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Son años de práctica


Catalina había nacido en una familia pobre. Fue una lucha terminar la escuela, fue una lucha conseguir una beca para estudiar una carrera, y ella había decidido que eso no podía seguir así. Su vida no seguiría en la línea de la pobreza, estaría con alguien que la mantuviera. Entonces, encontró a su presa perfecta. El hijo del dueño de la empresa donde trabajaba, estaba soltero.

A Catalina no le importaba si la llamaban trepadora, o si hablaban mal de ella a sus espaldas. Sólo le importaba enamorar a su presa. Y contra todo pronóstico, logró casarse con él al cabo de dos años. Ignoró los consejos de su hermana, la única familia que le quedaba, que le insistía en que su decisión era demasiado frívola.

Pero la boda se realizó, y Catalina por fin sentía estabilidad económica. Su esposo estaba rendido a sus encantos y nada podía salir mal. Además, poco a poco iba inmiscuyéndose más en la administración de la empresa, tanto que incluso su suegro le dio más responsabilidades dentro de la misma. Con el pasar de los años, su hermana dejó de insistir en que lo que hacía estaba mal. Comprendió que Catalina lo veía todo como un trabajo, una obligación, en su mente no cabía la idea del amor.

Ya en sus treinta, Catalina se sentía satisfecha, e incluso pensaba abrir su propio negocio con sus ahorros. Tenía bajo control a su esposo, mientras no se le ocurriera la idea de tener hijos, todo iría bien. Pero entonces ocurrió algo inesperado, algo que realmente la enfureció. Un día regresó a su enorme casa, y se encontró a una joven de unos veinte y algo años en la cocina junto a su marido. Se sintió amenazada por primera vez en mucho tiempo.

—Hola, amor, veo que tienes compañía.

—¡Sí! Ella es Valeria, nos va ayudar a mantener la casa limpia y ordenada. Está estudiando y necesita ingresos extra, es hija de mi secretaria, la señora Andrea, así que pensé que era buena idea ayudarla —dijo sonriendo como si fuera lo mejor de la vida.

—Sí, que buena idea —contestó Catalina, no podía renunciar al papel de "esposa comprensiva" de un día para otro.

Su marido siguió explicándole los horarios de la joven, que sería de lunes a viernes por las tardes. Justamente a las horas en las que él estaba presente. La chica era bastante normal, no vestía de forma llamativa, pero aun así, Catalina no era capaz de confiar en ella. Sobre todo porque su esposo no era precisamente un hombre difícil. Debía cambiar sus horarios sí o sí para no dejarlos solos.

Catalina no dejó de pensar en Valeria al día siguiente, estuvo más de una ocasión distraída mientras hacía sus labores en la empresa, o en las reuniones. Había memorizado su rostro a la perfección. Su cabello castaño caía sobre sus hombros, sus ojos color caramelo hacían juego con las pecas de sus mejillas. Su nariz era recta aunque algo pequeña, sus labios eran también pequeños pero carnosos, bastante apetecibles para cualquier hombre.

Ella probablemente era por lo menos unos 10 años menor, y Catalina recordaba muy bien que a sus 23 ni a ella ni a sus amigas les importaba si el hombre de turno estaba soltero o no. Lo mismo podía pasar con esa tal Valeria. Ese día estaba inquieta, pero justo cuando decidió que regresaría temprano, su marido le avisa que tiene una reunión de último momento, por lo que debe ir a recibir a Valeria.

Catalina tuvo que irse de la oficina, furiosa, para recibir a la chica, que ya estaba esperando fuera de la casa. La joven no pudo evitar mirar el descapotable de lujo de Catalina, un Mercedes AMG GT R Roadster, de un color azul intenso, el cual acaparaba las miradas de todos por donde pasara. Catalina se rio por dentro, y le dijo que se subiera al asiento del copiloto para entrar a la enorme casa.

Valeria asintió con timidez y se subió, admirando el tapiz blanco del interior, pero sobre todo, admirando a quien lo conducía, porque ver a Catalina conducir ese vehículo sólo la hacía lucir más sexy. Su cabello rojo parecía brillar intensamente, le daban ganas de tocarlo, estaba segura que sería suave como la seda, pero esa mujer era totalmente inalcanzable para ella. Ella era como una estrella de cine, era demasiado llamativa, parecía brillar intensamente, y ella era apenas una sombra.

Por otro lado, Catalina no podía evitar sonreír con malicia, sabía que debía poner en su lugar a aquella chiquilla y lo haría mostrándole lo inferior que era en cada aspecto de su vida. Le preguntó si había comido algo, Valeria respondió que no, agachando la cabeza avergonzada. La pelirroja no pudo evitar pensar en un cachorro, pero luego se concentró en cocinar algo ligero para las dos.

