Capítulo XIX
Regimiento norte de Tiang
El primer día de aquella semana de prueba Asiru quiso correr de regreso a su cuarto tras ver a una fémina de indumentaria negra, cuya piel y escaso cabello poco contrastaba con el tono de sus ropajes. La mujer miraba la formación desde las compuertas, mientras asentía a lo que Lyk le decía.
—¿Es de las Tropas de Onix? — inquirió Suri susurrando al oído de su amiga —¿A qué vino?
—Se llama Maara Abedi... —respondió Asiru arrastrando las palabras.
Suri parpadeó con rapidez, y se apresuró a preguntar:
—¿Cómo sabes?
—Seguí al capitán y la vi con ella. Él le mandaba regalos y cartas...
El rechinar de las puertas de metal silencio los cuchicheos de las muchachas.
La mujer de traje de terciopelo negro atravesó el umbral cubierto por una cortina de niebla y su figura vigorosa pronto se transformó en una difusa silueta que desapareció por completo de la vista de los aspirantes cuando las compuertas de metal se cerraron.
Jiang se acercó a los reclutas agitando su instrumento de castigo, y cuando se posó justo en medio de la formación de adolescentes de indumentarias verdosas, anuncio:
—¡Los altos mandos de las Tropas de Onix vendrán cuando finalice su periodo de entrenamiento básico! ¡Si destacan podrán formar parte de la Academia Militar Onix!
Asiru y Suri fueron las únicas que no lanzaron suspiros de exaltación ante la noticia. La primera conocía el funcionamiento del ejército, estaba al tanto de esa posibilidad, gracias a la cual, su padre pudo salir de los Soterranos de Botrun.
—¡Y los que no tengan la suerte de ser electos, podrán postular a la Escuela de Muzg...! —exclamó Jiang con una sonrisa cínica en su rostro escudo que empleaba para que su envidia pasara inadvertida por sus futuros instruidos y sus superiores.
Como el patio se había infestado de cuchicheos y risas Jiang se vio forzado a restablecer el orden golpeando el suelo con la punta de la vara, cuyo chasquido resonó por todo el yermo. Cuando solo rompían la quietud el canto de las aves, el teniente habló y con una voz más serena de lo que sus instruidos pensaron que se comunicaría, dio las órdenes que los reclutas debían seguir ese día:
—Necesito a diez reclutas de ingreso voluntario para que vayan a la cocina. Celic les dirá que hacer. los demás limpiarán el cuartel, Yoon les asignará sus labores. Los doce de ingreso obligatorio irán con Cyprus a los corrales ¡Limpiarán estiércol!
Los voluntarios se distanciaron de la docena de reclutas que rechistaban en el otro extremo del patio.
Un hombre, un anciano escuálido cuyo cuero cabelludo fue dejado casi al descubierto por las pocas canas que lo cubrían apareció frente a los conscriptos. Era Celic. Tras analizarlos con una sonrisa, seleccionó a las seis muchachas que se hallaban en las filas, y luego a dos jóvenes aparentemente oriundos de Isith.
Celic les pidió a los seleccionados seguirlo realizando un ademán.
Las y los conscriptos, ignoraron los quejidos de sus compañeros y avanzaron hasta el extremo izquierdo de la sierra, lugar al que el empleado se dirigía a paso presuroso.
Al llegar, el anciano se detuvo frente a la puerta. Cuando los reclutas llegaron, saludó a todos con un apretón de manos tan cariñoso que incomodó a Asiru, ella cegada por el desagrado fue incapaz de devolverle la sonrisa a aquel hombre que parecía leer los pensamientos con la mirada.
El olor a coles y el incesante burbujeo del agua hervida que salpicaba de las ollas le dieron la bienvenida a los conscriptos cuando tocaron el piso de baldosas de la cocina que resplandecía cual espejo. Un mesón largo con base de mármol dividía la enorme habitación en dos sectores, el de la derecha en donde se hallaba el fuego y el de la izquierda en el que estaban los utensilios y otro mueble repleto de coles partidas.
