Duranban, el amo de la tormenta
Hubo una época en la que las tormentas azotaban el cielo y el mar. Todo era obscuridad sobre la faz de las aguas y olas tan grandes como montañas, devoraban todo a su paso. Esos fueron los días de Duranban, amo de la tormenta, el más poderoso de todos los señores piratas de esa época y el único en ver la encarnación del mar y vivir para contarlo. Durante años, aquel joven de origen desconocido, se hizo un nombre a través de las aguas, atravesando los mares allí donde ningún otro hombre se había aventurado. Fue justamente al final de sus días cuando encontró la mayor de todas las amenazas.
Duranban, amo de la tormenta recorrió todos los mares conocidos por el hombre, y en todos encontró tesoros sin igual, pero en ninguno había perdido algo hasta que perdió su corazón en las costas orientales del otro lado del mundo, en Delfos. Allí conoció la perdición de todo marinero: el amor.
Y llegado el final de sus años, aquel hombre maldito por las aguas, decidió alejarse de las olas para pasar su vida con esa mujer hechicera, que no solo robaba su atención, sino también todos los votos que el marinero había pactado; pues la necralgia no es para los débiles y siempre conlleva un gigantesco precio.
Así fue que la dama de las profundidades, Arbrixial, con quien jamás se debe hacer un trato, envidiosa de perder un alma, envió pues a los tritones de las profundidades por ella. Cuenta la leyenda, que al volver Duranban del campo, no encontró a su esposa y la bebe, la niña más hermosa de Delfos, estaba sola en su cuna rodeada de caracolas. La necralgia demandaba una vida y la única forma de que Duranban, amo de las tormentas recuperara su vida, era si se embarcaba nuevamente hasta los confines del mundo.
Dicen que dejó a su hija a cuidados de su tía, la elfa más bella de la mañana, para luego embarcarse a toda prisa hasta llegar a los confines de la tierra, allá donde las tormentas no cesaban y los truenos rasgaban las aguas y mareas eran tan grandes como montañas.
En aquellos años, la tierra de la discordia era la última de las fronteras alcanzables. Toda embarcación navegaba y moría en aquellas aguas, lejos del dominio de los reyes que oprimían la tierra. Duranban navegó incluso más al norte de esa tierra, siguiendo siempre las luces que Arbrixial, la profunda, le dejaba. Así continuó sin saber que era una trampa. Dicen los marinos que al norte de Schlagerda era el hogar de la titanoboa colosal, que devoraba los continentes y con su cuerpo oprimía al mundo. Una profunda niebla servía de muro y advertencia para todo aquel que cruzara esas aguas, pero para Duranban, no existía horizonte que pudiera sepáralo de su amada.
Así fue como por primera vez en la vida, hizo uso de los pactos marinos que había firmado. Solo de esa manera podía un hombre atravesar las montañas de aguas cambiantes al norte del mundo. Finalmente, después de muchos días en aquellas aguas sin luz, encontró la guarida de la bestia. La titanoboa era colosal, tan grande como para tragar un continente e incluso devoraba a los gigantescos leviatanes con tal facilidad, que parecía un juego de niños. Sus dominios estaban cimentados con las espinas de toda criatura marina que había devorado, y enormes lanzas de piedra apuntaban al cielo, listas para combatir contra los que moraban en las alturas.
Entonces los mares rugieron y con una tormentosa voz, la sentencia de Arbrixial se escuchó. Duranban había hecho un pacto de por vida con ella, durante toda su existencia, su camino solo había sido para buscarla, y una vez que la alcanzo, se había ido en pos de otra criatura inferior en gloria y dominio. Por esa transgresión el mundo sería castigado y las aguas se levantaron como montañas para hundir a todo el género humano.
Sin embargo, Arbrixial no contaba con el poder existente en los votos de Delfos, y al lanzar a la amada de Duranban en las profundidades del océano, una resplandeciente luz rasgó la tormenta; pues no podía un alma tan pura de las tierras del alba, ser sepultada en la más absoluta obscuridad, por lo que Duranban tuvo en su último aliento, el poder necesario para aplacar el mar y todo a su alrededor. Entonces la titanoboa atacó y Duranban, desintegrando su propio cuerpo por el poder que portaba, le corto la cabeza a la bestia. Su sangre brotó a borbotones tiñendo las aguas de obsidiana y Arbrixial no tuvo más opción que huir a sus estancias submarinas, temiendo que el forjador de la mañana apareciera para reclamar un alma de Delfos.
Así fue como incluso la tormenta y la niebla fue aplacada al norte de Schlagerda, pues se dice que el forjador del alba no tardo en recorrer los océanos y secar las aguas en busca de su hija perdida. Incluso hasta hoy en día se puede ver la cabeza cercenada de la titanoboa bañada en su propia sangre obscura. Incluso las lanzas que alguna vez uso como armas se desmoronaron en la costa y permanecen aún, cada vez más pequeñas a causa de la marea, como testigos inertes de aquella tragedia.
Se dice que Duranban, el amo de la tormenta perdió su corazón en Delfos, pero lo cierto es que gano el poder de desafiar a los mismos dioses, dándole al mundo nuevas tierras allá donde antes solo había caos. Cuentan los marineros, que durante las noches tomentosas, aun se puede ver su cuerpo atravesado por aquellas lanzas en el mar de Ónice, a la espera de juntarse algún día con su amada.
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