La joven se preguntó si había algo que aquella mujer no pudiera hacer. La comida que había preparado no sólo olía bien, estaba deliciosa. Catalina comía con orgullo, esa preparación la había inventado cuando vivía con su hermana, era su favorita porque era simple pero te satisfacía. Una vez que terminaron de comer, le sonrió con aparente amabilidad.

—Bueno, es hora de darte el tour por la casa.

Catalina entonces recorrió toda la enorme casa, mostrándole la cocina principal primero, junto al gran comedor, la cocina secundaria más pequeña, que solía utilizar el jardinero, la cual también tenía un comedor. Luego le mostró las 6 habitaciones del segundo piso, incluyendo la habitación principal, que tenía su propio baño, aparte de los otros 3. Lo cierto era que Valeria poco a poco comenzó a pensar que sería bastante trabajo mantener limpia aquella casa, por suerte ya tenían un jardinero.

Catalina le explicó que antes una señora venía un par de veces a la semana, pero al parecer ya no vendría más, por lo que si consideraba que era demasiado trabajo, renunciara en ese momento. Valeria negó con la cabeza, la paga era muy buena como para regodearse. La pelirroja sonrió decepcionada, tendría que buscar otras maneras de deshacerse de la cachorrita.

Por último, le mostró dónde estaban ubicados los implementos de aseo, para luego dejarla trabajar. Pero antes, no pudo contenerse, Catalina necesitaba hacer la pregunta.

—¿Cuántos años tienes, Valeria? —le preguntó en tono autoritario.

—Tengo 23 —respondió con cierta timidez. Era imposible no sentirse intimidada por aquella mujer. Valeria quería devolver la pregunta, pero no lo hizo.

Durante al menos 3 meses, Valeria estuvo bajo la supervisión de Catalina, cada tarde. Sin embargo, para poder estar más temprano en casa, la pelirroja cada vez dormía menos y trabajaba de forma remota en lo que podía, con tal de hacer realidad su emprendimiento. La joven notaba que estaba cansada, pero simplemente cumplía con sus labores a cabalidad. El marido llegaba por lo general a la hora que Valeria se iba, por lo que la pelirroja estaba relajada en ese aspecto, se aseguraba de saludarlo lo más afectuosamente, para incomodar a la joven.

Pero luego de ese periodo, Catalina no tuvo más remedio que volver a su ritmo laboral antiguo, porque no le alcanzaba el tiempo llegando temprano a casa. Sin embargo, hacía todo lo posible por llegar a casa al mismo tiempo que su marido. Valeria se había vuelto alguien de confianza para su esposo por lo que le entregaron una llave, algo que la pelirroja desaprobaba totalmente, pero no comentó nada al respecto.

Estaba esperando que Valeria cumpliera un año para acusarla de robo, bajo la premisa de que los había engañado ganando su confianza. La idea le causaba algo de culpa, podría arruinar para siempre la vida de la chica. Pero luego se convencía de que debía entender que el mundo funcionaba así.

El tiempo pasó volando, la idea del negocio de Catalina ya se había materializado, y su marido parecía realmente feliz por ella, no se imaginaba que era un "seguro" para su esposa, en caso de que hubiera un divorcio o las cosas salieran mal. Para ella iba todo bien, sólo faltaba deshacerse de la cachorrita, a la cual notaba bastante cansada, seguramente por los exámenes finales.

Por alguna razón, a Catalina le encantaba pensar en el sufrimiento de Valeria. Ahora que su emprendimiento estaba a flote podía vigilarla mejor, por lo que sólo era cuestión de encontrar el momento perfecto para inculparla. Sonreía maliciosamente cada vez que pensaba en ello mientras trabajaba.

El momento adecuado llegó caído del cielo cuando menos lo pensaba. Su marido iba a viajar el fin de semana de navidad, por lo que tuvo que fingir tristeza, pero de todas maneras lo dejó ir. Luego de eso, llamó a Valeria para decirle que fuera más temprano el viernes, ya que al ser navidad podría irse antes, además le daría un regalo especial por la fecha.

Valeria parecía bastante sorprendida, pero dijo que haría lo posible por estar a la hora solicitada, ya que tenía uno de los últimos exámenes ese día. No esperaba que Catalina la llamara, eso la sorprendió mucho. Cuando le dijo que tenía un regalo para ella, no pudo evitar fantasear imaginándola esperando con lencería sexy en la cama. Pero ella estaba casada, y además parecía felizmente enamorada de su marido, aunque no la convencía del todo, a veces le parecía que fingía amor por el hombre, y que él lo sabía, pero era suficiente con eso.

