Capítulo XIII
Instituto de Botrun
Era la cuarta vez en esa semana que perdía un combate, y sus compañeros no se guardaron las mofas. Cuando la campana sonó, Atuq se incorporó a duras penas, sus hombros le dolían. Desde hace casi tres años que no ingresaba a las clases de defensa, y allí recordó porque no lo hacía, era pésimo luchando.
—Un hombre fuerte puede controlar a otros hombres, pero uno inteligente puede liderar imperios... —Yaria se posó junto a Atuq y le extendió su mano pálida, ayuda que el muchacho aceptó con recelo.
—Y por desgracia no soy ninguno de los dos... —espetó el chico.
—Ya estas por graduarte... serás siempre recordado como el alumno estrella de tu generación.
—Si. Y todo gracias a Amaru...
—No te quites mérito. Los ensayos de Amaru eran pésimos... —Yaria se acercó al rostro polvoriento de Atuq y tras ello susurro: —. Amaru solo es buena en los combates...
—Ella está bien, ¿cierto? —preguntó Atuq, cuyo dolor fue eclipsado por el recuerdo de su hermana.
—Creo que está mejor que cuando vivía en la cabaña de tu papá..., no la hago trabajar como kapura —contestó Yaria, tocando su pecho como si la pregunta la hubiera ofendido.
—Le gustan los dulces de remolacha. —agregó Atuq de sopetón con la voz entrecortada. Y cuando se percató de que iba a llorar, le dijo a su compañera: —. Ahora vuelvo — acto seguido dobló hacia la izquierda para dirigirse hacia el pasillo que se extendía en esa dirección.
[...]
Con el rostro empapado Atuq salió del baño y camino de regreso hacia Yaria, pero cuando llegó al centro del pasillo, la imagen entusiasta de su amiga fue teñida por una luz grisácea que lo encandiló por completo.
—¡Atuq! ¡¿Qué te pasa?! — Yaria se sobresaltó al ver que Atuq se había cubierto los ojos como si fuera víctima de un ardor intenso —. ¡Por todos los dioses! ¡Atuq! 一La muchacha el rostro de su amigo, el que se negaba a abrir los ojos 一. Vamos a la enfermería, Atuq, estarás bien..., yo te ayudaré —dijo la joven de iris destellantes, mientras tomaba a su amado por los hombros.
Ante la mirada de los alumnos curiosos del Instituto, Yaria escoltó a Atuq hacia el patio que estaba en el centro de la construcción. Ambos jóvenes atravesaron aquel jardín repleto de flores áureas esquivando a los entrometidos que tocaban la espalda del muchacho cegado como si se tratara de un animal herido.
Al llegar al otro extremo del jardín estaba la enfermería, y en las puertas de la habitación una mujer vestida de blanco recibió a los alumnos, y antes de que Atuq entrara al cuarto le pidió que quitara las manos de su rostro.
El chico obedeció, pero al hacerlo una luz escarlata lo encandiló. Desesperado y con los ojos lagrimeando se dio media vuelta, y allí en el jardín, junto a las flores de pétalos dorados divisó a una criatura, un ser de no más de medio metro, con cuerpo de barro y ojos que destellaban más que los iris de Yaria. Al ver aquella figura humanoide, Atuq soltó un grito de terror, actitud que motivó a la enfermera a halar el lazo que pedía a su izquierda.
—¡¿Pero que está haciendo?! ¡Acaban de golpearlo en las clases de defensa! ¡Por eso está teniendo problemas de visión! —se molestó Yaria, quien luego abrazó a Atuq para calmarlo.
—Niña, ese joven no tiene ninguna lesión ocular, pero aparentemente heredó la locura de su madre...
Ciudad de Botrun
«¡Amaru! ¡Amaru!»
Amaru despertó al instante tras sentir los gritos de Yaria.
—¡Se lo llevaron, Amaru! ¡Se lo llevaron! ¡No pude hacer nada!
—¿A quién? —preguntó Amaru con voz adormilada.
—A Atuq..., se llevaron a Atuq al Sanatorio... —respondió la joven aferrándose a los barrotes de la rejilla que la separaba de su amiga —. Perdóname, yo solo lo lleve a la enfermería para ayudarlo... ¡Esto es mi culpa! ¡Mi culpa! 一A punto de ahogarse por el llanto, Yaria soltó los barrotes y se desplomó sobre las baldosas empapadas por sus lágrimas.
Los sollozos de Yaria retumbaron el en conducto de ventilación, y Amaru supuso que podrían haber sido escuchados hasta en el bosque.
