El infierno
Me llamo Yami, cosa rara, considerando que soy un ángel y significa oscuridad. Poco recuerdo de mi vida pasada como humana, pero según me dijeron, estoy aquí porque mi hora llegó antes. ¿Qué clase de eufemismo es ese, por dios?
Se supone que cuando mueres, tu alma pasa a convertirse en ángel o demonio. Aunque todo es muy lindo aquí en el territorio angelical, en la isla flotante llena de cascadas, es infernalmente aburrido. No me asignaron ninguna tarea aún, porque soy muy nueva y todo eso, así que tengo mucho tiempo libre y me aburro brutalmente. Varias veces me he parado al borde de la cornisa, sólo para mirar lo que hay abajo. El infierno está ahí, donde viven los demonios, pero suena como si estuvieran en una fiesta eterna. La curiosidad me carcome cada día más, pero cada vez que estoy a punto de lanzarme al vacío, algún maldito ángel aparece y me dice que me aleje porque es peligroso.
Lo peor es que no he visto ninguna angelita que sea atractiva para mí, literalmente no sé qué hago aquí, ¿no debería estar en el infierno por sentirme atraída a las mujeres?
No sé cuánto tiempo llevo aquí, ya que todo luce bastante igual todo el maldito tiempo. Lo más interesante que he visto en este lugar es la fuente de la muerte, una fuente ubicada en el centro de la isla en la que puedes ver tu muerte en su reflejo. Pero hoy, las cosas van a cambiar. Me escaparé a la hora del trueque infernal. Aunque a muchos ángeles les avergüenza, lo cierto es que hacemos trueques con los demonios. Y hoy es día de trueque. Está en un extremo de la isla, donde hay una especie de muelle que flota literalmente. No sé usar mis alas, ni siquiera sé si tengo, por eso es que quiero ir con el demonio que le toque venir a hacer el trueque. He notado que se turnan, porque la guardiana angelical siempre saluda preguntando por otro demonio. En realidad sólo he visto este evento dos veces así que no es cien por ciento seguro. Me gustaría creer que mi teoría sobre las cosas que pasan en esta penosa isla flotante son ciertas.
Escuché la voz de la guardiana riéndose, y podría jurar que su risa era de coquetería. ¿Le estaba coqueteando a un demonio? Eso definitivamente tenía que verlo. Naturalmente, en ese sector había un bosque para ocultar un poco el muelle del trueque, así que mantuve escondida en él para poder espiar mejor.
Entonces las vi. No era la misma guardiana de siempre, era una nueva. Su cabello era largo y blanco, como el de Tormenta (que no recuerdo exactamente quién es, pero supongo que cuando era humana lo sabía), su piel trigueña, era alta y esbelta, sus pechos y su trasero eran proporcionales, se notaba incluso a través de esa ridícula túnica blanca que nos hacían usar. Era hermosa. En cuanto a la otra chica demoniaca... ella era simplemente gloriosa. Su cabello era rojo como el fuego, y lo llevaba trenzado casualmente, lo que la hacía más linda. Su piel era pálida como la nieve, y su cuerpo era voluptuoso, te llamaba a la lujuria, sus curvas me hicieron perder la compostura totalmente, literalmente me tenía babeando.
Así que comprendí que la chica nueva se comportara de forma coqueta ante tal presencia. De hecho, no me di cuenta cuando salí del bosque y caminé hipnotizada por esa figura demoníaca. Era el pecado en persona, nunca pensé que afirmaría algo así.
Ella se dio cuenta que me acercaba, pero no me miró hasta que me puse frente a ella, mi corazón martilleaba como loco de la emoción.
—Quiero ir contigo al infierno —le solté. Ella me miró sorprendida por unos segundos. Luego soltó una carcajada suave pero profunda, no sé cómo describirla.
—Qué intensa. No puedes ir al infierno conmigo.
—¿Por qué no? —pregunté decepcionada, incluso puse mi cara de puchero.
—No creo que puedas volver aquí si vas.
—Esa es la idea, me muero de aburrimiento.
Ella me miró con cierto desprecio. Suspiró largamente, parecía cansada de mí y eso que apenas nos conocimos.
—Es bastante difícil mantener el orden ahí abajo, ¿sabes? No puedo ni quiero estar cuidando de ti todo el tiempo.
—Me puedo cuidar sola.
Me miró de arriba abajo, escudriñándome. Yo observé sus pequeños cuernos en su frente. Noté que sus ojos eran de color anaranjado. Los míos habían cambiado a un color violeta. Porque estaba segura que mis ojos no eran de ese color antes.
