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Capítulo X

Zona norte de Botrun

       Cuando los relámpagos se extinguieron el bosque se sumió en la más profunda oscuridad. El viento que se alzó, hizo cantar a los árboles, y la melodía que ellos entonaron acompañó a Amaru en su marcha solitaria. Fue aquella tonada la que, según la joven, mantuvo alejados del sendero a los animales.

       Mientras Amaru se desplazaba hacia el norte, sujetándose de los troncos de los árboles para no resbalar, el olor nauseabundo que golpeó su nariz la hizo detenerse. Permaneció junto al madero hasta que entre el chapoteo que emitían las gotas furtivas de la lluvia, oyó el rugido de una corriente. Tras despegar su espalda del pilar, Amaru continuó su travesía y luego de recorrer un par de metros vio entre los matorrales un riachuelo de aroma putrefacto. Desvió su atención hacia la izquierda y brotando de las rocas que conformaban la montaña detectó un orificio del cual emergían las aguas servidas, el inicio del cauce no era más que un hilo, pero eso bastaba para generar ese hedor que casi la hizo vomitar.

       Amaru, a pesar de que tuvo que luchar contra las arcadas, caminó hasta el desagüe mientras se cubría la nariz con el puño de su abrigo. Estaba decidida a entrar a la ciudad por el conducto, sin embargo, en el instante que quiso impulsarse hacia el interior, ese canto fantasmal irrumpió en sus pensamientos como un estallido. Se cubrió sus oídos por inercia y a la par buscó con su mirada alguna figura espectral, algún ente o visión como de la que fue testigo tras despertar sobre la arena, pero a su alrededor solo distinguió las siluetas de las hojas y el brillo de las luciérnagas. Sabía que el canto no era una alucinación, sin embargo, el fin de esos mensajes divinos los desconocía, ¿por qué los Amalts tratarían de comunicarse con ella sin un motivo?

       Ignorando aquella aparente advertencia, Amaru se impulsó hacia el orificio mientras que en sus pensamientos solo resonaban esas palabras en una lengua que ella desconocía. Avanzó unos metros hacia el interior aguantando la respiración hasta que el canto eufónico desapareció, siendo sustituido por el rugido del agua. No fue necesario para la joven el ver la columna de aguas servidas avanzar el conducto, sino tras solo percibir el eco, retrocedió y logró salir del desagüe antes de que el agua la arrastrara.

       Pasmada Amaru observó como la masa de agua brotaba con furia desde el interior de la ciudad. Ella sabía que eso significaba que los barrios marginales, o mal llamados "Soterranos", habían sufrido una nueva inundación.

       Sin saber cómo huir de las inclemencias del clima y de los depredadores, Amaru se sentó de espaldas a la montaña. Sus dientes castañearon cuando su piel entró en contacto con la roca gélida, quiso llorar, pero consciente de que si emitía un sonido peculiar atraería a los depredadores reprimió sus sollozos. Allí tumbada sobre el suelo mojado, tiritando y a nada de atrapar un resfriado, Amaru reprochó las decisiones que había tomado en el pasado. «Quizás, igual me habría hecho dormir bajo la lluvia...», pensó la muchacha, mientras recordaba a su primer prometido, el príncipe de Agnou.

       Y mientras el semblante atezado del príncipe de Agnou se negaba a aparecer como una imagen que no estuviera compuesta sólo por sombras y siluetas difusas, un nuevo recuerdo se inmiscuyo...

Aldea sureña de Botrun, cuatro años atrás

        一¡No lo permitiré, Lientur! ¡Suficiente ha tenido Amaru con tus mal llamados entrenamientos! ¡La matarás! 一gruñó Sayoli.

        Desde la escalera, Amaru observaba aferrada a los barandales, Atuq, como siempre estaba a su lado. Ambos estaban pálidos y sostenían sus manos sudadas con fuerza.

        一Mi señora Sayoli, si quiere recuperar sus derechos lo mejor seria que entregue a su hija a la causa. La trataremos con cuidado. Ella no es una...

        Sayoli meneó su cabeza con fuerza mientras murmuraba noes entre susurros, interrumpiendo así al gobernador, a aquel hombre de incipiente calvicie y rostro rechoncho.

        一Amaru no tiene porque sufrir eso... ella es solo una...

         一¡Tiene casi dieciséis años, mujer! ¡Ya calmate! 一exclamó Lientur para luego tomar el antebrazo de Sayoli.

