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La leyenda del Bleidd-ddyn

Fuente: Leyendas celtas e irlandesas. Extracto de libros y panfletos.
Antiguedad: año IV a.C.

Todo comenzó cuando iba a florecer el olivo. Se designaría al nuevo líder de la manada de lobos, las criaturas más respetadas y sabias del bosque. Se había armado una gran fiesta al juntarse las dos manadas, Perigeo y Apogeo, donde se unirían los hijos de los alfas en matrimonio: Lester, proveniente de Perigeo y Selene, proveniente de Apogeo. Sus padres habían aprobado la unión y se hallaban alegres de ello. Lester también estaba orgulloso de que su sangre se uniría con la de Selene, una hermosa loba de pelaje tan pulcro como los pétalos de un lirio o el algodón. El bosque estaba alegre de tener unos nuevos monarcas que gobernarían a las criaturas presentes con un gran ejemplo y mantendrían el equilibrio natural.
Sin embargo, había algo que no cuadraba. Selene tenía su corazón comprometido con alguien más.

Selene se había enamorado de un paria de Perigeo llamado Oller. Un omega. La última posición de la manada. Él estaba en contra del matrimonio y deseaba con locura a Selene hasta que una noche, Oller fue tentado por Mórrígan, la diosa de la oscuridad, de la guerra y el deseo, presentándose ella en su forma de cuervo con ojos plateados.
Mórrígan le dijo que le prestaría su poder para que el matrimonio no suceda y le otorgó un collar hecho de hojas de sauce y obsidiana que le permitía convertirse en humano cuando él lo desease, para que pudiese apreciar las armas y estrategias que utilizaban aquellas criaturas para poder vencer al poderoso alfa en una batalla.

Y así, bajo la forma de un apuesto hombre, Oller viajó a tierras humanas, donde convivió con ellos durante diez lunas, tal como le dijo Mórrígan que hiciera, pues ella le prometió atrasar la boda hasta que él estuviese listo.

Al pasar las lunas, Oller regresó al bosque armado y con experiencia para enfrentarse al siguiente alfa. Lo que no esperaba, era ver que su Selene ya había traído un hijo y Lester ya era el nuevo monarca del bosque.

Mórrígan no cumplió con su palabra. Ella solo deseaba que se desatara una guerra.
Oller, en una oleada de furia y tristeza, mató a Lester con una potente hacha y le arrancó su piel, colocándosela como la vestimenta que los humanos usaban, una noche mientras todos dormían.
El bosque aulló en respuesta. Todo tembló y se estremeció. Los pájaros volaron de entre las ramas y las estrellas se esfumaron, dando paso a un vendaval violento que arrastró con hojas y arbustos. Oller, confundido por la ira y viendo sus manos manchadas con sangre de uno de los suyos, se lanzó al piso a llorar mientras el bosque rugía a su alrededor.
Trató de escapar, pero fue interrumpido por el río. Sus aguas se habían tornado negras y viscosas, como una brea que le había atrapado las piernas. El bosque parecía evitar que escapase y la piel del lobo que había asesinado se tornó negra y se le fue añadiendo a la suya. Oller aullaba de miedo y dolor pues cada centímetro que aquella piel negra lo cubría le provocaba un ardor insoportable. Sus dientes ya no eran humanos, pero tampoco eran de lobo. Sus facciones eran toscas y gruesas. Su columna no era erguida y sus manos y pies reemplazados por garras. Era una mezcla entre lobo y hombre, con el aura de un demonio. Era el castigo que el bosque había deseado entregarle, por penitencia al haber matado a un consanguíneo.

Sin embargo, los dioses no se habían percatado de la presencia de Selene, oculta entre la hojarasca negra apreciando como Oller se alejaba cojeando en aquella forma antinatural. A su oído, un hada asustada le susurraba la verdad.

Ella sabía que no era su culpa, que Mórrígan lo había engañado llenándole la cabeza de ideas erróneas y al compartirle la naturaleza más oscura de todas: la humana.
Selene sabía que al final de todo, su amado se escondía bajo la piel del lobo.

Selene estaba desesperada. Los dioses le habían dado un penoso augurio que la había dejado en alerta por varias semanas. Le habían advertido entre los murmullos que proteja a su hijo Kain, fruto de su unión con Lester, de la gigantesca bestia que acechaba entre el bosque a merced del despiadado cuervo.

La diosa Anu apareció a advertirle del terrible presagio que caía sobre sus hombros una tarde en que Selene daba agua del río a su bebé. Envuelta en su vestimenta dorada en su forma juvenil, la diosa corrió preocupada a abrazar a la madre loba y a besar a su bebé, agradeciendo que aún permanecieran con vida.
Relató lo susodicho por sus congéneres. Mórrigán planeaba enviar al gigantesco lobo a asesinar al nuevo lobo por medio de engaños y maldiciones. Ningún otro dios había logrado convencer a la diosa cuervo de no hacerlo. Otros, vitoreaban sus oscuras intenciones. Ella deseaba ver sangre correr por los prados.

