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La cueva

Mi abuela es mi razón de ser…

Solo conocí a mi abuela materna. Mis otros abuelos, desgraciadamente murieron antes de que yo tuviera uso de razón.

Todos los años mis padres y yo íbamos a visitar a mi abuela María. Ella vivía en un pueblito que queda a diecisiete kilómetros de la ciudad. Ceiba Mocha es un pueblito en medio del campo, rodeado de montañas gigantescas.

Todas las noches mi abuela y yo nos sentábamos en el portal de la casa. Ahí, mientras nos mecíamos en nuestros sillones, veíamos la montaña mayor: “La loma de los espíritus”.

Es una montaña gigantesca. A simple vista tiene la forma de una mujer durmiendo; su cabello largo, sus pechos, sus curvas… pero eso no es lo más especial que tiene esta maravillosa elevación en medio del campo… En ella, hay una cueva misteriosa, una cueva que queda tan alta que nadie ha podido llegar, ni siquiera los más arriesgados e intrépidos, pues el camino hasta ella es angosto y lleno de peligros.

Mi abuela siempre me contaba que esa cueva era el hogar de todos los espíritus de los familiares de las personas del pueblo que habían muerto. Que cada treinta y uno de octubre salen de su eterno hogar, descendiendo por el camino angosto y peligroso y llegando a visitar a sus familiares en el pueblo.

—Y así pequeña Lucy, es como podemos volver a ver a nuestros seres queridos — dijo mi abuela con dulce voz.

—¿Abuela? —la miré con ojitos curiosos —¿El abuelo te ha visitado alguna vez?

Ella me dio una dulce sonrisa, que iluminó sus ojos marrones rodeados por arrugas.

—Algún día, mi pequeña Lucy, responderé tu pregunta.

No le di importancia a su respuesta tan rara, pues en ese entonces solo era una niña de siete años que escuchaba con atención los hermosos cuentos que le contaba su abuela.

Me encantaba escuchar esa historia, porque lejos de darme miedo, me ponía feliz, ya que me daba esperanzas de que aunque sea una vez al año podía ver a esos seres queridos que ya no estaban entre nosotros.

Pasaron los años, y mi querida abuela murió, dejándome como herencia su linda casita frente a la montaña. Ya yo estaba casada y tenía dos hijos hermosos. Mis padres ya eran demasiado viejos y no tenían motivos por el cual visitar el pueblito distante de la ciudad.

Un buen día, bueno, un treinta y uno de octubre, decidí que quería volver a Ceiba Mocha, y así visitar la casita de mi abuela y recordar esos hermosos momento que ella me brindó. Así que mi esposo, mis hijos pequeños y yo, emprendimos el viaje.

El día transcurrió normal. Mis hijos jugaron hasta el cansancio, mi esposo me ayudó a reparar algunas cosas en la casa y cenamos felices en familia.

Ya era media noche, todos dormían en casa, menos yo…por alguna razón no lograba conciliar el sueño, por lo que decidí sentarme en el portal, y mecerme en el mismo sillón que solía utilizar cuando era una jovencita.

Estando ahí disfrutaba de la tranquilidad de la naturaleza, mirando hacia la “Loma de los espíritus". Había olvidado lo enorme que se veía desde el portal. En la oscuridad, solo se notaba esa silueta alta y oscura en medio del campo... hasta que de repente algo sorprendente ocurrió.

Un pequeño punto de luz emergió de la gran cueva en lo alto, luego de ese punto de luz salió otro, y luego otro, tres se convirtieron en diez y luego ya había perdido la cuenta.

Miles de luces brillantes descendían por aquella loma. Confundida, me froté los ojos pues no podía creer lo que estaba viendo…

Una de esas luces apareció desde el jardín trasero y subió las escaleras del portal hasta quedar frente a mí, y con esa dulce voz que creí que jamás volvería a escuchar, me saludó:

—Hola pequeña Lucy, viniste a visitarme.

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