Suspiró, esa semana había dormido realmente poco, había estudiado duro pero hasta el momento le estaba dando resultado. Ese trabajo que le había conseguido su mamá le había permitido sobrevivir bastante bien a la renta que compartía con sus amigas. Podía vivir tranquila con ese sueldo, estaba agradecida con Catalina, a la cual no podía llamar señora porque ella misma se lo había prohibido.

Valeria se rio nerviosamente. Si Catalina supiera la clase de sueños que tenía con ella, probablemente la hubiera echado hace mucho tiempo por pervertida. Pero no podía evitarlo, esa mujer era demasiado atractiva, por alguna razón, al ser inalcanzable lo era aún más. Aunque sus amigas sabían en qué trabajaba, le daba demasiada vergüenza admitir que estaba flechada por la dueña de casa. Además, era sólo una fantasía pretenciosa de su mente, estaba claro que nunca pasaría nada entre las dos.

Pero Valeria sabía que debía superar su obsesión, ya que los últimos meses se había acostado con varias chicas que tenían cierto parecido físico con Catalina. A pesar de esto, no se sentía capaz de renunciar, ya que el dinero le servía bastante. Suspiró con resignación, siguiendo su camino a la biblioteca para repasar una última vez antes del examen.

El día viernes había llegado, y Valeria no podía menos que sentirse inquieta. Al despertar, se había topado con un mensaje de Catalina, que la invitaba a cenar, ya que no estaría su marido el fin de semana. No dudó en aceptar, sobre todo por el corazón que le puso al final de la frase, pero se tomó unos minutos antes de responder.

Hizo todo lo posible por concentrarse en la universidad, pero su mente viajaba una y otra vez a las fantasías que tenía con la pelirroja. Sólo deseaba que aquella mujer la dominara e hiciera lo que quisiera con ella, ella lo aceptaría gustosa. Por otro lado, para Catalina, todo iba de acuerdo al plan, Valeria había aceptado sin dudarlo, era realmente una cachorrita.

Incluso se tomó el día libre para ir ella misma por los ingredientes que necesitaba para cocinar. Ya que le gustaba hacer las cosas bien, incluso una cena de falsa simpatía debía salir perfecta. Las horas pasaron rápido, de pronto sentía que estaba atrasada. Cuando llegó a casa, Valeria ya estaba trabajando, la saludó alegremente para continuar limpiando. Le causaba bastante gracia que la cachorrita estuviera tan feliz.

Luego de un par de horas, le pareció que había demasiado silencio. Se preguntó si le había pasado algo a Valeria, lo cual sería realmente inoportuno para sus planes, tenía que deshacerse de ella. Subió al segundo piso, ya que lo último que recordaba fue escucharla subir las escaleras. Recorrió las habitaciones, no estaba en ninguna, hasta que llegó a la principal, donde estaba la enorme cama king donde dormía.

Y allí estaba la cachorrita, durmiendo boca arriba, con la boca semi-abierta. Le causó ternura verla así, durmiendo por su evidente cansancio, por lo que decidió terminar de cocinar y volver por ella. Luego de dejar todo listo para cenar, subió a la habitación, pero Valeria seguía profundamente dormida. Catalina suspiró sonriendo, y se recostó en su lado de la cama a leer, esperando a que despertara.

Se sumergió en un libro que estaba leyendo, así que no notó el paso del tiempo. De pronto Valeria despertó, desorientada, se dio cuenta en qué cama estaba, y se levantó asustada. Luego volteó y vio a Catalina con unos lentes de lectura que la hacían ver sexy también, esa mujer era tremenda incluso al leer un libro.

—Te veías tan feliz durmiendo que te dejé. Además es navidad, te merecías un descanso —dijo con amabilidad Catalina.

—Yo... yo... lo siento, nunca me había pasado antes, es que, esta semana no he dormido muy bien —se justificó Valeria, nerviosa. La pelirroja sólo se rio, no entendía por qué Valeria se comportaba tan nerviosa. Se levantó, notó que Valeria no le despegaba la mirada de encima. Debía ser porque se veía espectacular en aquel vestido negro brillante, que tenía un elegante tajo en el muslo izquierdo.

—¿Cómo puedes hacer de todo estando en tacones? Yo no puedo soportarlo —dijo de pronto Valeria, incapaz de contenerse. Catalina sonrió con suficiencia.

—Son años de práctica.

