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DESCENSO ‖ EL CONCILIO DE LOS OCULTOS


Por un momento no había nada más que aquello. La simplicidad de un sentimiento sin nombre y la picazón de sus dedos rozando los mismos hilos de una magia misteriosa. La decadencia de una figura esbelta de orbes brillantes y pómulos marcados.

La criatura frente suyo, una bruja, se recordó, no era más que una sombra de hilos desafinados y ensueños rotos. «Peligrosa» decían unos. Corrían rumores a través de los pasillos de la capilla de Cidarys, en las Montañas Azules. Rumores sobre quién era ella y que había sido, lo que había hecho y lo que no podría hacer jamás. Los espíritus del velo también se lo habían susurrado en sus sueños al ver una escena bastante curiosa, una representación del pasado o acaso, ¿había sido el futuro?: «malas amelin me halam, arrastrera de sueños». Espero que encuentres un nuevo nombre.

Pero ella ya tenía un nombre, uno ruinoso y Feynriel no lo había entendido. Últimamente parecía no entender muchas cosas. Lo que antaño había sido claro para él, ahora no era más que unas palabras extrañas en una confusa escena. Como si una neblina constantemente nublara no solo su vista sino todos sus sentidos, antes finos.

Y aquello lo enfurecía.

De hecho, todo aquel viaje lo molestaba. No era capaz de tolerar la presencia de la bruja, no podía ser capaz de controlar su odio hacia su raza. Su maldita raza que había exterminado a casi todos los elfos de su mundo natal en Carpel'tauvi. E incluso cuando ella no había participado en la matanza, sus creencias habían arruinado lo que en su época pudo haber sido una buena relación.

Antes, él había sido un líder. Uno poderoso. Había formado parte del panteón de los Siete Dioses y todos le temían y respetaban por igual porque era el lobo, era quién cazaba en solitario y quién no le tenía miedo a nada. Pero aquello eran recuerdos de una vida que ya no podía ser suya.

El toque en su hombro fue un dulce amargo recordatorio de que no podía irse de allí sin el consentimiento del otro.

—¿Es este el lugar? —preguntó, maravillada.

Sus cejas, finas y prolijas, se fruncieron al ser tocado. Se removió, incómodo. Se aclaró la garganta.

—Así es... este es el lugar que aparece en mis sueños.

—¿Estás seguro?

Feynriel se la quedó mirando por un largo momento. Luego, lentamente asintió. Se recordó, una vez más, que no debía dejarse llevar por el odio y su deseo de venganza.

—Estoy seguro.

—Esta helado aquí.

—Es porque estamos debajo de la montaña de nieve que recubre todo este lugar.

—Ya sé eso —rezongó. —No soy estúpida. Hasta te digo que casi pude sentirlo antes de atravesar el portal.

—Entonces deja de hacer preguntas de las cuales ya sabes la respuesta. Te hace ver tonta.

La bruja, Tara, tuvo que obligarse a sí mismo a pronunciar su nombre porque sentía que así era más fácil que reconocerla simplemente como «la bruja», chasqueo la lengua y pareció que quería decir algo pero se calló al último instante.

Continuaron el descenso en silencio y con cada pisada que daba, Feynriel sintió como se le congelaban los dedos de los pies. Las vendas que cubrían al medio de su planta no eran suficientes para otorgarle calor. Pero no importaba, nada de eso importaba. Él debía continuar. Debía guiarla hasta el mismo corazón del palacio donde, estaba seguro, yacía la clave para continuar con su plan.

Porque ya tenía la llave. Tara era la llave para comenzar su plan maestro y ahora solo necesitaban encontrar la puerta.

Tara. Ese era el nombre de la mujer que lo acompañaba. La descendiente de la bruja que había exterminado durante siglos a los seres más poderosos de Carpel'tauvi.

Y luego estaba él, Feynriel. El supuesto erudito, un joven mago elfo que había eliminado a todo el panteón de los dioses, un somniari por excelencia que tenía la habilidad de adentrarse en los sueños de los demás y hablar con espíritus.

Doblaron por la izquierda, atravesando el pasillo hasta llegar a una de las cámaras de la caverna. Allí había un hoyo gigante de más de cinco metros y ambos se miraron consternados.

—No voy a pasar por ahí —señalo ella, negando con la cabeza.

—¿Tienes una mejor idea?

—Si —aclaró con aquel tono como si fuera obvio. —damos la vuelta y buscamos otra forma de entrar.

—No seas ridícula, no voy a irme y tú tampoco deberías hacerlo.  Estamos rodeados de nieve y escarcha y nos quedamos sin tiempo. Podríamos morir congelados en cualquier momento.
» Te di una oportunidad y tomaste tu decisión. Ya no hay escapatoria.

Tara se cruzó de brazos y, por un momento, sus ojos presentaron cierto brillo siniestro.

—Lo sé, no tienes que recordármelo, somniari.

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Tara no podía creer lo que estaba viendo. Se cubrió la boca con una de sus manos. —Es hermoso.

Al contrario que su acompañante, Feynriel lucía triste.

—Una vez lo fue. —Se acercó al centro de la cámara congelada. —Ahora solo son ruinas.

Analizó las escrituras en el piso con ojo crítico. Mientras ella miraba alrededor.

—¿Qué es eso? —señaló lo que él veía. —Dice «velo».

—Un ritual.

—No me digas... que planeas traer a tus dioses a la vida.

Estaba bromeando, por supuesto. Pero Feynriel no se encontró capaz de seguirle el juego.

Entonces ella se quedó en silencio, asombrada por la expresión de su rostro antes de darse cuenta de que no le seguía el juego. Comprendió, que no entendía nada, nada en absoluto. De repente, inesperadamente, sin darse cuenta, sintió la necesidad de sentarse a su lado, bombardearlo con preguntas, escucharlo, aprender más...

—No... Me dijiste que esto terminaría con el círculo de odio que corroe nuestras razas... N-no que volverías a traerlos a ellos. No debe ser posible... 

—Lo siento... —su tono de voz fue genuino. La tomó con suavidad del mentón. —Pero he esperado un milenio por ti. Esta es la única forma de recuperar lo que fuimos.

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