02 | Santiago
I
La caja de música cayó de sus manos distorsionado la melodía, mientras perdía la noción e iba cara contra el piso.
Una luz cegadora se hizo presente y el eco de unos tambores. No dudó en mirar donde se encontraba, pero el temor apretujó su pecho y lo obliga a retroceder. Estaba dentro de una gruta y la agua caía de muchas estalactitas.
Trata de buscar una salida, pero no había más que un inmenso río que debe cruzar. No quería morir ahogado... o solo era un sueño. Un susto era suficiente para despertar. Cómo no sabía nadar empezó a hundirse y una fuerte corriente lo arrastró a la superficie, otra vez...
-¡Santiago..!
A duras penas escuchó. Yacía cabizbajo en un rincón con las muñecas manchadas. Iba perdiendo fuerza, pero disfrutaba la sangre caliente... hasta que la muchacha lo levantó hasta la cama para vendarle lo que había hecho.
-¡¿Qué tratas hacer?!
-Lo que debí hace mucho tiempo atrás.
-No entiendo, pero es un milagro que no llegaron a ser profundas.
-¡Déjame en paz! -retiró con brusquedad el brazo.
-Estas cosas no son buenas.
-¿Y qué es bueno, según tú?
-La vida es bonita, Tiago.
Este alejó la mirada, indiferente.
-Lo bueno es que Itzae regresa dentro de un mes...
-Es buena noticia.
-... y así me podré ir.
-¿Por qué insistes tanto? Mi hermano jamás lo permitirá y menos si lo haces solo.
-Necesito respirar otros aires... Me siento enfermo.
-Por eso estás pálido -indicó.
La muchacha lo miró llena de tristeza.
-Sé que sanarás con esto -dijo después colocando una caja de cartón en la cama-. Tus tíos quieren verte... No estás solo.
Aquetzali se marchó dejando sentimientos encontrados. ¿Era necesario hacer las paces? ¿Guardar rencor era malo? Todo eso cruzó en su alma como cuchillo.
Fue a la mesita. Allí tomó un lápiz, no sin antes leer la carta que estaba encima de la caja. "Ellos", ya que no trataba de llamarlos familia, rogaban perdón y preguntaban cómo estaba, pero sabía que era tonto que les perdonara y más cuando sabía su pecado. No por nada le enviaban lo que quería.
Tenía dolor en las muñecas, aún débiles, y por lo tanto no les escribiría tan anhelada respuesta... Se detuvo a mirar el almohadón tan vacío a lado suyo. ¿A quién le contaría sus penas y escucharía atento..?
II
Merodeó un buen rato hasta encontrar una cueva. Pasó decidido, pero tuvo miedo. No pudo volver, ahora estaba sellada la entrada, y la luz de varias velas se encendieron con sorpresa dejando ver una sombra de dos metros. Estaba encapuchada y llevaba en el hombro un búho con ojos tan amarillos y relucientes cómo los de él.
-Siéntate, Santiago.
-¿Usted me conoce?
-Solo conozco a los que llegan hacia mí. ¿Que anhelas?
-Ir a casa.
-Lo harás, no sin antes dar tu pase a la vida -Le entregó una vela-. Por nada la apagues, pues descenderás al inframundo. Tu guía está esperando.
La cueva se abrió como si de una cortina. Estaba confundido, tanto, que ya no parecía tener miedo. La gran idea de vivir no era su deleite cuando intentó suicidarse. Seguro era un sueño provocado de la tradición. Un perro Xoloitzcuintle fue hasta él. No había nada malo con eso, no hasta que le recordó a su compañero.
Con Nail, su perro Golden Retriever, salían todas las tardes a traer de la escuela a Aquetzali. Por el camino jugaban y tropezaban con las ramas secas. Nail no era de paso torpe, pero él sí ya que estaba acostumbrado a caminar en el monte.
Llegaron algo fatigados esa vez y se tendieron a la sombra de un árbol. Al cabo de un rato, fue despertado por Aquetzali. Lo mismo hizo con el perro, pero parecía sordo. Le tomaron el pulso y ella dio la fatídica noticia: estaba muerto. Abrazó su cadáver pidiendo que no lo dejara. En su dolor no escuchaba las condolencias de la muchacha, por lo que está llamó a su madre. Lo enterraron al pie de aquel árbol. Itayetzi, la madre, le dijo que había sido por vejez. El vacío se hizo aún más grande.
III
Demasiada gente, varias edades, caminaban con armonía con su vela. Otra vez le pareció no estar solo y sonrió.
"La vida no puede ser mejor. Es perfecta tal como la quieras vivir."
Pensó en Aquetzali y su vida cobró sentido. ¡No cuántas veces la hubo rechazado! Era desatendido porque no vio el amor que le profesaba en silencio. Ahora viviría y podría escapar con ella lejos de la sociedad...
Una mañana de noviembre observó a Aquetzali llevando un ramo enorme de cempasúchul. El olor lo disgustó, pero el altar le hizo recordar. Estaba adornado con papel picado de varios colores. Ollas con comida de un aroma exquisito y dulce. También había calaveras de chocolate, cacahuates y fotografías antiguas. Era como la última vez que pasó con su familia.
-Con permiso -dijo mostrando algunas frutas-. Las he traído del huerto.
-Acomodalas en el altar -indicó Itayetzi ocupada.
Aquetzali rompía las flores y las iba esparciendo para formar un camino. Él fue a ayudarle.
-Es la primera vez que esto capta mi atención.
-Es que siempre te apartas -dijo la madre.
-Dejé de frecuentar las tradiciones.
-Puedes comenzar desde cero, muchacho. Ellos están contigo mientras les recuerdes y estarán felices con lo que les des.
-Me parece bien.
-¡Así me gusta, hombre, que sonría..! También he recibido que tus tíos vendrán a visitarte.
Él no respondió.
-Mamá, será mejor que volvamos a la cocina. Debo mostrarte algo -disimuló Aquetzali.
Su mano aplastó con violencia aquella inocente flor y salió disparado a su habitación. Comenzó a llorar, pero la muchacha le consoló.
-Todo estará bien.
-Ellos vendrán por mí.
-No, si lo permito.
-¿Qué tratas de decir?
-En la madrugada estate atento.
La noche transcurría lenta y serena. Las palabras de Aquetzali no lo dejaron dormir. Fue juntando sus cosas en una caja y, posteriormente, visitó al altar. Una ventana estaba abierta y pudo mirar el cielo cubierto de estrellas. El aire mecía su cabello. Luego, colocó las fotografías de su familia, prendió una vela y dio cuerda para escuchar la melodía de la caja de música. No olvidaba a su hermana idéntica a la bailarina y como ella se avergonzaba mientras la veía bailar. Esta lo quería tanto como sus abuelos y padres. Nunca se sintió solo, frágil... Lo único que le quedaba era Nail, pero las circunstancias se lo quitaron.
De pronto, su vista se obnubiló y perdió la razón. La cajita dejó caer...
IIII
Una señora de la fila era lo contrario. Caminaba sola, llorando y sin flama. La gente murmuraba que iba en dirección al inframundo. No tuvo miedo de apartarse de su lugar para consolarla.
-¿Puedo ayudar?
-No, hijo, vuelve. Tu familia espera.
-Eso quisiera.
-Debo aceptar mi camino.
No dijo más y le dio su llama. La mujer no quería aceptar.
-Mi familia me espera allá... A usted la necesitan más viva que yo.
-Descansa, muchacho.
-¡Me esforzaré!
Llegó exhausto. Su guía le indicó el trayecto que debía cruzar.
-¿Rechazaste la vida por esa mujer?
-Echaré de menos vivir.
-Entonces, sigamos.
Se puso nervioso cuando agarró el lomo del animal, pero este poseía una fuerza. Con facilidad lo llevó del otro lado. Era impresionante.
Dos cerros de alzaban imponentes. Su guía le explicó que debía pasar sin ser triturado por estos, sino volvería al principio. Santiago lo hizo, y así pasó un sendero de pedernales que le desgarraron cómo espinas, vientos atroces que le arrebataron pertenencias de valor, junto a un frío que le congeló el alma y flechas que debía esquivar para no ser desangrado. Después, un jaguar le esperaba en otro sendero y le arrancó del pecho el corazón para comérselo. Así pasó a nadar moribundo hacia unas aguas negras y pestilentes, mezcladas con sangre. Manoteaba para salir, pero debía recorrer para dar por finalizado los nueve estados de la conciencia.
Al final, estaba en un lugar lleno de niebla. Llegó cansado, gateando y con el pecho destrozado, seco. Sus piernas estaban descarnadas haciendo visibles los huesos y su pelo parecía ceniza a lo que antes era caoba. Los recuerdos se le vinieron a la mente como fotografías, una tras otra. Jugaba con su hermana, reía con sus padres, abrazaba a sus abuelos, corría con Nail...
Habían pasado tres años que ellos fallecieron y que sus tíos la entregaran a otra. Llegó en compañía de Itzae, el hermano mayor de Aquetzali, a Comalcalco, Tabasco, por un camino empedrado a una casa de adobe. Eran de los pocos mayas chontales y sus costumbres era diferentes. Asimismo tuvo que cambiar de ropa, usando una camisa y pantalones blancos, botines y un sombrero. Un pañuelo rojo ajustado al cuello. Aprendió las faenas del campo por Itzae, quién poco después se marchó a trabajar lejos en busca de una vida mejor. Prometió volver.
Sus tíos pensaron que ese ritmo de vida lo doblaría e iba a rogar, pero se equivocaron. Nunca quería volver a verlos, pues esa humilde familia poseía valores. No los ataba la avaricia. Sabía que el accidente en la carretera fue provocado y lo llevaron lejos como un castigo. Por culpa de un testamento.
Tomó fuerzas y se levantó. Una escalera descendía tétrica, pero la luz iba emergiendo a cada paso que daba.
-Ya voy... -dijo en un hilo de voz por la garganta agrietada.
Una luz emergió delicada como un último abrazo mientras iba desintegrando lo poco que quedaba de él...
X
-Por Dios, Santi...
Los tíos, un hombre y su mujer bastante estirados, se les escuchó decir. Itzae les había indicado la cama donde yacía Santiago hace un año en coma.
-Tiago no estaría contento de verlos.
-Lo sé, hermana.
-¡Míralos! Justo hoy se acordaron de él. Ahora entiendo la pena que cargaba. ¿Por qué no traté de comprender?
-Parece más que una amistad.
-Lo amaba y amaré. Lástima que nunca me correspondió.
-Yo creo que sí, pero ponía sus problemas sobre todo.
-¿Puedes venir un segundo -interrumpió el tío a Itzae.
Aquetzali fue antes que esas desagradables visitas. Le inspiró melancolía, hace meses que lo dieron por muerto y solo vivía a base de esa máquina. Ella sí estaba resignada que no volvería. Le despidió con un beso en la frente. Volvieron a casa. Su madre acomodaba la mesa para la cena. Ya sentados, Itzae comenzó a hablar.
-Está todo listo para irnos.
-¿Pero, y Santiago?
-No quieren desconectarlo, así que dejemos ese asunto en paz. Lo que importa somos nosotros, pues la familia esa no nos ve con buenos ojos y peor si su sobrino se encuentra así. Hazte la idea de que no volverá.
-Eso lo sé, pero no me parece que se quede sin enterrar.
-Yo también, pero es su decisión y no me arriesgaré a ello... ¿Qué opinas, mamá?
Sin más que añadir, partieron muy de mañana hacia Guerrero.
La fecha de Día de Muertos se acercaba y Aquetzali se preparó justo esa vez. La calle lucía en decoración más que su pueblo natal y eso le dio ánimos para volver a sonreír. Ya en el altar, sosteniendo una caja, fue colocando las fotos de una familia que fue y, junto a estos, un joven que alguna vez estuvo a su lado y ahora solo en su memoria...
Poema De Mi Autoría
Tukuul ka' pixan,
espíritu y pensamiento
fundidos en carne y sueños.
Caminamos en espinas para convertirnos en adornados panteones, cruzando lo que nos mata, deshecha, para dar premio a nuestra regocijante alma.
En Xibalba descendemos
convertidos en huesos
por la eternidad,
cómo debemos ser honrados
por los tormentos del pasado.
Hundidos en la paz y el descanso.
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