La Niña y el Monstruo.
Carretera de Oregón - Estados Unidos.
Lois miraba perpleja la televisión, estaba horrorizada, no podía creer lo que el presentador les estaba diciendo: todos los sistemas nucleares se habían activado, en todos lados, las principales ciudades y bases militares estaban siendo bombardeadas. Países completos estaban siendo arrasados en cuestión de minutos, a cada momento una nueva ojiva nuclear se activaba y exterminaba a toda la población.
Su madre lloraba desde la cocina, mientras intentaba llamar por teléfono, las líneas estaban caídas y Lois pensó que seguro los familiares a quienes trataba de contactar ya estaban muertos. Ellas habían sido privilegiadas al tener una casa alejada de la ciudad, entre montañas y planicies de Nevada. La ciudad más cercana estaba lo suficientemente alejada para que ellas no tuvieran que temer ser víctimas de una bomba nuclear, pero aun así lo necesariamente cerca para poder notarlo si llegase a ocurrir. El servicio eléctrico falló, dejando la casa a oscuras y silenciando al hombre en la televisión. Lois sintió como su estómago comenzó a revolverse y corrió hasta el baño, donde vomitó todo el desayuno sobre el lavamanos. Abrió la llave y encontró alivio al ver que aún tenían servicio de agua, aunque seguramente no sería por mucho. Dejó que el agua se llevara la porquería por el desagüe y se enjuagó la boca, para luego pasar a lavarse la cara. Al levantar la mirada, se vio fijamente en el espejo y sintió dentro de ella como comenzaba a formarse un sentimiento de rabia.
Rabia hacia sí misma, el mundo estaba por acabarse y el monstruo que la había lastimado durante tanto tiempo saldría impune, jamás pagaría todo el sufrimiento y dolor que le había causado. Moriría... eso sí, pero una muerte al igual que todos, debido a las bombas y no siendo condenado por los actos atroces hacia ella. Lois tenía en ese momento 16 años, pero las dolorosas circunstancias de su vida la habían obligado a madurar antes de tiempo. En ese espejo ella notó que no era fea, tenía lindos ojos y un rostro bonito. Solo que nunca se arreglaba, no cuidaba su cabello y menos pensaba en maquillarse. No era su culpa, desde que habían comenzado los abusos, sintió asco de arreglarse, para que él no le dijera que ya era toda una mujer cuando iba a su cuarto a abusar de ella por las noches. Fue a los nueve años cuando todo comenzó y su papá fue por primera vez a su habitación a violarla. Su mamá se había ido por tres días a cuidar de una tía que había tenido un accidente y su papá, como cada viernes, se había ido a beber hasta tarde con sus compañeros del trabajo. Al llegar a la casa esa noche, ya ella estaba acostada, su mamá, imaginando que aquel hombre no se preocuparía en lo más mínimo por la niña, le dejó suficiente comida para que ella misma la calentara. A medianoche sintió como la puerta de su cuarto se abría y, al girarse, encontró a su papá borracho observándola desde el marco de la puerta. Aun con media botella de ron en su mano.
—¿Papi? —fue lo único que se atrevió a decir antes de ver cómo su papá dejaba caer la botella en el suelo hasta romperse, y se lanzaba tambaleante y babeando sobre ella, desabrochándose el pantalón y dejándose caer con todo su peso sobre su pequeño cuerpo en la cama. Lois lloró, gritó y le imploró que se detuviera, pero por más que intentara resistirse, fue imposible para ella evitar que su papá hiciera su cometido hasta que hubo terminado.
—Báñate, quita estas sábanas y lánzalas a la basura, mañana te compraré otras, y ni una palabra de esto a tu mamá, ¿entendido? —dijo con firmeza su papá mientras se vestía sin siquiera mirarla. Ella solo lloraba desnuda sobre su cama llena de sangre y aquel horrible dolor allí abajo por culpa de las fuertes embestidas con las que había sido ultrajada.
—También limpia esto, no vayas a cortarte —dijo al salir, rodeando los fragmentos rotos de la botella. Su mamá volvió a los días y Lois no tuvo el valor de contarle lo que había ocurrido, su papá siguió comportándose al igual que siempre... indiferente con ambas.
