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Resurrección


"No quiero morir", repetía en su mente una y otra vez. Su súplica fue escuchada, la mujer que odiaba a las mujeres, fue salvada, con una sola condición, debía aprender a amar a una mujer. Su salvadora así lo dijo, mientras ella apenas despertaba de lo que hasta entonces parecía un sueño.

—¿Qué?

Ella no entendió muy bien lo que sucedió, por lo que la mujer de intensos ojos color miel y cabello dorado se lo repitió.

—Si logras amar a una mujer desde este momento hasta dentro de cinco años más, podrás despedirte de la muerte para siempre. Si no cumples esta condición, morirás.

La mujer se incorporó lentamente. Recordó, en ese momento, quién era, su nombre, qué había hecho. Ella era Erika, la que mató a su amado y a su mejor amiga, como también a las mujeres de su pueblo. Era una asesina, herida por la traición de su amiga, a quien encontró en la cama junto a su marido. En el pueblo se enteraron de lo que hizo, los susurros a su alrededor la volvieron loca, le hicieron pensar que, si intentaba amar a otro hombre, otra mujer se lo quitaría.

Su ira la cegó completamente, fue cazando a una por una durante treinta días, a cada mujer, hasta que un amigo de su marido la descubrió. Todos los del pueblo fueron a buscarla a su casa, a buscar su cabeza. Las mujeres que sobrevivieron a su cacería también estaban allí, gritando. Erika huyó por una ventana, le lanzaron piedras, palos, trinchetas, y cuchillos. Un hombre la alcanzó y le hizo un corte profundo en el estómago, pero ella logró escabullirse hasta llegar a la cueva que estaba prohibida.

Estaba prohibida porque conectaba con túneles subterráneos, y cada vez que alguien se había adentrado en ellos, jamás regresaba. Surgió el mito de que aquellos túneles llevaban al centro de la tierra, donde había criaturas innombrables que devoraban a los humanos. Erika sabía que nadie se acercaría a ella, además, perdió mucha sangre tratando de huir, ellos sabían que iba a morir.

Mientras el líquido rojo se derramaba lenta pero incansablemente de su estómago, ella pensaba en una sola cosa: no quería morir aún. Se quejó del dolor, y lanzó su súplica a la oscuridad de la cueva: "Por favor... No quiero morir", murmuró una y otra vez, mientras perdía la consciencia, hasta que despertó viendo el angelical rostro de una mujer de túnica blanca y cabellos dorados.

Sin embargo, su rostro se contrajo con rabia al escuchar la condición. Se tocó el vientre, no había sangre brotando, al mirarlo, sólo tenía una larga cicatriz. Cuando miró a su alrededor, la cueva estaba vacía, y la luz del sol se filtraba en la entrada. Apenas estaba amaneciendo. Erika se incorporó, decidió que debía marcharse de ese lugar. Su nariz se irritó por un olor que no lograba identificar, haciéndola estornudar.

Sin mirar atrás, abandonó la cueva y se puso a caminar. Antes de cruzar el río, se dio un baño y también tomó algo de agua. También lavó lo mejor que pudo su túnica, sin mucho éxito. Ella sabía que le esperaba cruzar un enorme valle antes de llegar a la ciudad de Castillo Hundido. En aquel lugar estaban los restos de un castillo, se decía que el mismo pueblo mató a su rey y cada cinco años se elegía a ciudadanos para dirigir el concejo.

En esa ciudad empezaría de nuevo, aunque no estaba segura de cómo conseguir amar a una mujer después de todo lo que había hecho. A pesar de esto, se sentía una nueva persona, como si realmente hubiera renacido. Quería dejar el pasado atrás, empezar desde cero. Cuando llegó a la ciudad, luego de una semana de caminata, estaba exhausta y hambrienta. Notó el hambre al llegar a la ciudad, el olor a pan recién horneado, carne asada, cerveza y vino, todos esos aromas se agolparon en su nariz y despertaron su apetito.

Sin embargo, no tenía dinero, ni posesiones, nada. Debía encontrar un trabajo, pero debido a su aspecto, no estaba segura de conseguirlo. Además, apestaba nuevamente, ya que no había pasado cerca de un río o lago, sólo se había topado con algunos pozos de los que bebió agua para continuar viajando.

