Máscara Rota
A diferencia de la mayoría de mis historias que son de universo alterno o que están contadas de tal forma que no se requieren demasiados antecedentes del juego del que provienen, esta historia es una secuela directa del final 3 de Hollow Knight, aquel donde destruyen a The Radiance y la máscara del caballero se rompe. Por lo tanto la experiencia de lectura será mucho más satisfactoria si se conoce el juego de antemano.
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Una casa sin habitantes, un libro sin palabras, un aguijón sin nada en qué enterrarse, así era como se sentía Hornet.
Jamás en su vida había tenido tal sensación de vacío y falta de propósito, aunque claro, antes tenía una misión que cumplir, una que quizás no fuera del todo de su agrado, pero era el motor que la impulsaba cada día a seguir adelante. A menudo solía soñar con cómo sería Hallownest sin la infección que convertía a todos los insectos que habitaban el lugar en zombies sin cerebro, le gustaba imaginar como sería que todos recobraran la cordura y resurgiera aquella civilización destruida, pero claro, jamás pensó que eso ocurriría, para ella solo era un sueño lejano en el que solía pensar antes de dormir.
Pero sin planearlo ese sueño se había cumplido.
Habían derrotado a la fuente de la infección, gracias a eso ahora los insectos eran libres y tenían voluntad propia. Con esto poco a poco había comenzado a surgir el comercio, algunas especies de insectos casi extintas estaba resurgiendo e incluso estaban llegando criaturas de otros lados.
Todo eso sonaba bien ¿Pero por qué no podía sentirse alegre por esto? Quizás sería porque había perdido la justificación de su existencia, al fin y al cabo, ella no era un insecto normal, era un ser artificial, parte carne parte vacío, que había sido abandonada por su creadores.
Su "padre" y mente maestra detrás de su existencia, era el Rey Pálido, quien había desaparecido hacía mucho tiempo atrás, aunque a él no le tenía mayor afecto, a quien en verdad extrañaba era a Herrah, su madre. Ella era su familia, ella fue quien deseó que existiera y quien le pidió al Rey Pálido que hiciera posible esto.
Sí, ella había nacido originalmente para ser la "hija de Herrah", pero cuando esta cayó en un sueño eterno, este objetivo perdió importancia y necesitando tener otro motivo para vivir, se auto proclamó la protectora de Hallownest. Pero ahora nuevamente había perdido su razón de existir. Hallownest ya estaba a salvo, no había nada que lo amenazara, ya no habían diosas tiranas, ni infecciones mortales, ni insectos malvados, solo paz y tranquilidad.
Pero Hornet era una guerrera, había sido criada como una. Durante el poco tiempo que pasó con su madre, esta le enseñó el arte de la aguja y el hilo, con el cuál, era capaz de asesinar a quien se le pusiera en frente, de forma tan veloz y eficiente que la víctima no se enteraba de qué lo había golpeado ¿Pero de qué servía esto en una sociedad civilizada? No podía ir por la vida asesinando a todo el que se cruzara por su camino, sobre todo si estos no le hacían daño. Además, habiendo vivido toda su vida rodeada de fieras salvajes que solo querían acabar con su existencia, sus habilidades sociales se habían estropeado un poco.
Hornet no tenía amigos, tampoco sabía como integrarse a la sociedad. Lo normal habría sido buscar un trabajo ¿Pero cómo? lo único que sabía hacer era pelear, tampoco tenía una familia que la apoyara y por ciertas situaciones que habían ocurrido, se había ganado la fama de ser una criatura violenta y agresiva, básicamente nadie quería acercarse a ella.
En aquel estado de desamparo, se había recluido en el rincón más oscuro y siniestro de Hallownest, Nido Profundo. Aquel lugar era su elemento, una tierra salvaje y peligrosa, donde todo es matar o morir. En ese sitio sus habilidades de guerrera podían brillar y sentirse plena con su ser, pero al terminar el día y regresar a su casa, nuevamente la atormentaba aquella sensación de vacío y desgano.
Buscando algo que hacer con su existencia, se había encomendado a la tarea de aprender a tejer, al fin y al cabo era la hija de Herrah, la reina de las arañas, las tejedoras por excelencia, pero no era algo tan fácil.
Ojalá le hubiera puesto más atención a su madre cuando le explicaba como entrelazar los hilos correctamente, pero claro, en ese tiempo era una niña que solo quería aprender a pelear y atravesar cabezas con su aguja... Quizás los demás insectos tenían razones para tenerle miedo, pero tampoco era una máquina de matar, tenía sentimientos, sentimientos violentos que la hacían querer matar a alguien cada vez que su tejido se enredaba y quedaba hecho un nudo... Definitivamente era un desastre.
