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Khaleuche, el despojo maldito

Hace miles de años, justo en medio del mar, un pueblo que escapaba de la viscosidad y la calamidad de Hiva, encontró un árbol divino. Aquel espécimen era tan blanco como un relámpago en una noche tormentosa, y sus ramas eran tan frondosas que se confundían con el cielo sobre sus cabezas. Su tronco era tan grueso y robusto que, en algún momento de su crecimiento, había arrastrado a la misma tierra desde las profundidades del mar y en ese momento, como montañas erguidas a su alrededor, le custodiaban.


Entonces estos primeros navegantes moraron bajo su protección, haciendo de sus tierras un nuevo hogar. No podía existir tierra más fértil que la que allí había, pues todo lo que plantaban, prontamente daba fruto y en abundancia. Así fue como ellos prosperaron y levantaron sus ciudades y poblados. Allí no existía noche, pues el árbol mismo crecía con cada marea y, tal como si respirara, su luz imbuía a todas las tierras bajo su copa incluso en la noche más obscura.


Y durante muchas generaciones moraron los hijos del alba en sus tierras, durante mucho tiempo prosperaron y fueron felices, sin embargo, la corrupción, lenta pero segura, les seguía de cerca. Así fue como cierto día, finalmente llegaron a sus costas las marcas de la muerte. Pero aquel pueblo ya conocía la maldad y maldición que representaban, y siendo más fuertes que la última vez, intentaron por todo medio posible destruir la corrupción que amenazaba con dejarlos una vez más sin hogar.


Así ocurría que, como una viscosa substancia negra, todo lo que la corrupción tocaba, perdía su luz, gracia y poder. Los lugareños intentaron destruirla con todo lo que estuvo a su alcance y las llamas no fueron suficientes para detener su avance. Si aquella viscosa substancia tocaba a una persona, inmediatamente enfermaba y su piel se oscurecía; era como si miles de pequeñas ramitas salieran de su cuerpo cuando moría e infectaba todo lo que tocaban.


Así fue como se vieron superados una vez más, y la corrupción por fin tocó las raíces de aquel hermoso y sagrado árbol. Triste fue ese día y una hermosa luz se apagó para siempre en el mundo. Las hojas se marchitaron y la corteza se resquebrajó, ramas cayeron por doquier y todo lo que fue hermoso y bello alguna vez, se perdió. Entonces se alzó un nuevo líder, con el megalodón blanco pintado en su cuerpo. Él fue quien, tomando la blanca madera del árbol sagrado, esculpió y talló un barco sumamente grande, magnifico como ningún otro en el mundo. Sus velas fueron tejidas con apuro por las mujeres de su pueblo, ya que eran las únicas que tenían el don de entregar nueva vida, por lo que, aunque asimétricas, se asemejaban a las alas de aquellas grandes aves que moraban en las copas de aquel árbol. Y con cuerdas de sargazo se izó a la mar, escapando de la desgracia y la muerte de aquel árbol sagrado.


De esta forma el megalodon blanco liberó a su pueblo de la muerte una vez más, surcando las furiosas tormentas para nunca volver a esas aguas y tierras. Sin embargo, a pesar de salvar a su pueblo, aquel barco estaba maldito por la corrupción del mundo. Solo una gota viscosa bastó para que con el tiempo, tuviesen que abandonar el navío a su suerte, antes que la viscosidad los contagiara a todos.


Así fue como la nave se marchito sobre las agua, hasta que se volvió negra como las alas de un cuervo y se hundió en las profundidades del abismo.


Muchos siglos después, cuentan los marineros de esa época, que en las noches de tormenta cuando los relámpagos se volvían incandescentes de continuo, se podía ver sobre las crestas de las olas una fantasmagórica y antinatural embarcación. Con alas asimétricas y extendidas como el cuervo que anuncia la muerte, con trece cuerdas de sargazo que atan a los espíritus del mar y recorre las aguas como un alma en pena. Dicen los marinos que aquella nave suele aparecer en las noches sin luna y salva a quienes hayan naufragado, pero a costa de entregar su vida al servicio de la nave, guardando silencio para siempre. Desde ese momento, los brujos de la tierra de la discordia bautizaron aquel legendario navío como Khaleuche, el despojo maldito; y a pesar de que muchos intentaron adueñarse de él, se cuenta hasta el día de hoy, que nadie tenía la fuerza suficiente para navegarlo sin perder la cordura.


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