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La vampira y la princesa


Una vampira, paseando una noche como cualquier otra, con la luna en su cénit, a lo lejos, escuchó el amargo llanto de una doncella. Se acercó instintivamente, hasta que sintió el dulce aroma de su esencia misma, de su vida avaluada en aquel líquido rojo que le hacía agua la boca.

Pero se controló cuando escuchó nuevamente sus sollozos. No se había dado cuenta que estaba en el balcón de la doncella. Y por lo que pudo observar, desde la oscuridad, era que en realidad ella era una princesa. Una carta estaba abierta en su amplia cama con doseles. Tenía un sello real, incluso la vampira logró reconocerlo.

Se movió a una posición más adecuada para leer el contenido. La princesa había encontrado esposo, de eso hablaba la misiva. Era extraño, por lo general los humanos disfrutaban celebrar esas uniones entre familias. Entonces se le ocurrió preguntar.

—¿No quieres casarte? —preguntó con voz neutra, asustando a la joven, que incluso dejó de llorar.

—¿Quién... es usted?— interrogó la doncella.

—Invítame a pasar y lo sabrás —respondió la vampira, levemente excitada ante la idea.

—Adelante, señorita —titubeó la joven.

La vampira por fin pudo entrar a la habitación de la princesa, y se dirigió directo a la carta, sentándose en la cama para leerla completa. Sólo tomó un segundo para sus veloces ojos. Luego se volteó hacia la joven.

—Princesa Sofía, al parecer está prometida con un príncipe —dijo sonriendo ampliamente, sin preocuparse de mostrar sus colmillos.

—No quiero casarme con él. No lo amo —dijo frunciendo el ceño. A la vampira le pareció adorable.

—A la nobleza no le importa el amor, princesa. Sólo importan los títulos y las tierras.

La chica se sentó también en la cama, frente a ella. Sus manos estaban hechos unos puños que apoyaba sobre la dichosa carta.

—Siempre lo he sabido, pero aunque fuera un matrimonio arreglado desde mi nacimiento, no quiero un príncipe, prefiero una princesa. Lo he sabido desde pequeña, por eso no puedo dejar de sentirme desdichada con lo que dice esa carta.

La vampira lanzó una larga carcajada, que ofendió bastante a la princesa.

—¡No he dicho nada gracioso! —le gritó con lágrimas en los ojos.

—Oh, lo siento. Eres la primera princesa que conozco que me dice algo así. Te alegrará saber que yo soy igual que tú, siento cierta... debilidad hacia las mujeres — dijo mirando el cuello de la joven.

—Lo peor de esto es que moriré sin saber lo que se siente amar a una mujer —siguió lamentándose Sofía.

La vampira observó a la princesa con lascivia. Su cuerpo ya era el de una mujer, aunque su mente quizás no, era demasiado ingenua. El olor ya la estaba mareando, la sed la estaba consumiendo; pero no quería aprovecharse de la princesa, ya que alguna vez, tuvo esa misma sensación de opresión en el pecho, de saberse incomprendida por el resto.

—Puedo ayudarte con eso, Sofía —le sonrió inocentemente la vampira.

Sofía miró los oscuros ojos de la mujer que tenía adelante, poseía una oscuridad que la llamaba y atraía como nadie. Nunca se había sentido de esa manera, quería que la tocara, que la acariciara, que la besara. No se daba cuenta que estaba frente a un depredador, y que aquel depredador, podría matarla a cambio del placer.

Pero el placer era lo más llamativo para esa pobre mortal, cuya vida había sido planeada desde su nacimiento. Para ella, valía el precio de la muerte a cambio de sentir el placer que le fue negado por su título mundano. Sin pensarlo demasiado, se abalanzó sobre la vampira, apresando sus labios con torpeza.

Ésta la recibió con los brazos abiertos, conmovida por su ternura. Se separó de Sofía, juntó su frente con la de ella, acariciando su mejilla con una mano. Luego la besó con suavidad, y con su lengua entró a la boca de la princesa, quien se estremeció por el contacto. Su cuerpo comenzaba a calentarse, su corazón a acelerarse.

La vampira recorría con besos húmedos el cuello de la princesa, quien jadeaba avergonzada, pues no sabía que podía emitir tales sonidos. Poco a poco empujó el camisón de dormir de Sofía, besando su hombro, su piel lozana, era hermosa, sólo le hacía desearla más.

De pronto, la vampira rompió el camisón por adelante, dejando al descubierto los pechos de la princesa, quien se sobresaltó por el brusco movimiento. Pero no se tapó, esperó paciente ante la mirada de la vampira, quien lujuriosa, se lanzó a besarlos, lamerlos y masajearlos.