Lois pensó que aquello solo había sido algo de una noche, que seguro había sido porque su mamá no estaba para cumplirle como esposa, y que debido al alcohol se había confundido y había cometido aquello por error y equivocación. Necesitaba creérselo, en su mente aún de niña pensaba que debía de ser así. A pesar de tener nueve años, en aquel entonces Lois sabía que su papá era distinto a los padres de sus compañeros de clases. Él nunca le decía que la quería, jamás compartían momentos en familia, ni siquiera le dirigía la palabra para algo que no fuera ordenarla a buscar o hacer algo. Ese amor padre-hija que ella veía en las películas jamás lo llego a experimentar con su papá. Antes de que su papá llegara a violarla, ya ella le temía, esto debido a los constantes golpes y maltratos hacia su mamá, de los cuales había sido testigo por años. A ella nunca le había pegado, aunque sí la amenazó varias veces con que lo haría. Pensó que aquellas golpizas hacia su madre eran su límite de maldad, pero esa noche le demostró que se había equivocado. Como también se equivocó con pensar que aquello sería algo de una sola vez, un mes después la puerta volvió a abrirse, solo que esta vez ya no necesitaba estar borracho para animarse a tocarla.
Desde entonces y durante todos estos años, Lois había tenido que cargar con aquella cruz tan dolorosa, del tener que soportar en silencio los constantes abusos de su padre. Sin poder ver luz de esperanza de salir de aquello. Su papá había arruinado su vida, Lois no quería relacionarse con nadie, y en multitud de veces había pensado en acabar con su agonía quitándose la vida. Ahora que las bombas estaban cayendo, no tenía miedo de su muerte, solo sentía rabia e impotencia de pensar que su padre se iría de este mundo sin pagar por todo el dolor que le había causado.
—¡LOIIIS! —gritó su mamá desde la sala. Lois salió del baño y la encontró llorando, asustada y sin poder aceptar que el mundo había llegado a su fin.
—Lois, ninguna de tus tías me contesta, Dios santo... ¿Qué vamos a hacer? ... ¿Qué vamos a hacer? -nuevamente chilló.
Al decir aquellas palabras, Lois se preguntó si de verdad mamá jamás había sospechado todo lo que su padre le hacía. Siempre cuando ella caía dormida gracias a las pastillas para los nervios, un sueño tan profundo que nunca la escuchó clamando por ayuda desde el cuarto de al lado. Se decía a sí misma que su mamá solo era una víctima más del monstruo de su padre, y que durante todos aquellos años también había aguantado su propio infierno lleno de golpes, desprecios y maltratos. "Se lo diré, se lo contaré todo antes de morir", pensaba Lois mientras veía a su madre llorar. "Le diré todo y le preguntaré cómo ha sido capaz de permitir durante tanto tiempo que papá nos hiciera tanto daño".
—Mamá... Yo... Apenas había comenzado a hablar cuando sintieron como la puerta principal se abría, y en esta se mostraba la figura de un hombre enorme, con manchas de sangre en su ropa y rostro, era papá, al fin había llegado. Aquel hombre se quedó detenido frente a ambas, mirándolas con firmeza. Lois llegó a temer que adivino sus pensamientos y por eso las veía con aquella mirada acusadora. Toda su ropa del trabajo estaba sucia y llena de sudor, en su frente y su camisa se podían ver manchas de sangre, y su olor era inconfundible, olía a ron.
—Nos vamos —dijo en seco, dando fin a aquel ambiente incómodo que se mantenía entre ellos tres.
—¿Irnos? —preguntó la mujer asustada —¿a dónde?
El recién llegado entró a la casa con paso rápido, ignorándolas a ambas. Fue hasta la cocina y del refrigerador sacó una jarra de jugo que su esposa había preparado temprano, se llevó la jarra a la boca y bebió sin parar mientras el líquido se desbordaba por su rostro hasta caer en su camisa. Lois se quedó en la sala observando mientras su mamá seguía a su esposo a la cocina, esperando que este por fin le respondiera.
—Iremos a las montañas, mi jefe tiene una casa en lo más alto del bosque —dijo él al parar de beberse casi toda la jarra de un solo trago, para luego lanzar un fuerte eructo y limpiarse el jugo alrededor de la boca con la manga del antebrazo.
