Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

El Pintor

Monterrey - México.

  Santiago estaba preocupado. Alberto llevaba más de dos días sin responder ninguno de los mensajes que le dejaban. Por lo general, cuando se aislaba para dedicarse a pintar, todos los días Santiago le escribía para preguntarle por su avance. Pero la falta de respuesta de su representado lo obligó al edificio donde vivía en búsqueda de respuestas. Al llegar, sacó de su bolsillo una copia de la llave del apartamento y la usó para entrar.

  Con solo abrir la puerta, se sintió azotado por aquella peste, el hedor lo hizo toser tanto que le dolió la garganta. Era la putrefacción de carne descompuesta, el olor de la muerte.
Encendió la luz y caminó por el pasillo que daba hasta el estudio donde Alberto siempre trabajaba.

  Alberto era cualquier pintor, era uno de los mejores en todo México, y Santiago era su representante.

  Tapó su nariz y su boca con una toalla pequeña que siempre llevaba en el bolsillo, aun así, el hedor nauseabundo atravesaba la tela, amenazando con hacerlo vomitar.
Entonces, por fin Santiago encontró a su representado y, al mismo tiempo, al causante de aquel insoportable olor.

  En el suelo del estudio, sobre una pequeña colchoneta que era la que Alberto usaba para descansar, se encontraba un cadáver descompuesto, lleno de enormes moscas verdes, que sobrevolaban de un lado para otro, posándose en su rostro, ojos y boca.

  —No mamés Alberto —fue lo único que pudo decir Santiago, quedándose congelado al ver aquella macabra escena. Hace siete días habían hablado por teléfono y le asustó el tono de voz tan extraño que Alberto había mantenido durante la llamada.

  —Tienes que venir Santiago, han vuelto, las pesadillas han vuelto... las pinto una y otra vez, pero no se van güey. Cada noche tengo miedo de dormirme por esas horribles pesadillas. Todo se quema güey, todo, todo arde, hasta tú y yo.

  Aquellas palabras habían dejado angustiado a Santiago, no por el hecho de que le asustaran las pesadillas, sino porque sabía que seguro Alberto estaba usando demasiada cocaína para poder entrar en su "zona de artista", así era como lo llamaba el mismo Alberto. Y si no se controlaba, podría ocurrir... Lo que al final terminó ocurriendo.

  Santiago se alejó del cadáver, su estómago no soportó más y corrió hasta el lavaplatos de la cocina, donde vomitó sobre una torre de platos sucios.

  Volvió a toser con fuerza y caminó de espaldas, tambaleándose mientras trataba de analizar lo que estaba ocurriendo. Su amigo y a la vez cliente en el mundo del arte había muerto.

  Entonces levanto la mirada y notó aquello que se había mantenido imperceptible para él. La sala del apartamento se había transformado en una galería con enormes cuadros rodeando todas las paredes.

  Quedó perplejo e hipnotizado ante aquellos colores, todas las figuras y siluetas. Los lugares en los cuadros representaban la muerte y aun así eran increíblemente hermosos.

  Todas las pinturas mostraban ciudades enteras, vistas desde gran altura. Ciudades destruyéndose, quemándose por todas partes, mientras una bola de fuego se levantaba sobre los edificios. Santiago reconoció en uno de los cuadros la ciudad de New York, siendo devorada por una enorme explosión. En otro, también reconoció a Inglaterra por el enorme reloj cayendo mientras el edificio se partía en dos al ser alcanzado por un aro de fuego. En otro, vio la enorme torre Eiffel caída sobre el suelo, arrancada desde sus bases y obteniendo una forma macabra al torcerse todas sus vigas de metal y separarse, mientras toda Francia no era más que cenizas y fuego a su alrededor.

  Cada cuadro era una ciudad distinta, y cada ciudad ardía hasta los cimientos por aquel fuego devastador que Alberto había sabido plasmar en cada lienzo, creando una sensación de horror y a la vez fascinación con solo observarlos.