Sofía intentaba en vano sofocar sus gemidos con la mano. Todo lo que le hacía la mujer se sentía bien, sus manos acariciando su piel, sus labios besándola, su lengua lamiendo sus pezones, sus dientes mordiendo su cuello. Todo era nuevo y excitante, y su cuerpo respondía a todo lo que la vampira le hacía.

—Sofía —dijo en un tono extraño la vampira— recuéstate, por favor.

Cuando se recostó, estaba completamente desnuda, aparentemente la vampira le había quitado completamente el camisón sin que lo notara. De nuevo se perdió en sus ojos, que ahora ya no eran oscuros, eran de un iris rojo como la sangre. Ella se estaba esforzando por no devorarla por completo, pero su cuerpo era demasiado delicioso. Sus delicadas curvas, su cabello lacio esparcido en la cama, sus muslos, su sexo húmedo, su intenso olor, toda ella le parecía irresistible.

Se quitó su ropa en un par de segundos, y Sofía parecía genuinamente sorprendida por el cuerpo de la vampira. Ella se acercó antes que la princesa se levantara, y la besó con intensidad, mientras una de sus manos bajaba lentamente acariciando su piel, provocándole un calor extraño. Cuando llegó al punto que deseaba, notó que la entrada de su sexo estaba completamente húmeda. Con un dedo exploró el interior, arrancándole gemidos mucho más fuertes a la princesa.

Se enfocó en ese punto de placer femenino, dándole suaves masajes, haciendo que Sofía perdiera la cabeza. Agarraba las sábanas con fuerza, mientras la vampira se deleitaba lamiendo y mordisqueando, sin dejar de mover su dedo. Le encantaba escuchar gemir libremente a la princesa, sin intentar evitarlo como antes.

Quitó su dedo abruptamente y se lo llevó a la boca para saborearlo. La princesa la miró con enojo por haberse detenido. La vampira sólo le devolvió una sonrisa seductora, y bajó lentamente hacia su sexo haciendo un camino de besos húmedos. Necesitaba saborear ese elixir directamente desde su fuente. Sumergió su lengua, y comenzó un ritmo suave, saboreando con deleite.

Pronto comenzó a ir más rápido y tuvo que sujetar a la inexperta princesa, ya que no podía controlar sus caderas. Su lengua se movía a una velocidad inhumana, por lo que pronto la princesa arqueó su espalda debido al clímax alcanzado. Su cuerpo brillaba por el sudor, a la luz de las velas, a la vampira le pareció una obra de arte. Y esa obra de arte podría inmortalizarla así, para siempre.

Pero sacudió su cabeza ante la idea. Sofía aún se estaba recuperando, pero antes que lograra siquiera calmar su respiración, la vampira atacó el interior de su muslo derecho, mordiendo con fuerza, para beber su sangre. La princesa, muy a su pesar, gimió de placer. Sabía lo que estaba haciendo la vampira, pero no le importaba, se sentía demasiado bien.

La vampira se detuvo luego de succionar un rato, no quería matarla. Se mordió el brazo para curar su herida, y le dio de beber unas gotas a la princesa. Era la primera humana a la que le daba su vieja sangre, así que no sabía a ciencia cierta qué efecto tendría. Lo que vio la hizo sonreír con lascivia. Su sangre había actuado como un afrodisíaco en Sofía, quien sentía una lujuria desmesurada hacia la vampira.

Se sentó y llamó a la vampira. Se posicionó en frente de ella, de forma que sus sexos se rozaran. Luego comenzó a moverse en un frenesí que la vampira siguió sin problemas, y sus gemidos resonaron en toda la habitación. La princesa, despojada de toda vergüenza, sujetaba su mano a la de la vampira mientras sus caderas se movían a un ritmo veloz.

La vampira se sentía en el éxtasis, no sabía si era por la sangre de la princesa o por cómo se movía. Pronto ambas alcanzaron el clímax, pero no era suficiente para ninguna de las dos. La vampira quería devorarla, no era capaz de olvidar su sabor, su olor la embriagaba, y en medio de caricias, besos, humedad y mordidas, pronunció las palabras que jamás pensó que diría.

—Ven conmigo, princesa, te liberaré de todo sufrimiento. Seamos felices.

Sofía, que seguía jadeando, la besó profundamente antes de responder.

—Iré contigo —dijo mirando a aquellos ojos en los que se había perdido desde el primer momento.

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