—No es tu culpa. —Amaru le dio a su amiga una respuesta lacónica. No quería formar parte del coro lastimero de ella y sabía que si dejaba entrever su preocupación terminaría derramando más lágrimas que Yaria.
—Todo comenzó por un dolor de ojos, yo lo vi. No escucho nada, no sé por qué se lo llevaron...
Para Amaru el desconcierto de Yaria estaba más que fundado, pero en lugar de ahogarse en llanto, pensó en una respuesta coherente para la decisión que habían tomado las autoridades.
—Tal vez lo dejen libre mañana...
—Los médicos del Sanatorio le dijeron a tu padre que dejarían a Atuq en observación ¡Estará semanas o meses encerrado por mi culpa!
Con el rostro escondido entre sus piernas Amaru lanzó un suspiro cargado de frustración. Deseo destruir el conducto y correr hacia el Sanatorio para hacerlo explotar tal y como lo hizo con el barco cuando la secuestraron, pero durante toda esa semana en la que durante las madrugadas había ido al bosque a practicar, solo logró empeorar su resfriado.
Las dos muchachas se mantuvieron sumergidas en la angustia, hasta que la voz de la señora Pincoy irrumpió en la bodega, sobresaltando a Yaria que limpió sus lágrimas con violencia antes de que la sirvienta entrara al cuarto.
—¡Jovencita! ¡¿Qué hace aquí?! ¡Su padre quiere verla! —exclamó la dama mientras meneaba sus brazos regordetes.
Tratando de que la mujer pasara inadvertida la presencia de Amaru, Yaria decidió confesar su sentir y montar todo un espectáculo.
—¡Se lo llevaron, señora Pincoy! ¡Se llevaron al único hombre que he amado! — Yaria llevó sus manos a su pecho.
—¿A quién?
—¡A Atuq, señora Pincoy! ¡Se llevaron a mi Atuq! — confesó la joven entre sollozos, para después lanzarse a los brazos de su sirvienta.
—¡Ay mi niña! ¡Venga conmigo! —La mujer robusta, tomó a Yaria por la cintura y la ayudó a subir las escaleras que daban al umbral —. Le daré un vaso de agüita con azúcar...
Cuando la puerta de la bodega se cerró y los alaridos de Yaria se extinguieron, Amaru asomó su nariz por los barrotes de la rejilla. En su semblante había un gesto que denotaba su perplejidad. Sabía que su amiga estaba enamorada de su hermano, pero desconocía la magnitud de ese enamoramiento, que para ella no era más que un simple capricho.
Esa noche, Yaria no le llevó la cena como de costumbre, por lo que los rugidos del estómago de Amaru resonaron por toda la cavidad, espantando a los roedores y aves que se ocultaban en él. Cuando supuso que ya era media noche, la infiltrada entró a la bodega y sacó un puñado de nueces de uno de los tantos sacos que había en el cuarto. Con su botín en mano decidió regresar a su escondite cual ratón, pero, al llegar al borde del conducto, oyó el eco de voces masculinas que tenían un acento particular, un acento militar.
Amaru se armó con la cuerda de uno de los sacos y luego apagó las llamas de los faroles; en la total oscuridad dejó sus nueces en el bolsillo y se ocultó a un lado del conducto, detrás de las cajas, para oír con más claridad la conversación de los hombres que estaban al otro lado. «Ve al sanatorio. Yo puedo con todos los de esta casa...», escuchó Amaru decir a uno de ellos, frase a la que le siguieron tres tintineos estremecedores. «Rómpeles el cuello..., será fácil, están enfermos». El rechinar de las bisagras eclipsó por unos instantes la conversación que los aparentes cadetes ejecutaban, pero la muchacha pudo distinguir entre los balbuceos, las palabras "muerte" y "sanatorio".
Al cruzar el eco del crujido de las hojas por el conducto, Amaru apoyó su espalda en los ladrillos. Pensó en la muerte sorpresiva de su madre, y en la causa de fallecimiento que los médicos le dijeron a Atuq: asfixia. La muchacha miró el cordón y como si aquel instrumento fuera el causante del deceso de su progenitora lo apretó. Por la breve conversación que los jóvenes ejecutaron, intuyo que, quizás Sayoli había sucumbido por obra de los mismos hombres que la secuestraron.
El "Clap, clap" de los pasos del intruso anunció su llegada, y Amaru frunció el ceño al oír el sonido.
Amaru miró de soslayo la sombra del conscripto que analizaba la rejilla abierta, aparentemente desconcertado. El muchacho se mantuvo observando hasta que noto el candado que estaba al costado del orificio, al verlo se agacho y lo alzó para hallar alguna señal de falla en el dispositivo, y mientras lo estudiaba, la puerta de la bodega se abrió, sobresaltando a Amaru y al intruso.