—Es imposible llegar si no conoces los caminos de tierra que hay dentro del bosque, gracias a Dios ese imbécil me llevó el año pasado para que reparáramos una parte del techo donde se filtraba el agua. Allí podremos ocultarnos mientras toda esta mierda pasa, la cabaña se encuentra alejada de todo y es lo suficientemente segura para resguardarnos.
—¿Pero? ¿Tu jefe nos dejará quedarnos? ¿Iremos con él? —preguntó la mujer nerviosa. El sujeto solo lanzó un bufido mientras sonreía ante tal pregunta, como si lo que acabaran de decirle fuera una completa estupidez.
— Iremos solo nosotros tres —dijo mientras cerraba la nevera, dejando la jarra medio vacía fuera, sobre la barra de la cocina.
—¿Cómo así? No entiendo... Además, las carreteras deben estar llenas y nuestro carro es muy viejo para rodar por los caminos del bosque.
El hombre buscó en su bolsillo y sacó de este un manojo de llaves, al cual, al verlas, su esposa sabía perfectamente que no le pertenecían.
—No iremos en esa porquería, nos vamos en el Land Cruiser de mi jefe, evitaremos la carretera y nos adentraremos desde ya en el bosque, donde subiremos montaña arriba hasta llegar a la cabaña.
Louis observaba a sus padres mientras se acercaba poco a poco hacia ellos, escuchando claramente lo que estos decían.
—¿Pero? —volvió a preguntar su esposa— ¿Por qué tienes las llaves de su carro? ¿Y también de la cabaña? El hombre volvió a guardar las llaves en su bolsillo mientras miraba amenazante a su esposa, estaba haciéndole ya muchas preguntas y eso no le gustaba.
—Oh Dios mío —exclamó ella, llevándose ambas manos a la boca -¿De quién es esa sangre? ... ¿Qué? ... ¿Qué fue lo que hiciste?
—¡Hice lo que tenía que hacer! —le respondió su esposo enojado mientras se acercaba bruscamente hacia ella, deteniéndose a pocos centímetros de su rostro y quedándose mirándola a los ojos con dureza mientras ella bajaba la cabeza llorando.
—Ese imbécil durante años se enriqueció gracias a mi trabajo, no iba a permitir que él estuviera tranquilo descansando mientras nosotros moríamos por culpa de una maldita bomba nuclear. Es la ley de vida mujer, los imbéciles se mueren mientras los fuertes sobrevivimos para reconstruir después de las cenizas. Ella seguía con la cabeza abajo, llorando asustada.
—¿Pero...? Tu jefe tiene... o Dios mío... tenía tres niños pequeños, el mayor apenas si llega a 5 y la más pequeña aún no cumple el año.
—Ese no es mi problema —respondió él, quitándole la mirada de encima y alejándose. Lois pensó que lo más seguro aquellas palabras le habían hecho sentir un poco de vergüenza o culpa, ¿quién sabe? Fueron suficientes para alejarlo y hacer que volviera nuevamente a la nevera en búsqueda de las cervezas de lata que había dejado enfriando esa mañana.
—Recojan rápido toda la ropa que puedan, tienen un minuto, no se preocupen por comida ni agua, saquee una tienda de comestibles cuando venía hasta acá, tenemos en la camioneta suficiente para aguantar meses sin tener que salir a cazar.
—Pero yo no quiero ir a ninguna parte -respondió chillando la mujer. Eso último ya había colmado la paciencia de su esposo, este cerró la nevera con fuerza y se dirigió hasta ella con toda intención de lanzarle un fuerte golpe a su esposa. Fue entonces que Lois habló.
—¡El bosque no es un lugar seguro! —gritó Lois desde el marco de la cocina, salvando a su madre de la bofetada que su padre estaba a punto de darle. —El fuego de la ciudad se extenderá hasta el bosque y, sin nadie que pueda apagarlo, todo se quemará en cuestión de días. Tendremos suerte de morir asfixiados por el humo antes de que el fuego nos alcance. Su padre se detuvo al oírla, observándola extrañado, como si acabara de descubrir a un gato que hablara.