—Reclutas. Seis de ustedes deben encargarse de cortar y cocer las coles, los demás de preparar el arroz. Ustedes distribuyan sus tareas. Yo cocinaré la carne. Así terminaremos rápido... —dijo el hombre como si en lugar de dictar una orden les pidiera un favor a los conscriptos.
Al posicionarse el varón al costado de las ollas crepitantes, los reclutas corrieron a sus posiciones. Las cuatro muchachas con la ayuda de dos conscriptos se encargaron de preparar el arroz, mientras que los demás soldados trozaban los vegetales.
La mañana se esfumo para los reclutas, sin embargo, esas horas en la cocina fueron para Asiru una tortura. La quietud quebrada sólo por el sonido del agua al burbujear fue ineficiente para desplazar sus pensamientos. El recuerdo del joven de Agnou la mantuvo desconcentrada.
Cuando llegó la hora de servir el almuerzo, Asiru les rezo a los dioses para que no fuera ella quien entregará las bandejas en la ventanilla que daba al comedor, pero, los Amalts no escucharon sus ruegos y junto a una de las otras jóvenes conscriptas tuvo que repartir el almuerzo a los soldados.
Las manos de Asiru temblaban cada vez que cogía los cuencos repletos de coles hervidas, la palidez de su rostro hizo resaltar sus ojeras, cambio radical en su semblante que llamó la atención de Tish, su compañera.
—¿Estás bien? Te veo enferma... —comentó Tish mientras le extendía la bandeja a uno de los soldados novatos, un joven de ojos saltones y amarillos.
Asiru volteo hacia su compañera, y al hacerlo la palidez de su rostro adquirió un color grisáceo que le dio un aspecto de muerta viviente. La joven miró la cortina que separaba la cocina de la pequeña habitación en la que ella y Tish trabajaban, quería escapar, pero se arrepintió al percatarse de que aquello sólo avivaría la desconfianza de los superiores. Así que, tras dar un resoplido, depósito los cuencos con alimentos sobre la bandeja de madera y luego de la extendió al soldado que estaba frente a ella.
—Amaru.
Asiru alzó la vista y cuando su mirada chocó con los enormes ojos negros del agnouino el fuego que siempre ardía en sus ojos se apagó.
—Amaru Llaufen... —dijo el agnouino con una sonrisa desdeñosa en su rostro.
La joven miró de soslayo a Tish, la que alzó los hombros para después continuar con sus labores.
—Amigo. Creo que estás equivocado. Me llamo Asiru Pian...
El agnouino soltó una carcajada estridente, ganándose de paso las miradas de todos los soldados que se encontraban en el comedor.
—Yo no ser amigo... tu conocerme... tu ser Amaru Llaufen. Yo ciego no ser...
El sudor frío que recorrió la espalda de Asiru la hizo estremecer aún más. «Es el ladrón, estoy segura de que es el ladrón, pero ¿Cómo sabe mi nombre? ¿Y si es un guardia? ¿Y si es uno de los reclutas que me secuestraron?», se preguntó la muchacha, cuyo corazón alborotado amenazaba con salir disparado de su pecho.
—¡Fei, Fei, Fei! —El muchacho de ojos saltones apareció junto al misterioso agnouino y con su brazo libre rodeó los hombros de este —¡No asustes así a las muchachas! ¡Vamos perrito, vamos! —La mirada del recluta igual de destellante que la de Suri se posó sobre Asiru y tras ello, él agregó: —. Soy su traductor oficial. Y lo que quiso decir fue: ¿Tan poca comida me das?, usa esa palabra "Amaru" para describir todo lo que le desagrada...
—¡Fanzui, callar! ¡Fanzui equivocar! — Tras exclamar, Fei trató de apartarse de los brazos escuálidos de su amigo.
—Ya perrito, tranquilo... —Fanzui acarició los rizos que a duras penas sobresalían de la cabeza de su compañero.
