Capitulo I: Tratados y reinos
El olor a pergamino y tinta invadía la estancia, mientras la luz del sol se filtraba por la ventana, iluminando los papeles dispersos sobre la mesa de roble. Las letras danzaban ante mis ojos, pero mi mente apenas podía concentrarse en las palabras. Desde que asumí la responsabilidad de la administración del reino, cada día se me presentaba como un nuevo desafío.
Revisé un documento tras otro, sumergiéndome en informes sobre cultivos y tratados de comercio, cuando de repente, la puerta se abrió con un crujido. Giré la cabeza y vi a mi hermano mayor, el príncipe Axel, entrar en la habitación con una expresión de urgencia.
—¡Hugo! —exclamó, sus ojos brillando con una mezcla de preocupación y prisa—. ¿Qué haces aquí? ¡Nos estamos retrasando!
Resoplé, soltando el documento que tenía entre manos. —Solo estoy revisando estos informes. Hay mucho en juego, Axel. Debemos asegurarnos de que todo esté en orden antes de reunirnos con el reino vecino. No quisiera que me acusen de ser el príncipe que ignora la abrumadora responsabilidad que tengo.
Axel dio un paso adelante, su mirada fija en los papeles que aún estaban esparcidos por la mesa. —Entiendo que sea importante, pero el rey de Eldoria no espera. Además, no podemos darles la impresión de que no valoramos su tiempo. Abandonar esto, al menos por hoy, podría ser más sabio.
Inspiré hondo, sintiendo la frustración burbujear en mi interior. La presión del deber nunca cesaba. —Tienes razón, lo sé... —murmuré, dejando caer la pluma que sostenía sobre el escritorio, como si eso pudiera liberar la tensión acumulada en mi pecho. Porque, claro, dejar caer la pluma es lo que los grandes príncipes hacen para desestresarse.
Axel entrelazó los dedos y se acercó a mí, su voz más suave ahora. —Escucha, hermano. El reino vecino es vital para nuestra alianza, y esta reunión puede definir nuestro futuro. Confía en mí; esos papeles estarán ahí cuando volvamos. A menos que, ya sabes, decidan tener una vida propia y mudarse a una casa de verano o algo así.
Me detuve un momento, observando su rostro sereno, que siempre había sido un ancla en medio de mis tormentas internas. Asentí lentamente, comprendiendo que, aunque cada informe era una pieza del rompecabezas, en el gran esquema de las cosas, nuestra unión con Eldoria era aún más crucial.
—Está bien —dije al fin, dejándome llevar por un soplo de determinación—. Vamos a prepararnos. Que no se diga que los príncipes de Zimodorok llegan tarde.
Caminaba por los pasillos del palacio junto a Axel; los pasos resonaban en el mármol pulido. Las grandes ventanas, adornadas con cortinas de terciopelo, dejaban entrar un rayo de luz que iluminaba los intrincados detalles de los frescos del techo. Me detuve un momento frente a una de ellas, dejando que mis ojos se perdieran en el paisaje invernal que se extendía más allá. Este año, la nieve cubría todo como un manto de seda, suave y brillante, tan puro que parecía casi un sueño.
—No hay nada como una buena nevada para inspirar el alma, ¿no crees? —comenté, sintiendo el frío del cristal helado sobre mis manos. Emocionante, ¿verdad? La mayoría de la gente se inspira con cosas como aventuras y conquistas, pero entiendo perfectamente el entusiasmo por la nieve.
Axel se rió, un sonido que resonó en el silencio del palacio. —Siempre nieva, Hugo. ¿Qué hay de diferente con las otras nevadas? Vamos, ¿hace falta tanto dramatismo?
Tomé un respiro profundo y observé el paisaje blanco. Tal vez no había una respuesta sencilla, pero este año la nieve me parecía más mágica, como si abrazara los secretos del palacio y los sueños aún por cumplir. Antes de que pudiera articular mis pensamientos, una criada apareció en el umbral con paso veloz, interrumpiendo nuestra conversación.
—Señor Hugo, disculpe —dijo, con un gesto de respeto mientras me extendía un sobre sellado—. Esto se lo envían.
Recibí el sobre, y al leer el nombre que adornaba la caligrafía, una oleada de emoción me llenó. Era de la princesa Sofía. Sin poder evitarlo, una sonrisa se dibujó en mis labios. Justo cuando mi corazón palpitaba rápido, Axel se asomó por mi hombro, ojeando el contenido del mensaje.