Salió de la habitación, seguida por Valeria, quien estaba hipnotizada por la pelirroja, y se maldecía internamente por no haber ido mejor vestida, se veía tan común y corriente al lado de esa diosa. Claramente ya no iba a seguir trabajando, había despertado con hambre y ya sentía el olor de la deliciosa comida. Valeria no estaba segura si sentía hambrienta por la comida o el cuerpo de Catalina.

—Valeria, ¿te gusta el vino? —preguntó la imponente mujer.

—La verdad soy más de cerveza, pero no me molesta tomar vino cuando como —respondió Valeria.

Comieron en silencio al principio, hasta que Catalina le preguntó a Valeria qué estudiaba. A diferencia de la pelirroja, a Valeria realmente le apasionaba su carrera, mientras más vino le servía, más soltaba la lengua, y sus ojos brillaban emocionados al hablar de lo que aprendía de la universidad.

—Eres toda una cachorrita nerd —soltó sin querer Catalina.

Valeria la miró sorprendida, no esperaba para nada ese comentario. Tal vez era por el exceso de vino, pero por fin formuló la pregunta que hacía tiempo quería hacerle.

—¿No amas a tu marido, verdad?

Catalina se atoró con la comida ante la repentina pregunta, ¿a qué venía eso? Pensó perpleja.

—No creo que tengamos tanta confianza como para que me preguntes algo tan personal, Valeria.

—Sin embargo, aquí estamos, cenando en navidad. Sin mencionar que me trataste de cachorrita. Tampoco te estoy preguntando si finges los orgasmos cuando estás con él, sólo si lo amas.

La cara de Catalina se tiñó de rojo por la ira. No iba a aceptar que esa pequeñaja se entrometiera en su vida.

—Repito, no es de tu incumbencia. Estás yendo muy lejos.

—Catalina, tú fuiste quien me invitó a cenar en navidad, una fecha familiar. Te agrada tener a tu cachorrita cerca ¿verdad? —dijo riendo Valeria, le estaba gustando provocar a la pelirroja.

Catalina se levantó de la mesa, indignada, estaba a punto de irse, pero luego pensó en su plan.

—No, no lo amo. ¿Ya estás feliz? —respondió, mirándola con cara de pocos amigos.

—¡Lo sabía! Por un momento pensé que estaba equivocada, pero era obvio que fingías.

—¿Disculpa? —dijo Catalina indignada. Valeria se levantó también, acercándose más a ella. La pelirroja quería retroceder, pero no lo hizo por orgullo.

—Siempre parecía que te esforzabas por pretender que todo iba bien entre ustedes dos, por eso exagerabas cuando lo besabas y abrazabas. Pero nunca entendí por qué lo hacías cada vez que yo pasaba cerca. ¿Qué intentabas demostrar?

—Obviamente estaba defendiendo lo que es mío —respondió con una mirada sombría Catalina. Pero todo lo que obtuvo por respuesta fue una sonora carcajada de parte de Valeria.

—¿De qué te ríes, pendeja? —preguntó la pelirroja enfadada, apoyando una mano en la mesa y acercando su rostro a unos centímetros de Valeria, agachándose ligeramente.

—Tal vez con esto lo entiendas —dijo sonriendo Valeria, mirando los labios de Catalina, los cuales besó intensamente, tomando por sorpresa a la pelirroja.

¿Qué está pasando? Se preguntaba Catalina, incapaz de resistirse. La lengua de Valeria se adentró en su boca, besaba mucho mejor que cualquier hombre con el que haya estado antes. Su boca pronto se sintió cálida y húmeda, aunque sonara redundante. Se dejó llevar, por lo que Valeria aprovechó de abrazarla por la cintura. La guio de tal manera que terminó sentada sobre la mesa, sin ser capaz de separarse de los labios de Valeria.

¿Cómo podía un beso sentirse tan bien? Se cuestionaba de nuevo Catalina, su cuerpo comenzaba a calentarse, esa mujer lo hacía realmente bien. Las manos de Valeria comenzaban a moverse, primero separaron las piernas de la pelirroja, su mano derecha acarició el muslo expuesto, al mismo tiempo que dejaba besos húmedos en el cuello de Catalina.

Con la otra mano bajó uno de los tirantes del vestido, besando su hombro con delicadeza, mientras Catalina sentía que su cuerpo comenzaba a arder. Esperaba que Valeria continuara, deseaba más de sus besos, de su lengua experta. Entonces, tironeó más del vestido, liberando uno de sus pechos. Valeria lo contempló unos segundos, embelesada por su belleza, lo besó con delicadeza, envolviendo con su lengua el pezón ya endurecido.

