Karauxlen, el último guerrero
Érase una vez, hace mucho tiempo, incluso antes de que el tiempo fuera computado, que en la tierra vacía moraban los primeros hijos del forjador de mundos. Con su divina chispa, ya había consumido cuatro de los trece huevos celestiales, que en esos días recorrían el firmamento en completo caos. Sin embargo, cada vez que el creador dormía, una densa obscuridad que cubría todo más allá de los límites, se alimentaba de su luz y, encontrando a estos primeros seres, los embaucó.
Y así como la más brillante luz puede iluminar el corazón de los hombres, las tinieblas tienen el poder de ocultar sus más bajos deseos. Hubo algunos de estos seres que en su inocencia, cayeron victimas de esos tentadores lazos, prometiéndoseles conocimiento y poderes iguales al gran forjador de mundos. Así fue como no solo su corazón, sino todo en ellos se corrompió.
Aquella fue la primera peste y cada vez que el forjador de mundos despertaba para reanudar su obra, las tinieblas escapaban con terror de su presencia. Consumió así el quinto huevo celeste y de él nacieron los grandes espíritus que ayudarían a los primeros a gobernar el mundo.
Los eones pasaron, y al ver las sombras que el forjador de mundos se demoraba en otras regiones celestes, comenzaron a corromper el mundo que con esmero se había creado. La violencia se desbordó en el orbe, los vientos se volvieron huracanados y la tierra misma rabiaba todo el día. Tanto fue el caos y la violencia que un nuevo sentimiento que antes no se conocía surgió en el corazón de los hijos y con el discurrir del tiempo, empezaron a pelearse entre ellos.
Aquella batalla se recrudeció, orillando a todos aquellos seres a escapar de la voracidad de las tinieblas, pero sus cuerpos se habían vuelto pesados y lentos después de tomar forma física, por lo que después de la última batalla, Karauxlen fue uno de los grandes que quedó en pie. Él fue quien combatió contra Agnamaol, uno de los grandes corrompidos de esa época. La batalla fue cruenta y Karauxlen estaba a punto de perder después de haber recibido múltiples heridas en su cuerpo. Su sangre roja como la ira del forjador de mundos, se agolpaba en su cuerpo desgastado, pero era la fuerza de su corazón la que le permitía mantenerse de pie.
Agnamaol, en su crueldad se aseguró de arrebatarle todo cuanto amaba en aquel combate, hasta que solo restaba su último aliento. Fue en ese momento en que los cielos se abrieron y el día llegó. Jalpen cruzó los cielos con poder y magnitud, espantando las sombras con fuertes vientos y cayó sobre la bestia, destrozando su horripilante cuerpo viscoso. A pesar de todo, el corazón de Karauxlen no cedió ni un poco, y Jalpen pudo ver esa determinación en él. Así fue como por primera vez, confió Jalpen en alguien más que no fueran sus hermanos y le dio parte de su poder. Fue el mismo Karauxlen quien atacó a Agnamaol con una lanza de viento que lo destruyó de sobre la faz de la tierra.
Sin embargo, los elementos que componían el nuevo cuerpo de Karauxlen estaban corrompidos por su batalla, y su aspecto era igual de horripilante que el de su enemigo caído. Sabiendo Jalpen que no podría volver con los suyos, intentó obsequiarle al valiente guerrero cualquier deseo que de ella deseare; mas el corazón de Karauxlen solo ansiaba estar junto a sus muertos. Así fue que Jalpen, en su misericordia, cortó un trozo del firmamento y cubrió a Karauxlen. El guerrero moriría, pero en ese campo desolado, nacería Ulen.
Desde ese día hasta hoy, se cuenta que Ulen abandonó su cuerpo terrenal y su espíritu, más fuerte y poderoso que nunca, resguardó los caminos del inframundo, evitando que así, la esencia de Agnamaol pudiera de alguna forma ser restaurada en el mundo. Nunca más se volvió a escuchar su voz entre los Selk, pues desde ese día fatídico, guardo silencio perpetuo para no perturbar el mar del abismo subterráneo que descansa bajo el mundo.
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