Guiada por el olor, llegó hasta una panadería, la cual era la más grande de la ciudad. Una mujer corpulenta, que se notaba que era la dueña, le gritaba a un grupo de hombres para que cargaran los sacos de harina dentro del local. Erika quedó impresionada con su vozarrón, y deseó ser como ella en ese momento, rodeada de hombres fuertes con los que podría divertirse si quisiera.

De aquel lugar venía un sinfín de olores de comida deliciosa y caliente. Erika se acercó directamente a la dueña, que la observó con el ceño arrugado.

—Por favor, deme trabajo, lo necesito para no morir de hambre.

La mujer la observó de pies a cabeza. Erika no se atrevía a mirarle al rostro, así que desvió la mirada a los trabajadores, que simplemente la ignoraban, ya que sólo veían a una vagabunda.

—Está bien. Claramente acabas de llegar a la ciudad. Pero primero, te vas a lavar y vestir. Ven conmigo.

La dueña la llevó al patio trasero, donde había un pozo, le indicó que se quitara la ropa y se lavara con el agua de ahí. Erika hizo caso, usando la cubeta del pozo, comenzó a lavarse el cuerpo. Luego de un rato, la dueña apareció con ropa limpia, que pertenecía a un joven panadero, pero que aun así le quedaba algo holgada. Desde ese momento, Erika se volvió la aprendiz de la panadería, haciendo diferentes labores.

La dueña se llamaba María, se convirtió en algo parecido a una madre para Erika, le enseñó todo lo que sabía. María era muy buena haciendo pasteles y masas dulces, mientras que su difunto esposo era bueno con el pan y otras masas mantecadas o saladas. Transcurrieron dos años sin que Erika apenas se diera cuenta, hasta que un día María se lo mencionó. La dueña le había dado un lugar para dormir y comer mientras aprendía sobre el trabajo.

María era una mujer muy respetada, había seguido adelante con el negocio que había iniciado con su marido después de todo, pero ella siempre pensaba que necesitaba una mano derecha, alguien que pudiera mantener las cosas en orden mientras no estuviera. Su hijo aún era pequeño como para ponerlo a cargo, por lo que tener a Erika le había servido enormemente.

Erika estaba agradecida con esa segunda oportunidad, incluso había tenido algunas aventuras con algunos hombres que trabajaban esporádicamente para la panadería. Pero cuando María decidió anunciarle a todo el mundo que era la segunda al mando como celebración por su segundo aniversario trabajando allí, recordó a esa mujer angelical de la cueva, de la promesa que hizo.

Aunque quería estar feliz, no podía, de pronto se angustió por el hecho de que, a pesar de todo, no había logrado amar a ninguna mujer. A María la apreciaba mucho, claro, pero seguía siendo su jefa, lo que hacía su relación menos sentimental. Pero pronto no tuvo tiempo para pensar en ello, ya que poco después de que la nombraran segunda al mando, comenzó la campaña de los postulantes al concejo.

La panadería de María era bastante famosa, por lo que pronto comenzó a tener pedidos enormes, tuvieron que contratar gente extra, había demasiado trabajo. Entonces, un día, su suerte cambió para siempre. Una de las postulantes al concejo, se presentó un día en la panadería. María estaba fuera en ese momento, por lo que Erika tuvo que atenderla. Se sorprendió al verla, la mujer tenía una edad similar a la de ella.

—¿Puedo ayudarla en algo? —le dijo lo más amablemente posible. Su mente seguía en el trabajo, pero se esforzó en atender a la postulante, podía ser una clienta importante a futuro.

—Ah, sí. Es impresionante el trabajo que hace allí adentro, su capacidad de liderazgo es impresionante. Todos se mueven de un lado a otro, pero parece funcionar como el engranaje de un reloj.

—Eh... no es nada. Sólo es trabajo —sonrió algo avergonzada Erika, llevándose una mano al cabello, alisándolo, no esperaba que la halagara.

—No quería quitarle demasiado tiempo, es la primera vez que me postulo al concejo. Aquí están mis propuestas que me gustaría aplicar en la ciudad. Estoy segura que mejorará la calidad de vida de todos. Si no es mucho pedir, ¿podría compartírsela al resto? Estoy segura que valorarán su opinión, si le gustan, claro...