—Los dos tortolitos se siguen hablando por cartas —bromeó, y su risa llenó el aire frío del pasillo—. ¡Qué romántico! Ya deberías hacer tu gran gesto de amor y entregarle hasta flores en la siguiente carta.
Sin darle más importancia, guardé el sobre con cuidado en el bolsillo de mi traje, sintiendo su peso a mi lado, como un secreto compartido. Axel continuó su camino, riendo todavía, pero no podía dejar que su broma empañara mi alegría. Le seguí a pasos rápidos, la nieve y las risas del palacio desvaneciéndose poco a poco.
La brisa helada me dio de lleno en la cara al salir del palacio. La nieve crujía bajo mis pies, y a lo lejos, nuestro padre nos esperaba en la entrada con una expresión de impaciencia, sus manos resguardadas en los profundos bolsillos de su abrigo de piel. Era un hombre imponente, con una presencia que imponía respeto a pesar de su carácter afable. Las solapas de su abrigo estaban alzadas, como si intentaran protegerlo de la gélida atmósfera que nos rodeaba.
—Vamos tarde —resonó la voz de nuestro padre, el rey Garrick, un timbre grave y autoritario que cruzó la distancia hacia nosotros. Se había acercado con su imponente figura, envuelto en su abrigo, que lo hacía aún más grande de lo que ya era. Un gorro de piel de lobo cubría su cabeza, y sus botas, reforzadas y hasta las rodillas, resonaban en la nieve con cada paso decisivo que daba. Bajo la capucha, su mirada era intensa y certera.
Mi hermano estaba a mi lado. Axel, el futuro rey, lucía un abrigo similar, pero con un toque de facilidad juvenil que le daba un aire más ligero a su figura. Su cabello oscuro asomaba bajo su gorro, y aunque su expresión delataba una mezcla de emoción y nervios, la determinación brillaba en sus ojos. Por mi parte, me sentía como una torre de fuerza a su lado: mi abrigo me envolvía como una armadura y mi expresión reflejaba leal compromiso. Ambos llevábamos botas del mismo estilo, reforzadas y listas para enfrentarnos a la nevada y tumultuosa jornada que nos esperaba.
Me di cuenta de que la decisión de Axel de coronarse rey no solo cambiaría su vida; sería un momento clave para todos nosotros, un giro en la historia que acabaría resonando en cada rincón del reino. Mientras el rey Garrick se acomodaba dentro del carruaje, la anticipación creció en mi pecho.
—Hugo, sé mucho del empeño que le pones a tu trabajo —dijo mi padre con voz áspera—. Y más en un reino que nieva ocho meses al año. Lo que no me gusta es que te guardes entre esos papeles y te olvides del mundo, de Axel, de mí y de ti mismo. ¿Sabías que fuera de esos documentos hay un lugar llamado "vida"?
—Solo estoy tratando de hacer lo mejor —contesté, aunque sonaba un poco a argumento de niño en la defensiva.
—¿Desde cuándo no participas en un torneo de polo? ¿Cuándo fue la última vez que montaste un caballo? —replicó—. Aparte de ya no jugar hockey. ¿Lo olvidaste acaso?
—Déjalo, padre —intervino Axel—, la única que lo saca de su firmeza es la princesa Sofía, del reino de Encanto. Hoy recibió una carta de ella; hubieses visto cómo se puso. Una carta de amor... sin flechas ni nada.
—En mi defensa, estudiamos en la misma academia —hablé con orgullo—. Éramos compañeros en los torneos, ganamos la corona voladora y, si mal no recuerdo, también ganamos la competencia de patinaje. ¿Hasta cuándo deberé recordarte, Axel?
—Siempre me agradó esa jovencita —dijo Garrick—. Te la pasabas molesto constantemente. Ahora eres más amable y menos arrogante. Me pregunto si ustedes se casarán.
—No creo que sea el tipo que ella busca —observé mientras caían algunos copos por la ventana del carruaje, sintiéndome muy seguro de mi lugar en el mundo.
—¿Y si realmente fueses su tipo, aceptarías? —la sonrisa maliciosa destacó en el rostro de Axel.
