Estaba tan cansado que no escuchó el ruido. Tampoco los gritos de otros que, como él, se jugaban la vida dentro de aquel deprimente y claustrofóbico lugar. En escasos instantes, todo se vino abajo. Muchos mineros quedaron cubiertos por los escombros; otros tuvieron más suerte y pudieron salir.

La noticia que recibió su mujer fue que su marido había muerto por culpa del derrumbamiento. Aunque la versión extraoficial era que el pobre minero prefirió morir con sus otros compañeros. De esta forma, nadie podría molestarle nunca más y podría recuperar las horas de sueño que aquel trabajo había impedido.