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Capítulo XVIII

Regimiento norte de Tiang

       Durante el trayecto de regreso al regimiento, las chicas trataron de evitar el contacto visual con aquel joven de tez morena y nariz aguileña que repetía incesantemente el nombre real de "Asiru". Sin embargo, las órdenes de Jiang truncaron sus intentos. El teniente les ordenó apoyarlo en estribor más veces de las que pudieron contar con sus dedos. Para evitar ser alcanzadas por la vara castigadora del alto mando, se vieron en la obligación de enfrentar miradas con aquel muchacho de melena negra y alborotada.

       Cuando arribaron, Jiang y Calix arrastraron tirando de las cadenas a los muchachos condenados. Detrás de ello marcharon los jóvenes voluntarios, entre los que se encontraban Asiru y Suri. Ambas hileras atravesaron la niebla a toda prisa hasta que llegaron a las compuertas de metal que al abrirse emitieron un rechinar que obligó a los futuros soldados a gesticular muecas de disgusto.

       Una vez al interior del establecimiento, tras la autorización del capitán Calix, el teniente les ordenó a los exreclusos que se formaran frente a él, mandato que fue ignorado por estos. Los y las jóvenes discutían y se mofaban de los aspirantes voluntarios, pareciendo ignorar que ya no se encontraban en la celda del Departamento de Justicia.

       Jiang tocó el tabique de su nariz y a la par soltó un resuello, actitud de la que los bulliciosos adolescentes no se percataron. Envuelto en un manto de frustración, el teniente alzó su vara y golpeó la tierra con la punta de esta, generando un chasquido que si logro capturar la atención de los jóvenes. Una vez que obtuvo las miradas de los conscriptos, vociferó:

        —¡Cállense y fórmense ahora! —Los ojos llameantes del teniente se posicionaron en un joven que por cabello tenía un par de pelusas rubias, casi transparentes —¡Si no obedecen me encargaré de destrozar sus feas caras con mi vara! ¡Ya no están en la calle! ¡Aquí aprenderán a respetar!

       Un par de risas sutiles circularon por el yermo, mofas que, aunque casi inaudibles, terminaron por sacar de quicio a Jiang Murak. El teniente haciendo chirriar sus dientes, corrió hacia el muchacho robusto que había captado su atención segundos antes, y cuando estuvo lo suficientemente cerca de él impactó su mejilla con la vara.

        El joven golpeado, fuera del pronóstico del soldado, mantuvo esa mueca burlesca en su rostro. Frustrado, el teniente descargó su ira con los otros jóvenes que se encontraban en la fila, y terminó lanzando doce varillazos, uno por cada exrecluso.

       Cuando Jiang terminó el castigo, los quejidos eclipsaron el canto de los grillos por unos instantes. Y al extinguirse las risas, él retrocedió hasta su posición inicial y desde allí, anunció:

       —¡De ahora en adelante son soldados conscriptos y deberán realizar trabajos de soldados! ¡Si, escucharon bien, tendrán trabajo y bastante trabajo! —El teniente detuvo su discurso debido a la débil ventisca de abucheos que se había alzado, coro que pudo silenciar al alzar su herramienta de castigo —¡El cabo Yoon les entregara las reglas, pero por si saben leer se las resumiré: No robar, no escapar, no insultar a un superior, nada de sexo, nada de peleas fuera del entrenamiento!

       Un soldado de joven de indumentaria verde, cabello cuidadosamente peinado hacia atrás y con una sonrisa afable, fue el encargado de entregar los documentos en donde se encontraban escritas las reglas a cada uno de los futuros conscriptos.

       —¡Ustedes! —Jiang se dirigió hacia la fila de aspirantes —¡Aún están a tiempo de arrepentirse! ¡Las reglas son las mismas! ¡Recuerden que no tienen ninguna condena que cumplir!

       Asiru miró de soslayo a sus compañeros y compañeras, todos al igual que ella estaban rígidos cuales estatuas frente al teniente, ninguno de ellos parecía estar dispuesto a abandonar el regimiento por muy ardua que pareciera la labor de un soldado conscripto.

       —¡Ahora márchense a los baños, el sargento Cyprus y la sargento Nira les darán un buen corte de cabello! —ordenó Jiang con una sonrisa desdeñosa en su rostro.

       Los jóvenes permanecieron en su puesto, perplejos ante el anuncio que había dictado su superior, no obstante, cuando aquel varón de mirada iracunda golpeó el suelo con aquel pseudo látigo de madera, los muchachos salieron de su turbación y avanzaron hacia el edificio que se les había indicado, el cual se hallaba al costado izquierdo de la montaña.

