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Capítulo VII

Mar de Botrun

      Una estela de luz cruzó la ventana hasta golpear el rostro de Amaru. La muchacha miró de soslayo hacia el lugar del que provino aquel fulgor cerúleo y vio el umbral que los conduciría a su salvación.

       Tras la orden de Amaru, los hermanos se arrastraron entre temblores hacia la pared lateral de la cabina. Los estallidos que surgían tras cada disparo y los gritos, camuflaron por unos instantes el avance de los muchachos.

       El suelo antes caoba en cosa de instantes se tiñó de bermellón al mismo tiempo que el aroma a sangre desplazó los olores característicos de la nave. Las súplicas de las víctimas y las mofas que los asesinos preferían cada que percutaban un nuevo disparo le hicieron pensar a los tres hijos de Lientur que estaban siendo testigos de una visión del mismo infierno.

       Mientras que los guardias estaban distraídos, despojando de sus ropas a una chica que no superaba a Sulay en edad, Amaru se puso de pie con la ayuda de Atuq y haciendo un esfuerzo para soportar el dolor de sus extremidades empujo la ventanilla, que rechinó al abrirse y alertó a los agresores.

       —¿Qué pasó, niños? ¿Quieren escapar? Pero si aún no terminamos de jugar... —comentó con sarcasmo uno de los asesinos. Dejó luego a un costado el rifle descargado para desenvainar su espada. Con ella, de un solo corte le arrebató la vida a la muchacha que él y sus compañeros habían desnudado.

       Amaru tensó los músculos de su mandíbula al ver el río de sangre que salpicó del cuello cercenado de la adolescente, pero en la acción del asesino vio una oportunidad, estaba segura de que había usado su espada por la falta de proyectiles.

       —Yo los distraeré... —susurró Amaru sin quitar sus ojos de los asesinos que con las espadas en alto caminaban hacia ella.

       —Pero...

       —Nada de peros, Atuq... Llévatela, obedece por favor.

       Atuq y Sulay se sobresaltaron.

       —¡Amaru no puedes...! ¡Te vas a morir!

       Uno de los muchachos, tomó el antebrazo de Amaru antes de que ella pudiera defenderse. Con brutalidad la haló hacia él y la obligó a posicionarse de rodillas tras haber pateado sus piernas. En lugar de un gesto de terror, una mirada colérica fue lo que la joven le dirigió a su atacante, el que, al ver esos ojos llameantes sonrió, casi satisfecho por la actitud de su víctima.

       Con un ademán Legir les ordenó a sus secuaces que se acercaran a Amaru, y estos al instante despojaron a la muchacha del abrigo que llevaba, dejándola solo con la camiseta blanca puesta, prenda que luego el mismo líder del grupo de asesinos, comenzó a desabotonar.

       Por primera vez en su vida, la cólera cegó a Atuq, e impulsado por la necesidad de proteger a su hermana, embistió a uno de los malhechores. Al aterrizar sobre el abdomen del delincuente, Atuq arremetió con un golpe que llegó de lleno en la nariz de su oponente, pero cuando iba lanzar un nuevo ataque, el cadete tomó su muñeca y como si el hermano de Amaru fuera de papel lo lanzó hacia los barriles.

       Al verse libre de su agresor, el soldado desenvainó su espada, y con el filo del arma destellando a la par de la cadena cobriza que pendía de su cuello, corrió hacia Atuq con las intenciones de darle un golpe letal, pero, la voz de Legir lo hizo detenerse.

       —Que viva. Quiero que vea todo... —dijo el líder, con una sonrisa ladina en su semblante, prueba de lo satisfactoria que era para él la situación.

       El adolescente armado guardó su espada, sin embargo, al ver que Atuq se había levantado, pateó su cabeza ocasionándole una lesión en la sien de la que brotó al instante un hilo de sangre. Aprovechándose de la desorientación de su víctima, el cadete sostuvo sus muñecas y lo obligó a permanecer tumbado en el piso, mientras que sus colegas, terminaban de desvestir a Amaru.

       Al quedar el busto de Amaru al descubierto, Legir posó sus manos callosas sobre los senos pequeños y más firmes que suaves de la joven. Ella al sentir el tacto torpe de su agresor gesticuló una mueca de repulsión, que no hizo más que alimentar el morbo del cadete.

       —Deberías agradecerme, perra. — dijo Legir al oído de Amaru para después recorrer los pómulos afilados de la muchacha con la lengua.

       Los gritos de Atuq resonaron por la cabina, súplicas de las que Legir y sus secuaces se mofaron, pero que avivaron el fuego interno de Amaru e impidieron que sumiera en ese estado de trance al acudía cuando el miedo la sobrepasaba.

        De soslayo la mayor miró a su mellizo, junto a él estaba Sulay casi completamente paralizada, víctima de espasmos involuntarios que el miedo le generaban. De repente el aliento fétido de Legir rozó los labios de Amaru y luego la lengua del conscripto se introdujo en su boca como una larva. Asqueada, la joven trató de apartar su rostro, pero su captor tomó su cabeza con fuerza. Mientras las manos del líder y sus secuaces tocaban su torso desnudo, Amaru concluyó que cuando acabaran con ella, le harían lo mismo a Sulay y pensó que hasta Atuq sería un juguete para los delincuentes, y eso ella no lo iba a permitir.

        Desesperada por evitar que las únicas dos personas a las que amaba sufrieran una muerte indignante, y consciente de que su valentía no sería suficiente para ganarle a esos falsos guardias, decidió imitar los métodos que antes fueron eficaces para los esclavos que sucumbieron frente a ella. En cuanto Legir liberó sus labios, Amaru comenzó a entonar este himno maldito, la canción que le había costado su libertad, el coro fantasmal de los Amalts: Audi aquos tem aestum, Ventus balnditias deseum...

       —No, no, no ¡Amaru, no lo hagas...! —exclamó Atuq al percatarse de que su hermana recitaba lo mismo que las víctimas de Rajims y Lientur.

       —Eso es nuevo. — dijo Legir, para luego acariciar los labios inquietos de Amaru —. Nunca me he acostado con una mujer que cante mientras la penetro...

       Amaru ignoró el comentario burlesco del cadete, y continuó susurrando el himno de los Amalts a pesar de que los subordinados de Legir la habían obligado a recostarse sobre la madera.

       Al ver que sus compañeros habían comenzado a desabrochar sus pantalones, el adolescente que mantenía sujeto a Atuq decidió soltarlo para unirse al pelotón de abusadores. Atuq intentó detenerlo, pero al levantar la mirada notó que, del cuello del cadete, pendía una cadena, una joya cobriza, cuya inscripción no fue capaz de leer, pero delataba su verdadera posición en la milicia: era un conscripto. Sin embargo, en ese mismo instante, una luz vaporosa idéntica a la sangre comenzó a brotar del cuerpo de Amaru. Era la primera vez que veía aquel resplandor emerger de una persona, pero cuando su cabello comenzó a ondear con ímpetu supo las causas de ese destello tan inusual.

       De improviso y como si un rayo la hubiera impactado, toda la sangre de Amaru se transformó en fuego, sus intestinos y huesos resonaron como si una bomba hubiera estallado en su interior, y al emitir la última frase del himno de los Amalts por tercera vez, una onda de aire por fin brotó de su cuerpo.

       Atuq alcanzó a abrazar a Sulay antes de que el aire que emanó de Amaru destruyera las paredes de la cabina y mandara a volar los barriles, armas e incluso parte de la cubierta como si fueran hojas secas. Los guardias, al igual que los cadáveres salieron proyectados, algunos aterrizaron sobre la madera húmeda de la cubierta, otros en cambio se hundieron lanzando alaridos en el mar, a diferencia de los hermanos de Amaru, que parecían ser inmunes a la ira de los Amalts.

       Todo el semblante de Amaru y su torso se tiñeron de escarlata, y de no ser por sus pantalones oscuros, sus piernas también habrían adquirido la tonalidad de la muerte. La muchacha alzó la mirada, aún estaba con vida, sin embargo, la sangre brotaba por todos sus orificios a borbotones. Su vista se tornó borrosa, pero aun así distinguió el destello de la armadura de uno de sus secuestradores, el que a duras penas salía del agujero que se extendió por el piso.

       —¡Amaru! — gritó Atuq al ver que el aparente único sobreviviente iba con sus puños en alto hacia su hermana.

       El joven soltó a Sulay y se arrastró hacia Amaru, pero una nueva ventisca surgió y empujo a la menor de los hermanos hacia el borde de la embarcación, que se meció con violencia por el nuevo impacto, emitiendo un crujido que aterro al muchacho.

       El cuerpo del conscripto se elevó por los aires como una pluma, pero cual piedra cayó en las aguas turbulentas del mar.

       Amaru se trató de incorporar, pero las fuerzas se le agotaron. Oyó el crujido de la embarcación moribunda como un eco y creyó que los gritos de sus hermanos eran de origen onírico. En el instante que iba a rendirse, entre los escombros y la sangre distinguió una silueta femenina, una mujer de belleza hipnótica, era su madre.

       La joven moribunda intentó saludar al aparente fantasma de su progenitora que había acudido a su reencuentro, pero la cascada rojiza que fluía por su boca fue el obstáculo que le impidió articular palabras. Sin embargo, aquella visión se acercó con una sonrisa a la muchacha ensangrentada y tras mirarla con ternura depositó un beso en su frente. Luego de la caricia, Amaru cerró sus ojos y decidió que el momento de acompañar a su madre a la eternidad había llegado.

       A pesar de los sacudones del barco que se había salido de control, Atuq y Sulay se arrastraron hasta el centro de la cubierta destrozada, y se les partió el corazón al ver el cuerpo de Amaru inerte en medio de un lago carmesí.

       Entre sollozos Atuq tomó el cuerpo de su melliza, estaba frío cual témpano de hielo. Desperado, acercó su oído al pecho de Amaru, y solo percibió silencio. Mientras balbuceaba suplicas a los dioses, Atuq golpeó las mejillas de su hermana esperando que reaccionara, pero ella continuó inmóvil.

       De repente, el barco se meció con tanta violencia que Atuq se vio forzado a soltar a Amaru para sujetar a Sulay. El muchacho concluyó que debían saltar de la nave antes de que se estrellara con los roqueríos, sin embargo, se negaba a asimilar la nueva pérdida, para él Amaru solo estaba inconsciente.

        Tras abrazar a la aterrada Sulay, el joven miró de soslayo a su melliza, y junto a ella vio una silueta plateada, demasiado delicada como para pertenecer a un guardia de plata. Giró su cabeza y se aferró al menudo cuerpo Sulay al notar los rasgos inhumanos de la criatura que luego de esbozar una aparente sonrisa, se escabulló entre los escombros.

        Atuq mantuvo su vista fija en el sitio por el que la criatura fantasmagórica había desaparecido, Y mientras debatía consigo mismo la naturaleza de dicha visión, los jadeos de Amaru interrumpieron su reflexión. Al bajar la mirada, se topó con la sorpresa de que el pecho de su melliza se movía con suavidad, estaba respirando...

       Los hermanos se separaron y al unísono gritaron el nombre de la mayor mientras se arrastraban hacia ella. El barco se sacudía, la niebla de se había transformado en lluvia al entrar la tarde, señales que les advertían que aún estaban en peligro por lo que, sin perder más tiempo en decirle lo aliviado que estaba, Atuq posicionó el brazo de su hermana sobre sus hombros y avanzó junto a Sulay hasta la regala de estribor.

       —Sulay, busca... el... el bote...—tartamudeó Atuq.

       La hermana menor entre tambaleos se dirigió hasta el borde de la regala, y abajo, entre las olas que amenazaban con hundirlo vio el bote que Atuq le mencionó. Con una sonrisa y un ademán la niña le indicó a su hermano el hallazgo.

       —Sujeta a Amaru. Iré... iré primero —Luego de murmurar la orden, Atuq miró a su hermana menor por el rabillo del ojo, la que extendió sus brazos delicados para tomar el torso descubierto de Amaru.

       Ya libré del peso de su melliza, Atuq suspiró y se preparó para bajar por la cuerda que se mecía al mismo ritmo que el barco, pero en el momento en el que iba a sujetar la soga, la embarcación fue empujada por el oleaje hacia la derecha con tanta fuerza que el muchacho perdió el equilibrio y terminó cayendo al mar mientras lanzaba un grito áspero.

       Sulay trató de mantenerse sobre la cubierta, pero sus piernas se debilitaron por el terror y cuando el barco sufrió un nuevo sacudón, se desplomó junto a Amaru, y ambas tuvieron el mismo destino que Atuq. 

Muchas gracias por llegar hasta aquí.

¿Qué les ha parecido la historia hasta ahora?

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¡Nos leemos en el siguiente capítulo!

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