Siguió lamiendo en círculos, su mano derecha se acercaba al centro de la pelirroja, quien ya no pudo resistir más sus gemidos. Escuchar gemir a Catalina se sentía mucho mejor en la vida real, en vez de sus sueños. Continuó estimulando sus dos pechos esta vez, bajando el otro tirante, uno era masajeado con una mano y el otro con la lengua, sólo para escuchar gemir más a la pelirroja.

Se detuvo súbitamente, ya no podía esperar más, corrió los platos rápidamente para que no estorbaran.

—Recuéstate —le ordenó Valeria, Catalina obedeció, sólo quería que la siguiera tocando. Una vez recostada sobre la mesa, Valeria se dio el gusto de rasgar el vestido por la mitad, sonriendo maquiavélicamente.

—¿Qué estás haciendo? —chilló espantada Catalina.

—Necesito verte —contestó Valeria.

Con una mano recorrió la suave piel, desde su cuello hasta su vientre. Notó que Catalina usaba unas bragas de encaje color negro. Las retiró suavemente, provocándole cosquillas. Besó delicadamente aquel hueso sobresaliente de su cadera, y continuó su camino hasta llegar a su sexo. Se tomó unos segundos para contemplar a la pelirroja, recostada sobre la mesa con las piernas abiertas para ella. Se relamió antes de sumergirse en su húmedo sexo.

Catalina se dio cuenta que estaba mucho más mojada de lo que pensaba, había entrado en una especie de trance con Valeria desde que la había besado, y no dejaba de sorprenderse en cómo las cosas habían terminado de aquella forma.

Valeria lamía con cierta devoción, la diosa se había vuelto humana y estaba retorciéndose de placer gracias a su lengua, ese líquido sagrado no paraba de salir a raudales, así como la sensibilidad de su clítoris era cada vez más elevada, había encontrado la manera de llevar a su diosa de vuelta al cielo.

La pelirroja gemía sin ningún desenfreno, su mente estaba en blanco, sólo era placer y nada más en ese momento, todo era humedad y calidez, calidez que se expandía por todo su cuerpo. Sin embargo, fue capaz de formular la pregunta que tenía en mente desde que se dejó cautivar por los besos de la cachorrita.

—¿Có...Cómo puedes... hacerlo tan bien? —preguntó entre jadeos. Valeria se detuvo brevemente para responder.

—Son años de práctica —respondió sonriendo victoriosa.

Catalina también sonrió, para luego dejarse llevar hasta alcanzar el clímax. Valeria la dejó descansar un momento, luego le tendió una mano para que se levantara. Sin pronunciar palabra, ambas subieron al dormitorio. Allí, Valeria se desnudó rápidamente mientras la pelirroja dejaba caer sensualmente el vestido rasgado al suelo.

Le gustaba tener esa mirada encendida de la joven sobre ella, llena de un deseo feroz, que se había acumulado a lo largo de ese año juntas. Valeria la abrazó por detrás, sus pechos tocaron la espalda de Catalina, que sintió una corriente por todo su cuerpo. Aún de pie, la joven recorrió con sus manos los pechos de la pelirroja, pegándose a ella, por lo que la pelirroja podía sentir la humedad de Valeria rozando su trasero.

La joven mordió el cuello de Catalina, quien gimió placenteramente, mientras la mano derecha de Valeria buscaba su sexo. Sus dedos se introdujeron con facilidad, estaba muy húmeda todavía. La piel en contacto de ambas ardía, la pelirroja sentía que se derretía literalmente en las manos de Valeria, quien se movía rápidamente, siguiendo con su propio cuerpo el movimiento frenético e involuntario de las caderas de Catalina.

La joven no podía dejar de pensar en que la pelirroja era una diosa, y ella tenía la bendición de darle placer, de hacerla gemir su nombre, mientras su cuerpo se movía al son de su toque.

—Eres una diosa, Catalina, simplemente hermosa... —le dijo al oído, en un tono íntimo, haciendo que la pelirroja se estremeciera aún más.

No pasó mucho tiempo para que Catalina volviera a alcanzar el clímax, Valeria sabía cómo tocarla y estimularla muy bien, al final, esa cachorrita se había ganado su cuerpo. La pelirroja dejó que Valeria la tocara, besara y lamiera toda la noche, alcanzando más de un orgasmo, y dejándole más de una huella en su piel. Al final de aquella tormenta de pasión, llegó el día, trayendo la realidad de vuelta a sus vidas. Un bolso resonó al caer al suelo en la habitación principal; el marido de Catalina había regresado.

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