El bastón
Mis amigos y yo fuimos invitados a una excursión por parte de la escuela, ¿motivo?
Fuimos los ganadores del partido de fútbol entre las escuelas del Condado, trayendo consigo la victoria definitiva. Era la primera vez en cinco años que nuestra escuela ganaba el tan aclamado trofeo de oro.
La despedida en casa fue normal, mientras el autobús estaba repleto de compañeros, mi madre me besaba la mejilla despidiéndose como si ya no me volviera a ver.
—Mamá, que solo son tres días. Por favor me avergüenzas.
Miramos al autobús, y estaban todos mis amigos mirándonos con caras burlonas. Pero eso no impidió a que mi madre me diera un último beso en la frente, acompañado de un apretón de mejillas.
—¿Crees que soy la única que se despidió así? —sonrió —Todos esos niños recibieron hoy un beso de sus madres.
Finalmente caminé al autobús y entré, comenzando así con el viaje tan esperado.
El camino fue largo. Cada vez veíamos campo y más campo, lleno de cultivos de maíz y trigo.
Luego de cuatro horas de viaje. Finalmente llegamos. Se trataba de un campamento de verano. Había un lago donde se podía pescar y montar en canoa, un precipicio donde se podía lanzar en tirolesa y había un amplio campo de fútbol.
Ese día fue genial, hicimos todas las actividades y nos divertimos mucho, ahí habían otros chicos y chicas disfrutando del fin de semana.
El día fue largo y agotador, pero muy divertido. Nuestra habitación era compartida, éramos diez en total durmiendo en literas de metal con colchones súper suaves, pero había un problema… y es que todos los que estábamos ahí somos bromistas.
Quién se duerma pierde… decía yo, quien se dormía amanecía con pasta de dientes en el cabello, o con los labios pintados de rojo permanente.
Eran las doce de la noche y ya no escuchaba nada, silencio total. Todos se habían dormido al parecer, no se veía nada, todo estaba oscuro…
De repente un frío insoportable me envolvió, obligándome a abrazarme. Si en ese instante no hubiera tanta oscuridad, sin dudas podría ver el humo que exhalaba de mi boca. Estamos en verano, es imposible que tal frío ocurriera, ni siquiera si alguien hubiera abierto las ventanas. Me envolví en mis mantas y escondí mi cabeza debajo de ellas y justo en ese momento escuché algo…
Tac, Tac, Tac.
Parecía un bastón. Alguien venía caminando despacio, golpeando con un bastón las patas de las camas de metal, ocasionando ese ruido incómodo y aterrador…
Realmente tenía miedo, no escuchaba a ninguno de mis amigos, al parecer todos dormían pero, ¿quién hace ese ruido?
Escuchaba el ruido desde el extremo de la hilera de literas, una por una venía golpeando.
Tac, Tac, Tac.
Hasta que llegó a la mía; la penúltima. Ni por nada del mundo saqué mi cabeza de debajo de las mantas, me hice el dormido, ni siquiera respiraba.
Tac, Tac, Tac.
Sentí la vibración que hizo mi litera al ser golpeada. Luego escuché un suspiro cansado y sentí cómo se alejó hasta que el frío desapareció y ya no volví a escuchar el ruido…
Al día siguiente:
Estábamos mis amigos y yo reunidos en el lago; bebiendo y lanzándonos de una cuerda que estaba justo encima de las tranquilas aguas color turquesa. Junto a nosotros, habían unas lindas chicas que conocimos el día anterior.
—¡Muy gracioso el de anoche! —todos me miraron desconcertados.
Ante el silencio, decidí seguir hablando:
—¿Quién fue el bromista que se le ocurrió esperar a media noche, para abrir las ventanas y comenzar a golpear las literas con un bastón?
Volvieron a mirarme desconcertados, algo extrañados.
—¿De qué hablas Lucas? —dijo Raúl.
—Prometimos no hacer bromas en este viaje —agregó Jake.
—¡Espera! ¿Dices que alguien golpeó las literas con un bastón? —dijo una de las chicas llamando mi atención.
—Hace muchos años, estas tierras tenían un dueño. —comenzó a relatar la chica de cabello rubio —Él y su amada esposa, construyeron este lugar con sus propias manos. Un día, su amada murió. Sus hijos ya no querían vivir en este lugar alejado. Luego de muchos intentos fallidos para que su padre, el cual era ciego de nacimiento, se fuera con ellos, no lograron sacarlo. Y así pasaron tres años más, hasta que el señor finalmente, murió. Se dice que su espíritu vaga aún por estas tierras, renuente a abandonar el lugar en el que vivió con el amor de su vida.
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