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La Profeta.

Rio de Janeiro  - Brasil.

  Todos los feligreses cantaban en coro las alabanzas del domingo. Bailaban al compás del piano, que era tocado con energía por uno de los jóvenes de la comunidad.

  —¡CELEBREMOS CON ALEGRÍA EN NOMBRE DE NUESTRO CRISTO REY!
—gritó el pastor con entusiasmo mientras todos aplaudían al ritmo de las alabanzas.

  Yackelyn, una mujer de 40 años, y quien era una de las seguidoras más fieles de aquella iglesia. Se encontraba como cada domingo acompañada de sus dos hijos adolescentes, cantando con todas sus fuerzas mientras las lágrimas comenzaban a asomarse en sus ojos.

  Ese día oraba en su mente, pidiendo a Dios un milagro, un milagro que necesitaba como nunca había necesitado algo en su vida.
La visita al doctor a la que había asistido esa semana no le había dado buenas respuestas sobre sus constantes dolores de cabeza.
Y ese día, por cosas de Dios, como diría Yackelyn, sí se le concedió un pequeño milagro... Aunque no el que ella pedía.

  En el momento en que las alabanzas llegaban a su punto más alto, y la excitación de todos los feligreses era desbordada por sus gritos y aplausos. Yackelyn detuvo su voz y se quedó inmóvil, mirando al vacío fijamente, paralizada y completamente hipnotizada, perdida en sus pensamientos mientras ignoraba el mundo a su alrededor. La mueca sonriente de su rostro fue cambiando lentamente, hasta transformarse en un suave y triste llanto. Su hijo más pequeño fue el primero en notar que algo le ocurría a su mamá. Aquella mirada pérdida le producía miedo y repelús, así que comenzó a mover con fuerza la mano de su madre buscando hacerla reaccionar. Necesitó de varios tirones hasta que por fin ella empezó a pestañear con fuerza y repetidas veces, logrando al fin salir de su ilusión.

  Yackelyn soltó un grito horrendo, tan fuerte y espantoso que logró apagar los cantos de alabanzas, para luego caer fuerte contra el piso y comenzar a convulsionar.
Todos callaron al escuchar el golpe, se reunieron alrededor de ella mientras veían como se agitaba bruscamente en el suelo. Algunos hombres la sujetaron con fuerza, tratando de evitar que se lastimara, sus hijos solo podían llorar viendo aterrados aquello, sin entender que era lo que a su mamá le estaba sucediendo.

  Las convulsiones al fin cesaron, tan bruscamente como habían comenzado, y poco a poco Yackelyn fue reaccionando, ahora quienes la sujetaban trataban de sentarla. Ella abrió los ojos lentamente, mientras su suave respiración iba poco a poco tomando fuerzas. Miro a su alrededor, como si no recordara en que lugar se encontraba o cómo llegó allí.

  Fijó la vista en sus manos, como si en estas hubieran alimañas caminando entre sus dedos, y nuevamente comenzó a gritar.

  —¡EL FUEGO! ¡EL FUEGO! —decía con horror, asustando a todos a su alrededor —¡EL FUEGO ESTÁ EN TODAS PARTES! ¡TODOS NOS VAMOS A QUEMAR! ¡OH DIOS MÍO, TODOS NOS VAMOS A QUEMAR!

  La mujer lloraba con desespero mientras todos la observaban confundidos. Unas pocas personas voltearon a ver al pastor, esperando que este dijera algo, pero al igual que ellos, solo observaba a Yackelyn horrorizado.

  Entonces una idea cruzó su mente y sin dudarlo tomó aire para hablar por el micrófono.

  —¡Hijos míos! —dijo el Pastor —Hoy aquí, todos hemos sido testigos de un mensaje que nuestro Señor nos está dando a través de la hermana Yackelyn. Hay aquí quienes, aun formando parte de la iglesia de Cristo, dudan del castigo de fuego que Dios tiene preparado para los pecadores, sin saber que esa misma duda es un pecado y ofensa a la palabra de Dios. Por eso, nuestra Hermana Yackelyn fue usada como herramienta divina, para que viera por sus propios ojos el lago de fuego eterno, y con su palabra nos ayudara a que…

  —¡NOOOO! —Grito Yackelyn haciendo callar al Pastor, algo que a él lo tomó por sorpresa, desde que se había dedicado a ser líder de una iglesia, nunca lo habían interrumpido.

