Capítulo VI
Sendero sur, camino a la Aldea Sur de Botrun
Esa mañana la niebla estaba tan densa que los soldados eran invisibles a los ojos de Amaru. La espesura de la maleza ocultaba el arco que marcaba el inicio de la Aldea Sur, factor que contribuyó a obstaculizar aún más su caminata casi fúnebre. Su rostro se mantenía sereno, a pesar de que estaba cubierto por esa capucha de piel de thanrong sentía la obligación de mantener la compostura, quizás, debido a que era capaz de sentir las miradas recriminatorias de los soldados camuflados sobre ella.
Tras avanzar un par de metros sumida en sus amargas cavilaciones, Amaru notó los bordes del arco de granito, y cuando alzó la mirada vio el cristal de cuarzo que decoraba la cúspide de la estructura. Estaba a minutos de llegar a lo que sería, quizás por solo un par de semanas más, su hogar.
Sin embargo, cuando estaba a punto de atravesar el arco, escuchó el eco de unas carcajadas. Miró sobre su hombro y sólo divisó el destello de los faroles acompañados por las siluetas difusas de los soldados que acomodaban sus armaduras. Creyendo que su mente le estaba jugando una mala pasada, ignoró las risas y atravesó el semicírculo, pero al hacerlo vio un par de botines de cuero y sobre estos la silueta de un hombre.
Amaru no se inmutó ante aquella figura espeluznante que parecía tener las intenciones de bloquear su camino, pero cuando tres sombras aparecieron por sus costados cambió de parecer. El miedo la invadió al notar como aquellas siluetas avanzaban hacia ella, truncando sus oportunidades de escapar.
Amaru se movilizó hacia la derecha, y el hombre cuyo rostro era indistinguible por la niebla, siguió sus movimientos. Ella saltó a la izquierda, pero uno de los aparentes secuaces del primero dio un brinco y aterrizó frente a la muchacha. La joven al toparse de bruces con el destello de la armadura del guardia retrocedió con cautela no sin mirar a su alrededor en búsqueda de un espacio libre para huir.
—¿Estas perdida...?
La voz de uno de los acechadores llegó a los oídos de Amaru provocando que su corazón se paralizara. Ellos sabían su identidad.
Los jóvenes se aproximaron hacia el centro del círculo que habían formado para encerrarla, eran ocho en total. Y cuando un hilo tenue de luz logró atravesar la niebla, pudo distinguir sus rostros, tenían rasgos infantiles que contrastaba con sus cuerpos fuertes que hacían lucir a Amaru como un niño. Llevaban armaduras grises, por lo que la joven dedujo que eran cadetes o guardias recién graduados de la Escuela de Plata.
—No... he... come... cometido ningún delito... —murmuró Amaru siendo incapaz de controlar los temblores de su mandíbula.
—¿Ah no? Entonces, no te molestaría acompañarnos al departamento de Justicia, ¿verdad? —inquirió uno de los guardias, cuya cabeza calva reflectaba la luz tenue que había logrado vencer la neblina.
—¿Sus credenciales...? Tengo derecho a ver sus credenciales. — demandó Amaru, tras lograr por fin controlar su respiración.
Gestos dubitativos aparecieron en los rostros de los guardias, muecas que luego se transformaron en sonrisas maliciosas que alertaron a Amaru sembrando en ella la semilla de la desconfianza «Ellos no son guardias... Los guardias siempre muestran sus credenciales», pensó la joven mientras analizaba a cada uno de sus oponentes, todos se mofaban y balbuceaban improperios. «Que tonta...» «¿Qué se cree esta perra?», resonó en sus oídos mientras buscaba al más débil de los muchachos, aquel al que podría empujar para escapar y cuando lo encontró no lo pensó dos veces. Inhaló y con el aire contenido corrió hacia el muchacho que al verla llevo su mano por instinto hacia la espada que tenía en su cinturón, sin embargo, no fue capaz de desenvainar su arma, pues Amaru pateó su entrepierna y acto seguido golpeó su rostro arrugado por el dolor, y logró derribarlo.
La joven brincó sobre el cadete que yacía de espaldas sobre el suelo con la nariz ensangrentada. Luego, ante la mirada colérica de los otros guardias, corrió sin mirar atrás.
—¡Atrápenla! —exclamó el joven sin cabellera. Mandato al que sus compañeros obedecieron iniciando la persecución.
Amaru se abrió paso entre la niebla a toda prisa, frente a ella solo podía divisar las siluetas de las cabañas que conformaban su aldea. Podía oír el tintineo de las armaduras de los soldados como si estos le pisaran los talones, sabía que estaban cerca, sin embargo, ella conocía el territorio y a los habitantes. Suponiendo que sus vecinos la ayudarían, lanzó un grito desesperado, una solicitud de ayuda desgarradora, incapaz de ignorar. Gritó una segunda vez sin detener su andar, luego una tercera, una cuarta y quinta, pero... nadie acudió.
Una mano tosca, rasposa cual corteza de encino tomó la pierna de Amaru haciéndola tropezar y golpear su nariz en la tierra húmeda, la sangre tibia salpicó el suelo y manchó el rostro de la muchacha al instante.