—Vamos, entonces.
Yo me dispuse a seguirla, pero de pronto la otra chica me agarró del brazo.
—¡Espera! ¡No puedes irte así!
—Claro que sí.
—Iré con ustedes —dijo mirándonos con determinación.
—¿Cuál es tu nombre? —me preguntó la demoníaca mujer.
—Yami.
—¿Y el tuyo? —le preguntó a la chica.
—Hikari.
—Bien. Yami, Hikari, me presento, yo soy Akuma, y no soy una maldita guía turística. No pienso ir con dos malditas ángeles todo el camino de regreso.
—Iré contigo como sea, la que no debería venir es Hikari —volteé a mirarla molesta. Me arrepentí al segundo de haberla mirado así. Era demasiado adorable, parecía realmente preocupada.
—Pero no puedo dejarte ir sola al infierno, ¡es muy peligroso!
—Hikari, no hago nada aquí, me aburro. Ni siquiera puedo volar.
—¿No sabes volar? ¿Cómo diablos piensas llegar abajo? —me gritó Akuma.
—Pensé que no era necesario...
Hikari se rio genuinamente. Yo me enojé y avergoncé al mismo tiempo. Para mi sorpresa, Akuma también se rio.
—Hikari, ¿tú sabes volar? —le preguntó.
—Sí, lo sé.
—Hikari te llevará, después puedo llevarte un tramo yo.
Entonces ambas extendieron sus alas, las de Hikari eran de plumas blancas, mientras que las de Akuma eran las típicas alas de murciélago negras, aunque mucho más grandes. Ahí fue cuando noté que tenía una cola negra con una punta de pica al final, no podía creer cómo podía ser tan ciega.
Hikari me abrazó por la cintura, lo que me hizo sentir algo avergonzada, ya que sentía perfectamente sus pechos en mi espalda. Akuma se lanzó al vacío sin más, así que
Hikari se elevó conmigo para lanzarse en picada tras ella. Había una especie de agujero extraño, que parecía la entrada de un túnel, era de muchos colores, entonces Hikari me dijo al oído que esa era la entrada al infierno y sólo se abría cada cierto tiempo, y que probablemente era un agujero de gusano, como el que explicaban Einstein y Rosen.
Me quedé bastante sorprendida por lo que me dijo, y también por la rápida complicidad que sentía con ella.
Nos sumergimos en el túnel tras Akuma, y pronto llegamos a una isla flotante parecida a la que estábamos, sólo que más lúgubre. De alguna manera, se sentía similar y diferente a la vez. Akuma se giró, sus ojos brillaban en medio de esa oscuridad de manera fascinante.
—Bienvenidas al infierno, señoritas. Esta es la primera isla, por aquí nunca hay nadie, así que iremos a la isla central.
Algo en su actitud había cambiado, ya no era tan amable como en la isla angelical. Nos adentramos un poco en la jungla, rodeamos un pantano y nos acercó a un portal que claramente era el camino corto a la isla que mencionó.
Una vez que lo atravesamos todo cambió drásticamente. El lugar era como un suburbio, no parecía una isla, parecía casi una ciudad humana. Había una gran diversidad de demonios, que al parecer habían conservado su aspecto humano. Nadie nos prestaba atención, por lo que supuse que no era la primera vez que unos ángeles pasaban por allí. El lugar estaba lleno de bares, moteles y puestos de comida en la calle. Había mucho movimiento, así que Akuma nos pidió que no nos alejáramos de ella.
Pero en algún momento la perdimos de vista al pasar entre medio de mucha gente, y de pronto sentí un golpe en mi cabeza.
Desperté en un lugar blando, y mientras recuperaba la vista noté que estábamos rodeadas de demonios, de toda forma y tamaño, y todos estaban desnudos. Estábamos en medio de una orgía. Hikari estaba apoyada en mi espalda, entonces noté que también estábamos desnudas. Y aunque no estábamos atadas, no podíamos separarnos.
—Hikari, ¿notaste que no podemos separarnos?
Hikari estaba demasiado silenciosa, así que supuse que se sentía avergonzada. En aquella habitación en especial había muy pocos hombres, eran en su mayoría mujeres. Por la forma en que gemían, diría que lo estaban pasando muy bien. Todos tenían un aspecto humano y diverso, excepto por los pequeños cuernos en la frente que todos ostentaban.
Pellizqué la espalda de Hikari para que reaccionara, haciendo que lanzara un gritito que parecía un maullido de gatito.
