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La reina y la doncella


Era una tarde cálida de primavera. Una brisa tibia recorría los rincones del jardín del palacio. Una joven estaba sentada en un rincón, frente a un rosal, intentando animar su acongojado corazón con la visión de las hermosas flores. Su vestido blanco desparramado contrastaba con su piel morena. De pronto alguien apareció, una mujer de hermoso porte, con un delicado vestido dorado. Llevaba el cabello tomado en una trenza azabache adornada con flores de metal. Parecía huir de alguien.

Entonces vio a la joven en el rosal, y su rostro reflejó genuina sorpresa. Luego notó que aquella hermosa joven había estado llorando. Sintió la necesidad de acercársele, de consolarla y abrazarla. Su corazón latía fuerte, emocionado de una forma inusual. Se acercó a la joven lentamente, para no asustarla. Ella tenía la mirada perdida en el suelo y no notó su presencia hasta que la tuvo enfrente.

—Querida, ¿qué haces aquí? ¿Cuál es tu nombre?

—Lo siento. Sé que no debería esconderme aquí, pero me siento tan infeliz, que vine a buscar consuelo entre las flores. Mi nombre es Antonia. Encantada de conocerla —dijo en tono amable, pero cuando miró los ojos de la mujer quedó hipnotizada. Era hermosa, sus ojos verdes parecían calmar todos sus miedos y tristezas instantáneamente.

—Mi bella Antonia, ¿cuál es el mal que te aflige? —preguntó en tono cálido la noble mujer.

—Yo... he sido comprometida, con un hombre que no conozco...

—Oh, ya veo. Todas hemos pasado por eso, querida —dijo bajando la mirada con tristeza, preocupando a Antonia, que no quería entristecer a ese angelical rostro.

—Sí, es verdad, qué tonta soy. Sólo debería aceptar mi destino como el resto. No buscaba entristecerle, perdóneme —se disculpó, apoyando una mano en las de la mujer.

—No te preocupes, Antonia, yo ya venía hacia acá con mi corazón cargado de melancolía. Me prometieron felicidad, sin embargo, mi esposo, está acostumbrado a satisfacer sus caprichos, y me temo que yo sólo fui eso, un capricho. No hay amor en nuestra relación, él sólo es capaz de amarse a sí mismo y al reino.

Fue entonces que Antonia cayó en la cuenta que estaba frente a la reina. Se inclinó a modo de reverencia, puesto que ya estaba arrodillada.

—Disculpe, su majestad, por molestarle con mis banales problemas.

La reina tomó del mentón a Antonia, levantando su rostro con delicadeza, acariciando con el pulgar su mejilla.

—No te disculpes, Antonia, aquí, en el jardín, sólo somos dos mujeres, olvídate de los rangos. Puedes llamarme por mi nombre, Ángela.

—Que nombre más adecuado tiene, su presencia cayó de los cielos para mitigar mi tristeza.

La reina rio con el comentario de Antonia, le pareció tan dulce, le recordaba a ella misma antes de casarse hace un par de años.

—Tal vez pueda librarte de tu desgracia, Antonia, usando mi poder como reina. ¿Te gustaría que te ayudara?

Los ojos de Antonia se iluminaron, como el de un niño que ve un dulce. Una vez más, a la reina le pareció muy dulce, lo que le hacía sonreír casi inconsciente.

—¿Puede ayudarme? Eso sería... no sabría cómo pagarle —respondió la joven, tomando ambas manos de la reina con ilusión, aunque ella no notó cómo se estremeció al contacto.

—Ya veremos eso después, pero tengo una idea de cómo librarte del compromiso —dijo sonriendo con suficiencia.

Por primera vez en mucho tiempo, Antonia sintió su corazón aliviado, por lo que pudo hablar de trivialidades el resto del tiempo con la reina, con la cual se sentía muy cómoda, como si fueran amigas desde pequeñas.

Al cabo de unos días de aquel encuentro, Antonia fue convocada por decreto real para ser doncella de la reina, quien al ser ignorada por su esposo, tenía ciertas libertades. Antonia se libró así del compromiso, y sus padres fueron generosamente recompensados por entregar a su hija al servicio de la reina.

Los días dejaron de ser melancólicos para la reina Ángela, gracias a su hermosa doncella, quien le hacía compañía en todo momento, excepto al dormir. Su inocencia le parecía encantadora, su voz adorable, y a veces, su olor también le parecía agradable.