       La mujer miró a su esposo, a su tutor, con los ojos destellando por la ira. Entonó el himno de los Amalts por lo bajo, y cuando Lientur se percató de su acción, la soltó. Sin embargo ella continuó murmurando aquellas palabras aparentemente mágicas, deseando que una estela de viento emergiera de ella, pero cuando oyó los susurros de sus hijos se cayó. No podía abandonarlos...

       El gobernador resopló frustrado y luego con una sonrisa cínica en su semblante, dijo:

       一Lo peor que puede pasar con Amaru es que, al igual que usted, tema invocar el poder de los Amalts...

       Sayoli miró de soslayo al gobernador. Pensó en que, de no haber sido madre no habría tenido miedo de morir usando el poder de los Amalts.

       一Lientur... 一Sayoli pronunció el nombre de su esposo con dulzura, casi de la misma manera en la que lo hacía en sus primeros días de matrimonio 一. Amaru es tu hija... no... no vas a permitir que... ellos...

       一Lientur... 一alzó la voz Rajims 一. Si Sayoli no quiere permitir que Amaru se someta a las pruebas, quizás ella quiera intentarlo...

       一¡No!

       Amaru bajó de un salto la escalera y corrió hacia su madre con los brazos estirados. Sayoli se giró trató de detener el avance de su hija, pero la muchacha, era fuerte, mucho más que ella y le fue imposible detenerla.

       一¡Yo lo haré! ¡Mamá dejame hacerlo! ¡No lo hagas...! 一exclamó Amaru con la voz temblorosa.

       一¡Amaru no te atrevas a desobedecerme! 一gruñó Sayoli 一¡Prometiste cuidar siempre a tus hermanos! ¡No seas irresponsable y cumple lo que prometes!

      Lientur se acarició las sienes y se sentó frustrado sobre la mecedora. Deseó arrastrar a Amaru hacia la cueva subterránea, pero Sayoli era su obstáculo. La odiaba y la amaba con la misma intensidad. Quería negarle y darle todo, hacerla enojar y a la vez sonreír. Adoraba el hecho de que ella estuviera obligada a estar con él y que nadie fuera capaz de arrebatarle aquella perla botrunina. Sin embargo, con sus acciones sólo dejaba en claro la ira que ella en él despertaba.

        一Perdona la interrupción, padre... 一Jimseng por fin se atrevió a hablar. Dejó su paraguas a un lado y tras ello se incorporó dedicandole a Sayoli una sonrisa, luego dijo: 一. Creo que aún nos falta demasiado por descubrir como para someter a la familia de uno de nuestros socios a esas pruebas... Sabes que Lientur no lo permitirá, miralo, su bella esposa es su fortaleza y debilidad... Y Amaru es una niña..., una subumbrina ¿No que iniciaste todo esto para devolverle a Subumbra y a los subumbrinos la magnificencia imperial?

       Lientur se incorporó de un salto y Rajims paso a derramar su copa de vino tras dar un respingo.

       一Jimseng... 一murmuró Sayoli entre lágrimas. Su rostro la delató y en el Lientur pudo leer la admiración que en ese instante en ella floreció por Jimseng.

       一¿Qué demonios estás diciendo, hijo? 一Rajims se puso de pie con su rostro decorado por un gesto patidifuso.

       一Que debemos cuidar de los nuestros 一respondió Jimseng mientras le guiñaba un ojo a Sayoli 一. Sabes que las probabilidades de que Amaru o Sayoli mueran son amplias, ¿por qué quieres obligarlas a llamar a los Amalts ahora?

      Rajims y Lientur se propinaron miradas furtivas. Ambos hombres estaban dispuestos a someter a la joven a las torturas. Lientur estaba furioso porque ella ya no le servía, y Rajims era indolente al dolor de sus peones, sin embargo el capitán no se sentía capaz de dar a Sayoli, al menos no en ese instante.

      一Yo me encargaré de buscar nuevos sujetos de prueba, padre... 一dijo Jimseng 一, pero promete que no lastimaras a Sayoli... 一el Heres le propinó a la mujer una cálida sonrisa.

      一Ni a mis hijos... 一agregó Sayoli mientras acariciaba la espalda de su hija.

      一Tampoco lastimaras a sus hijos... 一agregó Jimseng con resignación.

Ciudad de Botrun

      Cuando Yaria abrió la puerta se sobresaltó al ver el rostro de Atuq tan lastimado que parecía irreconocible.

       —¡Atuq! ¡¿A qué se debe tu inesperada visita?! —exclamó la joven, en cuyo semblante delicado apareció una sonrisa.

