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Misión encubierta


Nancy era una de las detectives más valoradas de su brigada. Con muchos casos resueltos y varios peces gordos atrapados, ella sentía que por fin se había ganado el respeto de sus compañeros y superiores. Por eso, cuando el capitán le habló de atrapar a la narcotraficante más buscada del país, para ella fue como recibir el máximo reconocimiento posible en su trabajo.

Pero todo se derrumbó dentro de ella, cuando le dijeron cuál sería su misión.

—Detective Ramírez, su misión será seducir e ingresar al hogar de la sospechosa en busca de evidencias. Por fin encontramos la debilidad de Amalia Rodríguez: las mujeres. Es claramente su punto débil: pasa cada noche con una chica diferente, y las deja ingresar a su hogar, donde guarda información de sus operaciones.

—¿Me está diciendo que para atrapar a la narcotraficante más buscada del país tengo que acostarme con ella?

—No sólo eso, debe ganarse su confianza, por lo que tendrá que profundizar su relación con ella también. Así ella estará distraída y bajará su guardia, aquí es donde entra el resto del equipo.

A partir de ese momento, la mente de Nancy se desconectó de la conversación. No podía evitar pensar que todo su esfuerzo había sido en vano, ya que finalmente no era su inteligencia lo que iba a resolver el caso, sino que su cuerpo. Se sentía decepcionada del capitán, la brigada y también de sí misma.

Pero volvió a la realidad cuando el capitán la regañó, y le llamó a su oficina. Ahí le explicó nuevamente el plan paso a paso mientras ella distraería a la mujer enamorándola.

—Pero yo no sé seducir mujeres —dijo por toda respuesta la detective.

—Pues averígüelo, pida ayuda. Retírese.

Nancy salió de la oficina claramente enojada, nadie se metió en su camino ni le dijo algún comentario. Se fue a su casa, y ahí llamó a su amiga Abigail, ella era bisexual, seguramente le podría ayudar.

—Ponte algo sexy, y una vez que tengas su atención, solo tienes que escucharla.

—Eso no me ayuda para nada, ni siquiera sé que ropa es sexy.

Abigail suspiró desde el otro lado del teléfono.

—Vas a hacer un trabajo encubierto, ¿verdad? Entonces tienes que usar un disfraz, no pueden saber que estás ahí para arrestarla. Esa mujer debe ser un lío emocionalmente, por eso te digo que debes prestarle atención, escucharla y captar cualquier detalle que te sirva para conquistarla. Eso es todo, tengo que cortar, hablamos luego.

Nancy suspiró. Luego de eso recibió una llamada del capitán diciéndole que Amalia inauguraría un club gay friendly que seguramente era para lavado de dinero. Estaba tan cabreada que simplemente se puso unos jeans, botas y una chaqueta de cuero que era una de sus favoritas.

Cuando llegó al lugar, estaba completamente atestado de gente, pero se las arregló para llegar a la barra y pedir un margarita azul. Hacía calor, por lo que se quitó la chaqueta, y se apoyó de espalda a la barra, escaneando el lugar. Notó que acaparó algunas miradas a su alrededor.

Nancy tenía un buen estado físico, sus brazos se notaban trabajados, aunque ella no sabía que eso la podía hacer atractiva a las mujeres, además de su pose ruda. Varias chicas se acercaron a preguntarle si quería bailar, pero ella no estaba ahí para tontear, estaba para agarrar al pez gordo.

Conocía a Amalia por fotografías, pero en realidad nunca la había visto en persona. Luego de unos cuantos margaritas que la dejaron algo achispada, comenzó a preguntarse si realmente aparecería la anfitriona aquella noche, y si tendría problemas en reconocerla.

Pronto sus dudas fueron despejadas, porque divisó un notorio grupo de personas que se movía atravesando el local. Se dirigían a la salida, y seguían a una mujer. Nancy no se movió de la barra, incluso se acomodó mejor para mirar, con los codos apoyados en la barra.

