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La Isla de los Males.

Isla Reims - Alemania.

   Rath se despertó de golpe, había sufrido una pesadilla, pero no recordaba nada de su sueño, olvidó todo en el justo momento en que sus ojos se abrieron. Se levantó de la cama con una sensación extraña, no sabía por qué, pero percibía que las cosas no estaban bien, presentía que algo malo estaba a punto de ocurrir. Nunca había sido una mujer paranoica, mucho menos supersticiosa, pero ese día podía percibir con cada cabello de su cuerpo que algo se acercaba.

  Sin entender el porqué, se mantuvo en una alerta constante mientras se arreglaba para ir a trabajar. Rath trató de tener su día como cualquier otro, realizó todas sus labores, llegó a su oficina y se encargó de resolver las pendientes del día anterior. Hizo varias llamadas a cada laboratorio, preguntando si en alguno había algún detalle del cual no había sido informada. Todos le confirmaron que las cosas marchaban con normalidad, y la misma respuesta obtuvo de los encargados de seguridad, sistemas eléctricos y hasta el cuerpo de limpieza de la isla. Pero, por más que lo intentaba, no dejaba de pensar que algo malo estaba por comenzar. Era un cosquilleo en su mente que no la dejaba tranquila. Tal como un pájaro carpintero sobre un tronco, aquella sensación la picaba en la cabeza una y otra vez, tanto que sentía que terminaría volviéndose loca. 

  Ocurrió mientras estaba en su oficina. Rath estaba sentada en su escritorio y con su mente llena de un remolino de ideas, entonces, todas las ideas se apagaron y sólo un pensamiento dominó su cabeza. Supo de inmediato que era aquello que prevenía con temor. Se quedó paralizada viendo hacia la pared, justamente hacia la caja de seguridad donde se resguardaba el teléfono negro. Dentro de la caja de hierro comenzó a escucharse un sonido, era el aparato anunciando una llamada. Apenas aquel ruido llegó a oídos de Rath, esta sintió como el miedo recorría su espalda, tal como si fuese una corriente eléctrica. Se cortó su respiración al escuchar el repicar del aparato a través del metal de la caja que representaba aquello maligno que había presentido y que por fin había llegado, se suponía que aquel teléfono jamás debía sonar.

   Ella solo podía quedarse ahí congelada y con el deseo de gritar. Había practicado para aquello en varias oportunidades, todos los simulacros los había superado con el mejor tiempo, pero jamás llegó a creer que algún día tendría que pasar de verdad por todo eso. El teléfono continuó con su llamada, sacando a Rath de su transe y logrando despertar la voluntad de su interior. Rath se levantó de un salto y corrió hasta la pared donde descansaba la caja fuerte. Puso sus manos sobre el lector de huellas y, al validar su identidad, la pequeña puerta de metal se abrió. Dentro, sólo descansaba un pequeño teléfono de color negro. Aun continuaba sonando, el aparato realizaba un pequeño movimiento, una vibración leve cada vez que repicaba. Rath lo observaba con temor, como si fuera una serpiente venenosa que enterraría sus colmillos en su carne al solo tocarlo. Se guardó su miedo y contestó la llamada. 

—Aquí estoy —dijo ella con voz leve.
—Se presentó un evento... inicia el protocolo de sellado —dijo el hombre al otro lado de la línea. Hablaba con seriedad, pero Rath notó unos rastros de desespero en su tono.
—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó ella.

—Nada... Inicia de inmediato.

  Entonces el hombre colgó. Rath no conocía quién era aquel sujeto, ni lo sabría nunca, solo sabía que tenía que ser importante, del más alto rango, para haber tenido la responsabilidad de realizar esa llamada. Rath asintió en silencio como si aquel hombre al otro lado pudiera verla y lentamente puso de nuevo el teléfono en su lugar.

  La llamada había finalizado y sentía un revoltijo en su estómago que amenazaba con hacerla vomitar. Cerró la caja fuerte y se dirigió al micrófono que descansaba sobre el escritorio, pulsó el botón de encendido y esperó que la luz se pusiera en verde. Significaba que ahora sería escuchada en todas las bocinas disponibles de la isla. Estas hicieron un leve sonido de estática, anunciando que estaban a punto de decir algo importante. Así que todos los presentes levantaron la mirada sobre las bocinas sin imaginarse el horrible mensaje que estas les traían. 

  —Les habla Beatriz Rath, directora del centro de enfermedades de la isla Reims, en dos minutos iniciará el protocolo de sellado. Esto no es un simulacro, repito, esto no es un simulacro... Tienen dos minutos para tomar una decisión.

