Alexandra
Había jurado su espada, su corazón y su alma, a su reina. Alexandra, más conocida como Alex, por fin había logrado ser comandante real, y sentía su pecho lleno de orgullo mientras veía como la reina se acercaba a ella a condecorarla.
Ahogó un suspiro cuando la tuvo frente a frente. Su rostro serio, su cabello largo y azabache, y aquellos ojos oscuros que la hacían perderse en extraños pensamientos que intentaba evitar... Estaba muy cerca de ella, quería abrazarla y saltar de alegría como cuando eran niñas que entrenaban juntas; pero debía contenerse, su lugar no era ese, no eran sus brazos.
La reina Helena le brindó una sutil sonrisa, un gesto secreto que se sintió íntimo para ambas, a pesar de que toda la corte estaba ahí en el salón del trono.
—Es un gran honor para mí, nombrar a Alexandra hija de Xena, Comandante Real del Ejército. Esta noche, la honraremos en un gran baile, y las puertas del castillo estarán abiertas para nuestra gente y aliados.
Se escucharon aplausos y ovaciones, hacía mucho tiempo que no se celebraban fiestas en el castillo, por lo que los ánimos y la moral estaban a tope esperando la gran noche. La reina se retiró, no sin antes indicarle a Alex que la acompañara.
La comandante la seguía nerviosa, ya que estaban completamente solas recorriendo los pasillos del castillo. Le llegaba una pequeña estela del dulce aroma de la reina, que la hacía desconectarse de la realidad. Se preguntaba si Helena había adivinado sus sentimientos, la mayoría de sus compañeros de la milicia la molestaban diciéndole que estar enamorada de la reina sería su perdición.
Temía que sus sentimientos fueran tan evidentes que la alejaran de Helena. A pesar de esto, estaba feliz de convertirse en su mano derecha, ya que pasaría más tiempo con ella. Pero eso también significaba que debía controlar más sus emociones, no dejar que la dominaran.
Llegaron a un pequeño cuarto que al entrar se veía un gran ventanal, con un escritorio debajo, y tanto a la derecha como a la izquierda había estantes repletos de libros y pergaminos.
—Perdona el desorden, pero usualmente vengo sola aquí —dijo Helena.
Aquella afirmación puso nerviosa a Alex, que sentía como si no tuviera que estar ahí. La reina intentó ordenar un poco, se sentía algo avergonzada de tener su espacio así de desordenado.
—No se preocupe, su majestad. ¿Tenía algo que decirme?
—Ah sí, es cierto —se detuvo, apoyándose en la mesa de escritorio— te traje aquí porque nadie nos escuchará. Pero de todas formas, acércate un poco más, ven aquí a mi lado.
Alex asintió, su pulso se aceleró, no esperaba estar tan cerca de Helena. Se apoyó también en la mesa, mirando tímidamente hacia el rostro de la reina. Sus manos estaban a punto de tocarse, lo que la ponía más nerviosa. Pero sentía curiosidad por lo que quería decirle Helena, así que se esforzó para mantener la calma.
—Esta noche, varios pretendientes vendrán al baile. El concejo me está presionando hace mucho con que debería tener una heredera. Lo que ellos no saben es que ya adopté a una niña, y la he estado cuidando en secreto hasta que llegue el día de presentarla. Visité algunos orfanatos, nadie era consciente de mis verdaderas intenciones. Hasta que un día la encontré. Es curioso, me recordaba mucho a ti cuando eras pequeña. Nuestra conexión fue instantánea. Ella es muy pura e inocente, así que supe que sería una gran sucesora. Eso fue hace 3 años ya. Había mucho trabajo que hacer, pero le he enseñado todo lo que sé. Temía que no quisiera ser como yo, que al final, tuviera que ceder a los caprichos del concejo. Pero me ha dicho que le gustaría ser como yo, una reina fuerte y benevolente. Me ha hecho muy feliz escuchar esas palabras. Ahora sé que depende de mí en que reina se convertirá después. Tú sabes que los vientos de guerra se aproximan, por eso te quiero como mi mano derecha. Por eso también es importante tener una sucesora. Esta noche les presentaré a todos a mi hija, y quiero que estés atenta a cualquier problema que se origine por esto. Sé que es tu gran noche, Alex, pero sólo puedo confiar en ti.