  "¿Esos cuadros eran los sueños de Alberto?", pensó. "El mundo ardiendo hasta quedar hecho cenizas"

  Santiago se sentó, el olor ya era más soportable, imaginó que ya se había adaptado a la pudrición. Sacó su teléfono celular y llamó a la línea de emergencia. Contó a la muchacha que le atendió que estaba en el apartamento de su amigo, que estaba muerto y por el estado de descomposición, que había sido por lo menos hace siete días, el tiempo que llevaba sin obtener respuesta de él. La muchacha le pidió que esperara allí a que llegaran las autoridades.

  —Sí, claro, de aquí no me moveré —respondió calmado.

  Luego, caminó hasta donde Alberto. Seguía sintiendo asco, pero ya no al nivel como cuando lo encontró por primera vez, ya no desde que vio aquellos cuadros.
Buscó en el bolsillo del cadáver el celular con una mano, mientras que con la otra apretaba su pañoleta contra su nariz, tratando de no respirar el mortecino olor.
Hurgaba los bolsillos mientras notaba cómo ahora los gusanos comenzaban a salir de su nariz, ojos y oídos, la mayoría resbalando por su cara hasta caer al suelo, retorciéndose asquerosamente sobre la piel seca de lo que antes había sido una persona.

  Logró conseguir el aparato y al sacarlo sintió alivio al ver que aún tenía batería. Buscó su última conversación con él y comenzó a borrar todos los mensajes enviados que demostrarán que era él quien traía la preciada cocaína, con la intención de darle un empujón para que se apresurara con sus obras.

  Regresó a la sala y de nuevo quedó fascinado con aquellas imágenes. Qué bien eran aquellas representaciones del fin del mundo. Eran escalofriantes y aun así no dejaban de tener una hermosura atrapante.

  Lo más increíble era la cantidad, había ocho en total. Alberto cuando mucho, llegaba a terminar dos pinturas al mes, y eso si era ayudado con polvo blanco como combustible para su imaginación.

  Comenzó a tejer una idea de cómo pudo ocurrir todo, Alberto seguro comenzó a pintar aquellas pesadillas espantosas que lo atormentaban cada noche. Probablemente, él mismo había quedado impresionado al ver cómo pudo lograr tales obras tan impresionantes.

  Claro que tenían su sello y estilo en todas ellas, pero a la vez eran algo nuevo y único. Seguro Alberto comenzó a entrar en un tipo de crisis debido a sus pesadillas. Si así eran sus cuadros, Santiago no quería imaginarse cómo serían los sueños. Lo más seguro, gracias a la cocaína, entraba en un tipo de éxtasis que lo hacía pintar sin parar, sin descanso, sin comer y sin dormir.

  —Pintaste hasta que tu cuerpo no pudo más güey —dijo para sí mismo Santiago sin quitar la mirada de las pinturas.

  Sacó su celular y tomó fotos a las obras mientras oía a lo lejos las sirenas acercándose. Sabía que ese día sería largo y tendría que dar declaraciones. Pero estaba tranquilo, no tenía nada que ocultar, aquello no había sido su culpa. Además, Alberto le había dejado 8 cuadros increíbles, inéditos, todos a él, y bien se sabe en el mundo del arte que cuando el creador muere, sus obras aumentan enormemente su valor.

  Alberto era el artista perfecto, sin familia cercana, sin hijos, ni nadie a quien heredar aquellas magníficas obras. La muerte de Alberto significaba un gran regalo para la vida de Santiago. Volvió a la cocina y sacó una botella de tequila del gavetero, que ya estaba hasta la mitad.

  —¡Por ti güey! —dijo levantando la botella en el aire, y señalando el cadáver con ella, bebió un trago largo que le quemó la garganta.

