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Primer Beso.

Desierto de nuevo México - Estados Unidos.

  La alarma sonaba sin descanso, a la par con la luz roja de emergencia que se encendía y apagaba una y otra vez. Brayan observaba paralizado cómo todas las personas a su alrededor corrían de un lado a otro; enloquecidos, desesperados y aterrados.

  Él lo había captado, incluso se sintió extraño de cómo lo captó tan rápido, pero así era él, siempre lograba entender a la perfección lo que ocurría. Había llegado el fin del mundo y todos iban a morir.

  Brayan era militar, de un rango menor, jamás destacó en los entrenamientos físicos ni de tiro. Pero era muy inteligente y un gran estratega. Eso le aseguró un puesto en aquella base central como asistente de comunicaciones. Sabía que si hacía un buen trabajo ascendería rápido a un alto cargo y sin tener que arriesgar su trasero en algún campo de batalla. Fantaseaba con que ese día llegara, estaba seguro de que allí sí tendría el valor para hablarle a Jeiny e invitarla a salir. Ella obviamente le diría que sí, no había motivos para dudar de que no aceptara la cita de alguien tan importante, así como él llegaría a ser. De ahí en adelante todo sería felicidad en aumento, su vida mejoraría y dejaría de ser un don nadie, sería respetado y amado por una mujer hermosa.

  Pero... Todo se había ido al carajo, tantos planes y fantasías, tantas promesas a sí mismo, de que si se mantenía constante obtendría su ascenso en un futuro. Y se sentía con un vacío en el estómago porque el mundo estaba por extinguirse y nadie lo había captado, solo él.

  Lo primero que ocurrió fue que todos los sistemas enloquecieron, las computadoras comenzaron a funcionar por sí solas, y el misil nuclear que habían ordenado preparar para una detonación de prueba se activó sin necesidad de ningún operador humano. Todos vieron boquiabiertos como en cuestión de minutos el misil ascendió y buscó por su propia cuenta un nuevo objetivo. El misil no iba a caer en medio del desierto, en la zona de pruebas nucleares donde se tenía previsto que detonara. Su nuevo objetivo era la ciudad vecina al cuartel, ciudad llena de personas que morirían por la bomba que se suponía estaba hecha para protegerlos. Y, mientras, sus superiores apenas procesaban que estaban a punto de asesinar a millones de personas. Los sistemas comenzaron a activarse nuevamente, esta vez iniciando el protocolo de activación de las dos ojivas nucleares restantes que se mantenían en el cuartel.

  Aquello no les estaba ocurriendo solamente a ellos. Ser el operario de comunicaciones le sirvió a Brayan para recibir el mensaje de que todos los cuarteles estaban lanzando sus misiles activos. En todas partes, en todos los países, en todo el mundo. Quienes fueran los que iniciaron aquello, lo habían hecho bien, habían jodido a toda la vida en la tierra, y nadie parecía captarlo, solamente Brayan.

   El hombre que en ese momento ejercía la máxima autoridad dentro del cuartel hizo un llamado a todos los especialistas para reunirse en la sala de controles, en el salón donde Brayan operaba. Todos debían estar avocados inmediatamente a la búsqueda de resolver aquella situación infernal. Muchos no obedecieron la orden, se habían unido a la manada de personas que corrían desesperadas para tratar de salir del cuartel antes de que las ojivas internas detonaran. Pareciera que habían olvidado que su rango de alcance era tan grande que no lograrían salir de la onda de fuego. Aún así, en esos momentos la calma y el raciocinio son lo primero que se pierde. Para cuando los técnicos entendieron que no había manera de evitar que el primer misil destruyera la ciudad y asesinara a todos sus habitantes, fue que se enfocaron en tratar de desactivar las dos ojivas internas. "No vale la pena, todos vamos a morir", pensó Brayan. No funcionaban los códigos, no había manera de desactivar el protocolo, ni siquiera apagando las fuentes de poder se podrían cancelar las detonaciones. Habían perdido el control de los sistemas. Con todo el empeño humano de los mejores especialistas, solo lograron posponer unos minutos la explosión. Pero Brayan sabía que sería inútil, ni teniendo todo el día, evitarían que las bombas explotaran.