Helena tomó las manos de Alex, y le sonrió dulcemente. La comandante se sintió feliz, su pecho tenía una grata sensación de calidez.
—Prometo proteger a la princesa con mi vida igual que a ti, Helena.
Alex se sonrojó inmediatamente al terminar la frase, arrepintiéndose por haberla llamado por su nombre, e inclinó el rostro tratando de ocultarle su vergüenza.
—Hace mucho que no me llamabas por mi nombre, Alex— le dijo la reina, levantando su mentón con una mano, y luego acariciando su mejilla. Añoraba esa libre cercanía que tenían ambas cuando eran más pequeñas, pero ahora sentía cada vez más lejos de sí a su querida Alex. Sorprendentemente, ella posó su mano sobre la que la reina tenía en su mejilla, cerrando los ojos ante el suave contacto.
Helena de pronto se sintió nerviosa por la reacción de Alex. ¿Acaso ella sentía lo mismo? Se preguntaba, sin dejar de observarla. La comandante abrió sus ojos, y le dedicó esa sonrisa boba que hacía cada vez que le gustaba algo. La reina se lamentó haber sido tan ciega hasta aquel momento. Era ella la que se había alejado de Alex en todo ese tiempo.
Se quedó mirando fijamente esos ojos color miel, coronados por esas largas pestañas que siempre le habían llamado su atención. Pero no era sólo eso lo que llamaba su atención, sus labios siempre eran demasiado atrayentes para Helena. "Tal vez, sólo por una vez, debería probarlos" pensó la reina absorta. "Alex no se atrevería a arruinar nuestra amistad, ni perder su posición por besarme, pero yo no tengo nada que perder" seguía convenciéndose Helena.
Lentamente se inclinó hacia la comandante, hasta que atrapó la boca de Alex, que ahogó un suspiro mientras se dejaba llevar por aquel suave vaivén húmedo de sus lenguas entrelazadas. Se sentía tan bien, que olvidó por completo que aquello no debía ser, porque su deseo por la reina era más fuerte que su deber como comandante.
La reina se separó un momento después, porque aquel beso estaba avivando aquel fuego que intentaba apagar hace años. Cuando supo que amaba a Alex, se obligó a sí misma a no hacer nada que perjudicara a su amiga, y darle esperanza a algo que no tenía futuro podría ser peligroso y cruel. Sin embargo, también era consciente de las jugarretas del destino, que a veces las oportunidades no se daban una segunda vez.
Alex se aclaró la garganta, y se alejó de inmediato tratando en vano de disipar la tensión del ambiente. Se maldijo internamente por dejarse llevar, ella no podía permitirse distraer a la reina de sus deberes.
—Nos vemos esta noche, su majestad.
Y se retiró lo más rápido que pudo del lugar, sin dar espacio a réplicas de parte de la reina. Helena sonrió al verla correr, porque con esa actitud sólo confirmaba que sus sentimientos eran mutuos. Si había sido arduo para la reina contenerse, para la joven comandante debió haber sido todo un desafío.
La noche llegó por fin, trayendo consigo todas las dudas, temores y fantasías de cada persona de aquel reino. El castillo rebosaba de gente, música alegre animaba el ambiente, y varios mozos iban de aquí para allá llevando comida y bebida a todos los invitados.
Alexandra estaba al pie del trono, bebiendo una copa de hidromiel, esperando nerviosa la llegada de la reina, que presentaría a su hija como heredera oficial a todo el reino. Notó cuando entró, debido a que la música se detuvo, y los murmullos a su alrededor no se hicieron esperar.
Helena estaba ataviada con un vestido de terciopelo rojo adornado con detalles dorados por donde debería haber costuras. Se veía hermosa e incluso inalcanzable, lo que hizo que el corazón de Alex se encogiera. Detrás de ella, la seguía una doncella, con sus mejillas sonrojadas, y la mirada clavada en la reina, estaba claramente nerviosa, y usaba un vestido a juego con el de la reina, pero de color azul.
La reina se posicionó frente al trono, y sonrió ampliamente a todo el mundo.
