La torre del bosque
Erase una vez una bruja que tuvo una hija; era un caso bastante inusual, pues mientras la bruja era de tez oscura, ojos almendrados y pelo bellamente rizado, su hija resultó tener la piel color crema, el pelo rojo cómo el fuego y los ojos azules cómo el cielo.
La gente no tardó en murmurar: Tal vez estuviera demostrado que aquella niña había salido de las entrañas de la hechicera pero eso no demostraba per se la inocencia de esta, seguro que había recurrido a alguna extraña y retorcida magia para engrendar la niña, de ahí la disparidad tan acentuada entre ambas. Y el que no hubiera ningún padre conocido sólo acrecento las habladurías.
Pronto las historias se volvieron cada vez más sordidas. Yewande, pues así se llamaba la joven madre, había usado semen de hombres muertos para engrendar a la pequeña. No, en realidad había sacrificado a niños de pecho para ello replicaban otras voces.
El caso es qué más temprano que tarde la vida de Yewande se convirtió en un auténtico infierno, increpada día a día por sus vecinos que la acusaban de nigromante. Intento pedir ayuda a las autoridades pero nadie se molesto siquiera en escuchar sus ruegos.
Desesperada, decidió tomar una drástica decisión: Huir a la torre abandonada del bosque, una fortificacion de sólo dos plantas que
antaño fuera propiedad de otra bruja.
Allí crío sola a su única hija, Femi, y la instruyo en las artes mágicas.
La verdad es que Yewande era una madre sobreproctetora, siempre temiendo que alguno de los fanáticos que la habían acusado en su día de quedarse embarazada a través de la magia negra decidiera ir a por su hija para "erradicar el germen del mal".
Era por eso que le prohibía terminantemente salir a su hija sola tanto de día cómo de noche e instauro una barrera mágica para que ningún desconocido pudiera entrar en la torre.
En aquellos lindes del bosque sola vivían ellas dos, por lo que la única amistad de Femi era Yewande. Alguna que otra vez intentó hacerse amiga de algún niño pastor que pastaba por allí pero todos sus intentos fueron infructuosos.
Femi no era infeliz pero en verdad deseaba más, un sentimiento que se hizo aún más latente a medida que se convertía en adulta.
-Madre - anunció un día en tono solemne - Lamento tener que deciros esto pero la verdad es que deseo irme de aquí. Os adoro con toda mi alma pero ya tengo diecinueve años y a cada estación que pasa siento que me asfixio cada vez más aquí.
Yewande escucho atentamente a su hija y asintió con gravedad.
-Comprendo lo que dices hija y no deseo en lo absoluto verte desdichada. Más tengo que pedirte que esperes a después de los 21 años para marcharte.
El corazón de Femi se hundió al escuchar esas últimas palabras.
-Pero Madre... Esos son dos años más aquí...
-Lo sé - la expresión de Yewande reflejaba una genuina disculpa silenciosa - Pero así tengo que pedírtelo. Por favor, no te lo pediría si realmente no fuera necesario - rogó mientras le acariciaba la mejilla.
Femi no replicó pero si rechazo la caricia de su madre. Yewande suspiró y volvió a sus quehaceres.
Aquella primavera fue especialmente tensa, Femi no era capaz de comprender las razones de su madre para seguir reteniendola allí.
-Ahí afuera hay mucha gente que quiere hacerte daño y no cesaran en su empeño hasta que su causa ya no tenga sentido.
-Eso mismo llevas diciéndome desde niña y sin embargo nunca llegó a ocurrirme nada, ¿no? - replicaba una furiosa Femi. ¿Tanto costaba entender que quería ser amada por alguien más aparte de ella?
Y entonces llegaron los sueños.
Al principio no parecían en absoluto algo digno de rememorar hasta que se repitieron una segunda vez, luego una tercera, después una cuarta y etc.
Todas tenían un claro elemento en común:el mismo hombre que las protagonizaba, un varón de piel morena, cabello oscuro y ojos del color de las avellanas tostadas. Pronto estableció una relación con aquel hombre ficticio, sabía todo sobre él... Una amistad cómo nunca había llegado a tener y con la que siempre había soñado.
Hasta que los sueños pasaron a ser románticos, íntimos, y por último carnales.
Empezó a despertarse cada vez con el cuerpo henchido de pasión y las mejillas enrojecidas.
No era ninguna ingenua, veía que muy posiblemente todo fuera causado por un gran libido, y sin embargo se sentía tan real...
No, no le haría ningún bien esas imaginaciones causadas únicamente por su aislamiento.
Tal vez no fuera enteramente culpa de su madre el que se hubieran visto obligadas a vivir tan recluidas de la sociedad pero aún así era injusto, meditaba mientras sacudía la alfombra en la ventana.
Fue entonces cuando noto la presencia en el prado delante suya, al principio sólo vio que era un hombre.
Hasta que él se acerco a la arboleda.
Permitiendo así que descubriera que aquel desconocido era el mismo hombre de sus sueños.
La revelación no pudo sino dejarla paralizada de la conmoción.
No, no podía ser se dijo, debía ser una ilusión óptica suya era sólo alguien que se le parecía.
Y sin embargo lo veía tan nítido...
Sólo había una manera de comprobarlo.
Salió sigilosamente de la torre y siguió al forastero.
No tenía ni idea de que decirle o cómo dirigirse a él y aún así lo hizo, así de apremiante era su necesidad de saber.
Anduvo bastante rato detrás de él y para su sorpresa vio que se dirigía a una cabaña cuya existencia desconocía por completo.