  Entonces Brayan decidió levantarse de su asiento, era una pérdida de tiempo que siguiera ahí sin más que esperar su muerte. Nadie le pidió que regresara a su puesto, su labor ya no era necesaria, en la radio solo se escuchaban gritos desesperados de los demás cuarteles, todos pidiendo ayuda a quien sea que pudiera oírles Aquellos gritos iban perdiéndose con la señal y Brayan estaba seguro de que era porque sus cuarteles estaban explotando.

  Brayan salió del salón y caminó tranquilo, mientras esquivaba a las demás personas que corrían como cabras. Gritos, lamentos, llantos y maldiciones llenaban todo el lugar. Pero Brayan continuaba con su lento andar, ignorando el caos a su alrededor. No tenía ningún sentido desesperarse por aquello. Si igual todos iban a morir, por lo menos quería hacerlo con tranquilidad. Caminó hasta las máquinas expendedoras y presionó el botón, eligiendo una barra de chocolate rellena con crema de fresa. Pero al buscar el efectivo en su bolsillo, se dio cuenta de que había dejado su billetera en el cajón de su escritorio. No quería volver, además de que desperdiciaba valiosos segundos, así que retrocedió y le dio una patada al vidrio del dispensador de golosinas, estas cayeron al suelo mezclándose entre los distintos fragmentos del cristal roto. Tomó dos barras con mucho cuidado de no cortarse y las guardó en el bolsillo de su camisa. Miró a todas direcciones buscando si alguien le reclamaría por lo que acababa de hacer, pero nadie parecía importarle el pequeño saqueo de dulces. Se sintió satisfecho y continuó caminando. Se había armado de valor y se dirigía a la recepción en búsqueda de Jeini.

  Fue en ese pequeño trayecto que comenzó a preocuparse, no por las bombas ni por el hecho de estar a punto de morir. No podía sacarse de su cabeza la idea de que Jeini no estaría en su puesto. ¿Por qué debía de estarlo? Si él había abandonado su trabajo, ella también pudo haberse ido, seguro con la esperanza de tratar de sobrevivir, y había salido corriendo junto con sus demás compañeros. ¿Y si no era así? ¿Y si la llegara a encontrar? ¿Qué le diría? Estaban en el fin del mundo y eso lo cambiaba todo. Si por su capricho de confesarle su amor antes de morir, solo lograba que ella lo despreciara y que lo corriera tomándolo por demente... Eso si sería una horrible manera de morir, yéndose de este mundo con la sensación de ser rechazado por la mujer que amaba. Pero al subir las escaleras y llegar al piso de recepción, la encontró en su puesto, sentada y con el teléfono pegado a su oreja.

  Para Brayan, ella era un faro de luz en medio de todo aquel caos. La luz roja de las alarmas continuaba parpadeando en aquel piso, pero el sonido ya no era tan molesto. Ya nada le importaba, solo estaba enfocado en ella, en su hermoso rostro y sus ojos café llenos de lágrimas, en su cabello castaño amarrado con una cola de caballo y en su hermosa figura que se podía distinguir a pesar de llevar encima aquel holgado uniforme militar. La encontró llorando y aun así le parecía más hermosa que nunca.

  —¡Mamá! ¡Mamá por favor! ¡Escuchame! —decía con desespero por teléfono— Mamá no puedes salir, toma toda el agua, comida y medicina que tengas en la casa, y métete al sótano.

  "Eso no servirá de nada", pensó Brayan, él sabía que la detonación arrasaría con todo. Y aunque el sótano fuera lo suficientemente fuerte para soportar el peso de la casa al derrumbarse, la bomba quemaría todo el aire, haciendo que fuera imposible respirar por lo menos por media hora. A menos que tuviera un sótano con purificador de oxígeno, moriría asfixiada por los gases tóxicos.