—Me encantaría responderte esa pregunta, querido hermano. Pero no tendrás ganancia alguna, independientemente de si digo "no" o "sí". Aparentemente, es un experimento de la vida, ¿no?
—Eso es porque realmente no lo sabes, ¿verdad? —dijo Axel, inclinándose hacia mí, su cara iluminada por la intriga—. Temo que en el fondo de tu alma aún hay un anhelo por algo más que solo el deber que has abrazado. O quizás su carta sea un desencadenante de nuevos anhelos.
El carruaje comenzó a moverse, y la nieve crujía bajo las ruedas. De repente, pensé en la imagen de Sofía, su risa contagiosa y su cabello castaño. Era cierto que nuestra relación había sido construida sobre la camaradería, pero la idea de algo más había empezado a florecer en mi mente. Sin embargo, nunca había permitido que esas emociones florecieran completamente.
—No nos desviemos de lo que realmente importa —respondí, tratando de mantener una expresión seria—. Hoy estamos a punto de sellar un pacto con Eldoria. Ese es nuestro enfoque.
Garrick asintió con una mirada de aprobación. —Buena respuesta, Hugo. Pero no cierres la puerta a los sentimientos. El reino necesita príncipes con pasión, no solo con estrategia. Porque, seamos honestos, eso es lo que realmente vende.
Las palabras de mi padre permanecieron en el aire mientras el paisaje invernal se deslizaba al otro lado de la ventana. El carruaje se movía a un ritmo constante, y mis pensamientos no podían evitar divagar. Mezclé mis preocupaciones sobre la reunión con la imagen de Sofía, preguntándome si mis sentimientos por ella eran realmente lo que deseaba. Una búsqueda entre los deberes de un príncipe y las trivialidades de un enamorado.
—Prometo que esta vez haré lo posible por mantenerme en la conversación mientras encuentre el momento adecuado para hablar con Sofía —dije, más para mí que para ellos, pero también como quien busca una salida digna.
Axel sonrió más ampliamente. —Eso me gusta. No nos dejes en el aire. La próxima vez que la veas, asegúrate de que sepa tu verdadero corazón. O al menos lo que solía ser.
El carruaje se detuvo bruscamente, y el rey Garrick nos lanzó una mirada seria. —Ya estamos aquí. Recuerda, mis hijos, las alianzas no se crean solo con tratados; se construyen con confianza y amistad. Así que, traten de no protagonizar una telenovela mientras estén aquí.
La gran puerta del salón se abrió ante nosotros, revelando a una multitud en la sala de recepción. Nobles y dignatarios, todos vestidos con elaborados trajes, se reunían en un ambiente cargado de expectativas y nervios. Aquellos a los que estaba acostumbrado a ver en cortés debates ahora parecían importar más que nunca. Me pregunté si también se sentían la presión de las decisiones que se tomarían ese día. Si al menos uno de ellos tuviera al menos una idea de lo que significa el "estrés real".
—¿Listos? —preguntó Axel, su voz firme a pesar de la nerviosidad que lo invadía.
—Listos —respondí, enderezándome, sintiendo el peso de las coronas futuras sobre nuestros hombros. Aunque, por un momento, me pregunté si realmente estaban listas.
Un guarda real nos dirigió hacia el estrado, y a medida que nos acercábamos, pude ver a la reina de Eldoria, su rostro atento y amable, sonriendo al reconocer a mi padre. La sala quedó en silencio mientras todos se giraban hacia nosotros.
El rey Garrick alzó su mano en señal de saludo e hizo un gesto para dar comienzo a la reunión. Mientras su voz resonaba con la dignidad que le caracterizaba, me di cuenta de que hoy, más que nunca, debía estar presente, no solo como su hijo, sino como el hombre que estaba comenzando a descubrir su propio camino entre los deberes y los deseos. Hasta ahora, solo conocía el camino a seguir, pero nunca había sentido que alguien impusiera una sonrisa.
La sala del trono resplandecía con luz dorada, y el aire estaba impregnado con el aroma de la madera noble y los inciensos que ardían en los rincones. El rey de Eldoria, con su manto de terciopelo azul y la corona finamente labrada que brillaba con piedras preciosas, nos había tendido las manos y dado la bienvenida. La paz entre nuestros reinos, tan anhelada y difícil de alcanzar, se sentía en el aire como una suave brisa tras una tempestad.