El grupo se fue dispersando poco a poco, hasta que sólo quedó un hombre que parecía algo nervioso hablándole a la mujer. Estaban justo frente a Nancy, ella pudo reconocer de inmediato a Amalia. Comprendió entonces por qué las mujeres querían acostarse con ella, por qué acaparaba las miradas.

Había algo en ella que la hacía atractiva, que llamaba la atención. Tal vez era su largo pelo negro que le llegaba a la cintura, que contrastaba con su tez blanca, o la ropa que la hacía ver tan sexy, aunque Nancy odiaba esa tela brillosa en los vestidos, se veía muy bien en Amalia. Además, sus tacones la hacían ver aún más alta de lo que ya era, haciéndola ver casi inalcanzable, aunque Nancy se dio cuenta que sin tacos probablemente tendría la misma estatura que ella.

Por un momento, Amalia se quedó sola, y por alguna razón miró hacia la barra, probablemente porque se sentía observada, por lo que Nancy cruzó su mirada con la de ella, sosteniéndola por unos segundos. Al parecer, la mujer parecía sorprendida con la indiferencia de Nancy. Sin dejar de mirarla, sacó un cigarrillo y salió afuera.

Nancy no fumaba, pero de todas maneras salió del local tras ella. La encontró apoyada sobre la reja de la vereda, mirando hacia la salida, por lo que nuevamente se topó con su mirada. La detective no se sentía intimidada ni nerviosa, pero se sentía algo curiosa. Se quedó parada mirando a Amalia descaradamente de pies a cabeza. Sí, definitivamente le parecía atractiva. Y hacía mucho tiempo que no se sentía atraída por alguien.

Se podría decir que su vida sexual era bastante aburrida, y no tenía tiempo para una relación normal realmente. Pero contrario a lo que muchos esperaban, Nancy no se consideraba heterosexual. Las pocas experiencias con hombres le habían parecido francamente aburridas. Sin embargo, se había acostado con un par de mujeres, y el sexo le pareció mucho mejor y satisfactorio. Pero nunca había podido involucrarse demasiado emocionalmente, por lo que tenía sus dudas con aquella misión.

Amalia era igual a ella, no buscaba algo a largo plazo, sino algo simple y satisfactorio. ¿Cómo se supone que iba a enamorarla o algo así? Sonrió levemente ante la absurda idea. Se apoyó también en la reja, la noche estaba perfecta, estaba fresca, y ella tenía calor.

—Puedo entender por qué las mujeres se derriten por ti —soltó de pronto Nancy.

Amalia la miró de reojo, riéndose con naturalidad.

—Es la primera vez que me coquetean así —se burló.

Nancy la miró alzando una ceja.

—No estoy coqueteando, estaba explicando un punto. Hay algo en ti que te hace muy atractiva, sólo que aún no termino de descifrarlo.

—Estoy vestida como una zorra, puede ser eso —bromeó con sarcasmo.

Esta vez fue Nancy la que se rio. En realidad, lo que la hacía atractiva era su aspecto físico combinado con su posición de poder, pero no podía decirle eso, porque descubriría que tal vez sabía más sobre ella de lo que aparentaba.

—Tal vez. Creo que fue una mala idea venir a este lugar. No estoy vestida de la forma adecuada —le respondió sonriendo.

—Me gustaría poder vestirme así de cómoda, pero soy la anfitriona de este lugar. Tengo que estar acorde al evento.

—Pensé que ya no se utilizaban anfitrionas para locales nocturnos.

—En realidad, soy dueña de este lugar. Por fin pude cumplir mi sueño, hace mucho tiempo que quiero inaugurar este local.

—Guau, eres bastante joven para ser dueña de un local así de grande —la alabó la detective. La mujer se avergonzó un poco, desviando la mirada.

—Tuve algo de ayuda familiar para conseguirlo, pero gracias.

Nancy sólo le sonrió por toda respuesta. Se quedó mirando unos segundos el cuello desnudo de Amalia, por alguna razón, aquello hizo que su estómago se encogiera. Sintió el impulso de acercarse y besarlo, pero se contuvo. En cambio, desvió ligeramente la mirada hacia el generoso escote, que llegaba hasta la mitad de su vientre. Sintió deseos de tocar esa piel blanca expuesta, pero, una vez más, se contuvo.