—Estamos atadas por un lazo mágico, usaron un hechizo con nosotras.
—Por fin reaccionaste, creí que te perdí —le respondí con sarcasmo.
—Bienvenidas a mi morada, ángeles.
Era la voz de Akuma. Volteamos a verla al mismo tiempo, y su aspecto ya no era el mismo, su cabello estaba suelto y parecía flotar, dándole un aura rojiza, tampoco llevaba el traje ajustado de antes, en vez de eso su cuerpo estaba amarrado con cuerdas rojas de tal forma que resaltaba sus pechos, era difícil mirarle el rostro. El arte del bondage era realmente una delicia a los ojos. Ya estaba emocionada.
—Ya se me hacía extraño que quisieras traernos gratis.
—Todo tiene un precio, Yami, tanto en la vida como la eternidad.
Hizo un movimiento con su mano que hizo que ambas nos moviéramos contra nuestra voluntad para dejarnos de rodillas una frente a la otra.
Hikari estaba temblorosa y estaba sudando, su cara estaba roja. Algo le estaba pasando, ya no tenía el aspecto tan puro de antes. Volteé mi rostro hacia Akuma, levanté mi ceja derecha en señal de interrogante. Ella volvió a reírse en mi cara.
—¿Qué le hiciste?
—Le devolví la lujuria a su cuerpo, nada más. Y adivina quién será la encargada de apaciguarla.
Tragué saliva. Supuse que no era coincidencia que ambas estuviéramos desnudas.
—No te preocupes, Yami, también liberaré tus deseos.
Dicho esto tocó el centro de mis pechos con su dedo índice y algo se liberó dentro de mí. Mi cuerpo comenzó a reaccionar a lo que pasaba a mi alrededor. Mi cara enrojeció, me sentía acalorada y mi entrepierna estaba húmeda. Pero aun así, no estaba en el mismo estado que Hikari. Ella me miraba suplicante, sus ojos brillaban con intensidad y se movía como si tuviera comezón entre los muslos.
—Ahora las dejaré moverse, disfrútenlo.
Akuma se rió de forma traviesa esta vez, y se alejó nuevamente de nosotras. Me preocupaba Hikari, que había terminado ahí en ese lugar por mi culpa. Me acerqué más hacia a ella, la abracé para poder hablarle al oído.
—Hikari, ¿estás bien? Dime algo por favor —le supliqué.
Ella rodeó con sus brazos mi cintura, y me empujó de tal forma que quedé recostada debajo de ella.
—Yami, tienes que ayudarme. No puedo aguantar más, este deseo doliente que siento por ti.
No me dio tiempo para responderle, porque apenas terminó de hablar, me besó, su lengua recorría mi boca entera, primero suavemente, luego con rapidez. Al mismo tiempo frotaba su sexo contra mi muslo izquierdo, estaba muchísimo más húmeda que yo. Sin dejar de besarla, tomé con mis manos sus glúteos, tomando el ritmo de su movimiento. Cada vez se sentía más resbaloso por mi muslo, y yo cada vez me mojaba más con sus gemidos. Hikari se recostó sobre mí, y con su mano comenzó a recorrer hasta mi sexo. Con sus dedos separó gentilmente los labios mayores e introdujo un dedo en mi interior. Se sentía tan bien, así que hice lo mismo con ella. Sus paredes internas se apretaban en torno a mis dedos, era una sensación exquisita y excitante. Moví mis dedos hacia adentro y afuera al igual que ella, se sentía cada vez más húmedo e intenso, así que a veces mordí su cuello, o me besaba con furia. Podía hacer aquello por siempre. Escucharla gemir mi nombre, sentir su interior con mis propias manos, morder su piel, sentir su lengua danzar junto a la mía, era maravilloso.
Estuvimos mucho tiempo así, probé ese elixir exquisito que emanaba de su sexo, y aunque luego del primer orgasmo a Hikari se le pasó el efecto afrodisíaco, lo cierto es que seguimos explorando nuestros cuerpos. Mientras besaba su vientre, lamía sus pechos y mordía su cuello, tenía ciertos flashbacks de mi memoria humana, ya que yo ya sabía hacerle el amor a una mujer. Y cuando me detuve para contemplar el bello rostro de Hikari, la vi en otro lugar, en mi memoria humana, ella también estaba en mis brazos. Entonces lo comprendí, nuestras almas estaban destinadas a estar unidas por siempre, porque eran una sola en la vida terrenal y también en la eternidad.
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