—Pues nos arriesgaremos —le respondió— esperemos que llueva antes que el fuego llegue a nosotros.
—¡No es solo el fuego papá! —contestó Lois de forma retadora, teniendo por primera vez en su vida la conversación más larga con su padre. -Las bombas atómicas desprenden gases venosos que se extienden por kilómetros de la explosión.
—Los árboles limpiarán el aire —respondió su papá obstinado— lo vi en un programa de Discovery, los árboles filtran el aire y lo purifican, donde estaremos no correremos ningún peligro porque los árboles producirán aire limpio para nosotros.
Lois sabía que su papá no tenía ni la más mínima idea sobre lo que hablaba, podía explicarle que así no funciona el ciclo de las plantas. Que había más factores además de las bombas que no estaba considerando: las nubes de ceniza caliente, la lluvia ácida, la radiación, y al final... el invierno nuclear, que seguro no dejaría nada para poder cazar si lograban sobrevivir a todo lo anterior. Pero no tenía caso siquiera comentárselo, él haría lo que le diera la gana.
—¡BIEN! —grito arto de aquella situación. —Si quieres quedarte aquí a morir como una imbécil hazlo— señalo a su esposa. —Pero tú— señalaba ahora a Lois —Cerraras la boca y te montaras a la camioneta, te vienes conmigo quieras o no.
—¡No! ¡Es mi niña, no te la puedes llevar! —grito su madre llorando.
—Es mi hija y hago con ella lo que me dé la gana, ¡Maldición! —respondió él. Entonces Lois recordó todas las noches de abusos constantes, de dolor y de sufrimiento que su padre le había causado durante años. Recordó la agonía del tener que vivir con aquel secreto tan espantoso. Donde el miedo de que su padre la visitara cada noche llevaba demasiado tiempo corroyendo su alma. Vio en su mente el futuro, en aquella cabaña, en ese bosque donde no habría nadie y donde su padre podría libremente tomarla a la fuerza todos los días y a cada momento ya sin importarle el mantener aquellas violaciones ocultas... Lois vio todo aquello en su cabeza y le parecía un infierno mucho peor que morir calcinada por una bomba nuclear.
—¡NOOOOOO! —Grito Lois por primera vez a su padre, un grito que se había guardado durante tantos años y que el miedo había reprimido dentro de su ser. —¡No iré a ninguna parte contigo! ¡Maldito violador! —grito Lois enojada, el simple hecho de pronunciar aquellas palabras las hizo sentir un asco sobre sí misma, el tener que recordar la forma en la que él la tocaba. En la que él la sujetaba mientras la obligaba a hacerle las cosas más morbosas que él mantenía en su mente, sintió un enorme asco y odio hacia él.
—¿Qué? —dijo su madre confundida y mirando a Lois comenzó a negar levemente con la cabeza, para luego mirar con rabia a aquel hombre.
Al principio su padre se mostró consternado, quitando la mirada y sintiendo vergüenza, luego se encontró a su esposa observándolo con odio y nuevamente su semblante se llenó de enojo.
—¡Escúchame maldita mocosa! Vas a cerrar la puta boca y te vas a meter a la camioneta ya.
—¡NOOO! —volvió Lois a desafiarlo.
—¡Me has violado desde que tengo nueve años... pero ya no más... no voy a permitir que vuelvas a hacerlo!
—¿CÓMO PUDISTE DESGRACIADO? ¡ES TU PROPIA HIJA! —grito su madre echa una furia mientras se tiraba contra su marido, lanzándole arañazos al rostro, aquella era la primera vez que Lois veía qué su madre se atreviera a hacer algo así contra su papá.