  —¡NO VI NINGÚN ABISMO! —continuó diciendo Yackelyn mientras lloraba —¡ERA AQUÍ! ¡EL PUEBLO! ¡TODO SE ESTABA QUEMANDO! ¡EL CIELO RUGÍA, HABÍA ALGO QUE CAÍA A GRAN VELOCIDAD! ¡Y CUANDO TOCO EL SUELO, TODO TEMBLABA TAN HORRIBLE! ¡DEL PISO SE ELEVÓ UNA BOLA ENORME DE FUEGO, Y DE ELLA UN ANILLO QUE COMENZÓ A QUEMAR TODO A SU PASO! YO LO VI, VI, COMO TODO ARDÍA, COMO TODO Y TODOS ARDÍAMOS POR AQUEL ANILLO DE FUEGO, PUDE VER MIS MANOS QUEMARSE, DIOS, PUDE SENTIR COMO TODA MI PIEL SE QUEMABA. ¡TODO ARDERÁ! ¡TODOS VAMOS A ARDER!

  Los hijos de Yackelyn la abrazaron. Ella continuaba llorando agitada, pero se apoyó en ellos y logró serenarse un poco. Junto con sus muchachos y un par de personas que la acompañaron, salió del salón, en búsqueda de algún doctor que la viera y le recetara algo para los nervios. El pastor pidió a todos que volvieran a sentarse, y una vez que guardaron silencio tomó nuevamente la palabra.

  ¡Hijos míos! Lo que acaban de ver y escuchar hoy aquí, es algo que ya sé los he repetido muchas veces en el pasado. El Espíritu Santo también me lo ha mostrado a mí a través de sueños… El final está cerca.
Cristo Rey vendrá pronto y castigará a todos aquellos que no creen en su palabra. Por eso ahora, más que nunca, debemos mantenernos unidos como iglesia, debemos estar atentos a las señales porque el final viene pronto. Y seremos pocos los que seremos salvos y nos sentaremos en el gran banquete que Dios ha preparado para nosotros. ¿Quién dice Amén?

  —¡AMÉN! —contestaron todos en el salón.

  Pasado un mes luego de ese domingo, ya Yackelyn se encontraba hospitalizada, debido al tumor cerebral que le habían detectado. En la iglesia el Pastor pidió colaboración a todos los que hacían vida dentro del culto. Logró recoger bastantes donaciones, entregó una parte para el tratamiento de Yackelyn a sus hijos. La otra parte la depositó en una cuenta privada y lo usó luego como inicial para su Corolla 2024 que compraría de agencia.

  Yackelyn aceptó su enfermedad con calma y paz, compartió sus últimos días junto a sus familiares y amigos. Su última conversación con sus hijos fue pidiéndoles que luego de su muerte huyeran a las montañas, lejos de las ciudades, y allí se refugiaran del enorme aro de fuego que consumiría todo.
Yackelyn se fue de este mundo asegurando hasta el final que lo que había visto y sentido ese día fue real.

  Meses después de su muerte, el pastor se encontraba conduciendo su auto nuevo por la carretera, el olor a asiento nuevo era adictivo y totalmente estimulante. Agradeció lo bueno que Dios había sido con él ese año.

  Fue entonces cuando escuchó un fuerte rugido, este se sentía venir de todas partes. Frenó bruscamente, casi perdiendo el control del carro. Abrió la puerta de chófer y al salir vio cómo a la distancia un misil caía en pleno centro de la ciudad.

  Del impacto se elevó un enorme hongo nuclear, su tamaño era tan colosal que los edificios a su alrededor parecían pequeños legos de juguete. El cielo se iluminó tan fuerte que por un momento cegó la vista del pastor. Y cuando pudo volver a ver con normalidad, notó horrorizado el aro de fuego que se extendía con gran velocidad, destruyendo todo a su paso… Sintió un calor inmenso y vio como en cuestión de segundos sus manos se llenaron de ampollas para luego notar como se prendían en llamas espontáneamente. Sus palmas encendidas fueron lo último que vio antes de quedar en oscuridad y sentir el insoportable dolor de sus ojos reventandose por el calor.

  "Esto fue lo que vio Yackelyn" fue su último pensamiento sensato, antes de caer al suelo, consumido por el espantoso sufrimiento de estar quemándose vivo.

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