  Escuchó las sirenas nuevamente, no sabía si eran de ambulancia o de policías, no le importaba tampoco. Solo imaginó cómo su vida comenzaría a mejorar a partir de ahora y, con lágrimas en los ojos, sonrió de felicidad.

.
.
.

  Pasaron los años luego de aquel suceso, tal como Santiago había predicho aquel día, los últimos cuadros de Alberto cambiaron su vida. Tuvo que contar todo a los oficiales (excluyendo la parte donde él era el benefactor de la droga) y se dio por concluido que el artista había muerto por una sobredosis.

  El círculo que visitó el funeral fue muy cerrado, aquel hombre no tenía familia alguna que llorara su muerte. Santiago dedicó unas hermosas palabras en su honor que fueron grabadas y reproducidas en todas las redes sociales.

  Luego, después de un arduo papeleo, Santiago pudo por fin disponer de las obras, ya que él era el representante legal del artista, y para entonces ya la leyenda se había regado como la pólvora. La historia del pintor que había entregado su vida al plasmar sus últimos cuadros, tratando de advertirnos de un próximo cataclismo, hizo que el valor de aquellas pinturas se elevara tanto, que Santiago sintió que por fin todos sus más grandes deseos se volverían realidad. Todos querían tener alguna de aquellas pinturas, pero solo pocos eran capaces de pagar por el alto precio que valían. Los cuadros fascinaban a unos, a otros los llenaban de angustia y terror. Para ambos casos, aquellos cuadros eran fascinantes.

  Uno a uno, Santiago fue vendiéndolos a los más grandes y exclusivos coleccionistas de arte, no solo de México, del mundo entero, y por fin tanto el nombre de Alberto como el suyo comenzaron a sonar en las mejores galerías.

  Santiago había vivido muy bien aquellos últimos años, había visitado muchos países, había conocido diversas culturas y habia probado distintos platillos y licores.

  Cuando la caída de las bombas llegó, no pudo más que sentir alivio de haber disfrutado todo el dinero de los cuadros que Alberto le dejó. Se sintió un poco mal por él, por cómo acabó y sin poder disfrutar al fin el éxito de su carrera como artista. Sacó una botella de tequila, de mejor calidad y marca que la que tomó aquel fatídico día junto al cadáver, y bebió lo más que pudo antes de que las lágrimas salieran de sus ojos, por lo caliente del trago.

  —A tu salud güey —dijo, sosteniendo la botella a lo alto.

  Afuera, el caos era audible en todos lados. Había comenzado el conteo regresivo, las bombas ya habían sido lanzadas, y era cuestión de horas para que el mundo finalizara. Entre todo aquel pánico, Santiago decidió quedarse en su casa, daba igual, no existía lugar a donde correr, no había ningún sitio donde esconderse. La extinción era inevitable.

  Su único consuelo fue pensar que, al final, todo cedería ante la oscuridad. Primero vendría el fuego, claro. Pero después, oscuridad absoluta.

  "En algún momento, no importa cuándo", pensó, "cada estrella y cada planeta será consumido por la fría oscuridad. Al final todo el universo morirá"

  "Y yo también seré consumido por la oscuridad, y con mi muerte viajaré a través del tiempo... hasta el final del universo"

  Santiago se encaminó a la ventana, y al asomarse, vio la bomba caer a la lejanía, causando un tronar en el suelo tan espantoso que hizo temblar toda la casa. Vio la enorme columna de fuego levantarse por encima de la ciudad y sintió el calor creciente del aro destructivo que ya se acercaba por él. Observó aquellos colores, aquellas siluetas que se dibujaban danzantes en el aire, y supo que lo que había pintado Alberto, por más que se había esforzado en hacerlo, no le hacía frente a aquella imagen que tenía delante de él. Era la última visión que tendría antes de que sus ojos se cocinaran, antes de dejarse atrapar por la oscuridad.

  Y todo lo que vio le pareció increíblemente hermoso.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro