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07 | Retrospectiva de una experiencia







Crítica, crítica... Esa infalible, inevitable que rompe corazones y calla sueños...

Detiene mente y lápiz, razón e imaginación.

Eso fue lo que recibí, desgajando mi ánimo y permaneciendo en bloqueo. Ya no estaba motivada a seguir en lo que había quedado corto y, sobre todo, me detenía la tristeza que cargaba entre manos.

Convertí al internet en mi ocio leyendo recursos para escritores o descubierto palabras en el diccionario. No descifraba el error cometido y no llenaba aún el vacío de innumerables libretas. ¿Cuál era la falta? Nada supe aquellos infelices días hasta que hallé a una escritora. Ella aconsejaba que lo peor del caso es pedir una crítica a gente inexperta. Que lo mejor es escribir para uno mismo.

Eso me levantó el ánimo, pero ya todo lo tenía perdido. Nunca más volvería a escribir incidentes sin sentido, tramas absurdas o personajes más planos que el papiro... A la vez privé mi felicidad.

Dejando a lado la faceta de amante de la soledad, recurrí a mis amigos. Ellos hicieron ver lo equivocado que estaba. Solo debía recordar una cosa: el principio.

—¿Y eso por qué?

—Te hará en qué confiar.

Fui de inmediato a casa y directo saqué al suelo mis escritos del baúl. Papeles amarillos, cuentos a medio concluir, ortografía de principiante, rayones...

«Este es el principio», pensé.

La tinta aún visible era reflejo del camino y las palabras que lo construían. Estaba avergonzado del principio, pero eso demuestra, no la calidad del texto, sino el riesgo para trazar pensamientos, locuras, miedos y oscuros secretos... Escribir con o sin devoción no es fácil. Cuando te lo propones no tienes de que preocuparte, pues empiezas con unas cuantas letras y varios renglones que te dejan una fatiga de satisfacción... No quise ver más, pero reflexioné que no echaría a perder lo de seis años a solo una semana.

Todas esas letras me costaron desvelos, dolores de cabeza, esfuerzo ocular y mental. Las escribí entre problemas, hambre, frío, calor y frustración. Adheridas también mis lágrimas como el sudo o los borrones en en papel. Tomo con fuerza mis cabellos. Había sido injusto con lo que amaba y amaré hasta el último de mi vida.

Borré los archivos del dispositivo. Pasado un tiempo, retomé a redactar y mejorar, no por el mundo, sino por mí, que era más importante.








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