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Capítulo IX

Zona sur de Botrun

      Amaru y sus hermanos cambiaron la dirección de su huida. A sus espaldas, oían el retumbar que causaban los pasos veloces de los guardias y temieron que alguno de ellos se atreviera a lanzar su arma.

       Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer cuando los perseguidos estaban a punto de alcanzar el final de la escalera. Junto con el agua el viento se alzó obligando a las olas a impactar con una violencia sin igual en las rocas amontonadas a los costados de la escalera. Al ver que más pronto que tarde los peldaños se transformarían en trampas mortales, Amaru detuvo su trote y miró de soslayo los barandales, un poco más allá, cerca del sitio en donde limitaban la tierra y el mar, divisó dos destellos, dos puntas de lanza.

      —Tenemos que lanzarnos... —murmuró la chica —. Nos esperaran abajo...

       Sulay abrió los labios para intervenir, pero los guardias que estaban a tan solo unos peldaños atrás la interrumpieron. Los hombres de armas no se dirigieron a los hermanos en plural, sino que, solo mencionaron a una persona en su orden, como si los otros dos jóvenes no existieran.

       —¡Quédate en donde estas, muchacha! —exclamó uno de los varones de indumentaria plateada, mientras apuntaba a Amaru con su lanza, dando a entender que era a ella a quien querían detener.

       Amaru bajó su mirada y al percatarse de que sus perseguidores no tenían armas de fuego, les indico a sus hermanos con un ademán casi fugaz los barandales, dándoles a entender que la única escapatoria era saltar.

      Ignorando la orden de los aparentes delincuentes acorazados, Amaru corrió hacia el barandal izquierdo. Los perseguidores avanzaron hacia ella para evitar que saltara y gracias a esa distracción, Atuq y Sulay huyeron por el costado derecho, y la mayor de los Llaufen logró saltar por el extremo contrario antes de que los guardias tomaran sus tobillos.

       Amaru aterrizó sobre una alfombra de muzg. Sus prendas no tardaron en quedar impregnadas de la tinta verdosa y del aroma nauseabundo que expelían aquellas hierbas, pero poco y nada le importo. Sin siquiera soltar un quejido corrió hacia el norte, sitio en donde sabía que podría perder a sus perseguidores y alejarlos lo suficiente de sus hermanos.

       Con sus latidos retumbando en su garganta, la muchacha corrió hasta internarse en la maleza. Los helechos y arbustos fueron el escudo que le permitió avanzar hasta el norte de la isla. Mientras trotaba, esquivando las ramas afiladas, y procurando no caer en una trampa, oyó voces masculinas que la hicieron estremecer.

       Aguantó la respiración, y se agachó para que los helechos ocultaran por completo su presencia, sin embargo, unos segundos después delante de ella aparecieron, cuales espectros, dos jóvenes que llevaban trajes de tela olivo.

      —¡Alto! ¡Por órdenes de la Guardia de Plata estamos autorizados a usar la fuerza si no obedeces...! —exclamó uno de los jóvenes apuntando a Amaru con la lanza que empuñaba.

       La joven pensó en retroceder, pero el tintineo de las armaduras de los guardias resonó en sus oídos como un eco fantasmal. Al verse rodeada, Amaru decidió acudir otra vez a los Amalts. Entono el himno manteniéndose cabizbaja, mientras avanzaba hacia la montaña con sigilo, sin embargo, cuando finalizó su oración melodiosa, ninguna ráfaga de viento brotó de su cuerpo.

       —¡Las manos en donde podamos verlas! — le ordenó el segundo muchacho.

       Confundida y asustada, Amaru obedeció la petición del joven. Los soldados al notar la obediencia de la chica y lo inofensiva que lucía entre la penumbra, bajaron sus armas, y fue ese el momento que Amaru aprovechó para saltar hacia los matorrales que crecían en las faldas de la montaña.