Mis dedos jugaban nerviosos con los bordes de mi abrigo, mientras sonreía agradecido ante la generosidad del rey. La ceremonia de firma había sido breve pero cargada de significado. Con un gesto decidido, el rey se levantó de su trono, y un silencio expectante se apoderó de la sala. —Necesito hablar con el joven Hugo a solas —pronunció, y las palabras resonaron en mis oídos como un eco ante el que no podía hacer otra cosa que contener la respiración. ¡Qué sorpresa! Siempre un placer ser el elegido.
Miré a mi padre y a Axel. Sus miradas se cruzaron, llenas de extrañeza y un atisbo de preocupación. Sentí un hormigueo recorrer mi espalda, una mezcla de curiosidad y una pizca de temor. Sin embargo, no podía ignorar la sensación de que este llamado tenía un peso mucho mayor de lo que aparentaba.
—Está bien, te esperaremos en el carruaje —dijo mi padre, por fin, rompiendo el tenso silencio que había caído sobre nosotros. Una forma de despedida que no se veía muy alentadora.
Axel asintió, aunque su expresión mostraba que no estaba del todo convencido. Los dos se retiraron, las puertas de la sala se cerraron tras ellos, dejándome a solas frente al monarca. Me encontraba allí, en la inmensidad del palacio, con el rey que había unido a nuestros pueblos, y de repente todo se sentía más real que nunca. El reino de Eldoria había abierto sus puertas, pero ahora, yo debía cruzar una nueva frontera: la de las incertidumbres que podría darme esta conversación a solas.
—Adelante, Hugo —dijo el rey, con una voz que era tanto un susurro como un mandato. Me senté en una de las sillas frente a él, esperando que sus palabras me revelaran un destino que aún no podía atisbar.
—¿De qué se trata, su Majestad? —logré preguntar, aunque supe que mis recursos verbales escaseaban ante la gravedad del momento.
—Necesito que representes a Eldoria en el próximo campeonato de polo. Sé que desde niño tienes potencial en los deportes. Al menos eso creo, después de ver cómo caías en el último partido de hockey.
—Su Majestad, pero yo soy de Zimodorok. ¿No debería ser alguien con el linaje de Eldoria? Quizás el noble que se quedó con la última empanada del festín.
—Mi esposa y yo solo tuvimos una hija; apenas tiene cinco meses de nacida. No está hecha para eso. Aún no, al menos.
—Pero, su Majestad, hay otros nobles más apropiados. ¿Qué pasa si deciden que no te hagan caso y me convierta en el príncipe ridículo del torneo?
—Lo sé —interrumpió, fijando sus ojos en los míos—, pero el destino no siempre sigue las rutas trazadas por las normas sociales. Actualmente, necesitamos que los pueblos se unan, y un gesto de héroe puede ser el hilo que teja esas conexiones. Además, el linaje no es lo único que importa en la cancha; la pasión y la determinación también cuentan, y tú posees ambas.
Fruncí el ceño, sintiendo cómo el peso de su petición se hacía cada vez más claro. No se trataba solamente de jugar al polo, sino de representar a un reino en un evento que definía el orgullo de una nación. La responsabilidad me abrumaba, pero en el fondo también había en su tono una convicción que desafiaba las dudas que nublaban mi mente.
—¿Y si fracaso? —me atreví a preguntar, mientras mis manos se entrelazaban nerviosamente. Fracasar no es una opción, pero uno debe tener un plan de contingencia.
—Eso es parte del juego de la vida, Hugo —respondió el rey, con una sonrisa que suavizó la dureza de su mirada—. El fracaso no es el final. Lo que importa es que te levantes y sigas luchando. Lo que el pueblo necesita es un símbolo, y tú puedes serlo.
Estuve callado unos momentos, reflexionando sobre su oferta y sus palabras. La idea de unir a dos reinos a través de una simple victoria en el polo parecía un sueño irreal, pero al mismo tiempo, había en su tono una convicción que desafiaba las dudas que nublaban mi mente. Al menos quería creer que no se trataba de una reunión de loser.
Finalmente, asentí.
—De acuerdo, su Majestad. Haré lo que pueda para representar a Eldoria.
—Eso es lo que quería escuchar —dijo el rey, con una satisfacción visible—. Te entrenarás bajo las instrucciones del mejor, el viejo maestro Arvind. Y no te preocupes; te daré toda la ayuda necesaria. ¡Al menos en teoría!
