Paz Absoluta
Caracas - Venezuela.
Año 2001.
El profesor López era considerado una eminencia. Se graduó en los 80 en la Universidad Andrés Bello de Caracas, y tanto alumnos como colegas lo reconocían como un ilustre en política y ciencias sociales.
Ese día se encontraba dando una charla frente a cientos de estudiantes universitarios en el teatro Teresa Carreño. Su discurso despertó mucho interés debido a las predicciones que hacía sobre cómo serían en el futuro las relaciones políticas entre países. López, a mitad de su discurso, sorprendió a todos al afirmar que la paz absoluta solo se conseguiría el día que todos los países, incluidos los más pequeños, lograran tener acceso a armamento nuclear.
—¿Cómo se supone que eso contribuya a la paz mundial, profesor? —se atrevió a preguntar uno de los jóvenes en la primera fila.
—Por el efecto Dominó —respondió con energía el profesor.
Todo el salón seguía en silencio, mirándose unos a otros. López, al percatar que su palabra sembró más dudas que respuestas, tomó el micrófono con ambas manos mientras comenzaba a hablar.
—Cuando un país logra alcanzar el desarrollo en armamento nuclear, automáticamente cae sobre él la dicha de dejar de ser un blanco de algún enemigo. Simplemente porque si yo decido el día de mañana lanzar un misil sobre mi vecino, automáticamente este lanzará uno contra mí. Un misil nuclear es un arma que acaba tanto al atacado como al atacante. Para este punto en el mundo, los gobiernos cuentan con la tecnología para detectar cuando serán atacados y contraatacar al instante, sin necesidad de depender de operadores humanos. Solo bastaría alguien que encienda la mecha nuclear para iniciar una horrible reacción en cadena, un efecto dominó donde cada computadora militar lanzaría sus bombas al país enemigo. Y créanme muchachos, el mundo no soportaría la explosión de todas las bombas en conjunto. Quien se atreva a lanzar la primera bomba el día de mañana, no solo estaría condenando al país que atacó. Condenaría a toda la humanidad, comenzando el Armagedón en la tierra. Y ese horrible miedo de borrar la vida con un simple botón, es lo que mañana logrará la verdadera paz en el planeta.
El profesor López encontró ahora a todos los alumnos más nerviosos que antes, el silencio que reinaba era absoluto, el terror gobernaba en aquellos muchachos. En el fondo del enorme salón, uno de ellos se atrevió a levantar la mano, mientras las personas a su alrededor fijaban su mirada en él.
—¿Profesor? —el muchacho hizo una pausa al notar que todos lo observaban. López levantó su mano, motivándolo a que continuara con su pregunta. —Profesor, ¿y qué pasaría? Digo no… ¿Qué ocurriría si al tener todos acceso al armamento nuclear? Suponiendo, ¿una falla? O ¿un mal funcionamiento? ¿O sencillamente que tome el poder un presidente lo suficientemente loco para iniciar un ataque? ¿Todas nuestras bombas se activarán y comenzarán a atacarse unos contra otros?
El profesor miró fijamente los ojos del joven, su semblante era serio y a la vez algo triste. Como si acabara de visualizar algún escenario en su mente que lo desanimara.
—Pues —respondió López —supongo que eso significaría el final de todo y de todos. Ese es el precio que tiene que pagar el humano por el acceso a esta arma.
Solo un error bastaría, así es la nueva guerra, o aprendemos a convivir en paz…
O mandamos todo a la mierda.
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