Bajó la mirada al suelo, sabía que no podía perderlo todo en la primera noche. Por lo que se despidió de Amalia, que estaba algo sorprendida, pero, para la sorpresa de Nancy, ésta la agarró del brazo para detenerla, y luego de mirarla a los ojos por unos segundos, le pidió su número. La detective sonrió y se lo anotó en su teléfono, y luego se marchó, con una marcada sonrisa de satisfacción en su rostro.

Al día siguiente, Nancy trabajó desde su casa, tal como le habían ordenado, haciendo papeleo para la oficina de otros casos. Esperó pacientemente, hasta que cerca del mediodía, le apareció un mensaje de un número desconocido.

Cuando abrió el chat, sonrió por las palabras de Amalia.

—Hola, no sabía cómo comenzar una conversación, porque ni siquiera pregunté tu nombre. Yo soy Amalia, por cierto.

—Yo soy Nancy, había olvidado que te había dado mi número la verdad.

La conversación fluyó bastante rápido y con naturalidad, la detective le dijo que estaba trabajando, aunque sin especificar demasiado. Se rio bastante más de lo que esperaba, lo cierto era que si no supiera que Amalia era una criminal, le hubiera interesado tal vez de forma romántica, porque le agradaba bastante.

Entonces, sucedió lo que estaba esperando, Amalia la invitó a su local esa misma noche, aunque disculpándose por no optar por otro lugar, ya que según ella necesitaba estar pendiente de su nuevo negocio. Nancy aceptó, era una buena oportunidad para chequear si realmente se estaba lavando dinero en ese lugar.

Esta vez, optó por una blusa negra junto con jeans negros y botines a juego. No iba a usar nada fuera de lo normal, no lo necesitaba. Su ropa era algo ajustada, así que de todas maneras lucía su cuerpo trabajado del cual estaba orgullosa, ya que su entrenamiento intenso en krav maga había dado sus frutos.

Confiada, se encaminó al lugar de encuentro, que al igual que el día anterior, estaba lleno, tal vez más por ser sábado. Entró al lugar con cierta confianza, al dar su nombre la guiaron al sector vip de la enorme discoteca, ubicado en el segundo piso. Amalia no estaba allí, pero se sentó en la mesa y ordenó enseguida un margarita azul, le había encantado cómo lo preparaban.

Casi al mismo tiempo que llegó el trago, llegó también Amalia. Nancy notó que estaba algo preocupada, por la expresión de su cara. Le sonrió con amabilidad.

—¿Todo bien? Si estás muy ocupada, podemos dejarlo para otro día.

Amalia la miró por unos segundos algo descolocada antes de responder.

—No, la verdad necesito un respiro —terminó sonriendo algo coqueta.

Hablaron de cosas triviales por largo tiempo, pero ambas miraban el cuerpo de la otra con cierta discreción. Nancy sentía como si ella fuera una especie de imán, no podía dejar de observarla, y a ratos perdía el enfoque real por el cual estaba allí.

Amalia parecía a simple vista alguien interesante, pero a todas luces parecía ocultar algo. Nancy sabía que no sería fácil llegar a ella, como tampoco sería fácil resistir la tentación que encarnaba esa mujer. Pero para su suerte, apareció su amiga Abigail para ayudarle en el proceso.

Ella ingresó al sector vip junto con otro grupo de amigos y se sorprendió gratamente al ver a Nancy allí, por lo que fue casi corriendo a saludarla efusivamente. Abigail siempre había sido así, muy de piel, la abrazó y besó en la mejilla con afecto, parecía realmente feliz por ver a su amiga en una cita, así que se retiró con relativa rapidez a su mesa, luego de hacerle un saludo rápido a Amalia, que la observaba con cierta seriedad.

Nancy se reía para sus adentros, ya que Amalia se veía como un animal salvaje al que le quitaron su presa por un momento.

—¿Era una amiga tuya? —preguntó en tono neutro.

—Sí, lo es hace un tiempo —respondió la detective.