Su padre se mostró igual de sorprendido que Lois ante aquel ataque de lo que en el pasado había sido su sumisa esposa, el primer arañazo fue efectivo, dejándole una hilera de rasguños en la mejilla y ceja, qué rápido se transformaron en finos hilos de sangre. A partir del segundo ataque reaccionó rápido y pudo poner los brazos para protegerse la cara, ya cuando la mujer trataba nuevamente de herir a su esposo, este la lanzo con fuerza contra el mueble de la cocina, haciendo que todo a su espalda cayera debido al choque, ella perdió el equilibrio y termino cayendo contra el piso. Fue rápido, el hombre no dudo ni un minuto en lanzar el primer golpe, cerro el puño y fue directamente al rostro de su mujer, aquello no era una simple bofetada como en las veces anteriores, ella había hecho algo que era inaudito, y ahora sí que estaba dispuesto a hacerle daño. Lois gritó con todas sus fuerzas pidiéndole que se detuviera, que dejara a su madre en paz. El primer golpe había bastado para dejarla fuera de pelea, los siguientes fueron un desahogo total de rabia. La atacaba con sus puños cerrados mientras la mujer apenas era capaz de entender sus brazos para tratar de amortiguar el impacto. Aquello era una pesadilla, Lois deseo que una de las bombas cayera en ese momento sobre ellos y acabara con todo de una vez, morir calcinados era mil veces mejor que estar a merced de aquel monstruo. Lois entendió que su papá ese día ya había traspasado un nuevo límite, temprano había matado a un hombre, y ahora que su padre se había dado cuenta de que era capaz de acabar con una vida, lo más seguro no sentiría escrúpulos en hacerlo nuevamente.
Lois giró su rostro y vio fijamente el cuchillo de carnicero, esperando por ella sobre el porta cuchillos de madera, no lo dudo, lo tomo con tal velocidad y se lanzó corriendo hacia su progenitor con un grito de rabia y desahogo. Haciendo algo que había llegado a fantasear tantas veces, enterrar con todas sus fuerzas la filosa punta de metal sobre el hombro de su padre. La apuñalada fue efectiva, la carne era dura, pero no lo suficiente resistente para evitar ser traspasada por el metal. Su papá lanzó un grito de dolor y se giró al instante mientras atestaba a Lois un fuerte golpe. Lois pudo sacar el cuchillo, pero fue incapaz de esquivar el golpe que fue directo hacia su rostro. Se tambaleó hacia atrás, pero logro mantenerse de pie, sabía que si caía no habría manera de defenderse. Inmediatamente, sintió un fuerte calor creciente sobre su mejilla y como esta comenzó a hincharse en respuesta a aquel golpe. "Cómo es posible que mama aguante esto" pensó. El hombre llevó la mano a su hombro y presiono con fuerza la herida mientras se quejaba del dolor por la cortada. El dolor era punzante, pero aún soportable, lo más seguro necesitaría puntos, pero eso sería después, primero tenía que darle una lección a su hija. Lois sujeto el cuchillo con ambas manos, elevándolo hacia adelante. Su padre frente a ella la miraba furioso y se preparaba para ir contra ella aún con el brazo goteándole por la herida del hombro. Era enorme, era fuerte, pero Lois sabía que si lograba apuntar bien y apuñalarlo en un lugar vital podía dejarlo fuera de combate. Solo tendría una oportunidad, a diferencia de su madre, a ella él podría decidir castigarla con una manera más atroz que solo golpes. Su papá se lanzó contra ella como un toro bravo que sale a la arena y aquella niña deseo con toda su alma que en ese mismo instante una bomba detonara sobre ellos.
Quizás fue el dolor de la herida, acompañado por la chocante imagen de ver a su hija hacerle frente, que hizo que ambos no se percataran como la mujer lograba levantarse, ignorando el fuerte dolor de su ojo hinchado y sus brazos lastimados, viemdo ahora como aquel hombre iba ahora en contra de su hija. No dudo ni un minuto y se lanzó sobre su espalda, subiéndose arriba de él y sujetándolo del cuello con ambos brazos, mientras trataba de ahorcarlo con toda la fuerza que tenía. De no ser por la apuñalada de su hija para él hubiera sido muy fácil quitársela de encima, pero el simple intento de tratar de golpearla con el codo le causaba una gran descarga de dolor en todo el hombro. En medio de aquel caos Lois vio la oportunidad a sus manos y gritando con furia se lanzó sobre su padre, enterrando aquel largo cuchillo en el abultado vientre del hombre, este grito del dolor al sentir el frío metal rasgando su carne junto a todo lo que encontrara al adentrarse en él. Pero el dolor más fuerte lo experimento cuando Lois saco nuevamente el cuchillo, trayendo con el pedazos de tripas y sangre que chispearon toda la cocina. Lois no se detuvo, su momento había llegado, el fin del mundo le había regalado la oportunidad de vengarse, y velozmente volvió a apuñalar la barriga de su padre, justo al lado de donde lo había atacado la primera vez. Lois sintió algo que jamás había sentido, una rabia desbordándose desde su interior junto con la satisfacción y el placer de lograr hacer justicia por cuenta propia.
