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Capítulo V

Aldea sureña de Botrun

       Esa noche no hubo cena, ni fuego, ni luz; a pesar de que Amaru se había puesto de pie una vez que su padre salió refunfuñando de la cabaña, no tenía las energías para devolverle la vida a su hogar, el que parecía infestado por la estela de desgracia que Lientur irradiaba por donde pisara.

       Acompañados solo por el canto de los grillos y la luz de los cristales que se inmiscuía por las fisuras de los ladrillos, Atuq y Sulay se pusieron de pie a duras penas. Ambos temblaban y la causante no fue la brisa que se infiltró hacia el interior de su hogar, sino el dolor... 

        —¿Quieren que encienda fuego? —preguntó Amaru con una serenidad que denotaba sus intenciones de olvidar la agresión de la que ella y sus hermanos fueron víctimas.

       —Sulay tiene razón, tenemos que huir... —dijo Atuq, cuya mejilla antes morena se había teñido de burdeo, ignorando por completo las intenciones de su melliza.

       —¿A dónde? ¿Quieres que le pida ayuda a Jimseng...? — espetó a Amaru.

        —Debiste haberte casado con ese agnouino cuando tuviste la oportunidad, al menos hubiéramos podido huir a Agnou... —agregó Sulay.

        Amaru chasqueó la lengua como respuesta al comentario de su hermana. Odiaba que le recordaran los errores que había cometido, y el suplicarle a su padre para que se postergara la boda con el "príncipe de Agnou" fue una de sus peores decisiones.

        —No fue su culpa, Sulay. No le sigas echando más leña al fuego... —Atuq miró con condescendencia a su melliza, no solo por las manchas de sangre que teñían su blusa sino porque sabía que la culpa la estaba carcomiendo y lastimando mucho más que los golpes de Lientur —. Ya pensaré en algo...

       Tras lo dicho por Atuq los tres hermanos terminaron sumidos en una batalla de miradas dolidas, hasta que el peso del silencio que los aplastó fue levantado por los sollozos de Sulay que resonaron por toda la cabaña como un coro lastimero.

       Amaru chasqueó la lengua por segunda vez al percatarse de que Sulay no estaba derramando lágrimas, quiso regañar a su hermana, pero cuando la miró de frente y vio su rostro deformado por los golpes, un nudo se formó en su garganta.

       —Creo que no... no tendré más opción que... que aceptar la propuesta de Jimseng —farfulló Amaru, cuya respiración entrecortada le impidió hablar con firmeza.

       —¿Estás loca?

        —No quiero que Lientur los mate a golpes. Además, Sulay tiene razón... no cometeré otra vez el mismo error. —contestó la primogénita del capitán con la mirada perdida en la piel rasgada de sus dedos, heridas que en ese instante volvió a arañar.

        Sulay intentó opinar, pero sus balbuceos fueron incomprensibles para sus hermanos mayores. Ella tampoco quería que su hermana tuviera que aceptar tal sacrificio.

        —Lávense la cara y vayan a dormir. Llorar y discutir no resolverá nada. Mañana hablaré con Jimseng. —Dicho aquello, Amaru les dio la espalda a sus hermanos y cojeó hasta su habitación ante sus miradas perplejas.

[...]

        Amaru se recostó de espalda sobre el edredón, y al instante fue abrazada por el dolor de sus heridas. La colcha, antes cómoda, se transformó en una pira encendida, sin embargo, la muchacha no cambió de posición. Cerró sus ojos y apretó sus dientes hasta que los músculos de su mandíbula se adormecieron. El nudo de su garganta se volvió insostenible y las lágrimas no tardaron en rodar por sus mejillas. Odiaba llorar, le parecía inútil y ridículo, así que cegada por la ira clavó sus dientes torcidos en la piel de su brazo hasta que la sangre brotó de la herida, pero el llanto no desapareció.

        Al percatarse de que el analgésico al que siempre recurría para detener sus lágrimas no surtió efecto, se insultó a sí misma, imaginó lo ridícula que se veía en esa posición, y tras ello una mezcla de asco, ira, frustración y tristeza se apoderaron de su mente. Deseosa por liberarse de aquel tumulto de emociones haló sus trenzas las que terminó por soltar a punta de tirones. Iba a morder su otro brazo cuando alguien golpeó con timidez la puerta de la habitación.