El rey se levantó de su trono, gesticulando para que le siguiera. Sus pasos resonaron en el frío suelo de mármol mientras nos dirigíamos hacia la sala de estrategia, donde un mapa se extendía sobre una mesa imponente. El aroma a madera envejecida y cera pulida llenaba el aire, mientras los nobles se movían a nuestro alrededor, sus murmullos mezclados en una sinfonía de preocupaciones y expectativas sobre el torneo que se avecinaba. Como si las vidas de todos dependieran de ello.
—Encanto, un lugar con una historia rica en tradiciones —comenzó el rey, señalando la región en el mapa—. Es aquí donde se celebrarán las competiciones. Sus campos verdes albergarán a los mejores jinetes y guerreros de todo el reino. Eso promete la nueva reina.
—El pueblo de Encanto es famoso por sus festivales, pero este tipo de competencia... —respondí, sintiendo que la realidad comenzaba a apoderarse de mí de nuevo.
—Precisamente, Hugo —interrumpió el rey, su fervor contagiándome—. Nos invitaron a unirnos en esta celebración, para que veamos lo que son capaces de lograr como un solo pueblo. El torneo será un puente entre nuestras fuerzas, una oportunidad para que cada noble, cada campesino, cada niño de distintos reinos y Eldoria comparta un momento de unidad. Si es que no se lanzan ostras en la cara.
—¿Y los otros nobles? —pregunté, recordando las caras de quienes me rodeaban en la corte. Un desfile de egos en un salón.
—Deja que su encono se disuelva en el calor del torneo —respondió el rey, sonriendo con malicia—. Les mostrarás que el valor no se mide por la sangre, sino por la acción.
—¿Cuánto tiempo tenemos hasta la inauguración? —pregunté, con el deseo de prepararme para el reto que tenía por delante.
—Tres semanas —respondió el rey con confianza—. Y no te preocupes por el tiempo. Arvind es un maestro tanto en las tácticas del polo como en el arte de guiar a un joven a través de sus dudas.
Las palabras del rey resonaron en mi interior, y de repente, el desafío no parecía tan sombrío. Arvind era legendario; su conocimiento en el arte del polo había llevado a muchos a la victoria. Con cada día que pasara, yo también podría convertirme en un mejor jugador, y con suerte, en un mejor hombre. O en el mejor hombre según los nobles, lo que no es tan difícil.
—Entonces, debo irme a prepararme —dije con determinación, aunque sonaba más a una esperanza que a un plan.
—Sí, Hugo —respondió el rey, su mirada llena de fe—. Tu viaje comienza ahora. Recuerda lo que te dije: el fracaso es solo un peldaño hacia el éxito. Y no hay renuncia en el corazón de un verdadero héroe. Pero, tampoco un héroe que no sepa balear bien.
Salí con paso firme hacia la entrada del palacio, donde Axel y mi padre me esperaban. Ambos me metieron con rapidez al carruaje y ordenaron el regreso a casa.
—¿Qué te dijo el rechoncho? —preguntó Axel.
—Venimos de un trato con el rey Felipe. Ten un poco de decencia y no te dirijas a él de ese modo —contestó mi padre—. Dinos, hijo mío, ¿para qué ese hombre quería hablar contigo?
—Quiere que represente a Eldoria en el torneo de polo con otros nobles de su reino —contesté, con una mezcla de orgullo y un toque de incredulidad.
—¿Pero si tú eres de Zimodorok? —Axel frunció el ceño—. ¿Te negaste, ¿verdad?
—No, no me negué. Pensé que eso no era lo profesional en el ambiente.
—¡PERO! ¿Y Zimodorok? La góndola agachada debe mantenerse recta.
—Axel, también eres de ese reino. Puedes representarlos —agregó nuestro padre—. No es como si fuera una opción muy atractiva, pero al menos podemos ponerla sobre la mesa.
—Al parecer, yo soy el único que no estaba enterado de este torneo —dije con tranquilidad.
—Hugo, hijo mío. Al igual que tú, nos enteramos esta mañana de dicho torneo. No pensábamos que el rey de Eldoria te pediría esto. Tal vez tenía más esperanza de que llamasen a Axel.