Su padre recibió continuamente aquellas apuñaladas de su hija una y otra vez sin poder hacer resistencia, solo cuando está ya lo había acuchillado 5 veces fue que pudo retroceder hasta chocar con la nevera, su esposa lo había soltado, bajándose de su espalda, ya no era necesario someterlo, había perdido las fuerzas. La mujer lo rodeó y se puso al lado de su hija que ahora estaba toda empapada de sangre en su ropa, manos y rostro.
El hombre solo estaba allí paralizado, sujetándose la barriga con fuerza, como si estuviera evitando que sus tripas se le salieran al exterior. Su boca se mantenía abierta y de esta caía un hilo de sangre mientras que su garganta solo podía exclamar un leve murmullo quejándose del dolor. No volvió a mirar, con su cabeza baja se dio la vuelta y comenzó a salir de la cocina a paso lento, con pisadas tan cortas como si fueran los primeros pasos de un infante. Lois y su madre solo lo veían como se alejaba de ellas, les parecía imposible que a pesar de tan graves heridas aún se mantuviera en pie. Aquel hombre era una mole andante, pero con aquellos movimientos tan lentos causaba cierto sentimiento de lástima al verlo trasladarse con dificultad. El hombre llegó hasta la puerta y Lois pensó que allí mismo caería, había que bajar un escalón para poder salir de la casa y aquello debía de ser una proeza imposible para su actual estado. Aun así su padre volvió a sorprenderla y sujetándose con una mano del viejo barandal logro bajar, con dificultad, sin caer al suelo pero sí llegando a lanzar un quejido fuerte debido al dolor. Dejando a cada paso un gran rastro de sangre que caía sin parar de todo su cuerpo. Lois y su madre llegaron hasta la puerta y vieron como aquel hombre se negaba a caer, seguía con su andar lastimoso y supieron que se estaba dirigiendo poco a poco hacia la camioneta, la cual esperaba a mitad del terreno que quedaba entre la casa y la carretera.
"Ha perdido la cabeza" pensó Lois "ha perdido la cabeza debido al shock y piensa que aún tiene tiempo de escapar" Y por un momento, cuando ya llevaba recorrido la mitad de la distancia entre la casa y el vehículo las mujeres llegaron a creer que sí lograría llegar hasta este. El hombre al fin cedió en uno de sus pasos y termino cayendo hacia un costado sobre la tierra, lanzado un gruñido de dolor y dándose la vuelta con esfuerzo para quedar boca arriba, mirando hacia el cielo. Ambas mujeres caminaron juntas, hombro a hombro, Lois no soltaba su cuchillo, como si a pesar de verlo en aquella condición temiera que fuera aún capaz de levantarse e ir contra ellas. Entonces su padre abrió los ojos inyectados de sangre y comenzó a temblar mientras intentaba decir algo. Primero escupió tanta sangre que le desbordo en el rostro, y apretándose con fuerza la herida, su piel se erizaba mientras a cada intento de pronunciar palabra no era más que una leve exhalación de oxígeno.
Su madre se alejó y camino hasta la camioneta, al abrir la puerta encontró sobre el asiento el revolver de su esposo, aun cargado de balas con excepción de una, la cual supo de inmediato que fue la que utilizo para matar a su jefe.
—Con que esto es lo que venías a buscar —dijo ella a sí misma. Supo que aquello había sido su última intención, matarla a tiros a ella y a su hija antes de morirse desangrado. Tomo el arma con su mano, sintiendo el frío metal y llevándola con ella de regreso hacia donde se encontraba su esposo.