—Lo siento. Me quedé dormida, pero aquí traje un poco de guiso para ti... —dijo Yaria, cuyo cabello rizado fue escasamente iluminado por las lámparas que aún se encontraban encendidas afuera del cuarto.
El intruso no respondió y como si hubiera imitado la estrategia de Amaru se quedó junto al conducto, ocultando su presencia en la penumbra.
La oscuridad de la habitación desconcertó a Yaria. La joven susurró el nombre de su protegida, pero al no oír respuesta, dejó la bandeja con alimento en el suelo, y tras ello, corrió hacia una de las paredes para encender las luces, sin embargo, antes de que pudiera girar la perilla, el intruso cubrió su boca, truncando todos sus intentos por gritar. Yaria pataleó y trató de apartar las manos del asesino, pero él la superaba en fuerza y tamaño, por lo que fácilmente logró reducir a la joven.
Cuando el cuerpo de Yaria comenzó a perder fuerzas, Amaru se armó de valor y avanzó con sigilo hasta el asesino, el que, al estar concentrado en la hija del dueño de la mansión, ignoró la presencia de la otra joven, la cual, uso la cuerda del saco como arma para ahorcar al malhechor.
El intruso trató de liberarse del agarre de Amaru, retrocediendo con brusquedad hasta chocar con la pared contraria, acción ineficaz, pues la chica, se mantuvo firme, apretando los extremos de la cuerda.
El recluta bajo sus manos para desenvainar su arma, pero Yaria, quien gracias a la luz que se inmiscuía por el umbral, noto sus intenciones y se adelantó. La joven corrió hacia el soldado y fue ella quien tomó la espada.
—¡¿Quién te envió?! —le preguntó Yaria al intruso,
Al no recibir respuesta la joven le exigió a Amaru que soltara al malhechor, sin embargo, cuando ella obedeció, el cuerpo del cadete se desplomó.
Amaru lanzó un alarido breve, casi ahogado al ver el cuerpo del joven inerte sobre su pecho.
—Lo mataste... —murmuró Yaria.
—Puede estar fingiendo... —espetó Amaru, para luego posar sus dedos sobre el cuello amoratado del delincuente. Percibió latidos y al instante la mano fuerte del joven rodeó su muñeca.
El intruso dobló el brazo de la joven, causando que emitiera un quejido. En un parpadeó Amaru terminó sobre el piso con el conscripto sobre ella, situación que la obligó a revivir esos instantes en los que estuvo recluida en la barcaza. En un intento por quitar a su oponente de encima, Amaru usó la fuerza de sus brazos y piernas combinadas para impulsarse hacia un costado, pero su contrincante halo su cabello con fuerza para luego estrellar la cabeza de la muchacha contra las baldosas.
Yaria corrió con la espada en alto hacia el atacante, pero el joven, oyó sus pasos frenéticos y priorizando su vida, soltó a Amaru para esquivar a la joven que blandía el arma. La muchacha intentó arremeter otra vez, pero sus movimientos eran predecibles para el soldado, por lo que este tras propinarle un golpe certero en el estómago la derrotó.
La espada tintineo al caer sobre las baldosas, y Amaru quien había salido de su turbación se arrastró y logró tomarla antes que el intruso, el que soltó un gruñido de frustración, para después lanzar una patada que Amaru logró eludir al ponerse de pie.
Amaru esperó a que su oponente se acercara, pero el joven al verse desarmado decidió aguardar a que ella iniciara la ofensiva. Durante unos segundos caminaron por la habitación analizándose, dando la impresión de que luchaban con sus miradas iracundas. Y no fue hasta que el sonido de pasos hizo eco por el pasillo que daba a la bodega, que Amaru decidió atacar. La chica alzó la espada y apuntó el filo hacia la cabeza de su oponente, pero cuando notó que la figura de este se movilizaba hacia un costado, se detuvo en seco, bajo el arma y aprovechando que su contrincante tenía la guardia alta, pateó su entrepierna. El adolescente bajó su torso por el dolor, y Amaru aprovechó ese instante para contraatacar y cortar la nuca de su enemigo antes de que la voz de la señora Pincoy irrumpiera en la habitación.
¡Muchas gracias por llegar hasta aquí!
Muchas gracias por leer esta historia, espero que la estén disfrutando tanto como yo disfruto al escribirla, y si no es así, quedo atenta a cualquier cometario o recomendación.
Sin mas que decir, más que agradecerles otra vez, me despido
¡Nos leemos en el próximo capítulo!
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