Pasaron varios meses en una convivencia amistosa, Antonia realmente sentía una complicidad única con la reina, tan así, que temía que no fuese cierto. Pero Ángela, cada vez que su doncella la tocaba, ya sea para peinarle, o ayudarle a colocarse algún accesorio, no podía evitar sentirse nerviosa.

Ya no le bastaba sólo con verla cada día, sentía curiosidad por ver su cuerpo desnudo, y se inventaba a sí misma que era sólo para comparar su propio cuerpo con el de alguien más joven. Era tal su deseo, que estuvo varios días pensando cómo llevar a cabo su cometido de una forma que se viese natural y no forzada.

Entonces vino la idea a su cabeza. Llamó a Antonia, indicándole que se irían unos días de palacio, a las termas de la montaña, la cual tenía una residencia exclusiva para el uso de la realeza.

—Es un lugar maravilloso, Antonia, además de descansar, las aguas termales rejuvenecen tu piel, haciéndote más hermosa de lo que ya eres —le contó sonriendo.

—Sería la primera vez para mí, ¡no puedo esperar!

Las palabras de la joven causaron un pequeño brinco en el corazón de la reina. Le emocionaba la idea de tener a Antonia sólo para ella día y noche. Partieron al día siguiente al amanecer, al llegar a la tranquila residencia, la cual era atendida por una pareja de ancianos, ya estaba anocheciendo.

La reina entonces sugirió que se dieran un baño caliente antes de dormir, con la excusa de que Antonia las conociera. Su corazón latía acelerado, luego de que la joven asintiera y se dirigieran a una de las termas naturales.

Todo parecía muy tranquilo y agradable, pero una vez que llegaron a la terma, Antonia se sintió inexplicablemente nerviosa. Recién en ese momento se dio cuenta que se desnudaría frente a la reina, que vería a Ángela desnuda. La tensión se hizo notoria entre ambas, pero la reina simplemente comenzó a despojarse de sus túnicas en frente de la desconcertada Antonia.

La joven tragó saliva al ver a la reina desnuda frente a ella, tal como pensaba, era hermosa. Todo aquel ropaje escondía esa belleza, estaba atónita, hasta que escuchó que la llamaban.

—¡Antonia! ¿Qué esperas? El agua está deliciosa —le sonrió la reina, aunque la joven pudo notar una actitud diferente.

Antonia sabía que no tenía sentido girarse, ya que la reina no le quitaría la vista de encima de todos modos, así que comenzó a desvestirse con cierta timidez. Sin levantar la mirada, avanzó para introducirse en el agua caliente, con tan mala suerte que resbaló, sin embargo, fue interceptada por la reina al caer al agua, por lo que no se hizo daño.

El problema fue, que debido a que cayó sobre la reina, sus pechos se estaban tocando, al mismo tiempo, Ángela la tenía abrazada por la cintura, apegándola hacia sí, lo que hizo que Antonia se sintiera aún más avergonzada, su rostro estaba completamente rojo, y no era capaz de levantar la mirada.

—Antonia, no te avergüences. Mírame —le ordenó con voz grave la reina, que se encontraba bastante excitada a esas alturas.

Antonia obedeció encontrándose con la intensa mirada de Ángela, que reflejaba el deseo descubierto hacia ella. Sin ninguna dilación, la reina se acercó, atrapando su boca en un beso, recorriendo con su lengua su interior, contagiando a Antonia de ese fuego que crecía en su cuerpo.

Lentamente fue empujando a Antonia hacia el borde. Se separó de su boca, sólo para ver su mirada perdida en el deseo, a pesar de que la joven no entendía bien lo que pasaba, sólo quería más de lo que le estaba haciendo la reina, porque se sentía demasiado bien.

Ángela recorrió con besos húmedos su cuello, algo que anhelaba hacía mucho tiempo. Se tomó la libertad de masajear sus pechos también, lo que arrancó varios gemidos placenteros de parte de la joven.

—No sabes el tiempo que llevo deseando hacer esto— le dijo la reina. Antonia jadeó por toda respuesta, el agua caliente, la lengua de la reina en su cuello, sus manos en sus pechos, eran demasiadas sensaciones nuevas a la vez. Sólo tenía en claro una cosa: que le pertenecía completamente a la reina Ángela.