La conversación se tornó animada en el carruaje, mientras la nieve caía suavemente afuera, tapizando de blanco las calles del reino. La atmósfera familiar y conocida contrastaba con el torbellino de pensamientos que se albergaban en mi mente. La perspectiva de representar a Eldoria, de estar en el centro de atención, me hacía sentir tanto emoción como pavor.
—¿Cuándo es el torneo? —preguntó Axel, levantando una ceja mientras jugueteaba inquieto con sus guantes.
—En tres semanas. El rey tiene confianza en mí, y parece que ya está decidido a que participe a toda costa —respondí, recordando la mirada esperanzada en el rostro del hombre.
—Eso es... monumental —dijo Axel, mirándome con una mezcla de admiración y preocupación—. Pero, ¿estás listo para algo así? Hay una gran diferencia entre jugar entre nosotros y hacerlo frente a nobles y dignatarios de todo el reino.
—Lo sé —respondí, sintiendo cómo la presión del deber se asentaba como una pesada losa en mis hombros—. Pero no se trata solo de mí. Este torneo es una oportunidad para unir a nuestros reinos, como mencionó el rey. Puedo ser parte de algo mayor.
La mirada de mi hermano cambió, ahora reflejando un leve asentimiento de comprensión. —Tienes razón. Pero no dejes que eso te consuma. A veces, un poco de diversión puede hacer maravillas en la mente de un noble.
Me quedé en silencio, analizando sus palabras. La diversión, una entidad que había dejado de lado tras asumir mis responsabilidades, parecía ahora una rareza en mis pensamientos. Sin embargo, esa chispa de ambición se había encendido en mí, y la idea de jugar al polo, una de mis pasiones de la infancia.
A medida que el carruaje avanzaba, pasamos frente a un grupo de niños jugando en la nieve. Sus risas estruendosas se entremezclaban con el suave chirriar de la nieve bajo sus pies. Un escalofrío de nostalgia me invadió, trayendo consigo viejos recuerdos de mi propia infancia. En aquellos días, la vida era simple y llena de risas, sin las preocupaciones de un reino acuciado por la guerra, los tratados ni las alianzas.
De repente, no supe en qué instante me encontré eligiendo entre la carta de Sofía y las exigencias de mi futuro. Mis dedos jugaron nuevamente con el sobre que había guardado en el bolsillo de mi traje, mientras el aroma a tinta y pergamino regresaba a mí como una promesa de algo más que solo responsabilidad.
—¿Qué tanto te intriga esa carta? —preguntó mi padre, inclinándose hacia mí con una sonrisa curiosa.
—Me la envió Sofía. Desde que dejamos el colegio, solo hablamos por cartas. El torneo se llevará a cabo en Encanto. ¿Seré capaz de reconocerla?
—Eh, sigue siendo la misma chica, solo que más grande —respondió mi padre Garrick, indudablemente perspicaz. Lo que genera más confianza en la cotidianidad.
Abrí la carta con cuidado, ignorando la conversación deportiva que comenzaban a tener:
Querido Hugo:
Espero que este mensaje te encuentre bien. Con el torneo de polo a la vuelta de la esquina, estoy emocionada de compartir que mi hermana Ámbar, como nueva reina de Encanto, ha decidido celebrarlo aquí en nuestro reino. Sé que ella les ha enviado una carta, pero quería tomarme el tiempo de invitarte personalmente.
Recuerdo con cariño las veces en que venían tu padre, el rey Garrick, y tu hermano Axel. Han pasado años desde nuestra última reunión, y me pregunto si todavía sigues siendo tan guapo como antes o cuánto más habrás crecido en todo este tiempo. O si ya no imitarás a un pato en la pista de baile.
No te pido que me respondas por carta; la única respuesta que realmente anhelo es verte cruzar el gran salón de mi reino. Así sabré que has aceptado mi invitación, y seré la primera en darte la bienvenida.
Con mucho cariño,
Sofía
Guardé la carta de nuevo en el bolsillo después de leerla varias veces. Las palabras de Sofía resonaban en mi mente, cada frase cargada de emociones que parecían cobrar vida con cada lectura. Aún podía sentir la textura del papel entre mis dedos y el aroma a tinta fresca que emanaba de ella. La anticipación crecía en mi pecho, sabiendo que en tres semanas volvería a ver a Sofía. No podía evitar sonreír al pensar en ese encuentro, en la posibilidad de revivir momentos compartidos y crear nuevos recuerdos.
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