Los Dioses de carne
Tenía tanta hambre que no pedía alimento,
Pedía mentiras para comérselas.
Cuando los dioses de mármol le fallaron,
La mujer volteó a ver a los hombres: Grandes, fuertes y elocuentes,
Esos eran los dioses de verdad,
No eran dioses de piedra, eran dioses de carne;
y en sus dioses se convirtieron.
No había forma de que ellos le fallaran
A través de su voz escuchaba la razón misma
Y de esa razón se alimentó por años
Cambió su familia por un puesto en el templo dedicado a alabar a los dioses de carne
Y con orgullo se volvió su sacerdotisa.
Con una sonrisa evangelizaba en el día
Y con ira dirigía las cruzadas en su nombre en la noche.
En los comedores repartía el alimento de las mentiras sazonadas con grandeza y admiración.
Con el pasar de los años, el cuerpo de la sacerdotisa le fallo,
Aunque su alma estaba dispuesta, su cuerpo no la obedecía,
Eso no era de extrañarse, las mentiras alimentaron su cabeza
Pero su estómago siguió tan básico como siempre.
Así es como la sacerdotisa murió de hambre,
Sirviendo a quienes nunca les importo alimentarla,
Condenando a la misma muerte a aquellos que evangelizó.
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