  —¡No Mama! ¡Escúchame!... ¡No salgas a la iglesia!.. ¡Por favor ve al sótano, ¡Si no te refugias morirás! ¡Mama! ... ¿Mama?... ¡MALDICIÓN!

  Jeini se quitó el celular del oído y lo lanzó contra el mostrador, recostó su frente en la mesa y comenzó a llorar desconsoladamente. Brayan se había puesto frente a ella, tenía el deseo de tocar su hombro y acariciar su cabello, intentar cualquier cosa para consolarla, pero no tenía el valor. Jeini levantó la cabeza y lo encontró observándola, tenía todo el maquillaje de sus ojos corrido debido a las lágrimas. Trató de limpiarlas con el dorso de su brazo, pero solo logró correrlo más. Brayan quiso tener un pañuelo para ofrecérselo. Ella sacó velozmente unas servilletas de un compartimiento del mostrador y con él se sonó la nariz.

  —Ella ha insistido en que se irá a la iglesia para rezar junto con los demás feligreses —le dijo a Brayan, a pesar de que él no le había hecho ninguna pregunta. —Dice que si Dios desea salvarla será voluntad de él, y si, por el contrario, va a morir, prefiere hacerlo orando junto a todas las personas de su congregación... Por Dios —su voz volvía a romperse ante aquella última palabra— Es una iglesia antigua, el techo les va a caer encima mientras rezan.

  "Seguro morirá primero pulverizada por la onda de impacto", pensó Brayan, pero no se atrevió a decírselo.

  —Tal vez si se resguarda en el sótano, quizás, quizás tenga una oportunidad —continuó diciendo Jeini— el sótano es fuerte, seguro la casa quedará destrozada, pero el sótano podría resistir el peso. Yo pediría un helicóptero, iría a rescatarla una vez que comencemos a buscar sobrevivientes.

  Brayan esta vez no pudo evitarlo, y viéndola fijamente a los ojos, comenzó a negar con su cabeza lentamente. Sentía verdadera pena por ella, no quería matar sus esperanzas, pero era mejor que engañarla con mentiras.

  —¿Crees qué...? —dijo ella con tristeza— ¿Crees que no sobreviva, verdad?

  —Ni ella, ni nadie —respondió Brayan— tampoco habrá búsqueda de sobrevivientes porque no quedará nadie que pueda salir a buscar, todos vamos a morir evaporados luego de que las ojivas estallen.

  Jeini abrió los ojos como platos y su expresión fue de total horror.

  —¿Pero dijeron que las habían logrado desactivar? —respondió con duda. Brayan negó nuevamente con la cabeza mientras la miraba condescendiente, no le causaba gracia tener que hacerla entender, le dolía el darse cuenta de que ella no lo había captado.

  —Solo enfriaron el núcleo —respondió él— pero no podrán hacerlo por mucho, tarde o temprano una de las ojivas volverá a calentarse y al detonar la primera, logrará que la segunda también explote. No hay manera de sobrevivir a la detonación de dos bombas nucleares en conjunto.

  Jeini volteó su mirada mientras luchaba por evitar romper nuevamente a llorar. Era como si acabaran de decirle algo obvio y se sintiera avergonzada por no haberse dado cuenta por ella misma.

  —¿No crees que logren apagarlas antes de que detonen? —preguntó sin siquiera subir la mirada.

  —No hay nada que se pueda hacer —respondió Brayan— creo solo que solo están tratando de morir con la sensación de que lucharon hasta el final.

  Jeini volvió a cerrar los ojos con fuerza, esta vez no pudo contener el llanto. Brayan se preocupó al pensar que había sido muy directo con sus palabras. Jeini no era como él, ella de seguro tenía una vida increíble, la cual le dolía perder de esa manera. Seguro no vivía día a día imaginando el futuro como él venía haciendo desde hace años.