La mujer le tendió un papel. Erika lo tomó, algo torpe, por lo que sus dedos se rozaron ligeramente. Por suerte sabía leer, algo que no era común en su pueblo. Otra razón por la que sentía que las mujeres a su alrededor la odiaban. Su estómago se encogió, no quería recordar eso, pero no pudo evitarlo. Ella le estaba sonriendo, le tendió una mano a modo de saludo.

—Por cierto, mi nombre es Susan.

—El mío es Erika —respondió estrechando su mano, la cual era suave y cálida.

—Fue un gusto conocerte, Erika, gracias por tu tiempo.

—Ah, sí, no hay problema.

De vuelta al trabajo, algunos bromearon con que la habían encantado y se burlaron de ella un rato. Ella se dio el tiempo de leer las propuestas de Susan, y resultó ser que, en realidad, eran buenas ideas para la comunidad. Cuando llegó María, se lo comentó, la que a su vez les explicó al resto de los panaderos y trabajadores. Erika se sintió feliz, había ayudado a Susan a conseguir votos, y por alguna razón que no quería comprender, deseaba verla de nuevo.

No tardó demasiado en aparecer la oportunidad, Susan volvió unos días después, conversó con algunos trabajadores y también con María. Erika se sentía algo celosa, le molestaba que estuviera hablando con otras personas y no con ella. Pero según el dicho, lo bueno siempre viene al final, ya que la postulante se acercó a Erika luego de conversar con todos.

—Gracias por comentarles mis ideas a todos. Creo que tengo varios votos ganados aquí. Excepto tal vez por Eidan —dijo con sonrisa afable Susan, mientras Erika ordenaba una vitrina con pasteles.

—Ah, no te preocupes, Eidan no sabe ni dónde está parado, menos va a saber decidir por quién votar. Estoy segura que te irá bien y quedarás en el concejo.

—Ah... yo no estaría tan segura. No todos han querido escuchar mis propuestas, y no tengo mucho dinero para imprimir más pancartas. Hay otros candidatos que son hijos de dueños de tiendas de diferentes rubros que tienen el dinero suficiente, y el apoyo de sus empleados.

—Vaya... no sabía que el servicio público podía ser tan complejo...

—Al principio no lo era. Pero ahora se ha vuelto más difícil. Eso no quiere decir que me rendiré, seguiré con mi candidatura. Si no resulta esta vez, volveré a intentarlo.

—Eres muy perseverante, es algo admirable —la elogió Erika con sinceridad. Susan le sonrió antes de responder.

—Tú también eres perseverante, María me contó sobre ti, que llegaste como una vagabunda y terminaste convirtiéndote en su mano derecha.

—¿Te habló sobre eso? —respondió con nerviosismo Erika— Yo, bueno... es cierto, aunque todo es gracias a ella, que me dio la oportunidad. Realmente tuve suerte.

Desvió la mirada con cierta incomodidad. Esos recuerdos borrosos y sangrientos volvían a ella. Su estómago se contrajo nuevamente, su corazón martilleaba. Respiró profundamente, antes de volver a levantar la mirada. Susan la observaba preocupada. La tomó por los hombros, su mirada de preocupación le pareció tan dulce a Erika, que no pudo evitar pensar que no la merecía.

—¿Te sientes bien? Siento haber sacado el tema, no sabía que te incomodaría tanto.

—No es tu culpa... Estuve huyendo de mi pasado todo este tiempo... No es algo que quiera recordar, eso es todo.

—Está bien. Ya que te incomodé, te podría invitar a tomar una copa, conozco una taberna que vende la mejor cerveza de la ciudad. Sé que has trabajado duro, por lo que no conoces muy bien esta maravillosa ciudad, déjame enseñártela —finalizó, con una gran sonrisa.

Erika se sintió inmediatamente reconfortada, por lo que aceptó. Había algo en Susan que la atraía irremediablemente. Tal vez fuera su cabello anaranjado que brillaba a la luz del sol, sus pecas que salpicaban la piel de sus mejillas sonrosadas, o tal vez sus preciosos ojos verdes. Podía ser eso, o también su increíble carisma, tenía la habilidad para hacerla sentir cómoda. Nunca le había pasado eso antes, ni siquiera con su amiga que la traicionó.