—¡Maldita perra! ¿Pensaste que ibas a escapar...? — dijo el guardia que había alcanzado a Amaru mientras la halaba hacia él.
—¡Suéltame! —exclamó la joven, mientras intentaba patear el rostro de su captor —¡Ayuda! ¡Atuq! ¡Sulay!
—¡Cállate! ¡Nadie va a venir! — espetó el joven de armas, presionando con fuerza la otra pierna de Amaru. —. Ya nos llevamos a tus hermanos...
Amaru se paralizó, su mente abandonó por unos instantes el control de su cuerpo, concentrándose solo en la búsqueda de respuestas... «¿Cómo era posible que se llevaran a sus hermanos?, ¿acaso había descubierto que Lientur robaba esclavos?, ¿eran realmente policías esos jóvenes?»
Un puñetazo aterrizó de lleno en el rostro de Amaru, golpe que por unos instantes la hizo olvidar sus dudas.
—Pff, y con qué cara nos pediste nuestra credencial cuando tú llevas puesta la de tu hermano... —agregó el captor de Amaru, ese muchacho calvo y robusto, mientras la obligaba a incorporarse —Somos guardias oficiales, y tienes la obligación de venir con nosotros...
Amaru trató de zafarse, pero otro de los secuestradores dejó caer la empuñadura de su espada sobre la cabeza de la muchacha, aturdiéndola y facilitándole la tarea a sus compañeros de arrastrarla hasta la maleza que se alzaba al costado de la aldea.
Cuando los guardias se perdieron entre la hierba, una mujer de mediana edad salió de su cabaña, detrás de ella apareció un niño que al notar que no había ninguna silueta en el camino principal empujó a su madre y bajó corriendo las escaleras para regresar a sus juegos, y este se le unieron casi al instante otros infantes que le igualaban en edad.
—¿En qué delito los habrán descubierto...? —murmuró por lo bajo la mujer al mismo tiempo que ajustaba su delantal.
[...]
Cuando Amaru abrió sus ojos lo primero que detectó fue oscuridad y luego el aroma a mar que le causo nauseas. Trató de divisar entre la penumbra alguna figura que le fuera familiar, pero solo vio sombras de barriles, y... de personas que jadeaban arrinconadas junto a las cajas.
—¡Amaru!
Al escuchar una voz familiar pronunciar su nombre la muchacha se incorporó con dificultad, pero el vaivén del suelo la hizo perder el equilibrio y no tardó en regresar a la posición inicial, así fue como supo que estaba en un barco.
Por el aroma a ciruela y la suavidad de su tacto, Amaru se percató de que los brazos de Sulay fueron los que la rodearon tras su caída. Luego por su espalda escaló una mano huesuda, era la de Atuq, cuyo perfume a hierba fresca eclipsó por un instante el hedor que segundos antes casi la había asfixiado.
—¿Qué pasó? —preguntó la mayor de los hermanos en un susurro.
—Dijeron que tenían la orden de llevarnos. Le pedí que me mostraran el documento oficial, pero me golpearon. Me desmayé y cuando desperté... estaba aquí—respondió Atuq mientras acariciaba los mechones desordenados de su melliza.
—Cuando vi a Atuq desmayado solo atiné a obedecer..., tenía mucho miedo Amaru... —agregó Sulay quien después ocultó su rostro en el pecho de Amaru.
—¿Nadie los ayudó?
—No..., nadie se atrevió a salir. No los culpo, esos tipos llevan armaduras de la guardia de plata... —Sulay no alcanzó a terminar su aclaración pues el rechinar de la puerta la hizo soltar un suspiro de terror.
La luz de una antorcha iluminó el rostro de las dos hijas de Lientur. Allí cerrando la puerta detrás de si estaba el joven lampiño que había golpeado a Amaru y junto a él los otros supuestos guardias en cuyos rostros destacan sus sonrisas macabras.
—Dejemos a las hijas del capitán para el final. Quiero saber que se siente tocar un trasero adinerado... —dijo el líder del grupo de secuestradores, al mismo tiempo que recorría el cuerpo de Amaru con la mirada.
—La mayor va a ser la kapura más alta que montaras en tu vida, Legir—comentó otro de los delincuentes para después estallar en carcajadas.
Amaru hizo rechinar sus dientes. Estaba dispuesta a golpear a los abusadores para salvar la vida y dignidad su hermana. Apretó sus puños y se preparó para pelear, pero mientras ideaba un plan para vencer a los delincuentes, un disparo la hizo estremecer. Miró hacia el sector del cuarto de donde supuso que había provenido el sonido, y allí sobre un charco de sangre distinguió un cadáver... era el de un niño.
¡Muchas gracias por llegar hasta aquí!
Les agradezco de todo corazón a aquellos que votan, comentan. La palabra gracias se queda corta para demostrar todo el agradecimiento que siento.
Espero que les haya gustado el capítulo.
¡Un abrazo para tod@s!
¡Nos leemos en el siguiente capítulo!
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