   Luego de hablar, Rath fue hasta su computador, movió el cursor y abrió el logo sobre la pantalla que decía: PROHIBIDO. Al entrar, el programa le pidió un código que sabía de memoria, luego le pidió que señalara sobre la pantalla diversas imágenes de flores que se mezclaban entre todo tipo de fotografías, todo para confirmar que ella no era ningún programa malicioso que trataba de hackear el sistema. Una vez superado aquel paso, Rath llegó al punto final, donde sobre la pantalla le pedía que confirmara su decisión de iniciar el protocolo de sellado. Dio clic en aceptar. Nuevamente la ventana pidió que confirmase y una vez eligió ACEPTAR. Una nueva ventana pidió una última confirmación, aquella era la última oportunidad de echar todo para atrás. Sin dudarlo, pulso nuevamente en ACEPTAR. Su mano quedó levantada en el aire cuando la pantalla del computador quedó en azul, mientras que en unas letras rojas en mayúsculas podía leerse:

ALERTA, INICIO DEL PROTOCOLO DE SELLADO. 

  No solo en esa, también en todas las computadoras de la isla se podía ver aquel mensaje que anunciaba los dos minutos para cumplir el protocolo... En toda la isla reinó el caos. 

 La isla Reims era un lugar único en la tierra. Lo que se mantenía en ella era tan peligroso como cualquier bomba nuclear. Sobre la isla descansaba el centro de estudio de virus, bacterias y enfermedades más grande de la humanidad. El edificio principal, donde estaba ubicada la oficina de Rath, era apenas la entrada de 10 niveles subterráneos, donde en los más profundos se resguardaban muestras de toda enfermedad conocida por el hombre. Rath se había abierto un gran camino en su carrera como científica bióloga, teniendo postgrados en bacteriología y colaborando en descubrimientos importantes a la hora de hacer frente a las pandemias. Cuando le ofrecieron el cargo como directora del Centro Reims, no lo pensó más de 1 minuto, especialmente cuando le dijeron que sería la primera mujer en obtener el cargo. Durante sus tres años como directora, había logrado superar por mucho las expectativas puestas sobre ella, su labor había sido intachable y sin ninguna queja, callando la boca de quienes aseguraban que elegirla a ella había sido un error. Una de las primeras cosas en las que prepararon a Rath, apenas tomó el cargo, fue en el protocolo de sellado. Todos sus antecesores vivieron con el miedo de que pudieran ser ellos quienes dieran inicio al protocolo. Pero resultó ser ella la que cargó con la condena sobre su cabeza. Cada director sabía que tenía el deber de proteger con su vida todos los especímenes bajo aquella sede, pues, de lograr escapar, podrían ser peligrosos para la vida. Al iniciar el protocolo de sellado, el centro quedaría completamente aislado del exterior y todos los que quedaran adentro estarían encerrados junto a aquellos males que protegían. El protocolo se activaría ante cualquier evento que pudiera significar un peligro para la seguridad de la sede, desde terremotos, invasión extranjera, golpe de Estado, ataques terroristas, y había quienes afirmaban que hasta una invasión extraterrestre. 

  Aquella isla era la caja de Pandora que realmente contenía todos los males de la humanidad, y estos, al ser liberados, desatarían la peste sobre vidas inocentes. Pero ese día no era cualquier día, era el día de la caída. El día en que el humano conocería su final gracias a las armas nucleares que él mismo había construido, un final a base de fuego que arrasaría con todo. Las personas sobre la isla no sabían qué era lo que en realidad ocurría, solo imaginaban que debía de ser algo muy serio para que se activase el protocolo. Mientras las pesadas puertas de hierro comenzaban a cerrarse, se oyeron gritos en todos los pisos. Hubo unos pocos que lograron salir a tiempo antes de que las puertas se sellaran; también hubo otros que, por temor a lo desconocido fuera de la isla, prefirieron la seguridad del encierro. Muchos se aglomeraron sobre las enormes puertas de hierro, llorando y pidiendo a gritos que los dejaran salir, al igual que al otro lado rogaban que los dejaran entrar. Los que se quedaron dentro de la sede sufrieron el dolor de quedarse aislados de familiares, hijos, madres o hermanos. El mundo exterior les había sido arrebatado. Y las personas de afuera corrían con el desespero de pensar que quizás la única oportunidad de sobrevivir se les había cerrado en sus narices. Rath vio como la pantalla azul de sus computadoras volvía a la normalidad, el conteo había culminado y el protocolo de sellado estaba listo. Volvió a presionar el micrófono sobre el escritorio. Esta vez solo se escucharía su voz dentro del edificio. 