       —Necesito tu ayuda..., otra vez... —respondió Atuq, quien trataba de evitar la mirada hipnotizante de la jovencita.

       Yaria se hizo a un costado con la intención de invitar al joven a su casa, sin embargo, Atuq rechazó la propuesta meneando la cabeza con agresividad.

       —Necesitamos hablar a solas...

       Las mejillas de la muchacha se tornaron de un rosa pálido. En ese instante Yaria pensó que la voz de Atuq se escuchaba dulce hasta cuando estaba molesto.

       —¿Pasó algo con Amaru? —inquirió la joven, mientras cerraba la puerta detrás de sí.

       —No solo con Amaru, también con mi mamá. —Tras lo dicho Atuq bajó la mirada y se concentró en el brillo de las perlas que decoraban las zapatillas de Yaria.

       —¿Qué quieres decir?

       —Mi mamá murió y Amaru... Amaru está perdida.

       Por los movimientos de los pies de Yaria, Atuq supo que la noticia había tomado por sorpresa a la muchacha.

       —¿Está tu padre en casa? —Atuq levantó la cabeza mientras formulaba la pregunta y al hacerlo se topó con la mirada angelical de Yaria, quien meneó la cabeza como respuesta —. Lo suponía, debe estar hablando con los otros defensores — agregó, para después acercar su rostro al oído de Yaria.

       La palidez característica de Yaria desapareció cuando sintió el aliento de Atuq sobre su piel. Su corazón latió con fuerza y el impulso por voltear su rostro para que su nariz chocara con la del joven cruzó por su mente como una estrella fugaz.

       —Están atacando a los defensores. —susurró Atuq, quien tomó el brazo de Yaria al sentir que esta iba a cambiar de posición, tras mantenerla en su sitio, continuó: —. Nos secuestraron, y casi queman a mi padre...

       Esa noticia hizo que Yaria bajara de su nube de amor. Su expresión casi infantil se transformó, y en su semblante delicado apareció esa mirada férrea, que le aportaba más elegancia que rudeza.

       —¿Por eso estás así?

       Atuq pensó en menear la cabeza, pero para evitar preocupar aún más a su amiga mintió y respondió con un gesto afirmativo.

       —Se querían llevar a Amaru. Lo sé porque unos hombres vestidos de guardias la siguieron hacia el norte. Eran conscriptos en realidad, vi sus credenciales... —Al recordar a su melliza, el semblante de Atuq palideció.

       Conmovida por la aflicción que transmitía el rostro de Atuq, Yaria posó sus manos sobre los hombros del joven. Lo acarició sin decir palabra, porque sabía que si lanzaba algún comentario podría incomodarlo y dañar aún más su lastimado corazón.

       —Supongo que intuyes porque la querían... —habló por fin Atuq, tras varios minutos de silencio.

       Con una expresión dubitativa, Yaria quitó sus manos de su interlocutor.

       —Pudo activarlos, Yaria, pudo hacerlo cuando vio que Sulay y yo íbamos a morir... —Luego de su revelación, Atuq observó hacia sus costados, y solo eran testigos de su conversación dos hombres que con pala y picota sobre sus espaldas parecían dirigirse a sus trabajos.

       El sonido de pasos alertó a la perpleja Yaria. Estaba segura de que la servidumbre había despertado por el ajetreo que provino después desde la cocina.

       —Será mejor, osado caballero, que acuda cuando la luz de la esfera brille como mis ojos se iluminan al verlo. Mi padre ha tenido que atender asuntos laborales antes del alba, y es él quien debe aprobar su solicitud. Sin embargo, quiero que sepa, honorable joven Llaufen que me complacería ser su esposa...

       Tras lo dicho, Yaria besó la mejilla de Atuq, el que perplejo se mantuvo frente al umbral hasta que su anfitriona cerró la puerta. Estaba seguro de que había mencionado la propuesta de matrimonio como una manera de desconcentrar a la servidumbre del verdadero motivo de su visita. No era la primera vez que empleaba esa estrategia, sin embargo, fue el beso con el que se despidió lo que dejó petrificado a Atuq, el que sabía que iba a tener que regresar durante la tarde para que los sirvientes no le informaran al padre de Yaria el secreto de Amaru.

Bosque de Botrun

       La lluvia cesó al amanecer y fueron los rayos de la esfera lo que sacaron a Amaru de su perturbadora cavilación.