  —Te traje esto —dijo Brayan al recordar que llevaba los chocolates en el bolsillo, sacó uno y se lo extendió en el aire, quedándose con la mano levantada. "Idiota que va a desear comerse un chocolate, pedazo de imbécil". Estaba seguro de que ella enloquecería en cólera, seguro le daría un manotazo con la mano a su chocolate y le pediría a gritos que se alejara de ella y la dejara en paz. Si había una situación peor que morir rechazado, era morir siendo odiado por la mujer que él quería. Pero Jeini solo levantó la mirada y, con sus ojos enjuagados en lágrimas, solo observó la mano con la barra de chocolate que se mantenía frente a ella. La miraba distante, como si dudara que aquella mano con la golosina fuera real. Sonrió tan dulcemente que el corazón de Brayan dio un pequeño salto, y agarró el empaque, haciendo que el débil roce de sus dedos lo hiciera estremecerse.

  —Gracias, te lo agradezco mucho —dijo Jeini mientras continuaba llevando el chocolate a su boca como si fuera una niña pequeña. —Uuuum, de véldam dom muy lícos —dijo sin parar de masticar la golosina dentro de su boca, su cara ahora reflejaba placer y Brayan no pudo evitar sonreír de felicidad.

  —Jeini yo…— Brayan se detuvo, no logró que las palabras salieran a la primera. —Jeini, tú...— volvio a pausarse, ella lo miraba confundida, tratando de adivinar qué rayos le pasaba. "Las bombas van a detonar y perderás tu oportunidad idiota", pensaba mientras la veía, "te vas a morir como un cobarde y ella morirá pensando que eres un estupido". Brayan apretó sus puños, cerró los ojos y, por primera vez en su vida, sacó el valor para contarle a alguien más cómo se sentía.

  —Jeini, quiero que sepas que me pareces demasiado hermosa. Me gustas mucho. Siempre me has gustado. Pero jamás había tenido el valor para decírtelo, y menos para invitarte a salir. Y... Y no quiero morirme sin haberte dicho lo linda que eres y cómo me arrepiento no haberte hablado nunca.

  Brayan abrió los ojos, se sorprendió de poder haber lanzado aquellas palabras de un solo golpe, casi sentía como si no hubiera sido él quién las dijera, siendo un testigo de cómo un pobre pelele le había confesado su amor a alguien en los últimos minutos de su vida. Jeini continuaba confundida, miró a Brayan como si esperara que aquello fuera una broma. Tenían las alarmas del cuartel sonando sin parar, anunciando una eminente muerte, por lo cual dentro de su cabeza cupo la idea de que Brayan estaba bromeando con ella. Brayan se mantuvo firme, mirándola y esperando alguna respuesta, había algo en su mirada, como si fuera un niño asustadizo, que hizo que ella no pudiera evitar reír. Primero fue una sonrisa ligera que luego pasó a ser una risa que inútilmente trataba de frenar, para luego pasar a ser una ola de carcajadas que la  hacían doblarse hacia adelante mientras presionaba su estómago con ambos brazos.

  Brayan pensó entonces que si había algo peor que la sensación de ser rechazado, o ser odiado por la persona que te gusta en los últimos minutos de vida... El confesar tu amor y que se burlaran de ti en tu cara.

  Brayan se dio la vuelta y, por primera vez desde que entendió que todos iban a morir, sintió verdaderos deseos de llorar.

  —!Brayan espera! —exclamo Jeini mientras lo tomaba de la mano.

  —No, no, por favor, dejame— respondió él, triste y con malcriadez

  -Brayan por favor no te pongas así, entiéndeme, estamos a punto de morir y en estos momentos es que a ti se te ocurre declarárteme... Todo esto me parece tan irreal.
-No, no, por favor Dejame- Respondió él, triste y con malcriadez

  —Brayan, por favor, no te pongas así, entiéndeme, estamos a punto de morir y en estos momentos es que a ti se te ocurre declarárteme... Todo esto me parece tan irreal.