Al final no se atrevió a hablarle pero estaba claro que si se trataba de él:no sólo era su mismo rostro, sino también sus mismos gestos, sus mismos ademanes.
Transcurrió una semana entera en que su mente zozobraba por la confusión; ¿Qué explicación podía haber para aquello?
En esas estaba cuando Yewande tuvo que salir de nuevo dejando a su hija otra vez a cargo de la casa.
No protesto, no cuando eso le daba una oportunidad perfecta.
Salió una vez asegurada de que su madre ya se hallará lejos y emprendió el camino hacia la cabaña. Para su decepción él no parecía encontrase ahí.
Reemprendio el camino de vuelta desolada, cuando pasó por un lago y al virar casualmente la vista hacia las aguas finalmente le encontró.
Estaba tendido en la orilla durmiendo, probablemente descansando de una larga zambullida, vestido solamente con unos calzones.
No sabía que hacer, si irse o por el contrario esperar a que se despertara.
Lo que no quería era rondar por ahí cómo una lunática, no cuando no se conocían.
"Pero si que os conocéis, antes en sueños" se dijo a sí misma.
-Tú. Estás aquí.
Su voz resonó en los oídos de Femi.
Antes de que pudiera responder él continuo:
-No me lo podía creer cuando os vi en la ventana de aquella torre pero ya os conocía de antes...
-En sueños - dijo Femi en su lugar
Él asintió.
-En sueños.
Fue pura inercia, acercarse a él de tal manera que pudo al instante abrazarla estrechamente.
-He soñado con esto tantas veces... Y de algún modo siempre supe que no se trataban de meros sueños.
Inició a besarla con pasión, debió haber dicho que no, que aún no.
Pero la verdad es que lo deseaba, poder replicar lo mismo que había hecho en sus sueños.
Pronto ella se dejó envolver en él, disfrutando de su tacto, mezclando el olor con el suyo, compartiendo su calor...
Ahí en plena naturaleza todo ocurrió.
Permancecieron cómo cerca de media hora reposando desnudos cuándo ella recordó.
Su madre, llegaría pronto. Y si enteraba de lo que acababa de hacer sus gritos de escándalo resonarian por todo el reino.
-Tengo que irme.
-No, por favor, quedaos un poco más...
-No puedo. Lo siento.
Él se mostró abiertamente consternado pero no suplicó más.
Corrió desenfrenada a su hogar esperando que Yewande no hubiera vuelto antes de tiempo.
Afortunadamente no había sido así. Y cuando regreso no sospecho nada.
Huelga decir que después de aquello nada volvió a ser lo mismo.
Con paciencia esperaba a que su madre se ausentara para poder volver a encontrarse con su amante, quién ahora sabía que se llamaba Ceilen.
No tenía duda ya alguna de qué su historia era puramente mágica, un destino que los había enlazado desde siempre.
Tal vez por eso no dudo en abrirse ante él cuando empezó a preguntarle por su madre, ¿cómo era, cuáles eran exactamente sus poderes?
Y tampoco escatimo en detalles.
Se sentía halagada al ver cómo Ceilen la escuchaba con atención.
En sus brazos se sentía especial, poderosa.
-Amada - solicitó entonces un día cuando aún la tenía entre sus brazos- No podemos seguir así. Llevadme a vuestro hogar.
Femi no se esperaba aquello.
-Yo... No sé... Mi madre aún no sabe...
Él le sonrío con comprensión.
-Lo sé pero alguna vez tendrá que saberlo, ¿no crees?
-... Si, tienes razón.
Así que acordó que a la noche siguiente abriría la barrera para que él pudiera entrar.
Su madre estaría en casa pero aquello no supondría un problema, no una vez que le hubiera administrado la poción somnífera. Acompaño a Yewande a su habitación, se aseguró de que se quedara bien dormida y se preparo para recibir la llegada de Ceilen.
-!!Femi¡¡ -oyó su suave voz en lo bajo de la torre y corrió a abrirle.
-Oh Cei...
Su extasis se desvaneció rápidamente. Ceilen no estaba sólo, una turba armada le acompañaba.
-Ceilen, qué...
Pero un aldeano la interrumpió.
-Buen trabajo, capitán. En efecto ha logrado que esta boba nos accediera el paso.
A su espalda se oyeron risas. Femi miró a Ceilen esperando que él le explicará pero él evito su mirada en señal de arrepentimiento.
-Os recuerdo que teníamos un trato. Id a por la bruja y yo me encargaré de la bastarda.
Femi le miró con horror comprendiendo demasiado tarde.
-No, por favor, ella no os ha echo nada...
Pero nadie la escucho, ni siquiera cuando se aferro a la puerta para impedirles el paso. Claro que eso fue en vano, después de todo ella era sólo una y ellos una multitud.
Su madre posiblemente si hubiera logrado defenderse pero se hallaba drogada, su propia hija se había asegurado de ella.
Ceilen la arrastró por la fuerza hasta un carruaje, él mismo que había ideado aquel cuento de hadas que ella tontamente había creído.
Cómo leyéndole el pensamiento él le habló por vez primera.
-Era mi deber. Era una nigromante, una bruja oscura aunque te resulte doloroso creerlo.
Ella no respondió. Sus lágrimas caían sin piedad por sus mejillas mientras veía su hogar caer poco a poco presa de las llamas con su madre aún adentro.
"Espera hasta los 21" le había dicho. Su madre la había protegido todo este tiempo y ahora se daba cuenta de ello.
Femi siempre viviría con ese remordimiento a sus espaldas, la voz
de su madre asesinada
Pero algún día obtendría su venganza. Fue un juramento que hizo aquel mismo día.
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