       Los relámpagos y las luciérnagas iluminaron el camino de Amaru, la que cuando los truenos cesaban, podía oír los pasos de los hombres que la seguían. El corazón de la muchacha latía con fuerza, malestar que transformó la tarea de respirar en una actividad ardua que le hizo pensar que el miedo acabaría con ella antes que sus perseguidores.

           一¡Allí está!

             Al oír la voz iracunda de uno de los hombres, Amaru aceleró su trote y sin ser consciente de los peligros que se encontraban en ese sector de la isla, continuó su escape, hasta que la luz de los relámpagos iluminó un cable que se extendía a lo largo del suelo. La chica se detuvo de golpe al notar el destello de ese alambre que, a simple vista lucía inofensivo, pero que en realidad anunciaba la existencia de una trampa, una de las tantas que se encontraban activas en el área norte de Botrun.

       —¡Detente ahí! — exclamó uno de los muchachos que antes había interceptado a Amaru, justo cuando la oscuridad se adueñó nuevamente del bosque.

       Un nuevo relámpago le devolvió a Amaru la posibilidad de ver a sus perseguidores, se aproximaban hacia ella con sus lanzas en alto. La muchacha miró de soslayo la cuerda de cobre, si daba un paso en falso podía quedar atrapada mucho antes de que los supuestos guardias la atraparan, sin embargo, cuando el clamor de las armaduras resonó en sus oídos con más ímpetu que los truenos, Amaru tomó impulso y saltó el cable con ojos cerrados, suplicando a los dioses para sus adentros que al otro extremo no tropezara con el verdadero interruptor de la trampa.

       Amaru aterrizó sobre el barro generando un chapoteo que estaba segura los varones armados oyeron, sin embargo, poco le importó, pues estaba ilesa. Decidió continuar entonces su travesía y con el estrépito que causaban sus persecutores a pasos de distancia, avanzó por el estrecho camino, procurando no tropezar con el interruptor de una nueva arma oculta.

       Tras avanzar un par de metros, Amaru oyó un crujido que fue seguido por alaridos que la hicieron temblar y pausar su escape. Con los ojos casi al borde de salir por sus cuencas volteo su atención hacia el sitio en el que se había detenido. Cuando una nueva secuencia de relámpagos surgió, la muchacha divisó entre la maleza el cuerpo de uno de los jóvenes que la seguían retorciéndose cual gusano bajo la lluvia, tenía una estaca clavada en el muslo derecho, indicio de que había tropezado con el cable que ella logró esquivar.

       Una sonrisa de satisfacción surgió en el semblante de Amaru, aunque esa mueca de alegría desapareció al levantarse otra vez el viento, como si aquel elemento la hubiera arrastrado consigo junto a las hojas que desplazaba. El aroma a sangre impregnó la nariz de Amaru, y temiendo por su vida y la de sus hermanos continuó su camino.

       Sin embargo, mientras se abría paso a tientas entre la maleza pensó en Lientur y en la reacción que él quizás tendría, ¿creería en la mentira que ella y sus hermanos habían orquestado? La única respuesta en la que la muchacha pudo pensar era un «No», el capitán no era idiota. Y temía que Atuq, presa del terror, le dijera la verdad.

       «Esta es la oportunidad. Escapa»

       Meneó la cabeza cuando sus pensamientos intrusivos aparecieron con la esperanza de ignorarlo, pero mientras que su cuerpo seguía abriéndose paso al norte, su mente solo añoraba huir a Ferffeird o a cualquier lugar en el que la existencia de Lientur y de los conscriptos dejará de infundirle tanto terror.

Aldea sureña de Botrun

       El rostro de Atuq palideció cuando atravesó el umbral. En la sala principal, estaba Lientur el que con el ceño fruncido le dio la bienvenida. Sin embargo, no era la expresión de su padre lo que hizo estremecer al muchacho, sino las quemaduras que habían deformado aún más su rostro espeluznante.

       —¿Y Amaru? — preguntó el capitán, no sin articular una mueca de dolor tras hablar.

       Atuq y Sulay se propinaron miradas furtivas.

       —¡Respondan!

       Los hermanos dieron un respingo al oír la voz colérica de su padre.