Pidió una tarde libre para salir con ella, y María se la concedió, pero le advirtió que no podía darle más días hasta después de las elecciones. Erika asintió con vehemencia, para luego correr a encontrarse con Susan. Fueron a la taberna, donde bebieron un par de horas, ninguna de las dos notó cómo el tiempo pasó volando, se rieron mucho y compartieron muchas anécdotas.

Erika tampoco se preguntó cómo se dejó besar por una mujer, pero estaba ebria y excitada y se dejó llevar. Aunque quería que sucediera algo más, Susan la acompañó hasta la panadería, ya que sabía que vivía allí. No fue la última vez que salieron. Durante el periodo de elecciones, Susan llevó a Erika a cafeterías, tabernas, teatros e incluso a una heladería que era la novedad. María notaba que su mano derecha estaba agotadísima, con grandes ojeras, pero feliz, así que no le dijo nada ni se burló de ella.

Cuando las elecciones terminaron, Erika por fin pudo invitar a una cena a Susan, estaba más descansada y no se dormiría cuando conversaran como había pasado en sus últimas salidas. La postulante no había logrado llegar al concejo, aunque estuvo cerca de lograrlo. Por lo que Erika se sentía con la obligación de animarla, quería hacerla sentir igual de bien como ella le hacía sentir.

—¡Por Susan, la mejor postulante que pudo haber tenido el concejo! —brindó con una sonrisa Erika. Su acompañante, algo avergonzada, chocó la copa contra la suya.

—La verdad, no esperaba estar tan cerca en el primer intento. Probablemente lo logre la próxima vez.

—Lo harás. Tienes buenas ideas, la gente te escuchará. Eres encantadora, honesta y trabajadora, por supuesto que te elegirán.

Susan sonrió, sus ojos brillaban de una manera especial, Erika pudo notarlo. La pelirroja, en ese momento, recordó lo mucho que le gustaba Erika, tanto, que tal vez, se estaba enamorando de ella. Tomó su mano derecha, acariciándola sutilmente. Recibió una sonrisa de vuelta, otra caricia en reciprocidad. Eso fue suficiente para que Susan invitara a Erika a su casa.

No hubo necesidad de palabras, apenas cerraron la puerta tras ellas, se entregaron a un beso intenso. Sus lenguas se enredaban con tal intensidad que tuvieron que separarse para poder respirar. Erika se quitó la ropa poco a poco, al igual que Susan. Tropezaron entre besos hasta llegar a la cama de la pelirroja.

Erika nunca había estado con ninguna mujer antes, sin embargo, se dejó guiar por su instinto. Besó suavemente el cuello de Susan, aspirando su aroma, mientras ésta jadeaba placenteramente. Sus manos recorrieron desde la cintura hasta los pechos de la pelirroja, los cuales amasó y besó, tal como fantaseaba hacerlo desde hacía un tiempo. Incluso había soñado con ello. Y ahora que lo hacía realidad, se sentía más húmeda que nunca.

Sin embargo, cuando dejó unos segundos de lamer esos maravillosos pechos, se dio cuenta que no sabía qué debía hacer a continuación. La pelirroja pareció comprenderlo, e incluso se rio un poco.

—Déjame enseñarte —le susurró, provocándole un pequeño escalofrío a Erika, quien se recostó. Susan se sentó a horcajadas sobre ella, observando su trabajado cuerpo. Sus brazos y abdomen estaban particularmente tonificados, y no era de extrañarse, Erika llevaba más de dos años trabajando arduamente en una panadería.

Notó que tenía una cicatriz en su vientre, la cual no pudo evitar acariciar. La respiración de Erika se tornó más pesada ante el gesto.

—Creo que entiendo por qué no quieres hablar de tu pasado, y está bien —sonrió Susan.

Volvió a besarla en la boca, cadenciosamente, logrando que Erika se mojara aun más. Luego siguió con su cuello, al que mordió cariñosamente, arrancando un gemido de la dueña. Sonrió mientras bajaba a los pechos de Erika, los envolvió en su boca como si de un dulce se tratara y movió su lengua de tal manera que pronto la escuchó gemir. Su mano derecha bajó hasta la entrepierna de su amante, donde se dio cuenta, para su satisfacción, que estaba bastante mojada.