Mientras que Asiru observaba la escena desconcertada, una ola de abucheos y gritos se oyó desde el fondo de la fila, y tras ello, un muchacho de apariencia delicada, como la de Atuq, se dirigió a las jóvenes conscriptas:
—Llevo más de cinco años soportando a ese par de idiotas... ¡Apúrense zopencos! ¡Dejen su espectáculo para la noche de Nianmo!
Fanzui y Fei se separaron y miraron de soslayo a aquel joven de ojos dorados, luego meneando la cabeza el primero se retiró refunfuñando. Sin embargo, el agnouino se mantuvo junto al mesón que lo separaba de Asiru e ignorando los abucheos la observó con el ceño fruncido durante varios segundos. Solo se digno a marcharse cuando escucho la voz colérica de Jiang Murak, pero no sin antes decirle:
—Diré verdad. Traidor...
[...]
Los días que le siguieron al encuentro, cada vez que Asiru debía realizar trabajos que implicaran mantener alguna cercanía con Fei, Suri aceptó intercambiar funciones con ella. Sin embargo, ninguna de las dos fue capaz de dormir durante las noches, horas en las que ambas compartieron sus teorías con respecto al terrorífico agnouino, que mencionaba a viva voz el nombre real de Asiru cada vez que tenía la oportunidad.
Cuando llegó el séptimo día, Asiru temió que Lyk decidiera descalificarla del servicio militar. Según ella, su desempeño había sido deplorable. Las ollas se le caían, chocaba con sus compañeros y el día anterior, aterrorizada al oír la voz de Fei cerca de la bodega se ocultó detrás de los sacos con víveres, y solo salió cuando estaba segura de que el agnouino se había marchado.
Sin embargo, grande fue la sorpresa de la joven cuando recibió durante aquella mañana la credencial de bronce con su nombre falso tallado en la lámina. Con un orgullo que jamás pensó experimentar, colocó la joya en su cuello, pero, la sonrisa de su semblante se borró en cuanto escuchó la voz de Fei gritar su nombre desde el final de la fila.
Esa vez, con el ceño fruncido Asiru giró su rostro hacia el fondo, pero volvió a su posición original después de que Suri le diera una fuerte nalgada.
—¿Qué le pasa a este recluta? ¿Por qué repite todo el tiempo ese nombre?
Asiru escuchó la voz del teniente Murak y no pudo reprimir el sudor que empapó sus manos y espalda.
—Asiru..., Asiru ser Amaru Llaufen...
Suri y Asiru se miraron consternadas, sin embargo, a pesar de que el miedo las estaba a punto de consumir, regresaron sus miradas al frente.
—¿Qué demonios dice este chico?
—Asiru Pian ser Amaru Llaufen... papá ser Lientur Llaufen...
Las palabras de Fei golpearon a Asiru como un ventarrón. Él tenía en su poder demasiada información sobre ella, y fue aquello lo que despertó nuevamente sus dudas sobre la identidad del agnouino. Cegada por el desconcierto giró su cabeza y su mirada chocó con la de él en cuyo semblante destacaba el brillo de su sonrisa altanera. Asqueada al ver esa mueca para ella repugnante, desvío su atención a Jiang quien dejó al descubierto su recelo hacia la revelación de Fei con su ceño fruncido.
Al ver que el teniente masajeaba sus sienes Asiru suspiró, pero su calma fue extinguida cuando el chasquido de la vara de Jiang atravesó las filas que se hallaban a sus espaldas. Sin embargo, tras el estruendo, los quejidos que Fei profirió revivieron su alivio.
—¡Les dije! ¡Nada de mentiras! —exclamó el teniente al mismo tiempo que, con pasos solemnes, se dirigía a su puesto inicial —¡Veinte vueltas! ¡Todos pagarán por las mentiras de Fei!
¡¿Cómo están querid@s?! ¿Qué les pareció el capítulo? Espero que haya sido de su agrado.
Quedo atenta, como siempre, a sus comentarios, observaciones y aportes.
¡Muchas gracias por haber llegado hasta aquí! Y sin más que decir... me despido.
¡Hasta el próximo capitulo!
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