        Amaru volvió en sí y cuando soltó su cabello, Sulay entró en silencio al cuarto.

        —Quizás... solo quizás... yo sea la tiene que buscar esposo... —murmuró la jovencita, y acto seguido se recostó con dificultad sobre la cama que se encontraba frente a la de Amaru.

        —No digas estupideces, Sulay.

        —Y tú no hagas estupideces, Amaru.

Gobernación de Botrun

       Con la capucha de la capa puesta los moretones del rostro de Amaru pasaron desapercibidos para los guardias. Después de mostrar la cédula que pendía de su cuello, avanzó hasta el interior de la gobernación, un edificio que se erguía en el centro de la ciudad y que se asemejaba a las columnas que sostenían los niveles superiores de la urbe.

        —Buenos días. — Amaru saludó a la muchacha que se hallaba al otro lado del mesón de recepción —Necesito hablar con Heres Jimseng, por favor. Soy Atuq Llaufen, hijo del capitán del regimiento sur de las Tropas de Onix de Botrun, Lientur Llaufen.

       Al saber del linaje de quien estaba delante de ella, la recepcionista tomó el cordón que pedía a su lado y lo haló tres veces. Un campaneo resonó por todo el salón y antes de que el eco se extinguiera, dos hombres cuyas túnicas de seda esmeralda destellaban a la luz de las lámparas se acercaron a Amaru. Al ver a los escoltas frente a ella, Amaru alzó la credencial y los varones que acudieron a su encuentro le indicaron con un ademán que los acompañara.

       —¿Cuáles son los motivos de su visita, jóven Llaufen? —No era la curiosidad lo que motivó al escolta a realizar la pregunta, sino el mero deseo de realizar con excelencia su labor.

       —Negocios. —Amaru dio una respuesta tajante. Comprendía los fines de la injerencia del funcionario, sin embargo, se le revolvió el estómago al responderla, dado que, según ella no era una mentira.

       El funcionario que se había mantenido en silencio tocó la puerta y luego de que el sonido de los golpes retumbara por todo el pasillo, un ahogado «adelante», lo motivó a tomar el pomo para abrirle paso al supuesto visitante.

       —Atuq Llaufen solicita su honorable atención, Heres Jimseng...

       Jimseng, quien en ese instante llevaba su larga cabellera canosa suelta, se incorporó de un salto y con un movimiento violento de manos les pidió a sus funcionarios que le permitieran al visitante entrar a la oficina. El hijo del gobernador supo que era Amaru quien atravesaba el umbral con tan solo ver su silueta.

       —Déjenos a solas. —les ordenó el heredero del gobernador para después sentarse con pesadez sobre la silla envuelta en cuero que estaba junto a su escritorio.

       —Heres Jimseng... es... espero que... que pueda disculpar mi inesperada visita—El nudo que en ese momento se formó en la garganta de Amaru le estaba impidiendo hablar con normalidad. Cerró sus ojos al mismo tiempo que realizaba la inhalación más profunda que había hecho ese día, pero aun así, sus sentimientos no dejaron de ahorcarla —No... no soy Atuq...

       —Ya sé que no eres Atuq, Amaru. Sabes que es peligroso que salgas así, tienes suerte de que nadie te haya atrapado... —espetó Jimseng causando que Amaru se sobresaltara — ¿Por qué llevas puesta esa capucha? Aquí no hay niebla...

       Amaru sabía que esa era la oportunidad que tenía para despertar la empatía en el hijo de Rajims, y sin pensarlo dejó su rostro amoratado al descubierto.

       Al ver los hematomas que habían deformado el rostro de la muchacha Jimseng se puso de pie. Con el ceño fruncido se acercó ella y como si se tratara de su propia hija acaricio su cabello.

       —¿Lientur?

       Amaru asintió.

       —¿Qué acto de desobediencia tiene que realizar un hijo para recibir tal castigo de su propio padre?

       —Ser asaltados...

       —¿Asaltados?

       —Y ... dejar que el ladrón rompa la urna que contenía las cenizas de su madre...

       Jimseng quitó su mano de la cabeza de Amaru y todo rastro de benevolencia desapareció de su mirada. Las arrugas que surcaban su rostro se hicieron más profundas, y al mismo tiempo una mueca de disgusto se apoderó de su semblante.

       —Por favor... A... ayúdenos... Sé que fuimos unos tontos al dejar que el asaltante rompiera la urna... Somos un desastre, pero...

