante de calma en medio de las festividades, me escabullí hacia el jardín exterior. La luna brillaba en el cielo estrellado, y el aire fresco me alivió de la naturaleza claustrofóbica del salón.
—Hugo —llamé, apenas un murmullo, pero sabía que mis pasos conducirían a donde él se encontraba.
Lo encontré apoyado contra un árbol, contemplando el cielo como si buscara respuestas en las estrellas. Su rostro se iluminó al verme, y esa chispa de alegría en sus ojos me dio valor.
—Tenía miedo de que te hubieras ido —dijo con una sonrisa aliviada.
—No podría —respondí, avanzando un paso hacia él—. Necesitaba hablar contigo. Quiero entender lo que realmente significan todas estas expectativas. A veces, siento que están construyendo un camino para mí que no he elegido. O que ni siquiera he pensado en elegir.
Hugo se movió un poco, ofreciéndome un espacio en el que ambos podríamos hablar abiertamente, como buenos príncipes y princesas modernas.
—Es difícil —admitió, el tono de su voz más profundo—. Todos esperan que seamos lo que quieren que seamos. Pero creo que el primer paso es tener claro quién eres realmente. Solo así podrás decidir qué camino seguir.
—¿Quién eres tú, Hugo? —pregunté, desnudando el alma de aquel amigo que había conocido—. Porque el joven aventurero parece ser muy diferente al hombre que me cuentas.
Él se quedó en silencio por un momento, pensativo. Finalmente, sus ojos se entrecerraron, como si tratara de descifrar un rompecabezas.
—He aprendido a enfrentar mis miedos, a desafiarme a mí mismo. He conquistado torneos, pero he perdido parte de mí en el proceso. La emoción de la competencia no significa nada si al final el trono se convierte en una celda...
Mi pecho se llenó de una mezcla de admiración y tristeza. Podía sentir el peso de su elección, y al mismo tiempo, resonaba en mí lo que él decía.
—A veces es más peligroso tener todo lo que se ha deseado —dije—, porque puede no ser lo que en realidad necesitamos.
Hugo asintió, esa comprensión profunda entre nosotros estableciendo un puente, uno más fuerte que todos los tratados que firmaban nuestros reinos.
—Entonces, si esa idea resuena contigo, ¿por qué no dar el primer paso para cambiar eso? Te invito a Zimodorok —propuso, sus ojos brillando con entusiasmo—. Te mostraré lo que hay más allá de las paredes del palacio.
Una súbita emoción me invadió. La idea de explorar su reino, de compartir esos momentos con él, me llenó de alegría. Sin darme cuenta, dejé escapar lo que rondaba en mi mente.
—Sería un... un gran honor. Además, siempre he querido ver cómo es un reino en el que vive un príncipe tan valiente y atractivo... aunque sea de forma completamente profesional, claro.
Sentí que el calor subía a mis mejillas, y la reacción de Hugo, una mezcla de sorpresa y un ligero rubor en sus mejillas, me hizo sentir un escalofrío agradable. Entonces, él me miró con una sonrisa traviesa.
—¿Y tú? Si un día te lo pido, ¿estarías dispuesta a casarte conmigo?
Me sonrojé al instante. El calor subió a mis mejillas y sentí que mi corazón se aceleraba.
—¡No digas tonterías, Hugo! —exclamé, tratando de sonar desentendida, aunque en mi interior estaba ardiendo de vergüenza.
La risa en su rostro me hizo sentir un poco más cómoda, pero no podía dejar que esa conversación se convirtiera en algo más de lo que ya era.
—Deberíamos regresar —dije, intentando cambiar de tema con un tono juguetón mientras la música se filtraba nuevamente en nuestra burbuja.
Ambos reíamos mientras nos dirigíamos de vuelta, pero en mi mente, sus palabras seguían resonando. ¿Qué pasaría si alguna vez me lo pidiera de verdad? Era una pregunta que me preocupaba y fascinaba a la vez.
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