Alguien
Cada noche se despertaba sudando, con la respiración entrecortada. Le parecía que unos ojos le observaban a través del armario. Podía sentir cómo el aire salía de su boca y, a veces, incluso se atrevía a asomarse por una de las puertas para quedárselo mirando fijamente. Era cuando despertaba a su madre para que echara fuera a ese alguien que estaba en su habitación, esperando que se durmiera para acecharlo. Siguiendo la misma rutina, ella abría el armario, miraba su interior, lo cerraba y luego arropaba a su hijo y le daba un beso en la mejilla. Antes de salir de la habitación decía:
-Tranquilo, monstruito. Los niños no existen.
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