La noche siguió avanzando, y con ella el número de tragos fue aumentando. La seriedad poco a poco las fue abandonando, a ambas les costaba mantenerse lejos de la otra, de hecho, estaban sentadas bastante cerca la una de la otra. Nancy cada vez pensaba menos que estaba trabajando, quería besarla y acabar con esa espera de una vez.

Entonces tuvo una idea un tanto impulsiva. Se acercó sonriendo coquetamente, y le susurró con toda intención en el oído: "Salgamos de aquí".

Salieron del local tomadas de la mano casi corriendo, riendo infantilmente. Amalia tenía que seguir trabajando, pero prefirió huir con esa mujer que apenas conocía, y se sentía bien. Apenas salieron del local, Nancy la atrajo hacia sí y la besó con intensidad. Amalia le correspondió de la misma manera, y sus cuerpos se encendieron de inmediato.

—Vamos a mi casa, vivo cerca —dijo casi sin aliento Amalia.

Caminaron un par de cuadras, en realidad vivía bastante cerca. Llegaron a un departamento un tanto lujoso de dos pisos. No hubo demasiadas palabras. Desde que Amalia cerró la puerta, se enfrascaron en una intensa jornada de besos. Nancy había cedido totalmente al deseo que sentía por ella, con sus manos recorría su cuerpo, mientras avanzaba a trompicones a donde sea que la estuviera guiando Amalia.

Amalia la llevó hasta su cama, de alguna manera se las arregló para tirar a Nancy y posicionarse a horcajadas sobre ella. Sonrió mientras veía lascivamente el cuerpo de la detective, su blusa desarreglada mostraba parte de sus pechos, ya que se había desabrochado un botón superior. Su pelo castaño estaba revuelto sobre las sábanas, y por alguna razón, aquello le parecía condenadamente sexy.

—Es la primera vez que me cojo a una detective —dijo sonriendo maliciosamente Amalia.

El semblante de Nancy se oscureció por completo. Ella lo sabía, probablemente desde el principio. La abrazó con las piernas y ayudándose de la fuerza de su brazo, la empujó para quedar sobre Amalia, apoyando su antebrazo derecho sobre su cuello, amenazándola. Su mirada feroz excitó a Amalia, quien le sonrió burlonamente.

—¿Crees que te traería a mi casa sin saber defenderme?

Dicho esto empujó con sus pies a la detective, que se cayó de la cama, pero se levantó rápidamente. Su mirada había cambiado completamente, su espíritu competitivo había aflorado.

—¿Qué pasa, detective Ramírez, ya no quieres follarme? —la retó Amalia.

Nancy no respondió nada, pero se distrajo un segundo al ver las torneadas piernas de Amalia, ya que su vestido se había subido. Tragó saliva, pero ya era tarde, Amalia estaba sobre ella, trataba de inmovilizarla con unas esposas que había sacado de quién sabe dónde.

Siguió defendiéndose, y ambas siguieron luchando, de alguna manera, luego de un rato, ambas estaban intentando regular su respiración, con gran parte de la ropa rota, Amalia tenía la mitad del vestido rajado, por lo que se veía parte de sus sostenes, Nancy de alguna forma había terminado sin botones en su blusa, por lo que estaba en las mismas condiciones.

Amalia seguía con las esposas en la mano, lo que divertía en cierta manera a la detective.

—¿Y qué se supone que harás cuando me las pongas? —preguntó divertida.

—Castigarte, por supuesto, por atreverte a desafiarme —dijo en tono orgulloso.

Nancy sonrió divertida, y en un rápido movimiento, tomó del brazo a Amalia, se giró y la apresó en las mismas esposas que tenía en la mano.

—Parece que la castigada serás tú.

Nancy la empujó en la cama. Rajó por completo el vestido, rompió sus sostenes y le quitó las bragas. Sonrió con lascivia. Le abrió las piernas con cierta brusquedad, mientras Amalia la miraba furiosa. Se acercó a su entrepierna, aspirando el olor de su intimidad.

—Aquí huele a que gané.