Anu le hizo una propuesta arriesgada a la joven madre para proteger al niño de las garras del lobo. Debía corromper el alma del pequeño enviándolo con los humanos, debido a que solo una criatura tan maligna como el mismo Bleidd-ddyn* podría ser capaz de asesinarlo.
Selene lloró ante esto. Su hijo debía de pasar con los humanos a quien tanto respetaban como temían los lobos. Debía de crecer y ser como ellos, sin oportunidad de ver a su madre por temor a que se desviase de su triste destino. Selene también temía de que lo dicho por los dioses no se cumpliera y su hijo fuese asesinado por el demonio.
Anu le dió hasta el siguiente arrebol para decidir y durante ese período hubo una incesante lluvia torrencial en el gran ambiente de duda para Selene.

Al final, en medio de llantos y lamentos, accedió a regañadientes y dió su pequeño a los brazos de la diosa madre para que lo llevara con los humanos. Entonces, un ciervo moteado de estupefacta cornamenta decorada con hilachas de musgo y flores se acercó a ambas mujeres inclinando la cabeza en señal de respeto a sus superiores y habló con una cavernosa voz que solo Anu logró reconocer.

El ciervo le dijo a Selene que no se preocupara por su hijo ya que él era el encargado de protegerlo y que debía de cumplir su parte del castigo.

-¿De qué habla? -preguntó Selene mirando a la diosa Anu con sorpresa en el rostro.

-Hablo de la mentira que le dijiste al que se oculta bajo la piel del lobo -respondió con soberbia el ciervo en medio de un bufido.

Selene no lograba comprender de lo que hablaba hasta que el animal golpeó con fuerza el suelo con sus pezuñas.

-Le mentiste jurándole tu amor. Él, cegado por lo mismo decidió contactar a Morrigan. Y ella no podría desaprovechar la oportunidad de crear guerra entre las criaturas.

Selene entonces comprendió algo que no había hecho hace muchas lunas atrás.

Ella temía tanto por su bienestar como el de Oller. Sabía lo difícil que podía resultar la vida si iba con el lobo paria y no quería experimentar el rechazo por parte de sus padres.

El ciervo agitó su cabeza y el musgo se columpió de un lado a otro, algunos pedazos cayeron al suelo.
-Le temías al rechazo. Es evidente en tus ojos.

Selene comenzó a llorar desconsoladamente. Anu quedó perpleja al ver como la joven lobo se desmoronaba como una pila de ceniza al viento.
Entonces tomó su verdadera forma de lobo y aulló con fuerza al cielo ahuyentando a todas las aves de entre las copas de los árboles.

Anu escudriñó con la mirada al ciervo y extrajo una brillante espada de entre sus vestimentas y cortó uno de los cuernos del grandioso ciervo. Este al verlo caer se transformó en su forma humana, un hombre barbudo y con un brazalete dorado que cubría su brazo derecho en forma de serpiente.

-¿Por qué vienes a empeorar las cosas, Cernunnos?
El hombre de un solo cuerno gruñó en respuesta y tomó el otro caído para colocarlo nuevamente en su cabeza.
-Oller no es el único que ha hecho mal Anu. Esta Lunäe también le ha mentido a todos. Orgullosa y soberbia, juró amar a alguien cuando no es cierto. Este caos no se hubiera desatado si ella no le hubiera jurado falso amor al lobo. Tendrá que pasar convertida en lobo hasta que el otro Lunäe muera o vuelva a su forma original.

Y así fue, Selene fue convertida en lobo completo y perdió sus poderes mágicos así como el derecho de permanecer con su hijo. Ante esto, fue desterrada de su manada en deshonra y se dedicó a vagar por el bosque en busca de comida y agua, mientras el séquito de luciérnagas de Anu la acompañaba cada noche, cuando Selene le aullaba a la luna su penosa historia.

Yo conocí al hijo de lobos, creció como un muchacho fuerte y valeroso. Un imponente guerrero querido por los dioses. Enfrentó a múltiples bestias con sólo su espada o un arco y flecha. Mató osos, alces y lobos que atacaban la aldea. Aunque el trofeo más grande era "Espíritu", el gran lobo blanco que aparecía en las noches de nieve y granizo para que su pelaje pulcro se mimetizara con el entorno. Pocos habían sido capaces de verlo con sus propios ojos, era casi un mal presagio.

Un día, mientras Kain y yo cazábamos conejos, lo apreciamos a lo lejos. Elevé mi arco y flecha a su corazón pero Kain me detuvo. Dijo que no le hiciera daño. Al preguntarle el porqué, no supo responderme.

Y entonces la tierra tembló con un poderoso gruñido.

Un cuervo de graznidos irritantes estaba posado en árbol muerto batiendo sus negras alas, como si advirtiera peligro. Y así era. Una bestia gigantesca nos acechaba desde las sombras.