Ahora Hornet tenía una feroz batalla a muerte con una madeja de hilo en la que se había enredado, la capa que estaba tejiendo parecía que quería cobrar venganza contra ella por el espantoso trabajo que estaba haciendo. La criatura tenía las patas enredadas y mientras más trataba de desenredarse más restringida quedaba. Esto era algo peligroso, se encontraba en Poblado Distante, el lugar más lejano de Hallownest, una ciudad fantasma que quedaba justo al final de Nido Profundo, básicamente nadie más que ella se pasaba por ahí, si quedaba atrapada en el hilo, era imposible que alguien apareciera a rescatarla.
Finalmente decidió cortar todo, le daba una pena tremenda desperdiciar uno de los valiosos carretes de seda que habían dejado las antiguas habitantes de Poblado Distante, pero no tenía opción, no iba a morir de hambre por quedar amarrada y no poder salir ¡Era ridículo! Finalmente usando la aguja de la que jamás se separaba, logró liberarse de las cuerdas y luego miró con pena el desastre que quejó.
El hilo disponible para tejer era limitado. La infección había prácticamente extinguido a las arañas, por lo tanto ya no había nadie que produjera hilo, el que quedaba guardado en la guarida de las tejedoras era todo el que había. Es cierto que era mucho, pero seguía siendo finito.
Suspiró resignada, ni modo, mañana iría a buscar otro carrete para trabajar, no pensaba rendirse, pero por el momento descansaría lo que quedaba del día.
Salió de su casa hasta la plataforma que rodeaba cada vivienda que había en el Pueblo. Ese era el lugar que había escogido como residencia, a pesar de que no era un sitio muy bonito, era el lugar donde guardaba memorias de tiempos felices, cuando aún vivía con su madre, por otro lado, como estaba sola, no tenía que preocuparse por asustar a los vecinos.
Se sentó en la plataforma y observó el sitio con tranquilidad, las decenas de viviendas compuestas por hilo aunque eran tétricas, le resultaban fascinantes ¿Cómo era posible que esa antigua raza hubiera sido capaz de construir casas tan increíbles? Ella ni siquiera era capaz de tejer una miserable capa, vaya heredera de Herrah resultó ser, como araña se moriría de hambre, aunque era algo entendible, no era una araña pura, no se parecía a una y le faltaban patas, en realidad era más semejante a un escarabajo cornudo, igual que...
Nuevamente estaba pensando en él, en el pequeño contenedor que había salvado al mundo.
Hornet miró a su derecha y encontró la máscara inerte que alguna vez había pertenecido a esa criatura, ese ser que no sabía muy bien como definir. Él era otra de las creaciones del Rey Pálido, pero su naturaleza distaba mucho de la suya, esta cosa había sido concebida para carecer de sentimientos, voluntad, voz y cualquier cosa que lo definiera como persona, sin embargo había superado toda expectativa decidiendo las cosas por sí mismo y deseando un futuro propio, siendo capaz de desafiar a una diosa todo poderosa para liberar al reino de su influencia maligna, sin embargo al hacerlo había terminado sacrificando su vida.
Este caballero compuesto de oscuridad y deseos incumplidos, luego de la batalla final se había deshecho, se pulverizó y quedó reducido a nada más que una máscara rota.
No es que Hornet tuviera algún sentimiento por ese cascarón vacío, pero algo en ella la hizo recoger esa máscara rota y conservarla. Quizás fuera gratitud, al fin y al cabo este ser había hecho algo grandioso sin pedir nada a cambio.
Esa máscara era una de las cosas que no la dejaban vivir tranquila. Había cuidado de ese objeto con mucho celo, incluso lo había llevado al fabricante de máscaras para que la reparara y este había hecho un trabajo grandioso dejándola como nueva, pero ahora no sabía qué hacer con ella. Le encantaría devolverla a su dueño, pero este ya no existía. Lo más sensato sería deshacerse de esa cosa de una vez por todas, pero por alguna razón no podía.
Tras mucho meditar el asunto, se le había ocurrido la idea de abandonar la máscara en El Abismo, ese sería el lugar de reposo ideal para ella, era el lugar donde había nacido su dueño y a donde debería retornar el último vestigio que quedaba de él.
Una vez que tomó esta decisión se sintió mucho más alegre, ya tenía una misión que cumplir en su vida, claro, era algo pequeño y fácil de realizar, pero al menos durante un tiempo tendría algo a qué dedicarse.
El viaje hasta El Abismo le tomó un par de días, pues este quedaba al otro lado de Hallownest, y aunque Hornet conocía bastantes atajos, aún así era lejos, pero al menos ahora vagar por el reino era relativamente fácil, exceptuando la zona de Nido Profundo, todo era pacífico y seguro.
Sus pasos la llevaron finalmente hasta la entrada de El Abismo, la cual, aunque antaño se encontraba sellada, luego de la intervención del pequeño contenedor ahora tenía el paso libre, pero no había problema, las sombras que habitaban en su interior no tenían interés en salir, de alguna forma parecía que eran felices viviendo en ese agujero oscuro.