       Jimseng soltó un largo suspiro, gesto que hizo tragarse a Amaru sus palabras y lágrimas que estaban a punto de liberar.

       Tras menear la cabeza aún con el gesto desaprobatorio tallado en su rostro, el Heres respondió:

        —Un error lo comete cualquiera. Podrían no haber regresado a su hogar después de ese encuentro, pero los tres están vivos, y eso es más importante que guardar los restos de Sayoli en un estante.

       Amaru asintió y acompañó luego su silenciosa respuesta con un suspiro.

       —Pero no viniste aquí solo para contarme sobre lo que hizo tu padre, ¿verdad?

        La joven meneó la cabeza con energía para luego aclarar el motivo de su visita:

       —Oí lo que le dijo a mi padre en el sótano hace unos días...

       Las cejas juntas de Jimseng se separaron.

      —¿Es verdad lo que menciono? ¿Sería capaz de tomarme por... por esposa?

       Jimseng le dio la espalda a su visitante, gesto que Amaru interpretó como una negativa a su interrogante, pero cuando el aspirante a ministro regresó a su lugar de trabajo infestado por columnas de documentos, actas y certificados que parecían interminables, por fin respondió:

       —Yo adoraba a tu madre.

       Esa revelación congeló a Amaru de pies a cabeza.

       —Y a pesar de que muchos digan que eres idéntica a tu padre, yo veo a Sayoli en ti..., eres su hija y tengo argumentos de sobra para saber que estarás mejor conmigo que con Lientur.

       —¿Eso eso... eso... es un sí? —dudo Amaru entre tartamudeos.

       Jimseng asintió.

       —¡Gracias Heres Jimseng! —exclamó Amaru al mismo tiempo que ejecutaba una reverencia—No lo decepcionare. Se cocinar muy bien, puedo alimentar animales y nunca, nunca, nunca le pediré ayuda para levantar cosas pesadas. No me manejo muy bien en las artes estéticas, no seré un bonito jarrón que podrá presumir, pero seré útil o al menos, al menos me esforzaré para no ser una molestia.

       —¿Crees que necesito que trabajes? Los mejores cocineros de Botrun trabajan para mi, no tenemos animales más que un par de gatos que mantienen a los ratones a raya y hay sirvientes por montones ¿De verdad crees que te quiero como esposa para que seas una empleada más? —replicó Jimseng con cierta rudeza.

       Amaru se mantuvo en silencio, y mientras observaba el mármol del suelo pensó en los verdaderos fines que debería cumplir como esposa de Jimseng. Se le revolvió el estómago al pensarlo, pero luego supuso que era lo mejor a lo que podía aspirar.

       —Tienes un tremendo poder, Amaru. Solo tenemos que encontrar la manera de que no mueras cuando lo uses...

       Las intenciones de Jimseng eran totalmente diferentes a las que Amaru había supuesto, sin embargo, la decepción penetró hasta lo más profundo su corazón cual daga incandescente. No fue capaz de hallar la respuesta a su sentir, ¿era acaso que muy en el fondo su alma deseaba el amor de Jimseng?... y más pronto de lo que imaginó la respuesta a esa duda apareció, allí de rodillas frente a su futuro esposo supo que en realidad deseaba que él la amara y la cuidara. Sin embargo, sabía que era imposible. Y cuando se convenció a sí misma de que el amor era solo un cuento para infantes su semblante recuperó su fiereza característica.

       Antes de que Amaru se marchara, Jimseng prometió acudir a su casa durante la tarde para hacer oficial el compromiso, y tras ello el mismo escoltó a su prometida hasta la salida.

       —Les diría a los guardias que te llevarán en mi carroza, pero... si llegan a ver a Atuq estarás en problemas, mi niña... —le dijo Jimseng a Amaru y luego tocó con delicadeza los mechones azabaches de la muchacha.

       —Gracias, Heres Jimseng... No sé cómo agradecerle...

       —Luego lo sabrás, Amaru. Suerte en tu regreso. —respondió el hombre para luego emprender su caminata de regresó hacia el interior del edificio dejando a Amaru congelada en el umbral. 


¡Muchas gracias por llegar hasta aquí!

Espero poder leer sus opiniones en los comentarios. Pueden dejarme todo tipo de preguntas también, ¡adoro leerlos!

Nos leemos en el siguiente capítulo

¡Cariños para tod@s!

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