       —Nos... nos atacaron... pa...padre —Atuq se animó a hablar, ganándose la atención de Lientur —. Nos secuestraron...

       Como Atuq y Amaru habían teorizado tras despertar en la playa, Lientur le preguntó al muchacho quienes fueron los responsables del ataque y cómo lograron salir vivos, interrogantes a las que Atuq respondió tal y como planificaron.

       —Ahora dime ¿Dónde está Amaru? —insistió Lientur para luego posarse frente a Atuq y propinarle una mirada iracunda.

       —Unos hom... hombres... dis... disfrazados de gu... gu... guardias nos interceptaron en... en la... la escalera —respondió Atuq intimidado ante la presencia demoniaca de su padre, el que soltó un resoplido al escuchar sus tartamudeos一. Amaru corrió hacia el norte y nosotros hacia el sur. Teníamos tanto miedo que no...

       一¿Miedo? ¡Qué patético! 一 comentó Lientur tras chasquear la lengua. Era incapaz de contener los comentarios venenosos que pasaban por su mente, y mucho más cuando eran insultos que quería lanzarle a Atuq 一 ¿Supongo que esperaron escondidos como gallinas a que los supuestos guardias siguieran a su hermana?

       Atuq y Sulay bajaron la cabeza.

       —Entonces... ¿Me están diciendo que los hombres disfrazados estaban detrás de esto? — Lientur continuó con su interrogatorio, y luego de lanzar la pregunta apuntó su rostro ensangrentado.

       —¿También te atacaron...? —preguntó Atuq casi en un susurro.

       Lientur asintió, y con los puños apretados agregó:

       —Tal vez eran criminales organizados. El capitán de la Guardia de Plata del cuartel norte estaba conmigo, por lo que descarto que sean guardias reales. Hubo un incendio en el regimiento, inició en mi oficina.

       Muecas dubitativas surgieron en los rostros de los hijos del capitán. Atuq quiso confesarle a su padre lo que había visto en el barco, esa credencial de cobre que pendía del cuello de uno de sus secuestradores, prueba de que si pertenecían a la milicia, pero decidió callar, temiendo verse obligado a contar la verdad.

       —Te...tenemos que... que denunciar esto...

       Lientur lanzó un resoplido. La acción que su hijo le había propuesto realizar era obvia, pero a él, capitán de las Tropas de Onix de Botrun le avergonzaba acudir a una institución según él tan poco eficaz como lo era la Guardia de Plata.

       —Van a matar a Amaru, papá —intervino Sulay.

       —Ustedes la mataron al dejarla sola... par de idiotas... —refunfuñó el militar, para después tomar la capa que estaba colgada junto a la puerta principal.

       La culpa invadió a los muchachos, gestando en sus gargantas nudos que amenazaron con ahogarlos, en el especial a Atuq, quien víctima de la impotencia golpeó el piso, causando que su piel suave y poco acostumbrada a los esfuerzos sangrara.

       Lientur levantó una ceja al ver la reacción de su hijo, y en lugar de reprender su actitud, comentó:

       —Espero que así golpees a los delincuentes cuando los encuentre. Si lo haces por fin podré considerarte digno de llevar mi apellido...

       Tras lo dicho, Lientur miró hacia el fondo de la habitación alertando así a Sulay.

       Cuando la niña alzó la mirada divisó entre la penumbra de la cocina una sombra, figura que al movilizarse hacia la sala principal y ser impactada por la luz de las lámparas, se transformó en una mujer, una dama alta, de aspecto fuerte cual tronco de roble, labios gruesos, y piel más oscura que la de cualquier habitante de Botrun.

       —Confió en ti, Maara. —le dijo Lientur a la mujer, para luego salir de la cabaña, dejando perplejos a sus hijos con esa mujer a la que ambos desconocían.


¡Muchas gracias por llegar hasta aquí!

¿Qué les ha parecido la historia hasta ahora?

Muchas gracias por el apoyo que me han dado y espero que este capítulo haya sido de su agrado.

¡Hasta el próximo capítulo!

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