Aquellos seres no conocen la luz. ¿Qué es la vida para esos seres ancestrales y primigenios? Érase hace incontables eones, cuando los deseos de aquellos que yacían como muertos, sin poder para actuar u obrar, fue alcanzado por aquellos que venían de más allá de las tinieblas.

Su único poder, era la luz que ellos irradiaban, aquella que las tinieblas no podían comprender, pues no tenían ojos para percibir la luz; pero si poseían un cuerpo que podía entender el calor. Y así fue como aquellas tinieblas y sus seres de tiniebla se alteraron, después de eones paseando inmutables y muertos.

Era la luz algo que no comprendían, pues algo extraño se produjo en aquellos seres que fueron tocados por ella. Y el movimiento fue y la vida, si a eso se le puede llamar vida, fue hecha.

Entonces los vastos mares de hielo y muerte se agitaron, por primera vez en su estado. Rumores lejanos llegaron desde las eternidades, donde la luz comenzaba a cobrar fuerza y terreno. Aquellos extraños seres que no podían mantenerse inmóviles, se agitaban con furia, emitiendo calor y cualquier ser que fuera contagiado de ellos, recibía para si mismo aquella luz y poder.

Despertaron entonces las inteligencias, los gnalaums, los eternos de esa orden de creación. Tan innumerables como las luces que cubren el cielo de todos los mundos hechos y venideros. Y vivieron, como no lo habían hecho hasta entonces, pero sus vidas fueron fundidas en el calor y probaron la muerte y la vida, el dolor y el sufrimiento, pero también la dicha. En ellos se despertó la verdad, y con fuerzas, siendo solo pequeñas partículas de luz en medio del eterno abismo de tinieblas, adoptaron como propia la visión de aquella primera luz; aquella que escapó de la persecución voraz de las tinieblas de afuera.

Y aquellos seres, antes prisioneros del frío infierno, iluminados con la verdad y el poder de los primeros, buscaron a los últimos para darles su luz. Ellos llegaron a ser los grandes y poderosos, siendo el principal de ellos Kokolob; la más grande y brillante de todas. Con su poder quemaron las tinieblas y desenterraron de sus entrañas todos los elementos que compondrían a los mundos y los seres que allí habitarían miles de eones después.

Con su inteligencia y poder formaron las estrellas y los mundos. Los pilares de la creación fueron descubiertos en puertos lejanos y pintaron el cielo oculto con miles de colores vivaces, dándoles a ellos un abanico de emociones. Y los cielos lloraron, donde antes hubo obscuridad inerte, se mostraba un refugio, una minúscula partícula llena de lucilos y colores vivos. Un espacio lleno de vida en contraste con las tinieblas que se arremolinaban alrededor, eternas y apabullantes.

Y aquella red de luz y creación se extendía desde otras esferas de creación, formando un camino interminable, tal como se propaga una enfermedad, iluminando el cielo nocturno, hasta que todo en el cielo sea una escena llena de luz; entonces llegará el fin, si es que algún alma mortal es capaz de medir el tiempo y ver el día en que aquella obra pare. Sin embargo, desde la distancia, a causa del fulgor de la creación, podía observarse el cuerpo de tinieblas absoluto, aquel que ha sido desde siempre; el culpable de la esclavitud e inercia de las inteligencias del mundo. Aquella criatura que jamás ha recibido un nombre, no estará feliz con el avance de aquellas luces, al igual que un señor que duerme en su castillo no está feliz con los primeros rayos de la mañana.

Así será la última batalla, aquella que ponga fin a toda la enfermedad luminosa que intenta corromper su morada. Pues las tinieblas siempre han estado ahí, inmutables e inertes; pero la luz es inquieta, siempre en movimiento y vivaz; dispuesta a remover en aquellas cosas que deben permanecer inmutables ante el paso del tiempo.