Hornet se adentró en la zona hasta llegar al acantilado que determinaba el inicio del verdadero abismo. A sus pies se veían un par de peñascos cubiertos por las sombras junto a la negrura más impenetrable que existiera, si no fuera por su linterna de lumélula estaría ciega. Apretó la máscara que llevaba entre sus manos y la miró con atención, como si buscara algo especial en ella ¿Por qué le dolía tanto deshacerse de ese trasto? ¿Acaso creía que si la conservaba volvería a ver a esa criatura? ¡Pero qué estupidez! Ese guerrero se había ido y ya no volvería más, debía tirar esa cosa.
Casi con frustración, Hornet arrojó la máscara hacia El Abismo y la vio ser devorada por la oscuridad. Se quedó unos momentos sumida en sus pensamientos antes de darse la vuelta para alejarse. Pero antes de que se apartara mucho, un estruendo resonó en el lugar, un rugido tan espeluznante que le recordó al Hollow Knight que había contenido a The Radiance.
Se dio la vuelta casi temiendo lo que encontraría y entonces lo vio. Una sombra de grandes dimensiones, con un par de ojos resplandecientes y garras tan mortíferas como el más afilado de los aguijones. Aunque sus contornos y su forma no era del todo definidas, podía adivinarse una especie de insecto cornudo, de extremidades largas, muy semejante al Hollow Knight que había ayudado a derribar junto al pequeño contenedor.
Hornet sin dudarlo sacó su aguja dispuesta a luchar, sabía que para ese ser no sería rival, pero aún así estaba dispuesta a morir con tal de proteger el reino, quizás sería su última misión como guardiana de Hallownest, desaparecería sin gloria y sin nadie para recordarla, pero no importaba, si había una forma de acabar con el vacío de su existencia, era esa.
La sombra y la guerrera se miraron fijamente, sin emitir un sonido, ella esperaba que la bestia realizara su primer movimiento, al mismo tiempo que analizaba el entorno, no habían muchos recovecos en los cuales enredar su hilo, eso era un problema, parte de su estilo de combate se basaba en colocar trampas a su alrededor, pero esa no era una excusa para no luchar, aún si tenía que clavarlo hasta la muerte lo haría.
Repentinamente la bestia realizó un movimiento, aunque no era el esperado, en lugar de atacarla se hundió hacia el interior del abismo desapareciendo de su vista.
¿Qué rayos había sido eso? ¿La criatura solo subió para darle un vistazo? Hornet se sentía embargada por una extraña mezcla de alivio y decepción, pero esta no duró mucho, pues un repentino temblor la puso en alerta otra vez.
En una tormenta de aire la sombra subió de nuevo, pero esta vez no venía sola. Entre sus garras llevaba a una pequeña criatura, una que a Hornet se le hacía muy familiar ¿Que acaso ese no era el mismo contenedor que había derrotado al Hollow Knight? ¿Qué no estaba muerto?
Bueno, quizás en realidad no lo estaba, simplemente se rompió su máscara y al no tener algo que contuviera su oscuridad, no pudo seguir existiendo en un cuerpo físico y regresó a "su casa".
Ahora Hornet le había hecho el favor de regresar su rostro, el pequeñín volvía a la vida... O algo así
Supuestamente esa cosa y todas las de su clase carecían de sentimientos, pero de alguna forma en esa mirada vacía podía adivinar algo, parecía... ¿Feliz de verla?
La sombra gigante depositó al pequeño contenedor gentilmente junto a Hornet. La guerrera estaba tan estupefacta por la situación que no se atrevió a hacer ningún movimiento, ni siquiera cuando la sombra le acarició la cabeza de una forma casi paternal. La bestia no podía emitir ningún tipo de lenguaje hablado, pero aún así con ese gesto parecía estarse comunicando con ella, y por raro que sonase, Hornet sabía exactamente lo que le estaba diciendo.
"Eres una buena chica, por favor cuida del pequeño"
Entonces con un ligero gesto, la sombra se despidió del contenedor y nuevamente se enterró en las profundidades del abismo.
Hornet miró al pequeño y este a su vez la miró a ella. No había nada en aquellos ojos vacíos, pero sabía que él estaba feliz ¿Cómo podía entenderlo? ¿Sería acaso algún tipo de habilidad especial compartida por todos los seres que tenían vacío en su interior? No, eso no podía ser, quizás ellos estaban fabricados del mismo material, pero ella era distinta, no fue concebida con las mismas características, no carecía de mente o voluntad y por supuesto, no consideraba que estuviera al mismo nivel que todos esos espectros fallidos.
Sintiéndose ofendida sin ninguna razón, se dio la vuelta alejándose del lugar, pero para su disgusto, el contenedor comenzó a seguirla, como un pato sigue a su madre.
Durante lo que siguió del día, por más vueltas que dio y por más rápido que corrió, no pudo deshacerse de aquella cosa, el pequeñín había llegado para quedarse.
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