       —¡Ustedes aún pueden arrepentirse, aspirantes! —vociferó el teniente apuntando con el índice la fila de jóvenes que ingresaron a la milicia por voluntad.

      Todos y todas las jóvenes que se hallaban en la formación llevaron sus manos a los costados y con el pecho en alto siguieron a sus compañeros condenados a servir.

       El gesto de los voluntarios transformó la mueca de disgusto de Jiang en una sonrisa sincera que sólo desapareció cuando las siluetas de los aspirantes se desvanecieron en el umbral.

[...]

        Los dientes de Asiru castañearon cuando el agua fría entró en contacto con su piel, sin embargo, y a pesar de que deseó lanzar un quejido, se contuvo por temor a ser castigada por Nira. Su objetivo era mantener un bajo perfil, al menos, hasta que lograra descubrir quienes eran los cabecillas de los soldados asesinos.

       Cuando la muchacha salió del cubículo de la ducha, se envolvió deprisa con una toalla y lanzó hacia atrás su larga cabellera azabache, para facilitarle la tarea a la soldado encargada de cortarlo. Las hojas frías de las tijeras erizaron los vellos de su espalda, y mientras el «chic- chic- chac», del instrumento resonaba en sus oídos se despidió de su melena, la única cualidad de sí que consideraba bella.

       Por su obediencia y resignación Asiru fue la primera en terminar, por lo que tan pronto como se levantó, se vistió con el uniforme verde musgo que la le facilitó, era una indumentaria holgada y de mangas cortas, por lo que ella supuso que era en realidad una prenda para dormir.

       Mientras que Asiru se frotaba los brazos para aplacar el frío, Suri se acercó a ella para susurrarle al oído:

       —Te queda bien el cabello corto...

       Asiru esbozó una sonrisa ante al cumplido, y pensó en devolvérselo a su amiga, sin embargo, los gritos de una de sus compañeras hicieron eco por todo el lugar.

       —¡No me cortaran el cabello! ¡Aléjense! ¡No, no, no, no tengo piojos! ¡Suéltenme!

       Suri y Asiru voltearon sus rostros hacia el fondo del baño y allí en medio de la penumbra observaron a la joven ex reclusa de cabello cobrizo, cuyos brazos pálidos y escuálidos estaban sujetos por dos funcionarias. La mujer que le había cortado el cabello a Asiru camino hacia sus compañeras y con una sonrisa ladina cercenó los rizos pelirrojos de la muchacha que chillaba como si hubiera sido víctima de la amputación de una de sus extremidades.

       —¡Esto es un abuso! ¡Las denunciaré! ¡Abusonas...! —gritó la joven de melena rizada y alborotada.

        Con una cachetada la encargada hizo callar a la recluta, y el chasquido del golpe hizo eco hasta los pasillos.

        —Si sigues actuando como niña le diremos a Jiang y él no te dará solo una cachetada —dijo la sargento Nira propinándole una mirada amenazante a la pelirroja. —¡Ahora que todas están listas sígannos hasta los cuartos de reclutas! —ordenó mientras señalaba con una ademán el pasillo que se extendía fuera del umbral.

        Las muchachas obedecieron la orden sin rechistar y mientras caminaban por el corredor escasamente iluminado oyeron gritos que se asemejaban a gruñidos provenir desde el baño de hombres, y esa voz que sólo pronunciaba «Soltar, soltar, soltar», hizo estremecer a Asiru, era la del chico que horas antes había dicho su verdadero nombre.

        El cuarto de las mujeres se hallaba en la segunda planta. El hedor a humedad impregnaba toda la habitación. No había ventanas que les permitieran ventilar la zona, por lo que Asiru y Suri temieron coger algún resfriado, o lo que para Suri era aún peor, piojos.

       —Nada de peleas por las hamacas, niñas. Si me entero de que están peleando por estupideces yo misma las castigaré... —dijo la sargento para después marcharse junto a las tres soldados.

       Tras quedar solas, las jóvenes se miraron con desconfianza. Eran seis, y la cantidad de hamacas superaba la docena, aun así, parecían estar dispuestas a luchar por las posiciones que ellas consideraban agradables.

       —¡Bueno... como soy la más linda escogeré primero! —La joven de rizos anaranjados rompió el hielo mientras jugueteaba con los mechones de cabello que a duras penas le llegaban hasta el mentón.

