Soledad
En la oscuridad de la noche siempre viene a su mente su imagen, como si él fuera quien se negara a soltarla.
Sus ojos grises, su piel pálida, sus labios rosados que descubren una blanca y radiante sonrisa, esa misma que la hacía derretir a sus pies cada vez que la esbozaba.
Sus manos que rozaban su cuerpo de punta a punta haciendo estremecer cada punto a su paso.
Sus piernas largas que la aprisionaban contra el colchón para hacer notar junto con sus caderas cuanto la deseaba.
Su abdomen plano y musculoso que a ella le gustaba acariciar, al igual que su espalda ancha y sus brazos fuertes que la dominaban y terminaban haciendo que se entregara a él sin titubear.
Él hace que lo extrañe y lo recuerde. Él viene a su mente por las noches para hacerle revivir momentos que ya no tienen pero ¿quién dijo que se necesita el otro cuerpo para ello, si la cabeza de una persona puede crear millones de sensaciones?
Y ella recrea para si esos instantes, ella vive de nuevo las experiencias que con él había aprendido a experimentar. Todo eso lo revive con las memorias de su cerebro y de los sensores de su piel, que se ponen tan sensibles al tacto y la llevan más y más a la liberación, a su placer, a su gloria propia, y la alcanza con un estallido interno, sensual y ardiente, dejando su cuerpo cansado y adormilado bañado en sudor.
Sin embargo cuando el efecto se desvanece y puede recuperarse llora desconsoladamente por ese desamor que la abandonó. Llora porque sabe que a pesar de los placeres que pudiera conseguir en cualquier sitio, ése que la dejó será siempre quien mejor la conoce por ser quien ha sido su mentor pero sobretodo el único a quien amará por siempre. El resto, y al igual que sola, le dejarían una sensación de vacío al final que terminaría opacando cualquier emoción placentera.
La soledad que le dejo al irse es el fantasma que la oprime ahora.
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