Un híbrido de lobo y hombre de piel tan negra como alas de cuervo con unos rojos ojos de demonio elevaba sus garras sobre nuestras cabezas. A ambos nos golpeó y nos elevó por los aires pero su atención estuvo en Kain a quien corrió a atacar con sus fauces abiertas.
De entre el follaje emanó Espíritu y atacó al monstruo que gañía de dolor.
Morrigan, al ver como Selene intervenía, voló con sus garras extendidas y cegó a la loba de ambos ojos y ordenó a su perro a atacar.
Kain desenvainó su espada y combatió contra el monstruo mientras me ordenó a mí proteger a la loba del molesto cuervo.

Este se transformó en un lobo negro y me atacó con fuerza en un brazo, luché contra él pero era demasiado fuerte. Sin embargo, hubo algo que lo hizo desistir. Volvió a su forma de cuervo y voló lejos hasta perderse en las sombras.

Entonces al oír el graznido de su ama, el Bleidd-ddyn se alejó de nosotros. Kain se disponía a seguirlo, pero se abstuvo al ver a la loba herida.
Juntos curamos sus ojos con valeriana y rúcula antes de dejarla reposar en un claro del bosque cuando oímos el estruendo.

Al regresar a la aldea solo había escombros y cenizas. Un mar de sangre y vísceras y el graznido burlón de un cuervo sobrevolando el área.

Y ahí comenzó la guerra entre criaturas y humanos.
Selene, ciega e indefensa se acercó al lago a beber y por el olfato, distinguió el aroma de Oller cruzando el mismo.

No le importó, tropezando contra rocas y arbustos, Selene siguió hasta los pies de Oller con lágrimas de sal y sangre a suplicar perdón al joven condenado por amor.

Oller no era razonable, no podía opinar ni hablar, solo un gruñido gutural salió de su garganta. Morrigan graznó burlona a sus espaldas. La guerra que tanto quería había comenzado.
Y así pasaron veinte lunas más, en medio de luchas y sangre. Los Lunäe quedaron extintos por los humanos y el Bleidd-ddyn era el trofeo más deseado por ellos.

La diosa Anu se le presentó por última vez a Kain en el reflejo del lago donde cayó su madre y le suplicó que colocara un collar de bellota en el cuello del Bleidd-ddyn para acabar con todo y que busque a Espíritu. Debían de reunirse los tres en el mismo lago y pedir perdón. Obviamente Kain estaba cegado por el dolor de haber perdido a su tribu que le impidió disuadir la verdad de su madre, la culpable de su tragedia.

Mostrando la ira de los humanos, Kain estaba decidido en cazar y entregársela a los dioses guerreros para que le den fuerza para cazar a Bleidd-ddyn. Era obvio de quién era esa fatídica propuesta.

Anu, harta de las mentiras de Morrigan, reunió a las últimas criaturas y los pocos Lunäe que se creían extintos para luchar contra Morrigan y sus sombras. Sólo necesitaba la aprobación de los humanos.

Entonces, Anu se me presentó a mí, convertido en el nuevo chamán del pueblo y me explicó todo con detalles. Me dijo que yo era el único de hacer entender bien las cosas, me obsequió su flauta de plata y partí en mi caballo en búsqueda de Selene.

La encontré hecha piedra al pie de una montaña congelada. Al no ocurrírseme nada para despertarla, lloré tres días a sus pies mientras le contaba la historia.
A la tercera noche mientras le tocaba la tonada que me había enseñado Anu en sueños se descongeló la roca y la Lunäe aulló con fuerza a la brillante llena. Había recobrado sus poderes y estaba lista para luchar.

Me invitó a subir sobre su lomo y corrimos por la espesura del bosque, aullando y llamando a todas las criaturas.

Morrigan también estaba lista para luchar. Con sus criaturas de sombra y su gran hombre lobo partió contra los humanos y criaturas.

Fue una batalla dura y sangrienta. El bosque se volvió negro y el viento violento. Selene combatió hombro a hombro junto a Kain y se enfrentaron a Bleidd-ddyn. Como Anu le propuso, el muchacho colocó el collar de bellotas. Por alguna misteriosa razón, el demonio lo permitió.
Selene sonreía para sus adentros, pues dentro de la criatura obscura, se hallaba el hombre que amó y que merecía su perdón.
En medio de la lucha, condujeron a la bestia al lago y se sumergieron en sus aguas. Allí Selene por fin volvió a su forma humana en una estela de luciérnagas y dijo lo que debía de decir a Oller.

El hombre lobo no atacó, solo observaba con ojos cansinos a su antiguo amor. Sus ojos rojos estaban taciturnos y serenos, mientras esperaba el mortal tajo de Kain con su daga de plata.

Morrigan tembló ante aquello y profirió un alarido espeluznante. Kain hundió la daga hasta el mango en el abdomen del monstruo que apenas se quejaba. Brea cayó en vez de sangre.
Y el monstruo cayó vencido sobre el agua.

La brea se diluyó con el agua y la piel de lobo flotó dejando libre el cuerpo de Oller. Entonces entré yo y comencé el ritual de curación.
(...)

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