Este seguía temblando y de sus ojos ahora salían lágrimas sin parar mientras veía fijamente a su mujer, seguía con las manos sobre su estómago, pero ya no tenía fuerzas para poder presionar contra las heridas, la sangre seguía brotando sin parar y toda su ropa ahora no era más que una esponja oscura y empapada. Su madre retrocedió el tambor del revolver y apunto a la cabeza de su marido mientras este no dejaba de mirar la punta del arma. La mano de la mujer temblaba mientras ella paralizada no lograba sacar las fuerzas para presionar el gatillo.
—Por... fa... Vor —Dijo él suavemente y con mucha dificultad, mientras seguía con aquel temblor en todo su cuerpo. —Due... Le...Mu... Cho.
Entonces Lois viajo al pasado en su mente, recordó una de las primeras visitas que su padre hizo a su cuarto para abusar de ella, cuando aún no comprendía por qué su papá le hacía aquel daño. Había acabado nuevamente de violarla y se encontraba sentado en el borde del colchón, dándole la espalda mientras se amarraba los zapatos. Lois solo se encontraba al otro lado de la cama, llorando mientras cerraba las piernas con fuerza, presionando con ambas manos su sexo que acababa de ser ultrajado.
—Papi... Me duele mucho... —dijo entre sollozos a aquella niña lastimada, sus quejidos y lágrimas no parecían importarle en lo más mínimo a su padre, aun así, ante aquellas palabras el giro su cabeza para responderle.
—mañana se te va a quitar el dolor solo —luego se levantó y salió de la habitación, cerrando la puerta tras él. Ahora frente a ella tenía a aquel hombre mirándolas mientras lloraba, rogando por una muerte rápida a su esposa que parecía ahora decidida a sacarlo de su sufrimiento.
—No mamá, espera —exclamo su hija haciendo que su madre se volteara a verla justo antes de apretar el gatillo, su padre movió los ojos y ahora pasando a mirarla finalmente a ella, junto con el dolor su mirada mostraba ahora preocupación. La mujer le entrego el arma a su hija, pensando que lo que quería era ser ella misma quien diera fin a aquel hombre con su propia mano, pero cuando Lois tomó el revolver devolvió el tambor hacia adelante y lo guardó en el cinturón de su pantalón.
—Deja que el dolor se le pase solo —Dijo la muchacha dándose la vuelta y regresando a la casa, su madre solo la miro alejarse y observando nuevamente a su esposo vio como este ahora lloraba más, estaba sufriendo atrozmente y ahora negaba con movimientos rápidos de la cabeza. También se fue, ya no soportaba verlo, le causaba repelús, el hombre solo continúo llorando y sufriendo mientras se preguntaba por qué mierda tardaba tanto en morirse... deseaba gritar, pero el dolor no se lo permitía.
Una vez dentro de la casa, Lois fue al baño para tomar una ducha, su madre igualmente se lavó el rostro y vio como ahora su ojo derecho no era más que una masa morada, sus brazos y cuerpo estaban llenos de moretones, pero gracias a Dios no le había dislocado ni roto ningún hueso. Tomó unos analgésicos que guardaba para aquellas ocasiones y espero que estos hicieran su trabajo y le aliviaran el dolor. Cuando Lois salió del baño ambas se encontraron nuevamente frente a frente en la sala. Al igual que anteriormente, justo cuando su padre había venido por ellas. Madre e hija se abrazaron y lloraron mientras se consolaban en silencio, por fin se habían liberado una a la otra de aquel monstruo que vivía con ellas. Entonces aquel silencio fue arrebatado de golpe y fue reemplazado con una espantosa detonación que lleno todo el lugar, la casa tembló y varios cuadros y fotos cayeron al suelo.
Se asustaron pensando que la casa caería sobre ellas, pero luego de unos momentos todo volvió a su quietud mientras a lo lejos se seguía escuchando un fuerte rugido. Ahora el sonido era distinto, de máquinas y motores moviéndose en el cielo, acercándose hacia ellas. Salieron de la casa asustadas y vieron como el cielo estaba ahora lleno de distintas naves militares que surcaban el cielo a gran velocidad, luego distintos aviones de diversos tamaños y colores y en lo último, centenares de helicópteros y avionetas que trataban de seguirles el paso. Todos venían de una misma dirección, y al ver a lo lejos, allá a donde llevaba aquella larga y vacía carretera que parecía interminable, pudieron ver el causante de aquella detonación.