  —A todo el personal de Reims, repito, a todo el personal de Reims dentro del edificio central. —Rath tomó una pausa para toser— recuerden cumplir con su entrenamiento. Debemos mantener la calma en el protocolo de sellado, cada una de las personas sobre las puertas, recuerden, no hay manera de que estas se abran. Repito, estas no pueden abrirse sin una medida de rescate desde el exterior, dicha medida solo se llevará a cabo una vez que se determine que el material dentro del centro no corre peligro.

  Rath sentía la boca seca, trataba en todo lo posible de hablar con serenidad. Su trabajo era el de mantener la calma dentro de la sede.

—Todo el personal reunido alrededor de las puertas debe bajar de forma calmada a los pisos subterráneos, usando las escaleras de emergencia. Todos los agentes de seguridad dentro del edificio, por favor, deben escoltar al personal cercano a las puertas y mantener el orden mientras nos dirigimos a los pisos bajo tierra, el nivel superior no es seguro y debemos abandonarlo hasta que este también sea sellado. Rath apagó el micrófono, sacó una carpeta con instrucciones que estaba dentro de un estante en su oficina y luego entró en el ascensor privado que la llevaría a su nuevo lugar de trabajo. Era consciente de que muchas de las personas desesperadas que golpeaban las puertas eran agentes de seguridad, pero el darles una tarea ayudaría a recobrar un poco la tranquilidad, y les daría a las personas una pequeña sensación de que esta era una situación que se superaría pronto. No les mentía cuando dijo que ya no había manera de abrir las puertas desde adentro. No solo las puertas eran pesadas. Se habían sellado con una nueva tecnología de soldadura láser. Para poder abrirlas desde afuera tardarían semanas y solo lograrían hacer una pequeña brecha entre las puertas. 

  Cuando el ascensor se abrió, ya había bajado al cuarto de mando. Quienes operaban las computadoras vieron a su directora con la esperanza de que les dijera que aquello era un simulacro sorpresa. Que no había nada peligroso asechando a sus familiares fuera de la isla. Rath solo observó detenidamente a todos y pidió un informe exterior, abrirían un canal de comunicación para saber qué era lo que estaba ocurriendo afuera. Cuando las pantallas se encendieron, todas las computadoras mostraron las ventanas de aquellos que en su último momento de vida grababan lo que estaba pasando. Todo el mundo estaba siendo atacado, las bombas caían sobre las ciudades de distintos países y arrasaban todo a su paso. Rath miraba aterrada cómo su mundo moría, las personas a su alrededor lloraban y rezaban con miedo e impotencia, viendo aquellas explosiones una y otra vez.

—Apáguenlo —dijo Rath con firmeza—. No necesitamos ver más. Sus operadores no estaban de acuerdo con aquello, pero de igual manera la obedecían, dejaron de ver los vídeos y cambiaron las pantallas para ver las cámaras de seguridad, especialmente aquellas fuera del edificio. Pudieron ver a las personas que se quedaron afuera, aún se mantenían alrededor de la instalación, parecían más calmados, solo estaban allí aglomerados contra las puertas del edificio central. Rath dedujo que aquellas personas no debían saber lo de las bombas. "Seguro las comunicaciones telefónicas están caídas, solo nosotros podemos conectarnos debido a nuestro sistema 5G", pensaba mientras los veía a través de las cámaras. Los siguientes minutos se dedicaron a poner orden dentro de la sede. Lo siguiente era poner a todo el mundo a trabajar. El tener una ocupación los ayudaría a sobrellevar la confusión. Ordenó hacer un censo para saber cuántas personas habían quedado bajo tierra, además de conocer cuál era la función de cada uno, un conteo de los recursos, la creación de un espacio en alguno de los pisos donde las personas pudieran instalarse para dormir. La comida no escasearía por un tiempo, pero debían prepararse para comenzar a cultivar sus próximos alimentos. Dentro de unos meses todos los que estaban bajo tierra se volverían vegetarianos. También mandó a reforzar la seguridad de los laboratorios inferiores, cada espécimen guardado debía asegurarse, no eran sobrevivientes a aquel apocalipsis por simple casualidad. Ahora eran guardianes y protectores. Tenían un trabajo que cumplir. 