Con un dedo tomó un poco de aquella humedad, para luego llevárselo a la boca, mostrándoselo a Erika, que no sabía hasta entonces que ese gesto podía excitarla tanto. Susan sonrió, y dejando un camino de besos húmedos, bajó hasta el centro de aquel néctar. Su lengua se sumergió y recorrió con maestría aquella sensible zona, haciendo que Erika gimiera al mismo tiempo que perdía el control de sus caderas. Esa fue la primera vez que tuvo un orgasmo tan intenso, se dio cuenta que tal vez no había tenido los mejores amantes en la cama.

No fue la única vez, también alcanzó el clímax con los dedos de la pelirroja, que parecía realmente buena en lo que hacía. Erika, por supuesto, decidió aplicar lo aprendido, escuchando la guía de Susan, quien no perdía oportunidad para indicarle dónde tocar o lamer. A lo largo de la noche, Erika aprendió más del cuerpo de la pelirroja, que era algo parecido a una adicción, no podía dejar de acariciarla, besarla o lamerla. Su piel suave olía bien, era como si le ordenara tocarla, no podía resistirse a la euforia que sentía aquella noche.

No fue la única noche que pasaron juntas. Erika pensaba que la pelirroja era realmente una adicción, no podía explicarse de otra manera ese irrefrenable deseo que tenía por ella. Al cabo de unos meses, Susan le pidió que se mudara con ella, cosa que no dudó en hacer. Erika se sentía plena a su lado, la pelirroja trabajaba en la granja que le había dejado su abuela, mientras ella seguía trabajando en la panadería, llevaban una vida normal, como cualquier pareja de casados.

A pesar de que algunas personas criticaban su relación criticándola de anormal, a Erika no le importaba, había tenido una segunda oportunidad, e iba a aprovecharla al máximo para ser feliz. Y así parecía que seguiría siendo su vida, hasta que un tiempo después, alguien tocó la puerta una noche. Erika se levantó a abrir, dejando un plato a medio comer y a una Susan preocupada, era plena noche, era extraño que alguien apareciera a esas horas.

Cuando abrió la puerta, la reconoció. Era la mujer angelical de aquella cueva, hacía 5 años atrás. Tragó saliva, ¿qué hacía ella allí?

—Bien hecho, Erika. Aprendiste a amar a una mujer.

—Cariño, ¿quién es? —gritó desde la mesa Susan. Al no obtener respuesta, se acercó a la puerta.

—¿Qué haces aquí? —logró gesticular Erika, sentía temor, aunque no estaba segura de la razón.

—Vengo a cumplir nuestro acuerdo, ¿no lo recuerdas? Oh, ahí está.

Susan, que no entendía nada, estaba a un metro de distancia de Erika, quien volteó para mirarla, justo en el momento en que un halo azul emanaba de ella y se desmayaba, cayendo estrepitosamente al piso. Erika, horrorizada, se abalanzó sobre ella, levantándola, pero su cuerpo estaba lívido, las lágrimas comenzaron a derramarse sin control sobre su rostro.

—¡¿Qué diablos le hiciste?! —le gritó a la rubia angelical.

—Tomé su alma. Es algo así como un alma por otra alma. Tú aceptaste ese precio, Erika. Aprendiste a amarla, por lo que para poder dejarte vivir, debo tomar su vida, es simple.

—¡¿Qué?! Pero... No, yo pensé que...

—¿Pensaste qué? ¿Qué un ángel o diosa te había salvado la vida? Por favor Erika, ¿qué ángel salvaría a un monstruo como tú? No mereces esta vida, y lo sabes.

—No, no, no. Ella iba a ser parte del concejo pronto. Ella iba a mejorar la vida de todos aquí. ¿Qué hiciste? —Erika era incapaz de respirar bien. Abrazaba el cuerpo sin vida de Susan con desesperación, no quería soltarla, no se creía capaz.

—Felicidades, Erika, eres inmortal ahora.

—No, no quiero esto. Quédate con mi alma, ella tiene que vivir. Déjala vivir, por favor.

—Lo siento, pero me temo que no puedo hacer eso, querida.

Y la mujer de angelical aspecto sonrió de manera macabra, y un destello volvió sus ojos rojos por un segundo, antes de desaparecer de su vista.

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