—Bienvenidos a la celebración del nombramiento de la comandante Alexandra, a quien tengo el agrado de confiarle la seguridad de este reino. Además, aprovecho esta hermosa velada para presentarles mi heredera oficial, la princesa Kassandra.
Señaló con un gesto a la doncella, y la joven se adelantó e hizo una pequeña reverencia a todos los invitados, que aplaudieron sorprendidos por la humildad de la princesa.
—Que comience la fiesta —dijo Helena, haciendo un gesto a los músicos que de inmediato retomaron las alegres melodías.
Alexandra enseguida pidió otro trago, de momento aquello había salido bien, pero notó unas cuantas miradas de desaprobación de algunos pretendientes de la reina. Helena tenía razón, la princesa podría estar en peligro por los celos de aquellos hombres que ansiaban robarle el reino.
Sin embargo, algunos miembros del concejo, se acercaron a felicitar a la reina e intercambiar unas cuantas palabras con la princesa, que a pesar de estar avergonzada, hacía su mejor esfuerzo para demostrar que era aprendiz de Helena.
Mientras tuviera la aprobación del concejo, no importaban realmente los pretendientes, pero a pesar de esto, Alex sintió que debía protegerlas de todas maneras. A pesar de que seguía tomando tragos de hidromiel, aunque la noche avanzaba, la comandante se mantenía imperturbable cerca del trono, vigilando muy de cerca a Helena y a su hija.
—Entonces, ¿cuidarás de ellas, Alex? —le preguntó de pronto una anciana del concejo, la vieja Alma, quien había sido tutora de ella y Helena en su niñez.
—Sí, es una promesa —contestó la comandante, recuperándose rápidamente de la repentina aparición de la anciana. Lanzó una mirada de reojo a Helena, quien la notó y le sonrió con cariño.
—Pobre Alex. Debiste casarte con ella hace tiempo.
Alex se sonrojó ante la propuesta de la anciana. Se reprochó a si misma por ser tan evidente.
—No soy digna. Soy una simple plebeya, una espada que lucha en su nombre.
—Tonterías. Las conozco desde niñas, y ustedes simplemente nacieron para estar juntas. Ese amor tan puro que tienen es lo que te hace fuerte, Alex querida. Mírala. Ella nunca se casó, y hasta consiguió una heredera para continuar así. ¿Te has preguntado por qué no se ha casado en todo este tiempo?
—No puede ser por eso...
—Claro que sí, deja de perder el tiempo, o la perderás para siempre.
—Pero... —alcanzó a decir Alex, pero la anciana ya no estaba.
Como ya habían pasado varias horas, Alex se acercó a la reina, intentando aparentar calma, para ofrecerles escolta hasta sus aposentos, para que pudieran descansar. Helena la miró con un rostro inexpresivo, parecía estar pensando en algo muy lejano a aquel salón.
—Claro, comandante, me parece una buena idea. Te guiaré hasta la alcoba de Kassandra, ya que sólo ella y yo conocemos su ubicación.
Alex asintió con una ligera reverencia, y siguió a la reina. En el camino se cruzó con su teniente, a quien lo dejó a cargo en su ausencia. El hombre sonrió pícaramente, pero no le soltó ninguna broma, sólo asintió con formalidad, pensaba molestarla al día siguiente.
El camino fue un poco más largo esta vez, ya que la habitación de la princesa estaba bastante alejada del salón donde se hacía la celebración. La joven se despidió con un tímido "gracias" dedicado a la comandante, y una ligera reverencia a la reina.
Luego, Helena le indicó a Alex que la siguiera, quien había logrado calmarse y mostrar su habitual seriedad. Todo el camino lo hicieron en silencio, pero ninguna de las dos se sentía incómoda con ello. Sólo fue roto por Helena cuando estuvieron frente a la puerta de sus aposentos.
—Alex, creo que deberías quedarte aquí esta noche, sólo por seguridad.
—Majestad, no creo que sea buena...
Pero Helena tiró de su brazo con fuerza para hacerla entrar a la habitación. Una vez que entró, echó un grueso cerrojo a la puerta, para luego mirar directamente a los ojos de la comandante.