  Rath apenas estaba comenzado a hacerse una idea de lo que vendría cuando aquella sensación de temor volvió a apoderarse de ella, previniéndole de nuevo de que algo malo estaba llegando.
 —¡Señora Rath! —dijo uno de sus operadores. —La alarma...La alarma, oh Dios mío... Nos están atacando. 

  Todos comenzaron a alterarse en la habitación, Rath pedía orden, pero quienes la rodeaban estaban llenos de miedo. Era cierto; el radar mostraba que un misil se acercaba hacia ellos, era pequeño, pero estaba segura que era lo suficientemente poderoso para acabar con la isla.

  —¡Cálmense! ¡Por favor, mantengan la calma! ¡Este edificio fue construido para resistir tales ataques! —decía a todos agitando sus manos, ella también quería creer en sus propias palabras, rezaba porque fuera así. Entonces, uno de los operadores activó las cámaras externas y de nuevo vieron a todas las personas que se quedaron afuera. Si ellos dentro del centro tenían miedo, no podía imaginar lo que sentían los del exterior. Su muerte estaba más que asegurada. La pantalla mostró cómo el cielo se iba iluminando; todos se empujaban contra la pared del edificio e intentaban desesperadamente traspasar las gruesas puertas de hierro. La cámara no tenía audio, pero Rath sabía que gritaban con todas sus fuerzas. Una de las mujeres fuera del centro se quedó mirando la cámara. Rath reconocía su rostro, pero en ese momento no recordaba cuál era su labor en la isla, a diferencia de todos los demás, la mujer se mantenía calmada. Aunque sí había lágrimas rodando por sus mejillas. Ella solo se quedó mirando fijamente hacia la cámara, tanto que por un momento Rath creyó que podría verlos a todos ahí dentro.

  —Ayúdennos —dijo la mujer tan claramente que pudieron entender las palabras a través de la pantalla muda.
  —Lo siento... no puedo —respondió Rath con la voz quebrada. También había comenzado a llorar. La luz se hizo más fuerte en la pantalla, aquella mujer cerró los ojos debido al gran resplandecer y, en un último acto de amparo, abrazó a otra compañera de al lado. Ambas se dieron consuelo al final, siendo observadas por ellos dentro de el recinto. La explosión arrasó con todo en la isla.

  El impacto del misil hizo que el edificio temblara, las luces se apagaron y todo se sacudió mientras Rath y compañía gritaban. Las pantallas caían de sus pedestales, los tubos se doblaban y el polvo caía sobre sus cabezas. Rath sentía como si estuviera dentro de alguna lata que era sacudida con fuerza una y otra vez. Luego de un minuto eterno, por fin llegó la calma y el silencio al lugar. Rath esperaba escuchar algún lamento, pero entendió que todos se mantenían seguros, al menos los que se encontraban con ella en aquella habitación. Las luces de emergencia se activaron y una luz opaca y amarilla acabó con la oscuridad. Todos se levantaban sujetándose de algo, no tenían más que raspones y moretones. Había pasado un minuto y la electricidad no se restablecía, algo había fallado con el generador, así que le tocaría enviar personal a revisar y restaurar la corriente. Las luces de emergencia solo le durarían una hora. Rath tenía también que descubrir si todos los pisos habían superado la explosión, cuanto más arriba, más vulnerables eran. Por lo fuerte de aquello estaba segura de que el edificio exterior solo era una montaña de escombros y cenizas humanas. La imagen de aquella mujer pidiéndole ayuda volvió a su mente. 

  Adentro habían sobrevivido. Pero, ¿y ahora? En aquella sede tenían laboratorios donde habían experimentado con los virus de tal manera que, de haberse descubierto, los habrían juzgado por crímenes contra la humanidad. Una sarna que era capaz de comerse la piel, una variante del sikka que los haría morir deshidratados por una diarrea imparable, un virus que podía moverse por el aire y los haría a todos convulsionar por fiebres con sólo una hora de contagiarse, y mil locuras más que podrían culminar el trabajo que habían iniciado las bombas.
  —Señora Rath —dijo uno de los operadores mientras se levantaba del suelo. —¿Lo hicimos? ¿Ya estamos a salvo?
Rath solo pudo asentir, no tenía voz para decir palabra alguna. Aquella explosión bien pudo romper algún tubo de ensayo, y en ese justo momento algo podría estar colándose por todo el edificio.

"Quizás los que murieron afuera fueron los que en realidad tuvieron suerte", pensó mientras sentía como en la piel comenzaba a darle comezón. 

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