Aquel día sería fantástico, pensó el empleado mientras se levantaba de la cama. Lo tenía todo organizado: sabía qué autobús coger, a dónde ir y cómo actuar a continuación. Todo saldrá bien, pensaba. Se despidió de su mujer dándole un beso en los labios y cogió su pequeño maletín que utilizaba para trabajar. Su alegría era patente y estuvo todo el viaje pensando qué haría a continuación, imaginándose la cara de felicidad de su mujer cuando supiera la sorpresa.

Cuando llegó a su destino, llamó al timbre varias veces. Escuchó unos pasos y la puerta se abrió. Luego, tal y como lo tenía planeado, disparó una sola vez. El plan era matarlo, coger sus gemelos de oro y su pluma de oro blanco que guardaba en su bolsillo derecho e intercambiarlos por una gran cantidad de dinero.

Aquel día hubiera sido fantástico si la persona que hubiese abierto la puerta hubiera sido su jefe y no su hijo. Y, lo que más le indignó, fue descubrir que no llevaba consigo ningún objeto de valor.