Una bola enorme de fuego se elevaba hacia el cielo, a la perspectiva de ellas era un pequeño círculo en el horizonte, pero sabían que debía de ser colosal para poder verse desde donde se encontraban, ni siquiera el edificio mal alto de la ciudad era posible de ver desde aquella casa. La bomba había caído y se había llevado con ella todo a su paso. El rugido se mantenía constante, había muchas avionetas y helicópteros todavía sobrevolando la casa, Lois sabía que varias de ellas podían verlas desde el cielo y de seguro verían con claridad el cadáver de su padre sobre el suelo. Aquello no le preocupaba, estaba segura de que eso no significaría nada para nadie en las actuales circunstancias que los arropaba. Pero lo que si le preocupaba era los últimos sobrevivientes que seguro no tardarían mucho en llegar hasta ellas, aquellos que habrían logrado escapar en vehículos de la bomba y de seguro pronto llenarían la carretera. Seguro les llamaría bastante la atención una casa en medio de la nada y con un cadáver recibiéndolos en la entrada.
—Quizás la idea de tu padre no era tan mala —dijo su mamá, sacando a Lois de sus pensamientos, ella seguía observando la bola de juego que continuaba elevándose más, dejando ahora un rastro de polvo y cenizas, creando el famoso hongo nuclear que Lois había visto en películas y fotos. —La camioneta está llena de víveres, al menos si se molestó en tomar todo lo necesario para alimentar un batallón durante meses, no creo que sea buena idea quedarnos solas en la casa, tal vez lo mejor será movernos.
—Mama -dijo Lois dulcemente —sé lo que intentas, pero no creo que...
—No... no, espera —la interrumpió su madre. —Pienso es en la esposa del jefe de tu papá, no es mala mujer, es muy dulce y debe estar en su casa esperando y preguntándose por qué su marido no ha ido por ella y sus pequeños. Debe estar asustada y no es justo que suponga que en este momento su esposo los hubiera abandonado, digo, podríamos ir por ellos, contarle lo sucedido y pedirles que fuéramos todos juntos hasta esta cabaña escondida en las montañas, imagino que ella sabe cómo llegar y allí podríamos resguardarnos.
—Mama... si fuera solo una bomba quizás tendríamos una oportunidad, pero con todas juntas detonando solo estamos posponiendo lo inevitable.
—Claro, eso lo entiendo, solo... solo quiero que mis últimos momentos con mi hija sean en calma y no así, quizás llueva antes de que el fuego llegue a quemar todo el bosque, quizás podamos compartir todos juntos lindos momentos antes de que la radiación, o la lluvia ácida o lo que sea que venga nos mate, pero solo pienso en esos pobres niños. Además de que me gustaría compartir en paz lo poco que me queda de vida contigo.
Lois sonrió ante aquella declaración de su madre.
—Está bien mama —dijo la muchacha —busca rápido una maleta con ropa, yo me encargaré de sacar las llaves.
Su madre también sonrió y corrió veloz hasta la casa, Lois volvió nuevamente para ver aquel hongo negro y le pareció tan hipnotizante e irreal aquella imagen. Se comenzaba ahora a notar las pequeñas luces que cobraban vida en la carretera, eran las caravanas de vehículos que huían de la ola de escombros y cenizas que venía tras ellos, lo mejor era que se apresuraran, Lois dudaba que aquellas nubes de vapor caliente llegaran hasta ellas, pero era mejor no arriesgarse. Llego hasta donde su padre yacía tirado, la vida lo había abandonado desde hace mucho, se preguntó cuanto tiempo habría podido aguantar tal agonía. Las moscas volaban ahora sobre su rostro. Entrando y saliendo dé su boca abierta y llena de una oscura y hedionda sangre.
—Espero que te coman los gusanos, maldito —exclamó Lois mientras escupía al rostro de su difunto padre, sacando las llaves de su bolsillo y espantando las moscas con la mano. Su madre salió y ambas corrieron hacia la camioneta, encendiendo el vehículo y alejándose a toda velocidad por la carretera. Huyendo del agonizante mundo, y aún así, sintiéndose más vivas que nunca.
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