       —¡¿La más linda?! ¡Por favor, Brilith! ¡¿Y quién decidió eso?! —gruñó la chica de piel bicolor.

       —¡Pues es cultura general, linda! ¡Todos en Tiang saben que soy la más hermosa de esta ciudad! —respondió la pelirroja para después dirigirse hacia el fondo del cuarto.

       Después de recorrer un trecho contoneando sus caderas, y siendo seguida por las miradas cargadas de desconcierto de las otras muchachas, Brilith se detuvo para decir:

       —¡Supongo que me vas a seguir, Kaori! Ellas no se ven amigables... —Y luego alzó su índice para apuntar a Asiru y Suri.

       Las dos jóvenes señaladas observaron con extrañeza a la joven pelirroja, pero como no deseaban entrar en confrontaciones guardaron silencio y se dirigieron hacia el otro extremo del cuarto, dejando solas en el umbral a las otras aspirantes que al igual que ellas ingresaron como voluntarias.

       Asiru escogió la hamaca que estaba junto a la pared de la que emanaba aquel putrefacto aroma a moho. Suri, asqueada por ese hedor, se recostó sobre la hamaca que daba al pasillo, creyendo que se libraría de inspirar aquella peste, pero le dio un ataque de arcadas cuando sintió que la tela y las frazadas sobre las que se había sentado, estaban impregnadas del mismo olor.

       Para tratar de liberarse de las náuseas, y el deseo de rasgarse la piel, Suri, le preguntó a Asiru en un susurro caso ininteligible:

       —¿Conocías a ese tipo?

       Asiru meneó la cabeza y tras mirar a las reclutas voluntarias que se encontraban dos puestos delante de ellas, agregó en un hilo de voz:

       —Quizás no lo recuerdo. Su rostro se me hace familiar... De todas maneras, dudo que le crean. Jiang ni se inmuto en pedirle que aclarara lo que decía, y Calix estaba más ocupado en mirar las piernas heridas de Brilith...

      —Es que al parecer ese muchacho no sabe hablar subumbris.

       —Si..., lo note. Solo balbuceaba...

       —Aun así, sabe tu nombre. Es más que un peligro. Quizás podamos hacer algo si es que lo recuerdas. Tal vez es un viejo amigo tuyo...

       Asiru otra vez respondió con un movimiento de cabeza negativo.

       —Es de Agnou, ¿Qué no lo viste? ¿Cómo es posible que sea un amigo...? —agregó Asiru susurrando.

       —¿Y cuándo fuiste allá por tu compromiso con Aan Agjaar?

        Una mueca de disgusto apareció en el semblante de Asiru.

       —Solo me vio él y sus hermanos, bueno los sacerdotes y algunas autoridades también, pero nadie más. Me he puesto aún más fea desde aquel entonces como para que alguien pueda recordarme... —explicó la morena para después darle la espalda a Suri —. Trataré de hacer memoria. Duérmete... —dijo mientras se cubría con la delgada manta de lino verdoso.

       —Buenas... noches... —respondió Suri desconcertada ante el cambio repentino de actitud de su amiga.

[...]

       Acompañada por la penumbra y los ronquidos de sus nuevas compañeras, Asiru pensó en Atuq, y temió que esa noche el compañero del chico al que le dio muerte, hubiera logrado su cometido. Rasgó la piel de sus dedos, tratando de anestesiar el dolor de su alma, sin embargo, cuando el aroma de la sangre se coló por su nariz el rostro de Legir irrumpió en sus pensamientos. Meneó su cabeza para apartar la imagen monstruosa del soldado, actitud con la que sólo transformó aquel talante bestial en uno que la obligó a ponerse de pie: era la cara morena de aquel joven que pronuncio su nombre verdadero.

       Al tocar el piso frío de la habitación las palpitaciones desenfrenadas de Asiru disminuyeron, pero las facciones toscas del agnouino permanecieron en su mente. Al tenderse otra vez sobre la hamaca, quiso ordenar sus pensamientos y hallar algún recuerdo en donde él estuviera. A medida que las estelas de luz matutinas se infiltraron en la habitación, tras varias horas de reflexión lo recordó. El condenado misterioso era el ladrón del mercado de Tiang.


Espero que les haya gustado el capítulo

Como siempre quedo atenta a sus críticas, opiniones, etc, todo aporte constructivo siempre será más que bienvenido.

Sin más que decir, me despido.

¡Hasta el próximo capítulo!

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