  —No quería morirme —contestó Brayan— sin confesarte lo que llevo sintiendo por ti tanto tiempo en secreto.

  Jeini acarició su mano y lo hizo que la mirase de nuevo. Se quedaron viéndose fijamente por unos segundos y luego ella se abalanzó sobre él, abrazándolo con fuerza, empujando su cabeza contra el pecho de Brayan. Este sintió nuevamente un calor en su interior al verse abrazado por Jeini, ya había desaparecido la sensación de vergüenza, dejó caer su cabeza sobre ella y olfateó su cabello, quedando encantado con el aroma de su champú.

  —Tengo mucho miedo Brayan —dijo Jeini presionando su rostro contra su pecho.

  —Lo siento, de verdad lo siento mucho —respondió él, atreviéndose a acariciar su cabello con suavidad. Besó su frente y cerró sus ojos, jurando que en ese justo momento las bombas detonarían llevándoselos junto con la base. Pero pasados unos segundos se separaron poco a poco, viendo que aún le quedaban unos cuantos minutos.

  —Bueno —dijo Jeini —valoro mucho que hayas tenido el valor, no sé si en otras circunstancias hubiéramos tenido una cita, pero sé que habrías ganado muchos puntos si igualmente me hubieras regalado un chocolate de estos. Entre lágrimas, Jeini volvió a regalarle una sonrisa, y él, recordando que había tomado dos, sacó rápidamente el segundo chocolate que llevaba en el bolsillo. Ofreciéndoselo sin disimular su alegría de poder complacerla nuevamente con aquella golosina.

  —¡Soldado! De verdad que me sorprendes —exclamó Jeini con entusiasmo mientras le arrancaba el chocolate de la mano, abrió el paquete con los dientes y nuevamente mostró aquella cara de satisfacción al saborear aquel dulce en su boca. Luego abrió los ojos y se le quedó viendo fijamente, él estaba fascinado, tenía aún sus mejillas húmedas por las lágrimas, pero ella le parecía el ser más hermoso que hubiera visto en su vida. Jeini le sonrió con picardía mientras volvía a morder el chocolate, acercándose poco a poco hacia él mientras con su mano comenzaba a recorrer los botones de su uniforme, caminando con los dedos hasta tocarle la barbilla.

  —Bueno, ¿por qué no? —dijo Jeini, y cerrando los ojos, llevó su mano hacia la nuca de Brayan, obligándolo a moverse hacía adelante para que bajara su cabeza y así poder besarlo. Brayan sintió el sabor de los labios de Jeini, y por un momento no podía creer que en verdad la estaba besando, sus labios eran suaves y cálidos, pudiendo saborear el dulce sabor del chocolate con fresas.

  La tomó con fuerza de su cintura y sintió el placer del cuerpo de ella presionándose contra él. Nuevamente, las lágrimas de Jeini volvieron a aparecer y estas se mezclaron con las bocas de ambos, añadiendo un nuevo sabor a sal en aquel beso. Brayan sabía que quizás, de no haber sido de aquella manera, jamás se hubiera atrevido a hablarle y menos a confesarle lo que sentía por ella. Pero no le importaba, aquel beso había sido un regalo, no creía en la vida más allá de la muerte, pero en ese momento supo que así se debía de sentir el paraíso.

  Entonces, varios pisos bajo ellos lo inevitable se hizo presente. El núcleo de una de las ojivas llegó a su punto de fusión y la reacción dio inicio, está a su vez, al explotar, detonaría instantáneamente la segunda ojiva, multiplicando su poder devastador. Todo tembló, Brayan y Jeini se abrazaron sin parar en ningún momento de besarse. Así se irían, juntos en aquel último y apasionado beso. El rugido fue tan grande que opacó cualquier sonido, y mientras todo se volvía blanco, en el justo momento antes de que aquellos cuerpos se desintegraran por la energía de la explosión y todos quedaran hechos cenizas. Brayan tuvo un último pensamiento antes de abandonar este mundo:

"No está mal para ser nuestro primer beso".

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