—Es una orden, comandante.
Alex retrocedió, aquella voz autoritaria de la reina era su debilidad. Tragó saliva, y recordó las últimas palabras de la anciana. Con el corazón acelerado, se acercó a Helena, tomó con ambas manos su rostro, y la besó, con la esperanza de no ser rechazada. Helena, que no se esperaba eso, cedió casi de inmediato, y correspondió con cierta voracidad.
Ya no tenía sentido contenerse, ambas se deseaban, ambas sabían lo que querían. Alex se separó de Helena, juntando su frente con la de ella, mirando a sus ojos, acariciando su mejilla.
—Alex, quítate la coraza —murmuró la reina.
Alex obedeció, también se quitó el cinto en el que cargaba su espada. Estaba desarmada, y por alguna razón, se sentía libre, liviana, sin peso sobre sus hombros o su corazón. Se quedó esperando, observando a Helena, quien comenzó a quitarse el vestido, y sólo quedó el camisón que usaba debajo. Alex atinó a quitarse las botas, y el resto de la ropa, para quedar sólo en ropa interior.
Helena le llamó con una mano hacia la enorme cama, a la que Alex caminó aún con cierta timidez. La reina una vez que la tuvo cerca, retiró cuidadosamente las vendas que escondían los pechos de Alex. Cuando éstos fueron liberados, los contempló unos segundos antes de acariciarlos, para finalmente besarlos.
Recorrió con besos también el cuello de Alex, con sus manos recorría la suave piel de su espalda, su vientre, sus muslos y sus pechos. La comandante no quería quedarse atrás, y repartía besos entre el hombro y el cuello de Helena, cuyo olor le fascinaba.
No pasó mucho tiempo para que ambas estuvieran desnudas, descubriéndose, amándose, besándose con devoción, acariciándose con ternura, mordiendo con fervor, bebiendo de su interior.
Helena se había entregado a ese fuego que Alex despertaba en su interior, ya nada importaba, sólo quería fundirse con ella, beber de ella, sentirla dentro de ella, gemir su nombre hasta no poder más.
Alex sentía como si el tiempo se hubiese detenido sólo para ellas dos, para descubrir el sabor de Helena, para percibir su piel ardiendo por el contacto con la reina, para perder la cabeza con un solo toque de Helena.
Porque sentir la lengua húmeda bebiendo de ella, estimulándola como nunca, era lo que en secreto Alex siempre deseó, llegar al clímax mientras aún estaba en la boca de la reina, quien además parecía disfrutar con cada reacción de su comandante.
Pero sentir con sus propios dedos el interior húmedo de Helena, era más de lo que sus pecaminosos sueños le podrían haber mostrado, ver el rostro de la reina contraerse de placer, escucharla gemir su nombre, probar su sabor intenso, y verla desplomarse en la cama, para contemplar su hermoso cuerpo, fue la mejor experiencia que comprendió que hace años la perdía.
Alex la observaba con una mirada llena de amor, ya no sería una cobarde, había decidido quedarse a su lado desde aquel momento. Helena notó que tenía la mente en otra parte, y la llamó a su lado.
—Helena, tal vez hace mucho tiempo debí decirlo, pero... yo te amo.
—Yo también te amo, Alexandra. La noche es nuestra, no pierdas el tiempo en oscuros pensamientos.
Cuando terminó de hablar, la reina besó con cargada pasión a la comandante. El deseo nuevamente se apoderó de ambas, aquel fuego que tanto habían intentado apagar, ahora ardía intensamente en sus almas, tanto que ni siquiera el amanecer logró extinguirlo.
Y en los días siguientes, un gran anuncio se hizo por todo el reino: la reina Helena había encontrado esposa, su amada Alexandra.
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Nota: Llevaba tiempo sin actualizar Cuentos de Afrodita. Es que no he podido superar mi adicción por mi ship favorito y he escrito cuanto fanfic se ha venido a mi mente para intentar superarlo, pero no ha servido de mucho la verdad. Tengo varios relatos pendientes, espero poder actualizar pronto. Muchas gracias por sus votos y comentarios, me hace feliz saber que les gusta mi trabajo :)
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