       Estaba tan empapada que el abrigo que Atuq le había prestado estaba pegado a su piel, pero fue incapaz de esbozar una mueca de desagrado. Acepto aquella incomodidad como un precio irrisorio que debía pagar por lo que decidió finalmente hacer. No iba a regresar a su hogar. Al menos no hasta que pudiera controlar "su don" y llamar a los Amalts a voluntad.

       Las aguas servidas disminuyeron su cauce con el fin de la tormenta, por lo que, suponiendo que ya no correría el riesgo de morir ahogada, Amaru se preparó para ingresar por el tubo. Su objetivo había cambiado, pero la ruta para alcanzarlo no.

       Sin embargo, cuando la muchacha puso sus manos sobre el metal, un gruñido retumbó desde el interior. La chica entrecerró los ojos y un par de metros dentro del conducto vio una silueta verdosa, cuyas escamas reflectaron la luz tenue que se inmiscuyó por el orificio, se trataba de un thanrong joven. Luchar sola y desarmada contra una bestia de tales proporciones era un suicidio; Amaru no le temía a la muerte, pero el tan solo pensar en ser devorada por ese reptil le causo escalofríos y un miedo tal que la hizo desistir de entrar por las cloacas.

       Rendida, hambrienta y débil, Amaru retorno por el mismo sendero que había atravesado para escapar de sus perseguidores, añorando no encontrarse con los conscriptos. Bajo la cálida luz del alba, la vida se había adueñado de los árboles, por lo que aves e insectos acompañaron a Amaru en su regreso. Los naws salieron de sus escondites y con sus ojos resplandecientes siguieron cada movimiento que la chica realizaba, la presencia de aquellos animales era una buena señal, esos seres peludos de colas largas que usaban para sujetarse de los árboles solo bajaban cuando los depredadores no rondaban. Sin embargo, cuando Amaru llegó al sitio en el que había superado la trampa, los seres peludos desaparecieron.

       Un disparo resonó entre los árboles, y el estruendo obligó a Amaru a imitar el comportamiento de los naws. La muchacha reunió todas las fuerzas que le quedaban y subió a uno de los árboles que se alzaban a los costados del pequeño camino lodoso, espantando a todos los naws en el proceso.

       —¡Lientur, te dije que avisaras a la guardia de plata! —La voz de Jimseng llegó a los oídos de Amaru como un susurro fantasmal.

        Amaru se tumbó sobre una de las ramas y desde allí pudo distinguir la túnica esmeralda del Heres, de su prometido. Al verlo una sonrisa sutil se bosquejo en su rostro, aún creía en la posibilidad de que él la ayudaría, pero, cuando vio a su padre junto a él, su alegría se esfumó y decidió permanecer en el árbol.

       «Él lo apoya... siempre lo hizo... solo quería salvar a mi madre... No me quiere...»

       —Según Atuq, los hombres que persiguieron a Amaru estaban vestidos como los guardias, ¿Crees que unos delincuentes logren conseguir hasta esas armaduras? —agregó Lientur para después detenerse sobre un par de huellas enormes, casi tan grandes como su cabeza que estaban junto a un charco de sangre bajo el cual destacaba el rastro de un ser humano. —. Aquí había una trampa...

       El rostro de Jimseng palideció, y con la voz temblorosa dijo:

       —¿Crees que Amaru cayó en la trampa? ¿Crees que se la llevaron?

       —No, Amaru sabe detectar las trampas. —respondió Lientur al mismo tiempo que posaba su atención en un nuevo rastro de huellas —. Mira —El capitán señaló con el índice las pisadas frescas, delgadas y poco profundas que distaban de las acompañaban el charco escarlata —. Esas marcas no son de botines... —Luego de mencionar su hallazgo, se incorporó y emprendió el rumbo hacia el árbol en el que Amaru se escondía.

       La joven se estremeció cuando vio la sombra de su padre acercarse. Pensó en la mentira que le diría, pero ninguna de las opciones lograba convencerla, estaba segura de que al ver su mirada férrea se vería obligada a confesar la verdad. Pero antes de que oyera con claridad sus murmullos, Lientur retrocedió. La confusión se apoderó de ella, y en búsqueda de respuestas miró a sus espaldas y desde allí oyó un rugido que la hizo temblar. 

¡Muchas gracias por llegar hasta aquí!

¿Qué les pareció el capítulo?, espero que haya sido de su agrado.

Espero que puedan dejarme sus opiniones en los comentarios, me gustaría leerlas.

Sin más que decir, me despido.

¡Nos leemos en el siguiente capítulo! 

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