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Epifanía



Caminábamos a un costado de la carretera vacía. Éramos cuatro personas, tres cuyos rostros no pude ver y yo, por supuesto.
No sé de dónde veníamos ni a dónde nos dirigíamos, sólo sé que me sentía feliz estando cerca de ellos.
Reíamos y hablábamos, y justo antes de que me tomara la mano unas luces nos encandilan y de golpe despertamos en un lugar diferente.
Él no sé quién era, no me dijo su nombre, solo sé que era poco más alto que yo, usaba remera roja y bermuda verde militar, tenía un tatuaje negro en el brazo izquierdo que tampoco vi bien qué diseño era, y su voz... su voz me daba una mezcla de ternura y seguridad que solo en un sueño podría haber sentido.

Cuando vi las luces del coche muy cerca de nosotros cerré fuerte los ojos, era inminente lo que pasaría, y al abrirlos estaba recostada en un verde pastizal recién cortado, bastante prolijo, hasta me pareció suave al tacto. Y ellos estaban conmigo.
No me importó la situación que nos había llevado allí ni dónde realmente estábamos, al verlos y sobre todo al sentir sus manos apretando las mías sonreí porque me invadió una sensación de paz que me recordó lo que imaginaba como el paraíso y creí que lo había encontrado.

 Realmente estaba despreocupada y contenta junto a ellos, junto a él.

Comenzamos a reír otra vez y a jugar a las cosquillas y corridas para escapar de ese dulce calvario, entonces entré en un pasillo y luego otro sin mirar por donde corría hasta que no oí más sus pasos y me creí perdida. Fue en ese momento que presté atención al lugar y me di cuenta que era un cementerio. Me asombré al ver nichos nuevos y viejos en las mismas secciones, algunos sin la cubierta dejando a la vista los cajones. No me asuste ni me dio impresión, sin embargo no esperaba encontrarme esas imágenes, mi momento de paz con mi grupo me había elevado a las nubes y ahora al estar un poco lejos de ellos caía en una realidad sobre el espacio donde estaba y solo me limite a tratar de buscar el camino que me regresara con ellos. No me importaba que estuviéramos ahí, era feliz y punto.

Al doblar un pasillo me cruzo a un hombre que me ofrece ayuda y al negarle gentilmente me dice que en realidad era él quien lo necesitaba de mí, me dijo además que sabía quién era yo y aunque aún no caía en la cuenta podría ayudarme porque nos encontrábamos en la misma situación; sinceramente no le entendía.
Volvimos a girar en otra esquina y veo de frente su rostro plasmado en fotografía en uno de los mármoles que sirven como tapa de los nichos. Me asombré, me asusté y quise correr pero este desconocido me toma de un brazo y me dice que es inútil resistirme que ahora pertenezco acá, que necesito paciencia para encontrar cual es mi lugar, que estoy deambulando porque nunca pude encontrar mi verdadero yo, que nunca supe conocerme realmente a mí misma.
Luché y me solté, y corrí  desesperada por el laberinto de cajones y lápidas hasta que veo una piedra bien pulida llena de flores recién puestas, eran rosas color bordó, mis favoritas... y leí mi nombre.

Gritaba, gritaba fuerte porque sentía que una fuerza me atrapaba y me arrastraba hacia esa lápida y no quería, todavía no quería irme.
Salí corriendo otra vez con los ojos nublados por el llanto y la garganta tapada por un nudo enorme que no me dejaba respirar, el corazón me pesaba y el temor me invadía.
Choque a alguien en mi huida, era él, mi chico, mi amor, mi calma y alegría, mi luz...
Lo abracé y le dije que no quería irme, que no lo dejara llevarme, que quería quedarme, y él solo me devolvió el abrazo y era el abrazo más fuerte que me habían dado nunca.
Estuvimos así no sé por cuanto tiempo, él me decía que estaría bien, que estábamos juntos y seguiríamos así si cruzábamos al mismo tiempo, que él me esperaría a que estuviera lista porque me amaba y de verdad quería cumplir con su promesa de una eternidad al lado mío. Yo todavía lloraba, pero ya no estaba asustada, estaba segura otra vez y en paz dentro de sus brazos. Me deje llevar por el cansancio y me rendí en su cuerpo cálido y su amor.


Me desperté. Me latía el corazón muy fuerte y me acongojaba el pecho. ¿Por qué había soñado eso?
Me quedé con las palabras del cuarto desconocido, ese que me había sujetado del brazo frente a su propia tumba, mientras me decía que nunca pude descubrir quién soy, ¿Significa algo? Me siento rara, y triste.
Tampoco voy a olvidar a ese chico que me daba paz, mi chico, que aunque no vi su rostro me da esperanza aun de encontrar alguien que me brinde amor real, y sentir en carne lo que en mi fantasía dormida. 


Creo, desde esa noche, que debo trabajar en mi misma, y no perder nunca la fe y esperanza, porque el amor existe y yo soy más que lo veo en el espejo cada mañana.

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