A pesar de que debía sumergir la mitad de su cabeza, la reina comenzó a lamer los pechos de Antonia, los cuales no podía dejar de tocar y pellizcar, además, los gemidos de la joven no hacían más que estimularla todavía más. Sus manos traviesas siguieron recorriendo el cuerpo curvilíneo de la joven, su piel era maravillosamente suave, tocarla, besarla y acariciarla se sentía como lo correcto por primera vez en su vida.

Tocó la cara interna de sus muslos, y notó cómo Antonia se estremecía, debido a que esa zona se había vuelto sensible gracias a las atenciones de la reina. Con un par de dedos se ubicó en su sexo, al introducirse levemente, comprobó que la joven estaba muy húmeda, pero prefirió primero estimular ese nodo de placer, con lo cual, Antonia enloqueció de placer, sin poder callar sus gemidos, que se hacían cada vez más fuertes.

Se abrazó con fuerza a la reina, que observaba fascinada su expresión de placer mientras continuaba estimulándola. Le encantaba escuchar gemir, más aún cuando gritaba su nombre, era completamente excitante. Antonia sentía que todo su cuerpo estaba ardiendo, sólo con el toque de la reina, sentía que su sexo se derretía, aunque en realidad se estuviese mojando.

La reina observó fascinada cómo Antonia alcanzó el clímax, su cuerpo se relajó, lo notó porque su abrazo aflojó su agarre. Su pecho ascendiendo y descendiendo rítmicamente, tratando de calmar su respiración, la hacía ver más sexy por alguna razón, necesitaba más de ella, quería más, quería escucharla gemir su nombre nuevamente.

—Creo que deberíamos salir del agua, Antonia. Vamos a la cama.

La reina la ayudó a salir, para que no resbalara nuevamente. Ambas se envolvieron en toallas y se fueron directamente a la habitación destinada a la realeza. El nerviosismo de Antonia se había disipado y había sido reemplazado por una creciente ansiedad, quería volver a sentir lo que había sentido en aquella poza de agua caliente, pero sobre todo, también quería hacerle sentir a la reina igual de bien que ella misma.

Una vez en la habitación, Ángela echó cerrojo a la puerta, e inmediatamente se despojó de la toalla. Antonia hizo lo mismo, esta vez no hizo falta que se lo pidieran. Se fundieron en un apasionado beso, y nuevamente Ángela empujó a la joven, pero esta vez a la enorme cama con doseles de la habitación.

Había algo que le causaba mucha curiosidad, y era el sabor de Antonia. Le abrió las piernas, besó con cautela sus muslos, mientras la joven esperaba conteniendo la respiración, hasta que llegó a su sexo, donde hundió su lengua suavemente, lo que hizo gemir a Antonia. La reina sonrió, y continuó recorriendo su húmedo interior, le impresionaba que siguiera tan mojado, y que continuara mojándose mientras tenía su lengua allí.

—Te demostraré cuánto te amo, mi bella Antonia —murmuró la reina.

Dicho esto, introdujo un par de dedos en su interior, mientras su lengua continuaba estimulándola. Sentir con sus dedos el interior de sus carnes era una sensación nueva y exquisita, ya que parecía comprimirse alrededor de sus dedos, y al mojarse más podía probar más con su lengua, era, definitivamente, un éxtasis.

Antonia, sin embargo, no esperaba ser estimulada de esa manera, por lo que sus gemidos no se hicieron esperar, y pronto llegó al clímax, gritando una última vez el nombre de Ángela. La reina sonrió complacida, y se recostó para observar el hermoso cuerpo de su doncella, deleitándose con sus curvas naturales.

Una vez que se hubo calmado, Antonia, con cierta timidez, se giró hacia la reina.

—Permítame demostrarle mi amor también, alteza.

—Te he dicho que puedes llamarme por mi nombre, Antonia.

Antonia dudó un momento, la vergüenza había vuelto de repente. Pero decidió ignorarla para conseguir lo que quería.

—Ángela, permíteme demostrarte cuánto te amo también.

La reina sonrió, complacida al ver a Antonia decir en voz alta sus propios deseos a pesar de su vergüenza.

—Mi cuerpo es tuyo, Antonia, lo es desde que nos besamos.

La joven volvió a avergonzarse, pero para no volver a acobardarse, se lanzó hacia la reina para besarla. Sus besos le calentaban el cuerpo y el corazón. Entonces, como una revelación, supo que así es como debía sentirse el amor.

Aquella fue la primera noche de la larga historia de amor que compartieron juntas la reina Ángela y su doncella Antonia, y se dice también, que estuvieron juntas hasta la muerte.

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