Acarició sus muslos con delicadeza, su piel era muy suave. Notó que su corazón seguía acelerado, esa mujer la prendía como nadie. La miró nuevamente a los ojos, detrás de esa fachada de furia, ardía el mismo deseo que ella sentía. Sin dilatar más el asunto, se hundió en su sexo, recorriendo con su lengua su interior húmedo. Por alguna razón, le sabía a gloria.

Hundió su lengua en su cavidad, para luego subir y enfocarse en su ya expuesto clítoris, mientras introducía dos dedos. Amalia no pudo aguantarse más y comenzó a gemir. Nancy estaba de rodillas completamente concentrada en su tarea de darle placer a aquella mujer que, hace un momento atrás, era su enemiga declarada. Le gustaba escucharla gemir, le gustaba tenerla a su merced y esposada.

Entonces una idea vino a su mente. Si tenía esas esposas, probablemente tenía más juguetes para utilizar en esa habitación. Se detuvo súbitamente, por lo que Amalia le lanzó una mirada furiosa.

—¿Por qué te detienes?

—¿Dónde tienes el resto de tus juguetes? —le dijo con una sonrisa maliciosa en su rostro.

Amalia no respondió, de hecho, parecía más enfadada. Nancy entonces fue directo al closet de la habitación, y casi enseguida encontró una caja que contenía los juguetes que esperaba encontrar. Tomó una correa, y un arnés que se colocó enseguida.

Le colocó la correa a Amalia, sonriendo con cierta satisfacción. Estaba muy excitada, aquello se estaba haciendo más divertido de lo que esperaba.

—Ponte en cuatro, perra —soltó con toda intención Nancy.

Amalia obedeció sin replicar, la detective notó que estaba bastante mojada.

—Inclínate más, quiero una vista perfecta.

La mujer le hizo caso, Nancy tenía una vista de su trasero y podía ver perfectamente cómo se escurría su sexo. Sin pensarlo demasiado, se acercó y mordió sus nalgas, para luego lamer suavemente su ano. Amalia jadeó sin poder controlarse, la sensación era nueva y excitante.

Decidió entonces encender el vibrador del consolador del arnés, que incluía un estimulador de clítoris. Penetró lentamente a Amalia, mientras la sujetaba por la correa. También sentía la vibración, por lo que era doblemente excitante. Comenzó a moverse en un ritmo lento, Amalia ya no podía controlar sus gemidos.

Luego de un rato, aumentó el ritmo de las embestidas, lo cierto era que ver el cuerpo sudoroso y curvilíneo de Amalia era demasiado estimulante. Se inclinó para sujetar sus pechos, embistiéndola con un ritmo más lento mientras estimulaba los pezones de la mujer.

Sabía que estaba por alcanzar el clímax, y le encantaba ser la causante de aquello. Mantuvo el ritmo, y aprovechó de morder y besar el cuello de Amalia. Su cuerpo le parecía simplemente exquisito. Sentir su piel ardiendo bajo ella la instaba a tocar, besar y morder más. Quería escucharla gemir, quería escucharla gritar su nombre.

Amalia, en cambio, sentía que iba perder la cabeza. Nancy parecía haber leído sus gustos sin apenas conocerla. Su cuerpo estaba ardiendo, le gustaba ser cogida como una perra por la detective. No le importaba si su negocio terminaba comprometido, le dejaría hacer lo que quisiera con su cuerpo. Comenzó a gemir su nombre, quería que la follara la noche entera, ya no le importaba su orgullo, se sentía demasiado bien.

Amalia alcanzó el clímax, dejando más húmedo aún el arnés y parte de las piernas de Nancy, quien se regodeaba ante la vista de su cuerpo sudoroso. Se retiró con suavidad del interior de Amalia, y dejó que se recostara para recobrar el aliento. Su mirada recorrió desde su rostro, vientre, sexo y muslos de la mujer.

Se quitó el arnés, esta vez quería sentir ella misma el sexo de Amalia contra el suyo, tenía toda la noche para disfrutar de ella. Ya sabría qué hacer al día siguiente, cuando la realidad las alcanzara y fuera el momento de decidir qué harían con ese fuego intenso que despertaban la una en la otra.

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